Por: Luis Reed Torres
Algunas semanas atrás, un grupo de amigos organizó un ciclo de conferencias que versó sobre diversos tópicos del largo gobierno del General Porfirio Díaz. El programa resultó un éxito, aunque desafortunadamente a última hora me vi impedido de participar por razones de fuerza mayor. Empero, quiero aprovechar este espacio para dejar por escrito, en dos entregas, la ponencia que en tal oportunidad iba a presentar.
En 1885, el General Porfirio Díaz ejercía su segunda presidencia –iniciada el primero de diciembre de 1884– tras la conclusión del gobierno de su compadre, el General Manuel González. Don Salvador Quevedo y Zubieta, autor de un polémico y apasionado libro contra este personaje —Manuel González y su Gobierno en México, Madrid, Espasa Calpe, 1928– dice que don Porfirio escogió a su compadre para el período 1880-1884 con el propósito de continuar en el poder con base en una segunda persona “afín por la clase, cómplice por la misma historia revolucionaria y naturalmente sumiso por razones de jerarquía militar, que se añadieron a la gratitud por elevación”. Con González, don Porfirio vio “a un hombre de quien le separaban algunas diferencias y con quien se sentía ligado por vínculos contraídos en el triunfo reciente. Estos prevalecieron sobre aquéllas y desde entonces la candidatura oficial quedó resuelta en favor de aquel General y Ministro de la Guerra”.
Diversos historiadores coinciden en que, desde el principio, el gobierno del General González –de quien por cierto se aseguraba que era oriundo de Santander, España– se caracterizó por su elevada dosis de inmoralidad en el manejo de los dineros nacionales. El primer ministerio, integrado por los señores Ignacio Mariscal, José de Landero, Ezequiel Montes, Jerónimo Treviño y otros más –todas personas honestas–, renunció al poco tiempo de inaugurado el gobierno y sus integrantes fueron reemplazados por individuos ciertamente menos renuentes en cuestiones crematísticas. Por su parte, don Porfirio, quien al principio del régimen ocupó la cartera de Fomento, prefirió renunciar al cargo para no desprestigiarse y se marchó a gobernar Oaxaca.
“Pero el verdadero mentor de González –escribe el historiador don Mariano Cuevas– era un Ramón Fernández, a quien hizo gobernador del Distrito Federal, hombre audaz y ambicioso”. Agrega que, sin embargo, por ese tiempo la nación se encontraba en paz, “aunque fuera con la paz del agotamiento. El pueblo bajo, del campo y las ciudades, pobrísimo; pero los capitales y los capitalinos, que por treinta años habían estado ocultos, a veces literalmente sepultados, fueron poco a poco saliendo a flote tanto porque veían mayor seguridad cuanto porque eran más solicitados para las grandes empresas de ferrocarriles y fábricas proyectadas y encauzadas por el gobierno y el ministerio de Fomento del General Díaz. Muchos de los soldados despedidos volvieron a ser labradores y las haciendas de nuevo fueron campos fructíferos en vez de campos de batalla” ( Cuevas, Mariano, Historia de la Nación Mexicana, Porrúa, 1967).
Por esa época creáronse, además, varias instituciones bancarias como el Banco Nacional de México (16 de agosto de 1881), el Banco Mercantil Mexicano (1882), el Banco Hipotecario y el Banco de Empleados (1883).
En otro orden de asuntos, la sociedad mexicana empezaba de nuevo a desarrollarse cabalmente y aprovechaba de lleno la era de paz –tras décadas y décadas de sangrientas contiendas fratricidas–, si bien los innumerables latrocinios de González la opacaban un tanto.
Sobre esto último, es menester reproducir lo que don Luis Lara Pardo (médico de profesión y también periodista que colaboró tanto en El Diario del Hogar como en El Imparcial, donde fue Jefe de Redacción) plasmó sobre el gobierno y la personalidad del General Manuel González:
“Era éste el tipo de guerrillero sin más credo que el valor personal, sin más principio moral que el respeto de su palabra, sobre todo cuando era dada para actos ilegales o delictuosos. Su historia era la del revolucionario bandido que va de un partido al otro, indistintamente, con tal que le permitan guerrear sin disciplina, sin sujeción a nadie y viviendo sobre el país. Así, había sido reaccionario primero y liberal después, y por último se afilió al tuxtepecanismo (se refiere al Plan de Tuxtepec, por medio del cual el General Díaz combatió al régimen de Sebastián Lerdo de Tejada, paréntesis de Luis Reed) y fue quien decidió en favor del General Díaz la batalla de Tecoac. Fiel a su palabra, leal como pocos cómplices y compadres, ofreció para don Porfirio doble ventaja: la de no traicionarlo, como él había traicionado a Benítez (se refiere a don Justo Benítez, a quien todo mundo daba por sentado como sucesor de Díaz, paréntesis de Luis Reed), y la que, en los cuatro años de interregno, González labraría su propio desprestigio.
“Don Manuel González cumplió a maravilla su cometido. Pocos gobiernos, ni aun entre los de Turquía, la India y todos los cacicazgos latinoamericanos han ofrecido ejemplo más conspicuo de de prostitución y corrupción administrativas. El saqueo del tesoro público nunca fue más completo y desvergonzado; todos los ingresos, ordinarios y extraordinarios, fueron a hinchar las arcas de González y sus favoritos. Se crearon impuestos hasta que el comercio se vio obligado a cerrar sus puertas durante dos semanas en huelga general; se suspendió el pago de sueldos a los empleados públicos civiles. Sólo el ejército percibía haberes, pues de otro modo la revolución no habría tardado en estallar de nuevo” (Lara Pardo, Luis, De Porfirio Díaz a Francisco I. Madero, Nueva York, Polyglot Publishing and Commercial Company, 1912).
(Continuará)