Por: Salvador Kalifa Assad
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tiene una visión distorsionada de la historia y de la economía, entre otras áreas del conocimiento, y con ella orienta las políticas públicas de su gobierno por un rumbo equivocado que está resultando costoso para el país. Sirvan como botones de muestra el retroceso que registró nuestra economía en 2019, sin mediar crisis externa como en 2009, y lo que está sucediendo en materia sanitaria y económica en este año por su respuesta a la pandemia de COVID-19.
Sin entrar a los detalles del manejo de la contingencia sanitaria, las medidas adoptadas por las autoridades han sido erráticas, tardías, insuficientes e incompetentes. No se han aplicado las pruebas de detección necesarias, lo que ha provocado un número innecesario de contagios y, lamentablemente, de vidas humanas que pudieron haberse evitado.
Frente a la contracción económica que ya existía antes de la pandemia y que fue exacerbada por ésta, el enfoque maniqueo y dialéctico-materialista de AMLO, producto de una educación oficial deformada, solo le alcanza para un discurso trillado en el que concluye, sin evidencia, que todos nuestros males derivan de la política neoliberal aplicada en México a partir de 1983.
En sus delirios de grandeza aspira a trascender en la historia y considera que su misión es desmantelar ese esquema. Así, en abril de 2019 expresó en su llamado Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 (PND) que “El Ejecutivo Federal tiene ante sí la responsabilidad de operar una transformación mayor en el aparato administrativo y de reorientar las políticas públicas, las prioridades gubernamentales y los presupuestos para ser el eje rector de la Cuarta Transformación, una tarea de alcance histórico que involucra al país entero y que habrá de aportar al mundo puntos de referencia para la superación del neoliberalismo.”
El tiempo muestra que cuando los resultados no concuerdan con sus fantasías, cambia el discurso y los indicadores con los que quiere se mida el “éxito” de su proyecto. Por ejemplo, en el PND ofreció para 2024 “una tasa de crecimiento de 6 por ciento, con un promedio sexenal de 4 por ciento.” El año pasado, insistió en que nuestra economía crecería por encima del 2%. La realidad es que el Producto Interno Bruto (PIB) real en México cayó 0.3% el año pasado y durante la primera mitad de este año AMLO estuvo en desacuerdo con las estimaciones de una caída del PIB, aun aquellas que provenían de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México.
Es interesante observar que AMLO usó, por décadas, el bajo crecimiento del PIB para criticar a sus antecesores y al modelo neoliberal. De hecho, en su toma de posesión del 1 de diciembre, afirmó: “En cuanto a la política económica aplicada durante el periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México. En este tiempo la economía ha crecido en 2 por ciento anual”. Lo paradójico es que la política económica en los dos primeros años de su administración ha sido todavía peor, ya que sólo se han registrado números negativos, y todo indica que su sexenio destacará por ser el de resultados más bajos en el PIB desde 1980, lo que explica que quiera distraer la atención haciendo propuestas para descubrir indicadores dizque novedosos.
El colapso de la actividad económica es ya tan evidente que los números del PND quedaron en el terreno de las fantasías. Por ello, AMLO capituló y decidió cambiar su cantaleta para seguir embelesando a sus seguidores, a los que ahora ofrece descubrir el hilo negro. En su obsesión contra el llamado neoliberalismo y como parte de su fijación por desprestigiar el uso del PIB como indicador económico, considera que es un invento de esta corriente o una medición que se tiene que hacer “por las relaciones con el Banco Mundial y con el Fondo Monetario Internacional.” Esto es otro ejemplo de ignorancia dolosa, con la que engaña a la población.
El concepto del PIB se originó en los trabajos previos a la Segunda Guerra Mundial de economistas como Colin Clark, Simon Kuznets y Richard Stone, estos dos últimos Premios Nóbel de Economía en 1971 y 1984, respectivamente. En 1947, bajo el liderazgo de Stone, el Comité de Expertos de la extinta Liga de las Naciones “enfatizó la necesidad de estándares estadísticos internacionales para recolectar y actualizar estadísticas comparables para apoyar las necesidades de una amplia gama de políticas.” En 1953, ya con el patrocinio de la Organización de las Naciones Unidas, como sucesora de la Liga, se publicó la primera versión del Sistema de Cuentas Nacionales, que incluye al PIB, y que ha tenido actualizaciones sucesivas hasta la versión más reciente que es la de 2008.
El cómputo de estos indicadores constituyó un gran paso para la ciencia económica y fue fundamental para los análisis que comenzaron a realizarse para medir el crecimiento económico en cada país y formular las políticas que ayudarían a las naciones más pobres a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Esto contribuyó a reducir la brecha entre naciones ricas y pobres desde entonces.
No obstante, el 6 de mayo, al ser evidente que nuestra economía va rumbo al precipicio, AMLO declaró que “ya crecimiento, PIB, Producto Interno Bruto, esos términos deben entrar en desuso, hay que buscar nuevos conceptos. En vez de crecimiento hablar de desarrollo; en vez de Producto Interno Bruto, hablar de bienestar; en vez de lo material, pensar en lo espiritual.”
El 15 de mayo AMLO publicó un folleto titulado La nueva política económica en los tiempos del coronavirus, donde afirma que “en México estamos construyendo, desde antes de la pandemia actual, y ahora con mayor intensidad, un nuevo modelo de país, con base en cinco principios fundamentales e indisolublemente relacionados entre sí: democracia, justicia, honestidad, austeridad y bienestar.”
