–II y Último–
Por: Jorge Ávila Fuentes
Continúo aquí la secuencia de la vida de José Martí en México, de quien dijo habíase enamorado perdidamente de Rosario de la Peña, pese a que ésta sólo amó en realidad, según todos los indicios, al poeta Manuel M. Flores, quien falleció en su regazo.
También son conocidos los amores de Martí con la eximia actriz Concepción Padilla, primera figura de su obra Amor con Amor se Paga, si bien aquellos sólo parecen haber sido inquietudes de juventud y sin perjuicio de que amara verdaderamente a Carmen Zayas-Bazán, con quien contrajo nupcias en México.
Aunque por corto tiempo, también la revista El Federalista gozó del privilegio de contar entre sus colaboradores a José Martí, quien a poco partió a Guatemala para hacerse cargo de dos interesantes cátedras.
Es don Manuel Mercado –su más querido amigo mexicano– quien recibe su última carta –considerada como su testamento político– la víspera de la tragedia de Dos Ríos, y a quien Martí compuso el siguiente verso: «La tarde en que al amigo mexicano/mi amor conté, por donde el campo verde/al alma invita este placer de hermanos: / Ya en la férvida noche de agonía/en que le dije adiós, piense el amigo/ que me dejo a la puerta de mi casa/ y en fuerte abrazo sollozó conmigo/el fiero mal de la fortuna escasa».
El amor y el agradecimiento de José Martí a México son proverbiales y así lo transmite en sus epístolas al propio Mercado: «Como sale un suspiro de los labios de los desdichados, así se me sale México a cada instante del pensamiento y de la pluma…»Si no amase a México como a una patria mía, como a patria lo amaría por ser usted su hijo y vivir usted en él…» «Si no fuera Cuba tan infortunada, querría más a México que a Cuba».
Don Juan de Dios Peza, don Ignacio Manuel Altamirano, don Justo Sierra, don Francisco Bulnes, don Manuel M. Flores, don Ignacio Ramírez «El Nigromante», don Manuel Gutiérrez Nájera y tantos otros representantes extraordinarios de la literatura mexicana, quedaron cautivados de la sapiencia, la simpatía y la modestia de Martí. Y todos cantaron loas a su figura.
Tras una larga serie de peripecias en los años siguientes –en el que José viaja indistintamente por Estados Unidos y otros países del continente–, ora unificando criterios, ora en denodada lucha por conseguir la libertad de su amada Cuba, Martí retorna a nuestro país el 18 de julio de 1894. Muchos de sus amigos han envejecido; otros han pasado a mejor vida. Pero él se siente feliz de estar de nuevo en México.
No obstante, su pensamiento y su meta están fijos en la independencia cubana y abandona a los mexicanos para siempre a fin de dirigirse a Nueva York. Y de aquí a Cuba, a la trágica cita con el destino en Dos Ríos el 18 de mayo de 1895. Su naturaleza fogosa le había impulsado a estar en primera fila, tal como lo había profetizado en sus Versos Sencillos: «No me pongan en lo oscuro/a morir como un traidor: /Yo soy bueno, y como bueno/moriré de cara al sol».
Ahora bien, sirva este breve apunte en dos partes sobre José Martí, a quien con justicia se ha llamado El Constructor de la Nacionalidad Cubana, para hacer hincapié en algo que en los últimos tiempos ha confundido a no pocas personas merced a una hábil, machacona y capciosa propaganda: José Martí, Apóstol de la Independencia de Cuba, jamás fue marxista ni albergó sentimiento alguno que pudiera identificarle con esa idea. Su acendrado patriotismo, su ilimitado e incondicional amor al prójimo y su marcada sensibilidad espiritual bastarían para percatarse cabalmente de que José Martí podría ser todo, menos comunista. Si en las épocas actuales se coloca su retrato junto a los de Fidel Castro, Lenin, Engels, Mao, etcétera, esto obedece a la necesidad que tiene la tiranía imperante en Cuba de atraer a los indispensables «tontos útiles» hacia el manto de una figura auténticamente nacional. En otras palabras, el comunismo ha secuestrado la figura de José Martí para reclutar prosélitos y engañar a la gente a través del argumento de que combatió al imperialismo, pero ocultando deliberadamente que el prócer pugnó por una independencia real, genuina, y no por sacudirse un yugo para entregarse posteriormente a otro.
El pensamiento de José Martí fue enteramente contrario al comunismo y eso es fácilmente demostrable a través de sus propias obras, tanto en prosa como en verso, pues predicó exactamente lo contrario que caracteriza a la subversión, esto es el amor, la confraternidad, la libertad de pensamiento, la devoción nacionalista, la suprema virtud del trabajo libremente desempeñado, el enaltecimiento de los valores espirituales en nuestra América, etcétera. Es decir, abogó por normas de convivencia que son absolutamente aniquiladas por el marxismo cuando éste asalta el poder en algún país.
En una carta a Serafín Sánchez, patriota cubano que participó en diversas campañas por la independencia de su país, Martí consignó con toda claridad lo que sigue:
«Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados» (Martí, José, Obras Completas, Volumen III, 1894).
También señaló: «La libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía».
Y esto: «La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes».
No quiero concluir estas líneas sin reproducir lo que el 28 de julio de 1894 publicó El Universal al dar noticia del paso de José Martí durante su postrero viaje a nuestro país:
«Ha pasado por México un gran artista, un excelso tribuno, un poeta centelleante, un magno espíritu: José Martí. Aquí dejó hace diecisiete años robustas amistades y altas admiraciones que han crecido. Esta es su tierra, porque él no es de Cuba nada más: es de América».