Por: Graciela Cruz Hernández
En el seno de una familia adinerada, católica y conservadora, nació Concepción Lombardo Gil de Partearroyo, el 8 de noviembre de 1835 en la Ciudad de México. Hija de Francisco Ma. Lombardo, y de Germana Gil de Partearroyo, ambos eran descendientes de familias europeas. Tuvo seis hermanos y cinco hermanas. Fue bautizada, por el Illmo. Sr. Obispo de Monterrey don José María Belaunzarán.
Concepción Lombardo, en sus “Memorias” que constaban de doce manuscritos, escritos en su edad adulta, comenta que su primera “instrucción” fue a cargo de unas mujeres de apellido Peñarrojas. Fue una dura experiencia el tiempo que Concepción tuvo que pasar en ese lugar de “instrucción” la cual se reducía prácticamente a la lectura del catecismo del Padre Ripalda. Recuerda Concepción: “Poco o nada se aprendía allí; pues todo consistía en repetir de memoria lo que nos enseñaban y como no nos hacían la menor explicación, no podíamos conservarlo fácilmente en la memoria”. Lo más rescatable eran las labores de mano que enseñaban aquellas mujeres, eran labores de gran mérito y sumamente difíciles realizadas entre castigos y lágrimas.
Lo que Concepción recuerda en sus Memorias con cariño eran las deseadas salidas anuales de la capital, a un pueblo llamado Tizapán. Ahí se despejaba de todo lo que vivía en la capital. Concepción también recuerda que sus diversiones en casa eran diferentes a las de sus hermanas. Ella tenía una gran pasión por el teatro y como podía armaba, decoraba o mandaba hacer las decoraciones e incluso las tramoyas se las hacía un carpintero. Recuerda Concepción:
“A mis funciones de Teatro asistían generalmente varios de los criados de casa. Por la noche comenzaba la función, y mi papacito se ponía detrás de alguna puerta para oír lo que yo hacía, entonces Hermenegilda me lo advertía y yo, como si no lo viera, al fin del acto, le improvisaba un verso que yo cantaba y que decía, En esta grande función, se va a bailar con un dardo, ¡Gritemos con alegría! ¡Que viva Don Francisco María Lombardo! ¡Que viva! gritaba mi auditorio. Todo esto encantaba a mi amado papacito, que saliendo de su escondite aplaudía y me llenaba de besos”.
El padre de Concepción fue uno de los firmantes del acta de Independencia, pero cuando Agustín de Iturbide se proclamó emperador, se distanció de Iturbide. Fue diputado del Primer Congreso Constituyente y, durante la primera presidencia de Antonio López de Santa Anna, fiel al presidente, fue Ministro de Hacienda. Con la caída del poder de Santa-Anna, el sr. Lombardo, que servía a esa administración fue puesto en prisión.
El 16 de Septiembre de 1847, entró el ejército norteamericano a la capital de la República. Tanto Concepción como su familia sufrían por la suerte que podrían correr sus familiares pues aparte de su padre uno de sus tíos era Coronel de Artillería, y otro era oficial de Ingenieros. Comenta Concepción en sus memorias: “Se atropellaban las malas noticias que llegaban a profusión y casi todos los días se derramaban lágrimas por la pérdida de algún buen amigo que había sucumbido en la lucha y que había muerto en defensa de la Patria. ¡Qué días tan amargos fueron aquéllos! por varios días abandoné mis juegos y travesuras y uní mis lágrimas a las de mi madre y mi abuela”.
Por fin, un día llegó una carta de su padre avisándoles que se encontraba en Querétaro, y ordenó que cuanto antes se reunieran con él. Tras un pesado y difícil viaje de dos días la familia se pudo reunir. En ese año de 1848 tras la firma del funesto Tratado de Paz con los Estados Unidos, por el cual perdió México una gran parte de su territorio. El ejército norteamericano evacuó la Capital y todas las familias que habían emigrado a Querétaro como la de Concepción, volvieron a la capital.
Al regresar a la Ciudad, su casa de la Calle de Cadena adonde había vivido desde su nacimiento, no la pudieron habitar, porque los oficiales norteamericanos que se alojaron en ella, la habían dejado en un terrible estado. Se fueron a vivir a una casita de su padre, fuera del centro de la Ciudad y enfrente al Canal llamado de la Alhóndiga. Era un lugar mal sano y contaminado, su pequeña hermanita Refugio, de cuatro o cinco años, quizá por causa ese mal ambiente tuvo un violento ataque cerebral que le causó la muerte. A las pocas semanas de esta desgracia, pudieron regresar a su casa de la Calle de Cadena.
Concepción retomó su educación pero ahora en casa de la viuda del General Múzquiz; este General había, tomado parte en la guerra de independencia, había sido Presidente de la República, murió pobre dejando a su familia en la miseria. Su nueva maestra otrora Primera Dama, era una mujer de carácter dulce y afable y de excelentes modales. Decía Concepción: “Nunca le oí alzar la voz y cuando nos reprendía nos llamaba a solas a su cuarto y allí nos hacia sus observaciones. En su casa no se enseñaba con azotes ni con castigos y menos con humillaciones, sino con amor y dulzura ¡Ah! si hubiera yo podido estar siempre al lado de aquellos Ángeles. A los tres meses de haber entrado allí, aprendí a escribir, y en dos años que pasé en esa casa, me adiestré en la lectura, en la historia Santa y en toda clase de bordados. Allí se comenzó a abrir mi entendimiento, y si en esa época hubiera yo tenido buenos maestros, habría podido aprender mucho”. Concepción la quiso tanto que la invitó a su boda y cuando la señora Joaquina viuda de Múzquiz murió le rindieron los honores que bien le correspondían.
A fines del año 1849 el General Joaquín Herrera, acabó su tiempo en el cargo de presidente de la República, sucediéndole Mariano Arista. El padre de Concepción era entonces diputado, opositor del Gobierno, trabajaba por la vuelta del general Santa-Anna al país; esto le valió una gran persecución y una noche del 24 de diciembre descubrieron su escondite, lo prendieron y se lo llevaron a la prisión de Santiago Tlatelolco, adonde estaban ya encerrados varios de sus correligionarios. Concepción y su familia lo visitaban diariamente pasando algunas horas a su lado. A principios del 1850 dio el Gobierno una amnistía y fueron puestos en libertad todos los presos. El señor Lombardo siguió siendo diputado y continuó haciendo la oposición al Presidente Arista.
Concepción quedó huérfana en abril de 1885, cuando la revolución de Ayutla había derrumbado el régimen de Santa Anna, su madre ya también había muerto. A la muerte de su padre, vieron perderse la mayor parte de su herencia, se mudaron de su gran casa en la calle la Cadena a una casita alejada del centro de la ciudad para vivir muy modestamente.
Concepción tuvo un pretendiente llamado Perry, un inglés protestante al cual ella no quería y menos por ser ella católica. El joven capitán Miguel Miramón la pretendía y un día que le propuso que se casara con él, Concepción le prometió en tono de broma hacerlo cuando él fuera un General, un buen día Miramón llegó a reclamar lo prometido: llevaba en las manos su banda de General y sin demora fijó la fecha de la boda; Concepción contrajo matrimonio el 24 de octubre de 1858 con Miguel Miramón, general del bando conservador. Concepción disfrutó durante unos pocos meses de la gloria y posición social que éste alcanzó como militar y presidente interino. Desde el inicio de su matrimonio fueron frecuentes las separaciones, porque el general Miramón participaba en las campañas militares de los conservadores en la Guerra de Reforma. Cuando Juárez estableció su gobierno, Miramón se vio obligado a renunciar a su cargo como presidente y a abandonar México en enero de 1861. Un mes más tarde, se reunió con Concepción y sus dos hijos en Cuba, el general se exilió con su familia en Francia.
En París se encontró con los mexicanos conservadores José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte y José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, quienes planeaban con el emperador Napoleón III la creación de una monarquía en México bajo la protección del ejército francés y llevando al trono a un príncipe europeo. No sólo Concepción y los defensores y amigos de su esposo, sino también la historiadora Lilia Díaz, en el capítulo “El liberalismo militante” de la Historia general de México, reconocen que Miramón se opuso con vehemencia a este plan. Afirman que, según él, no debían de comprometerse ni la independencia ni la soberanía de México sólo para lograr el objetivo de derrocar el gobierno de Juárez. Miramón no apoyó al ejército francés durante la Guerra de intervención. Tanto los monarquistas mexicanos como el conde Morny y el emperador Napoleón III se disgustaron a causa del desaire y ya no volvieron a invitar al matrimonio Miramón. La situación en París se tornó incluso tan intolerable para los dos que decidieron trasladarse a España en julio de 1861.
