Por Justo Mirón
Su servidor y amigo es un ávido telespectador que ha visto con los años una ingente cantidad de programas, algunos buenos, otros regulares, los más, malos y por eso puede afirmar que el 3 de diciembre de 2018, comenzó uno de los programas más patéticos en la historia de la televisión mexicana y que ya llegó a los 400 capítulos. Su protagonista es una versión degradada del finado Paco Stanley, que habla con lentitud, dice disparates, malos chistes; miente constantemente, lloriquea por las críticas, amenaza y se rodea de funcionarios públicos para intentar darle contenido.
Orquestado por el productor Jesús Ramírez Cuevas, el programa cuyo set habitual es el Palacio Nacional, aunque en ocasiones sale de gira, cuenta con un reparto de habituales que ya se ganaron hasta apodos como Lord Molécula, a quien el payaso estelar le concede habitualmente el derecho de realizarle preguntas; el Falso Pirata, que cambia el parche de ojo y quien pidió que a una periodista le dieran un balazo; o La Corredora keniana, por ejemplo.
De vez en vez, se cuela alguien incómodo para el estelar. Por ejemplo, el conductor de la televisión estadounidense, de origen mexicano, Jorge Ramos. Pero por lo general, los corifeos permiten el “lucimiento” de López que hace gala de su (des)conocimiento de la Historia de México, promueve sus artículos -aunque luego tenga que retractarse y retirarlos porque no entiende las gráficas- y libros; además de que se queja de que los ciudadanos aborden cortesmente a su esposa, y magnífica el asunto, mencionando que pensaba que la iban a golpear.
El estrella tiene una obsesión con los villanos que contradicen su versión de la realidad. Son principalmente personas e instituciones de la prensa como los periódicos Reforma y El Universal, y Carlos Loret de Mola y Ciro Gómez Leyva, inclusive quiere crearles impuestos especiales.
El Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales de la Presidencia (Cepropie) es el encargado del show, su costo no está muy bien trasparentado y el Instituto Nacional Electoral, otra de sus bestias negras, ha cuestionado la propaganda partidista que aparece en ese espacio.
El ejercicio para quienes no lo han visto, es grotesco. Se han presentado situaciones en las que López hasta ha balado, aunque la constante son frases como “tengo otros datos”, para intentar responder a cifras y hechos que contrastan con su versión de los asuntos públicos.
Las versiones de López se complementan con una red de fans pagados en las redes sociales, que magnifican su mensaje y atacan salvajemente a quienes osen cuestionarlo. Son las cajas de resonancia de las mañaneras y las que contribuyen a que el rating, aunque pobre, parezca superior a lo que es.
Tras 400 capítulos, y con una temporada que esperemos concluya en 2022, aunque la idea del conductor es prolongarla hasta el infinito, podemos afirmar que lo que el país necesitaba era un ejecutivo que estuviera menos tiempo frente a las cámaras y dedicara la mayor parte de su agenda a planear, a tomar decisiones razonadas y a encabezar un gobierno desde la eficacia.
Las candilejas atraen, pero también terminan por lastimar a quienes están bajo ellas. López puede permitirse el lujo de su show diario porque ha pervertido a las instituciones y ha aprovechado mecanismos propagandísticos y de venta de productos que se fueron perfeccionando a lo largo del siglo XX.
Él parece no tener sentido alguno del ridículo. Obsesionado con su propia imagen y con su logorrea, para López lo esencial es poder perorar todos los días, tener inclusive programas especiales en los que repite lo que para él son sus grandes hits, es decir, su discurso carente de contenido y de verdad.
México pensó que había elegido un presidente. En contraste, consagró en las urnas a un predicador, a un showman de baja calidad, a quien en última instancia lo que le preocupa es que sus aberraciones sean tema de comentario constante.
A eso hemos llegado tras 400 lamentables episodios. Pero recuerden, cuando se acaban los aplausos termina el espectáculo del payaso.