Por: Luis Reed Torres
Si en alguna entrega anterior me referí a don Lorenzo de Zavala, don Guillermo Prieto y don Francisco Bulnes –tres importantes personajes liberales de distintas épocas– como escritores honrados que reconocieron siempre a don Agustín de Iturbide como Libertador de México (no hace mucho publiqué aquí mismo dos cartas íntegras de don Vicente Guerrero en igual tenor), esta ocasión, en este mes de la patria que va corriendo, me ocuparé igualmente de otros tres distinguidos individuos, asimismo de filiación liberal –y uno de ellos incluso partícipe insurgente de la primera etapa de la guerra de independencia– que asimismo aludieron en todo momento a don Agustín como el hombre a quien realmente se debe la independencia mexicana.
Me refiero a don Andrés Quintana Roo, don Juan O’ Donojú y don José María Luis Mora.
Oriundo de Mérida, Yucatán, y nacido en 1787, Quintana Roo se afilió a la insurgencia y la difundió en periódicos como El Semanario Patriótico Americano y el Ilustrador Americano. Presidente del Congreso de Chilpancingo en 1813, en el México independiente fue varias veces diputado, senador y magistrado de la Suprema Corte. Antes ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores e Interiores en el gabinete iturbidista del 11 de agosto de 1822 al 22 de febrero de 1823. Casó con doña Leona Vicario, valerosa dama insurgente hoy reconocida como Benemérita Madre de la Patria.
Pues bien, en su conocida oda Dieciséis de Septiembre, Quintana Roo rinde desde luego homenaje a Hidalgo, Morelos y Guerrero, pero reconoceen Iturbide al Libertador de México:
«Mas ¿quién de la alabanza el premio digno
con títulos supremos arrebata,
y el laurel más glorioso a su sien ata,
guerrero invicto, vencedor benigno?
El que en Iguala dijo:
libre la patria sea, y fuélo luego
que el estrago prolijo
atajó, y de la guerra el voraz fuego,
y con dulce clemencia
en el trono asentó la independencia
¡Himnos sin fin a su indeleble gloria!
honor eterno a los varones claros
que el camino supieron prepararos
¡Oh, Iturbide inmortal! a la victoria,
sus nombres antes fueron
cubiertos de luz pura, esplendorosa;
Mas nuestros ojos vieron
brillar el tuyo como en noche hermosa
entre estrellas sin cuento
a la luna en el alto firmamento
¡Sombras ilustres que con cruento riego
de libertad la planta fecundasteis,
y sus frutos dulcísimos legasteis
al suelo patrio, ardiente en sacro fuego!
Recibid hoy, benignas,
de su fiel gratitud prendas sinceras, en alabanzas dignas
más que el mármol, el bronce y duraderas,
con que nuestra memoria
coloca en el alcázar de la gloria»
(Antología del Centenario, Estudio Documentado de la Literatura Mexicana del Primer Siglo de Independencia, Obra Compilada Bajo la Dirección del Señor don Justo Sierra, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, por los Señores don Luis G. Urbina, don Pedro Henríquez Ureña y don Nicolás Rangel, Vol. 1, México, imprenta de Manuel León Sánchez, 1910, 416 p., pp. 193-194. Énfasis en el original).
Asimismo, en una carta que don Andrés envió al periódico El Federalista para aclarar algunos puntos históricos con don Lucas Alamán, pueden leerse párrafos como éstos:
«La verdad es que sostuve, en cuanto estuvo a mi alcance, el gobierno del señor Iturbide, porque de su ruina estaba yo previendo que íbamos a caer en malísimas manos.
«Apenas los enemigos de la patria consumaron la ruina del señor Iturbide, cuando no teniendo yo ni qué esperar ni qué temer de él, tomé a mi cargo el honroso empeño de defender su gobierno y su persona contra la furia desenfrenada de sus calumniadores. Recordará el señor Alamán que El Borbonismo sin Máscara, las Reflexiones Sobre la Ley de 2 de Octubre y otra cantidad de impresos que entonces publiqué, son las más decididas apologías de la conducta y administración del héroe de Iguala» (Junco, Alfonso, Insurgentes y Liberales Frente a Iturbide, México, Editorial Jus, S.A., 1971, 94 p., pp. 32-33. Énfasis de Luis Reed Torres).
Nótese como Quintana Roo, prototipo del ideal insurgente de la primera época, identifica a los adversarios de Iturbide como enemigos de México a quienes, además, acusa enérgicamente de feroces calumniadores.
Paso ahora al testimonio de don Juan 0′ Donojú.
Sevillano de nacimiento, de ideas liberales, Teniente General de los Reales Ejércitos y último de los sesenta y tres virreyes de la Nueva España (aunque su nombramiento oficial fue el de Jefe Político Superior de la Nueva España), don Juan envió en 1821 un largo informe a don Ramón López Pelegrín, Ministro de Ultramar del rey Fernando VII, que dio a luz la Imprenta Imperial en México en 1822, en el que refiere que encontró a la Nueva España ya prácticamente libre y del que reproduzco algunas líneas en virtud de la importancia de sus juicios.