A pesar de su rechazo verbal en 1861 al ofrecimiento de internarse en México bajo la protección de las tropas extranjeras, en enero de 1862, cuando las tropas de Inglaterra, España y Francia desembarcaron en Veracruz, Miramón intentó internarse en México junto con ellas. Pero su plan fracasó y lo embarcaron inmediatamente en un buque de guerra inglés para que se regresara a Cuba y se trasladara posteriormente a Europa. A fin de cuentas Miguel Miramón regresó al país prestando sus servicios al emperador Maximiliano. Tras su derrota y captura en el sitio de Querétaro, los generales mexicanos Tomás Mejía y Miguel Miramón, así como Maximiliano, fueron enjuiciados por delitos en contra de la independencia y seguridad de la nación y en contra del orden y la paz pública, con base en las leyes que Juárez había promulgado el 25 de enero de 1862. Pese a la indignación de los soberanos europeos y a la petición de aplazar el fusilamiento, que fue girada al presidente Benito Juárez por parte del embajador de Prusia, así como a pesar de la petición de indulto por parte de la princesa prusiana Agnés de Salm Salm y de Concepción Lombardo, quien viajó hasta San Luis Potosí, para entrevistarse con el presidente, pero ni sus peticiones ni las peticiones provenientes de Europa lograron que Juárez otorgara el indulto a ninguno de los tres prisioneros, y el 19 de junio de 1867 fueron ejecutados.
Concepción Lombardo, sufrió el dolor de haber perdido a su esposo a ocho años de haber contraído matrimonio; se dice que tras la muerte de su esposo ella conservaba en un frasco el corazón de su esposo y quería llevarlo a Europa, pero el canónigo Ladrón de Guevara confesor de Miramón la hizo entrar en razón y el corazón fue sepultado; ella tuvo que abandonar México al igual que muchos políticos conservadores y sus familiares. Así, el 13 de octubre de 1867 se embarcó con sus hijos en Veracruz rumbo a Europa donde recorrió varios países en calidad de exiliada: Alemania, Bélgica, Francia, Italia y España. Se dice que en una vuelta que dio a México diez años después, y al enterarse de que a pocos metros de la tumba de su esposo estaba enterrado Juárez muy enojada logró trasladar los restos de Miramón y se lo llevó a sepultar a la Catedral de Puebla.
Concepción Lombardo, afirmó que los juaristas actuaban sin moral, y los tachó de anticristianos y antipatrióticos. Reiteró que Juárez comprometió la soberanía nacional al firmar el tratado McLane-Ocampo con Estados Unidos. Sostuvo además que éste sólo pudo financiar su campaña contra los conservadores y el imperio de Maximiliano gracias a las fuertes sumas que el gobierno de aquella nación envío a los liberales.
Sus Memorias son de gran valor, pues sean objetivas o no (en la cuestión política) nos dan testimonio sobre prácticas culturales y costumbres de esa época, también son un valioso documento donde se puede confrontar parte de la historia oficial. Ahí Concepción Lombardo nos presenta una imagen de Miguel Miramón muy al contrario de la versión de muchos que lo presentan incluso como traidor; en ellas también encontramos un proyecto político del partido conservador mexicano del siglo XIX: La fundación de un imperio mexicano con un soberano católico europeo que fortaleciera la posición de México ante el imperialismo creciente de Estados Unidos.
Concepción Lombardo de Miramón murió en Francia en 1921
Fuentes:
https://www.rmporrua.com/blog/memorias-concepcion-lombardo-miramon-no3-capitulo-ii/
https://www.rmporrua.com/blog/memorias-concepcion-lombardo-miramon-no1-capitulo-1/
https://www.nexos.com.mx/?p=5925
https://www.journals.unam.mx/index.php/al_modernas/article/view/31076/28778