Por: Graciela Cruz Hernández
El 30 de diciembre de 1824 en Guadalajara, Jalisco, nació en una familia muy humilde Agustín de la Rosa, hijo de Dionisio de la Rosa y María de Jesús Serrano. Ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, estudió latín y en 1839 concluyó el Curso de Artes.
Fue ordenado sacerdote en diciembre de 1847 por el obispo de Guadalajara Diego Aranda. El 29 de noviembre de 1849, el doctor Mariano González le confirió el grado de bachiller.
El 8 de marzo solicitó el grado de doctor, el cual le fue otorgado el 19 de marzo de 1850. El Seminario de Guadalajara lo tuvo como uno de sus más brillantes estudiantes, al grado que se decía en Guadalajara, refiriéndose a él y al doctor Agustín Rivera: “El Seminario vale por los dos Agustines”, esa expresión la hizo célebre fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, pues ambos fueron sus discípulos.
Durante 52 años impartió en el Seminario –entre otras– las cátedras de Filosofía, Teología, Lenguas latina, griega y náhuatl. Escribió libros de texto para facilitar el aprendizaje de sus discípulos, formó varias generaciones, no sólo de clérigos, sino de todas las profesiones de la época, también fue precursor de la astronomía en Jalisco.
Su discípulo Enrique González Martínez, decía de él:
“De mi profesor de segundo curso de griego, el doctor don Agustín de la Rosa –el Padre Rositas, como se le designaba cariñosamente– habría mucho que hablar. Era, un gran teólogo, un latinista de primer orden, muy versado en hermenéutica, helenista y filósofo; conocía el hebreo; sabía inglés y francés y conocía y amaba como ninguno la lengua náhuatl. Daba gratuitamente esta asignatura”.
El 24 de septiembre de 1867 fue nombrado rector del Seminario Conciliar. En sus informes rectorales de 1868 y 1869 lamentaba la decadencia del estudio de las lenguas indígenas. Durante cinco años ejerció la rectoría: “Más abstraído por completo en el estudio y carente de dotes de gobierno, dejó a otras manos tan importante cargo”.
En el Cabildo Eclesiástico fue el primer canónigo honorario; el 18 de junio de 1893 ocupó el oficio de canónigo lectoral; y en 1904 renunció a la dignidad de maestrescuelas, que le correspondía por riguroso escalafón.
En 1870 rehusó acompañar a Roma al arzobispo Pedro Loza al Concilio Vaticano I, en calidad de teólogo consultor. Colaboró con el Episcopado mexicano en los trámites para lograr de la Santa Sede un nuevo oficio litúrgico para el 12 de diciembre, para lo cual formuló un proyecto que fue tomado en consideración en la redacción final del citado oficio, e hizo la traducción del náhuatl al latín del Nican mopohua.
En 1887 publicó en latín la Disertación histórica-teológica de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, por lo que David Brading no duda en calificarlo como uno de “los cinco grandes apologistas de la Aparición”.
En 1892 fue designado presidente honorario de la Junta Organizadora de los Festejos del primer centenario del fallecimiento de fray Antonio Alcalde. En 1896 fungió como consultor del Primer Concilio Provincial de Guadalajara.
El padre rositas como cariñosamente lo llamaban tenía fama de sabio y santo; en ese entonces la sociedad tapatía llamaba “perros” a los menesterosos y él los llamaba cariñosamente “mis fieras”, con sus pobres ingresos alimentaba a niños desamparados y jóvenes estudiantes, los instruía y andaba tras ellos sacando, a más de alguno, de lugares de la peor fama, no descansaba hasta verlos dormir en un lugar seguro y asegurarse de que al día siguiente pudieran ingerir algún alimento. Con ropa sucia y que casi se le caía a pedazos, cambiaba la ropa buena que le daban por alimento para sus “fieras”. Pobre como él era pero muy caritativo, estaba siempre endeudado, el poco dinero que ganaba lo obtenía de una que otra misa y del sueldo de sus clases de Teología Dogmática y segundo curso de Lengua Griega.
Rehusó entrar en el Cabildo pues o le gustaban los honores y éste lo había nombrado canónigo honorario pero sin ninguna retribución.
Un día le presentaron una letra de cambio firmada por él, para ver si era buena y contestó ingenua y tristemente: “Buena es porque mi firma es auténtica; mala, porque no tengo con que pagarla; la consideraremos mediana…” La situación ya casi insostenible lo obligó a aceptar presentarse a las oposiciones para la silla magistral (de la Catedral). Obtuvo la canonjía Lectoral.
Destacó en la fundación del semanario “La Religión y la Sociedad” el 28 de enero de 1865, el cual tuvo tres épocas: de 1865 a 1866, de 1873 a 1875 y de 1886 a 1888. Desde las páginas de La Religión y la Sociedad combatió a los yanquis, a los protestantes y entabló una célebre polémica con el doctor Agustín Rivera, debido a que éste en su libro La Filosofía en la Nueva España, sostuvo que las ciencias filosóficas durante la época novohispana se mantuvieron en un notable atraso. Él respondió indignado, con una serie de artículos publicados en La Religión y la Sociedad, que después se reunieron en el libro La Instrucción en México durante su dependencia de España.
Al ver la humillación y mutilación del país por la invasión estadounidense a México, atacó todo lo norteamericano, el liberalismo y sobre todo el protestantismo que consideraba como una conquista pacífica de México por Estados Unidos. Luchó porque México conservara su fe y sus costumbres, lo contrario a esto debía a toda costa impedirse.
Durante la intervención francesa refutó el folleto “El imperio y el clero mejicano” escrito por el capellán del ejército francés, el abate Testory.
Editó La Voz de la Patria y colaboró en otros periódicos locales y nacionales. Sus notables conocimientos del náhuatl fueron reconocidos a nivel nacional, el presidente de la república, general Porfirio Díaz, le ofreció la cátedra de Lengua Mexicana en la Escuela Nacional Preparatoria, que por modestia no aceptó.
De su producción bibliográfica destacan: El hombre considerado bajo su aspecto intelectual (1851); Juramento de la Constitución (1857), Lecciones de Astronomía (1859); Elementos de Trigonometría plana y esférica con aplicaciones a la Astronomía para uso de los alumnos del Seminario de Guadalajara (1868), Lecciones de la Gramática y la Filosofía de la Lengua Mexicana (1871), Primera contestación a los protestantes que han escrito en Guadalajara (1873), La cuestión de Galileo discutida matemática y astronómicamente; Elementos de Gramática de Lengua Griega para uso de los alumnos del Seminario de Guadalajara (1879), La instrucción en México durante su dependencia de España (1888), Estudio de la Filosofía y riqueza de la Lengua Mexicana (1889), Defensa de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe (1896), Lecciones de la Historia Científica de México (1902), Lecciones de Historia de México (1902), entre otras.
Don Agustín de la Rosa siempre sacaba tiempo de sus múltiples ocupaciones para asistir a los agonizantes de forma tan piadosa, que hubo quien dijera que era el “san Camilo” de Guadalajara, velaba por los huérfanos, socorría a los necesitados a pesar de su pobreza, en fin, a fin de cuentas, amar a Dios sirviendo al prójimo era lo que le daba sentido a su vida. Fue un gran sabio, sumamente inteligente, pero sobre todo un siervo de Dios.
Murió en Guadalajara el 27 de agosto de 1907. Una calle de la ciudad lleva su nombre; en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres tiene una estatua, donde se le ve acompañado de un niño al que parece instruir; en el pedestal se lee: “Agustín de La Rosa – Sabio y benefactor”.