«Todas las provincias de Nueva España habían proclamado la independencia –escribió 0′ Donojú–. Todas las plazas habían abierto sus puertas por fuerza o por capitulación a los sostenedores de la libertad. Un ejército de treinta mil soldados de todas las armas, regimentados y en disciplina (…) dirigidos por hombres de conocimiento y carácter y puesto a la cabeza de sus tropas un jefe que supo entusiasmarlos (Iturbide), adquirirse su concepto y su amor, que siempre les condujo a la victoria y que tenía a su favor todo el prestigio que acompaña a los héroes…».
Más adelante reconoce lo que ya era obvio:
«La independencia ya era indefectible, sin que hubiese fuerza en el mundo capaz de contrarrestarla; nosotros mismos hemos experimentado lo que sabe hacer un pueblo que quiere ser libre. Era preciso, pues, acceder a que la América sea reconocida por nación soberana e independiente, y se llamase en lo sucesivo Imperio Mexicano».
Y luego una verdad indudable que desde luego Iturbide pregonó siempre:
«El gobierno monárquico constitucional modificado –continuó don Juan– es el mejor que la política conoce para los países que reúnen a población y extensión considerable, cierto grado de recursos de educación y de luces que les hace insufrible el despotismo al mismo tiempo que no tienen todas las virtudes que sirven de sostenimiento a las repúblicas y estados federativos» (Modelo de Virtud y Filantropía. Loor Eterno al Excelentísimo Señor D. Juan de O’ Donojú, México, Imprenta Imperial de don Alejandro Valdés, 1822, 8 p., pp. 2-5. Énfasis de Luis Reed Torres).
Concluyo esta entrega con un discurso y una misiva debidos a don José María Luis Mora, abogado y doctor en Teología, diplomático y prolífico escritor oriundo de Chamacuero, Guanajuato, y que forma, junto con don Valentín Gómez Farías, la mancuerna promotora del liberalismo en México, sobre todo a partir de la tercera década del siglo XIX.
En un Discurso Sobre la Independencia del Imperio Mexicano, aparecido el 21 de noviembre de 1821 en el Semanario Político y Literario de México, el doctor Mora, tras argumentar sólidamente sobre el derecho del pueblo mexicano a la libertad, puntualiza:
«Mas llegó el día feliz que hizo rayar la aurora de la nacionalidad en el país de Moctezuma y la actividad de las luces penetró en la masa del ejército mexicano; llegó el memorable 24 de febrero y los campos de Iguala repitieron los ecos de la libertad pronunciada por el inmortal Iturbide; a su voz se deshacen las cadenas que ataban el nuestro a otro hemisferio, y libres de ellas colocamos en el país de Anáhuac un solio a la libertad desterrada de él por tres centenares de años; resuena esta voz en las provincias y se propaga con la velocidad del rayo por todos los ángulos del Imperio» (Mora, José María Luis, Obras Sueltas, Tomo II, París, Librería de Rosa, 1837, 510 p., p. 19. Énfasis de Luis Reed Torres).
Poco menos de dos meses después, el 18 de enero de 1822, el propio Mora escribió a Iturbide para agradecerle haber aceptado el nombramiento de Patrono y Protector del Colegio Imperial y más antiguo de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso, investidura que hasta poco antes de la independencia habían ejercido los virreyes:
«(…) nada nos resta sino agradecer a la Soberana Junta su oportuna resolución, tan benéfica para nosotros, y suplicar a Vuestra Alteza se sirva admitir benignamente nuestros respetuosos homenajes, concedernos el permiso de proponer las reformas y mejorías que el transcurso de los tiempos y la diversidad de las circunstancias hacen del todo necesarias en nuestros estatutos, y dictar desde luego las acertadas providencias que su acreditado tino y ardiente deseo del bien público estime conducentes al mayor lustre y prosperidad del Colegio, el cual se lisonjea ya de pertenecer por este nuevo título, y de mirar como a patrono y protector especial suyo al glorioso libertador de la patria, al invicto restaurador del Imperio Mexicano, al héroe de la América del septentrión». (Mora, José María Luis, Obras Completas, Tomo I, México, Secretaría de Educación Pública e Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Investigación, recopilación, selección y notas de Lilian Briseño Senosiain, Laura Solares Torres y Laura Suárez de la Torre. Prólogo de Eugenia Meyer, 1986, 530 p., pp. 25-26. Énfasis de Luis Reed Torres).
En suma, don Agustín de Iturbide es el auténtico Libertador de México, pésele a quien le pese, según se desprende de multitud de hechos y testimonios históricos acuciosamente investigados y honradamente interpretados.
Como bien indicó –o mejor dicho preguntó– el célebre poeta Amado Nervo al aludir al héroe de Iguala y creador de nuestra hermosa bandera tricolor: