Por: Justo Mirón
¿Pues qué creen, amigochitos todos? Que cuando ya todo México respiraba tranquila y plácidamente porque el gobierno de El Megalómano de Palacio pregonaba a los cuatro vientos –y de hecho urbi et orbi– que la corrupción que asolaba a este desventurado país se había acabado, he aquí que de pronto surgen no una, sino ¡siete revelaciones! que dan al traste con todo lo asegurado y que exhiben al actual gobierno como tanto o más deshonesto que cualquiera de sus predecesores.
Sí, mis amigos, desde el primer día de esta gloriosa administración se afirmó, con toda solemnidad, que las prácticas punibles en materia de dinero que tenían su origen en el seno del régimen ya eran cosa del pasado y que de hoy en adelante todo sería albo y transparente. «¡No somos iguales!», repetía y repite una y otra vez El Megalómano de Palacio. «¡Qué emoción!», secundó el noble pueblo mexicano, el mismo que ha sido víctima, también una y otra vez, del peor de sus verdugos: su propio gobierno.
Pero, ¡oh decepción!, hete aquí que los impulsores de la transformación de cuarta se encargaron pronto de mostrarle a la nación su verdadera faz y el auténtico alcance de sus prácticas y propósitos.
Y así, a la viciada práctica de nombrar incondicionales para determinados cargos públicos independientemente de su capacidad –casos en los que también este gobierno se ha caracterizado en idéntica o peor manera que los anteriores–, atestiguamos desde un principio su opacidad en cuanto al manejo de los recursos de la nación, y se atestiguó que infinidad de contratos que se adjudicaban para tal o cual trabajo o encomienda se hacía de manera directa, es decir sin licitación pública alguna como debe ser.
Pero además, cuando se ha señalado una serie de irregularidades de tal o cual funcionario en particular o de tal o cual dependencia específica, El Megalómano de Palacio, lanza en ristre, acomete prontamente contra los denunciantes de esos ilícitos y los moteja de «señoritingos», «sabelotodos», «fifis» y, desde luego, su calificativo favorito: «conservadores», aunque su ignorancia enciclopédica le impida comprender cabalmente lo que está diciendo.
En tal tenor, no sorprendió en absoluto que cuando se documentó con pelos y señales la dudosa procedencia de los cuantiosos bienes de Manuel Bartlett, el propio Megalómano saltara a la palestra para defender a capa y espada a su subordinado. Y fue sólo cuestión de trámite su absoluta exoneración de parte de la flamante Secretaría de la Función Pública. Todo esto sin perjuicio de que el multicitado Megalómano, en ido tempore, hubiese acusado al mentado Bartlett de ser indiscutiblemente corrupto y miembro prominente de la mafia del poder. Ahora, con la absolución de sus pecados de parte de su Sumo Pontífice, don Manuel se pasea mondo y lirondo por estas calles de Dios (a menos, claro, que se halle confinado en la calidez de su hogar por aquello de la pandemia).
Llegamos así al punto clave: el hijito de Bartlett, León Manuel Bartlett Alvarez, pa’ no quedarse atrás de su famoso padre en asuntos de índole ilegal, se ha visto beneficiado por seis asignaciones millonarias directas (y otra obtenida en licitación pública) que varias dependencias oficiales le han otorgado. A saber: una del ISSSTE por 94.4 millones de pesos de equipo de ultrasonido torácico; otra del mismo Instituto por 275 mil pesos en material radiológico; otra más de la misma institución por 65 mil pesos en termómetros; una del IMSS por 31 millones de pesos por concepto de ventiladores para el coronavirus; otra de la misma dependencia por 8.2 millones (esa fue en licitación pública) para mantenimiento preventivo correctivo; una de Sedena por 23.4 millones para mantenimiento integral plurianual; y una última de Marina por 4.9 millones de pesos por mantenimiento preventivo de cirugía robótica. Todo arroja en total la nada despreciable suma de poco más de 162 milloncitos de pesos.
A todos estos graves y documentados señalamientos, El Megalómano de Palacio contestó, aunque usted, amigochito lector no lo crea, que «no somos iguales. Llegamos aquí para desterrar la corrupción». Y de plano desestimó las acusaciones contra el vástago de su colaborador: «Son tiempos en que deberían estar pensando en cómo ayudar para curar a enfermos, para salvar vidas».
¡Pobre país mío. Tan lejos de Dios y tan cerca del «combate a la corrupción» encabezado por El Megalómano!