Por: Gustavo Novaro García
Los mexicanos ignoramos lo que sucede debajo de nuestra frontera sur. Con la excepción de los chiapanecos y los quintanarroenses que tienen contacto directo con los vecinos centroamericanos, en el resto del país lo que pasa en el espacio entre México y Sudamérica se percibe muy difuso.
En líneas generales de Belice se sabe que hablan inglés, de Nicaragua que hay un dictador comunista, de Guatemala que es un país indígena, de Panamá que hay un canal y es un buen lugar para compras, de Honduras que son rivales en el futbol, de Costa Rica que es pacífico y quieren a los mexicanos y de El Salvador que exporta pandilleros.
El Salvador es un país pequeño, de 21 mil kms2, pero densamente poblado, con 6 y medio millones de habitantes; en comparación, el Estado de Hidalgo que es casi del mismo tamaño, tiene menos de la mitad de población.
Pero de tiempo en tiempo, algo que acontece en ese país se percibe en el radar mexicano.
Uno de esos hechos, fue el arribo al poder de un nuevo presidente que prometía una línea dura contra los criminales. Se trata de Nayib Bukele, y el contraste con lo que sucede aquí es esclarecedor de propósitos y formas.
Ha sido empresario desde los 18 años de edad, administraba una agencia de motocicletas, y se fogueó en la política municipal, primero como alcalde de Nuevo Cuscatlán y luego de San Salvador. En sus inicios políticos, formó parte hasta 2017 del izquierdista Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), pero luego se separó de el y formó la Gran Alianza por la Unidad Nacional, la que lo llevó a la presidencia.
Bukele es un hombre joven, nació el 24 de julio de 1981, de ascendencia palestina -su padre era un clérigo musulmán-, que llegó al poder en febrero del año pasado al obtener el 54% de los votos a favor. Su campaña electoral se basó en dos ejes: combatir la corrupción y poner en orden a las pandillas que han dominado la vida pública salvadoreña con su violencia.
Una de sus primeras acciones de Bukele al asumir al poder, el 1 de junio de 2019, fue romper y denunciar el régimen de Nicolás Maduro, a quien acusó de dictador.
Bukele es muy hábil en el uso de Twitter, prueba de ello es la forma como puso contra la pared al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, cuando México repatrió a salvadoreños y Bukele acusó que eran portadores del Covid19 -resultó que no-, pero el efecto fue favorable al salvadoreño.
El 9 de febrero de este año, Bukele ingresó al congreso salvadoreño acompañado por policías y soldados armados, para que aprobara un préstamo por más de 100 millones de dólares para combatir a las pandillas criminales. Las dos principales mafias son la Mara Salvatrucha-13 y las dos facciones del Barrio 18. Ambas están nutridas y crecieron al amparo de los gangs californianos y de la guerra civil que asoló a esa nación en los años 80.
Bukele sacudió a la opinión pública del continente cuando aprobó que la policía usara fuerza letal contra los pandilleros, cuando la tasa de homicidios se disparó este año. Además, tomó fuertes medidas contra los encarcelados, mezclando en las celdas a los miembros de ambas facciones, los que se hacen llamar “homeboys”.
Previsiblemente los defensores de los derechos humanos protestaron, Bukele respondió que los pandilleros violaban el mayor derecho humano, que es la vida. Los maras salvadoreños se han vuelto famosos por las extorsiones, las violaciones sexuales y el tráfico de drogas.
En México se han dado a conocer por los tatuajes que les cubren todo el cuerpo y por violentar a los migrantes ilegales, además se han alquilado como sicarios para los cárteles de la droga.
Las medidas de Bukele para controlar esa plaga social, y para prevenir la expansión del Covid en su país, le valen calificativos de inhumano y autoritario. Yo prefiero un líder que enfrente sin temor y con dureza a pandilleros que no vacilarían en dispararme o robarme, a uno que les de un abrazo y mire para otro lado. ¿Y ustedes?