Por: Luis Reed Torres
- Desagradable Sorpresa Para los Yanquis
- Operación «Centinela del Rhin»
- Las Ardenas, Escenario de la Batalla
Corrían los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Las tropas alemanas retrocedían en todos los frentes y el colapso del Tercer Reich parecía inminente. El arrollador avance soviético en el este y el no menos poderoso martillo angloamericano en el oeste empezaban a constreñir a Alemania a sus fronteras de 1939. La férrea voluntad de resistir no bastaba para detener al enemigo y todo parecía a punto de desplomarse como un castillo de naipes.
Empero, cuando todo parecía en calma en el frente occidental y los estadunidenses avanzaban desde Francia rumbo a la frontera alemana y machacaban las débiles líneas germanas, que paulatinamente iban cediendo, ocurrió lo increíble: al despuntar el alba del 16 de diciembre de 1944, los remanentes de veinticuatro divisiones alemanas (aproximadamente 360 mil combatientes) lanzaron una vertiginosa contraofensiva sobre los sorprendidos yanquis. Apoyados por ochocientos tanques, muchos de ellos gigantescos Königstiger (tigre real) de 70 toneladas de peso y revestidos de grueso y especial calibre que hacía rebotar los proyectiles aliados cuando eran alcanzados, los alemanes perforaron el frente aliado en más de cien kilómetros y las bajas estadunidenses se multiplicaron aceleradamente.
Era la operación «Centinela del Rhin» que, comandada en jefe por el Generalfeldmarschall (Mariscal de Campo) Gerd von Rundstedt a partir de una estrategia diseñada por el propio Adolfo Hitler, pretendía avanzar hacia el norte, cercar a la mitad de las tropas norteamericanas, británicas y canadienses, y apoderarse del puerto belga de Amberes y de los vastos depósitos de abastecimiento aliados. Para lograr semejante objetivo, era indispensable controlar los puentes del río Mosa para que por ellos pasaran los panzer. El obstáculo parecía insalvable…
El ataque alemán se bifurcaba en tres ejércitos: el 6° panzer SS al mando del SS-Oberstgruppenführer (Coronel General) Sepp Dietrich; el 5° panzer, a cargo del General der Panzertruppe (General de Tanques) Barón Hasso von Manteuffel, y el 7° y más débil de los tres con sólo una división motorizada en sus efectivos, bajo la responsabilidad del también General der Panzertruppe Erich Brandenberger.
Ya iniciada la fulgurante acometida, aparecieron de pronto en las filas yanquis comandos alemanes mimetizados con uniformes norteamericanos que cambiaron señales en las carreteras, suministraron informes equivocados a unidades enteras enemigas y se apoderaron de varios vehículos. Estos hombres habían sido entrenados por el SS Standartenführer (Coronel) Otto Skorzeny, hablaban inglés correctamente y se confundían fácilmente con los efectivos estadunidenses.
Pocas semanas antes del ataque en las Ardenas, Skorzeny –famoso por haber liberado a Mussolini de sus captores en 1943– había sido llamado al cuartel general de Hitler, donde el Führer lo puso al tanto de varias cuestiones, según refiere el coronel en sus Memorias:
«Quédese, Skorzeny, hoy he de darle quizá el encargo más importante de su vida. Hasta ahora sólo pocas personas conocen los preparativos de un plan secreto, en el que usted debe tener un papel importante. Alemania lanza en diciembre una gran ofensiva, decisiva para la ulterior suerte del país.
«Durante cerca de una hora Hitler me explicó hasta los menores detalles del proyecto y las ideas fundamentales de esta última ofensiva en el oste (…) Durante los últimos meses el mando alemán había sido obligado a considerar únicamente planes para rechazar y bloquear al contrincante. Había sido una época de ininterrumpidos contratiempos, de continuas pérdidas de terreno en el frente del este y del oeste. La propaganda contraria, sobre todo la de los aliados occidentales, era unánime al presentar a Alemania como un ‘cadáver pestilente’, cuya eliminación era sólo cuestión de semanas, hallándose exclusivamente en manos de los aliados la posibilidad de elegir el momento de la liquidación definitiva.
«No aciertan a ver que Alemania lucha por Europa para bloquear a Asia el camino hacia el Occidente, exclamó Hitler sumamente excitado. La población de Inglaterra y de América está cansada de la guerra, continuó. Si algún día Alemania, considerada como muerta, vuelve a levantarse; si el aparente cadáver alemán vuelve a batallar en el oeste, se puede suponer que los aliados occidentales, bajo la presión de su opinión pública y en vista de su propaganda reconocida como falsa, estarán dispuestos a una paz por separado con Alemania. Pero entonces, ¿se podrían trasladar todas las divisiones y ejércitos para la lucha al frente del este e imposibilitar para siempre la amenaza de Europa desde el este? Esta es la tarea histórica de Alemania: formar la barrera de protección contra Asia, que desde hace más de mil años cumplen fielmente los alemanes»
(Skorzeny, Otto, Luchamos y Perdimos, Barcelona, Ediciones Acervo, Tercera Edición, 1979, 328 p., pp. 120-121).
A pesar de todo y después de una serie de triunfos iniciales, la ofensiva de las Ardenas empezó a decaer por falta de carburante y finalmente se detuvo por completo. Con un clima más despejado que el registrado en los días primeros del ataque, la aviación aliada, ya con ingente superioridad numérica sobre la Luftwaffe, machacó cotidianamente a las fuerzas alemanas y les causó graves daños.
El último esfuerzo alemán por contener a las fuerzas occidentales y poner todo lo que le restaba en efectivos contra la amenaza soviética ya casi en sus fronteras, había fracasado.
La operación «Centinela del Rhin» ahora pertenecía sólo a la historia…