El presidente no tiene idea de lo que dice y, además, es el primero en ir contra los principios que plantea. Su visión de la democracia y la justicia se subordina a sus encuestas espurias; él aplica una versión particular de la honestidad, porque acepta sin recato que la mayoría de los contratos de obra pública sean por asignación directa, muchos a familiares y amigos de su gabinete. La austeridad es una obsesión, que se traduce en recortar a diestra y siniestra para destinar los recursos a sus proyectos mascota.
Y, en lo que respecta al bienestar y el desarrollo, conceptos ampliamente estudiados desde hace décadas por organismos y especialistas internacionales, propone descubrir el hilo negro, al anunciar el 25 de mayo que “se está formando un equipo multidisciplinario para la definición de este nuevo parámetro, vamos a preguntarle a la gente no sólo la cuestión material, sino sobre otros factores o bienestar material, pero también bienestar del alma. Crecimiento, pero justicia; crecimiento, pero democracia; crecimiento con bienestar.”
AMLO llegó varias décadas tarde a la medición de indicadores complementarios del PIB. Siempre se ha reconocido que su cálculo tiene varias limitaciones. Una importante es que no incorpora la contribución no remunerada que realizan las amas de casa, por ejemplo. Otra falla, señalada más recientemente con la preocupación ecológica, es que hay actividades productivas que contribuyen positivamente al PIB, pero también tienen efectos colaterales negativos en términos de deterioro del medio ambiente que no son incorporados dentro de dicha contribución.
Por ello, desde hace muchos años se ha propuesto mejorar esos indicadores, no para que el crecimiento del PIB entre en desuso, sino para complementarlo. En este sentido, aunque se trata de una institución que no goza de la simpatía de AMLO, pero sí acepta sus préstamos, cabe mencionar que el Banco Mundial publica desde hace más de tres décadas un conjunto llamado Indicadores del Desarrollo Mundial (IDM), los cuales alcanzan actualmente la cifra de casi 1,600 variables que no se circunscriben solo al crecimiento económico.
Los IDM corresponden a seis grandes categorías: Pobreza y desigualdad; Población; Medio ambiente; Economía; Estado y mercados; y Vínculos globales. Por ejemplo, dentro del primer tema se incluye el coeficiente de Gini sobre la distribución del ingreso, que convertido en un índice alcanza el valor de 100 cuando hay una concentración absoluta y 0 si hay una distribución igualitaria del ingreso. Para México, en 2018 el valor respectivo fue de 45.4, una mejoría durante el período neoliberal, después de haber alcanzado 54.3 en 1989. En Estados Unidos en 2016 ese índice era de 41.4.
Por lo demás, aunque AMLO ha asegurado insistentemente y lo reiteró en su folleto del 15 de mayo que “Los tecnócratas nunca consideraron la ‘variable’ de la corrupción, utilizando su propio término, como un obstáculo para el funcionamiento del modelo neoliberal”, los IDM incluyen para el análisis el pago de sobornos y registran, por ejemplo, que en 2016 el 17.6% de las empresas tuvo que pagarlos en México para poder operar.
Otro ejercicio que complementa los datos del PIB con indicadores adicionales, es el que registra el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que desde 1990 publica el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que sintetiza en un solo número lo que se consideran tres dimensiones básicas del desarrollo humano: Salud, Conocimiento y Nivel de vida.
En su versión más reciente, que corresponde a 2019 con datos para 2018, el IDH muestra que México ocupó el lugar 76 entre 189 países para los que el PNUD calcula el índice. Los extremos van desde el país con el mayor índice, Noruega, hasta el menor, Níger. Es interesante destacar que en América Latina el país mejor colocado es Chile, donde se ha aplicado con mayor intensidad el modelo neoliberal que tanto aborrece AMLO.
Los ejemplos del IDM y del IDH serían suficientes para demostrar que las propuestas de AMLO son solo distractores y que sus planteamientos no son serios. Pero cabe agregar que también la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) produce regularmente un estudio que mide el bienestar de la población en sus países miembros y, en su edición de este año, en cuatro países asociados no miembros. Esta medición incluye: Ingreso y patrimonio financiero; Vivienda; Trabajo y calidad del empleo; Salud; Conocimientos y habilidades; Calidad del medio ambiente; Bienestar subjetivo; Seguridad; Balance vida-trabajo; Conexiones sociales; Compromiso cívico; Capital natural; Capital económico; Capital humano; y Capital social.
En México el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha publicado algunos trabajos aplicando la metodología de la OCDE. Además, para información de AMLO, un grupo de organizaciones como la encuestadora Gallup y la Universidad de Oxford, participan en la publicación desde 2012 de un Índice Mundial de la Felicidad, en el cual uno de los indicadores considerados es la percepción sobre la corrupción.
Todo lo anterior confirma que AMLO no tiene el menor conocimiento de lo que ya existe en materia de indicadores económicos, bienestar y hasta de la felicidad, por lo que su propuesta de formar un equipo multidisciplinario para definir un nuevo parámetro distinto del PIB es un desperdicio más de recursos y otra frivolidad con la que aborda las decisiones que debería de estar tomando para mejorar realmente las condiciones de vida de la población mexicana.