—I de II—
Por: Jorge Ávila Fuentes
Posiblemente el episodio que más vivamente haya sacudido a la Nueva España lo constituya el suceso conocido como la conjuración de Martín Cortés entre 1563 y 1567, pues implicó a gran número de personas que fueron ejecutadas, desterradas o que sufrieron la pérdida de sus bienes. En todo caso, el escándalo fue mayúsculo en virtud de que en el mismo estuvieron inodados eminentes personajes.
Resulta que don Martín Cortés, hijo del Conquistador y de doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga y segundo Marqués del Valle, regresó a la ciudad de México (había nacido en Cuernavaca en 1533) el año 1563 después de haber servido en la corte de Madrid durante varios años. Su distinción, porte, buenas maneras y riqueza le hicieron destacar rápidamente en los altos círculos sociales de la capital y pronto se le vio rodeado de un sinfín de amigos, descendientes a su vez de los antiguos conquistadores. El Marqués vivía a todo lujo y tenía a su servicio a miles de indios que, dicho sea de paso, veían en él la encarnación de don Hernán, a quien en su tiempo consideraron siempre un padre protector.
Así, pronto entabló don Martín relaciones amistosas con el virrey don Luis de Velasco y con el hermano y el hijo del gobernante, don Francisco y don Luis (que luego sería también virrey), respectivamente. Empero, del buen entendimiento se pasó pronto a la abierta enemistad, pues chocaban frontalmente el orgullo y la altivez del Marqués con el celo y férreo don de mando del virrey De Velasco.
En esas condiciones, el Marqués mandó hacer un sello personal que derrochaba ostentación y que rivalizaba con el del mismo rey de España, Felipe II, y se le prohibió utilizarlo; adicionalmente, cuando el visitador Jerónimo de Valderrama arribó por esos días a la Nueva España, don Martín se apresuró a salir a su encuentro anticipándose al virrey, lo que ocasionó un serio disgusto a don Luis, quien adujo que nadie podía adelantarse al pendón real. La rivalidad, pues, crecía día con día.
Formados prácticamente dos grupos, uno del Marqués y otro del virrey De Velasco, el asunto se agravó porque por ese tiempo se habló de que tuvieran aplicación las llamadas Nuevas Leyes, que contemplaban que el usufructo de las tierras de los conquistadores pasaría a manos de la corona una vez muertos aquellos y sus hijos. Es decir, se dejaba de lado a los nietos.
Reunidos alrededor de don Martín, los descendientes de los conquistadores empezaron, primero tibiamente y luego con mayor decisión, a acariciar la idea de separar al reino de la corona española y nombrar monarca al propio hijo de don Hernán. En esas estaban cuando la muerte sorprendió al virrey De Velasco, y la Audiencia que temporalmente le sucedió aparecía débil y con poco prestigio para enfrentar semejante eventualidad.
De entre los más íntimos del Marqués distinguíanse los hermanos Alonso y Gil González de Ávila, el primero arrebatado y decidido, y el segundo sereno y reflexivo; igualmente los hermanos Baltasar y Pedro de Quesada, Cristóbal de Oñate, llamado el joven, y un licenciado Espinosa, clérigo de la catedral metropolitana.
Hubo después una fiesta en que los anteriores personajes y algunos más representaron el arribo de Hernán Cortés a Tenochtitlan, y en un momento dado Alonso González de Ávila, caracterizado como Moctezuma, colocó sobre la cabeza de la Marquesa, doña Ana Ramírez de Arellano, un copilli, guirnalda de plumas que a guisa de corona real usaban los monarcas mexicas. Como es de suponer, esto encendió aún más las habladurías, y debe reconocerse que si bien es cierto que existía la intención de romper los lazos con España, también lo es que los complicados en el asunto actuaban sin el menor recato ni la mínima precaución. Y, cosa curiosa, en aquella malhadada representación histórica había decenas de invitados que nada tenían que ver con el caso pero que quedaron fichados por las autoridades virreinales.
Acelerada la situación, cada uno de los conjurados fue comisionado para desempeñar determinado papel en el golpe que se avecinaba. Así, se prendería rápidamente y se ejecutaría de inmediato a los integrantes de la Audiencia; logrado esto, el licenciado Espinosa daría dos campanadas en la torre de catedral como señal para detener y ejecutar a don Francisco y a don Luis de Velasco, hijo; se quemarían también los archivos y luego saldría don Luis Cortés (hijo del Conquistador y de doña Elvira de Hermosillo y por tanto medio hermano del Marqués) para apoderarse del puerto de Veracruz y de la flota allí surta; a su vez, el otro Martín Cortés (vástago de don Hernán y de doña Marina, la Malinche, e igualmente medio hermano del Marqués) se encargaría de ganar para el movimiento las ciudades del interior; logrado pues el control del territorio, don Martín Cortés sería proclamado rey y se pediría al Papa la investidura del reino; al mismo tiempo, el ya citado licenciado Espinosa se dirigiría a Sevilla en busca del primogénito del Marqués para traerlo a México; finalmente, el nuevo rey repartiría toda la tierra y rodearía a su trono de una nobleza tanto criolla como india.
En la segunda y última entrega de esta historia se verá cómo la indecisión en un momento clave dio al traste con todo lo minuciosamente planeado.
(Concluirá)