Por: Luis Reed Torres
Entre el 13 y 15 de febrero de 1945, es decir exactamente setenta y cinco años atrás, se escribió una de las páginas más aberrantes en la historia de la especie humana. Esos días, tanto la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) como la Real Fuerza Aérea británica (RAF) bombardearon cuatro veces consecutivas la ciudad de Dresde, en Alemania, conocida como «la Florencia del Elba» y causaron la muerte de más de ¡trescientas cincuenta mil personas!, prácticamente todas civiles. Semejante cifra supera los decesos de los ataques atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, que registraron entre ambas 250 mil fallecidos.
En semejante operación –diurna y nocturna– intervinieron más de mil naves aliadas de largo alcance que arrojaron cuatro mil toneladas de explosivos sobre la urbe citada, que quedó devastada por mortíferas bombas que contenían fósforo líquido y provocaban multitud de incendios incontrolables. De hecho, de eso se trataba, de causar el mayor daño posible a través de una interminable tormenta de fuego.
Dresde albergaba 800 mil refugiados procedentes del este que huían del incontenible avance soviético y no contaba en su seno tropas de ninguna clase ni instalaciones militares. Tampoco existían fábricas para el esfuerzo bélico alemán que la convirtieran en codiciada presa para un ataque. Es más, ni siquiera contaba con emplazamientos de artillería antiaérea para su eventual defensa. En pocas palabras, Dresde era una ciudad abierta, una ciudad-hospital, una ciudad donde sólo había ingentes masas de civiles aterrorizados. Una ciudad completamente inerme…
Tras la completa destrucción del centro histórico por el primer ataque, una segunda acometida acabó hasta con los bomberos que habían acudido y que afanosamente se esforzaban en apagar los incendios iniciales; una tercera incursión aérea con 150 mil bombas de fósforo líquido activó la gigantesca pira en que se hallaba convertida la ciudad y culminó con vuelos rasantes para ametrallar a los indefensos habitantes que en vano pretendían huir enloquecidos por el terror. Hombres, mujeres, niños y ancianos quedaron calcinados por la brutal embestida de la aviación aliada, e incluso las pobres bestias del zoológico ardieron hasta la muerte en medio de lastimeros quejidos.
Un cuarto ataque de los bombarderos aliados culminó con la destrucción de la Iglesia de Nuestra Señora, y los incendios se extendieron por la periferia de la ciudad y no se extinguieron sino hasta cuatro o cinco días más tarde. Miles de cadáveres no pudieron ser identificados y se dispuso su completa incineración en previsión de posibles epidemias.
Los fantasmagóricos incendios derritieron vidrios y metales y miles de personas perecieron sofocadas en refugios subterráneos; la tormenta de fuego atizada por vientos huracanados aniquiló todo a su paso y los gases tóxicos se esparcieron mortalmente por toda la ciudad. Cientos de cuerpos de niños pequeños aparecieron después apilados en bodegas donde se habían refugiado. Muchos habían muerto asfixiados por las emanaciones de humo y otros quemados vivos.
Por si todo lo anterior fuera foco, todavía el 17 de abril siguiente se registró un último ataque aéreo sobre la martirizada Dresde –capital de Sajonia–, cuando la aviación estadunidense lanzó por igual bombas explosivas y bombas incendiarias. El 8 de mayo de 1945, oficialmente el último día de la guerra en Europa, Dresde fue ocupada por el Ejército Rojo.
El centro de Dresde, mayormente distinguido por sus construcciones renacentistas, fue enteramente destruido por la bárbara acción aliada y muchas calles adyacentes se hallaban cubiertas de cráteres y escombros de todo tipo. Una densa nube de humo tornó casi irrespirable la atmósfera durante varios días.
Tal fue la sevicia con que se condujeron Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill contra la población inerme al final de la Segunda Guerra Mundial.
De los muchos textos que se han ocupado sobre este atroz crimen destacan tres que cito a continuación: Advance to Barbarism, 1953 (cuyo título en español fue El Crimen de Nuremberg, de F.J.P. Veale, (edición en español de Editorial AHR, 1954); Lluvia de Fuego Sobre Alemania, de Hans Rumpf, Editorial Herrero, 1965; y La Destrucción de Dresde, de David Irving, Editorial Ojeda, 2011 (primera edición, Fermín Uriarte Editores, 1967).
Este asesinato masivo, como otros muchos cometidos por las potencias vencedoras, se encuentra hoy casi olvidado…