Por: Salvador Kalifa Assad
Las plagas, pestes y guerras han ocasionado a lo largo de la historia humana la extinción de grandes números de personas e incluso se ha planteado la hipótesis de que algunas especies completas de los antecesores del homo sapiens, como los neandertales o los denisovanos, fueron víctimas de esos fenómenos.
En todos ellos una característica es que aparecieron como producto de la convivencia en grupos con cierta organización social que entraron en contacto con otros grupos. Se puede decir, por lo tanto, que lo que conocemos ahora como epidemias o pandemias, en el caso de enfermedades como la actual COVID-19 causada por el virus SARS-CoV-2, aparecido originalmente en China y ahora extendido a todo el planeta, son producto de los contactos sociales.
De esta forma, al contraer una enfermedad contagiosa una persona del grupo, la transmitía a aquellos con los que tenía contacto directo y éstos, a su vez, a más miembros con los que interactuaban hasta convertirse en un evento que, dependiendo de la gravedad de la enfermedad, provocaba lo que hoy llamamos epidemia. Este mecanismo de contagio solo fue entendido después de muchos años y, por ejemplo, el pueblo hebreo después de su éxodo de Egipto adoptó la práctica del aislamiento para los enfermos de lepra.
La primera epidemia documentada por el historiador griego Tucídides ocurrió en la Atenas gobernada entonces por Pericles, quien a la larga murió víctima de la enfermedad. Desde entonces, males como el cólera, la peste bubónica, la viruela, la influenza, la malaria, tifus, tuberculosis y otras enfermedades contagiosas han azotado a la humanidad con un saldo elevado de muertes.
Aunque los antecedentes inmediatos más recientes de la actual pandemia, son los de 2003 y 2009, por su magnitud se ha utilizado como referencia la pandemia de 1918. Esta analogía es válida también por varias razones. Una de ellas es que, por haber sucedido a fines de la primera guerra mundial, había una gran interacción entre Europa y América, principalmente, algo que ahora es normal en tiempos de paz, con la adición del Este de Asia (incluyendo a China) como polo económico global importante.
De igual forma, la experiencia de 1918 es relevante porque para disminuir la propagación de la enfermedad en un momento dado se aplicaron medidas generalizadas de control social, como el cierre de escuelas, prohibición de reuniones públicas y órdenes de aislamiento y cuarentena. No obstante, antes de que la pandemia fuera dominada, se relajaron esas medidas y hubo por lo menos 3 brotes que duraron hasta 1919.
Existen estudios en Estados Unidos (EU) donde varias ciudades que levantaron prematuramente las restricciones, luego padecieron un recrudecimiento de los contagios y tuvieron mayores tasas de mortalidad que aquellas ciudades en donde se mantuvo el control por más tiempo. Esta es una de las enseñanzas que pueden ser útiles ahora que, en varios países incluido el nuestro, después de haber sujetado a confinamiento a su población por varias semanas, se ha elevado el nivel de reclamo y de protesta por una pronta normalización de actividades.
Particularmente, en China se ha avanzado bastante en la normalización, aunque todavía se mantienen varias medidas precautorias, como la obligación de utilizar cubrebocas en público y se mantiene un control de la población a través de herramientas tecnológicas que permiten rastrear los casos de interés para las autoridades de salud. En Europa y EU, la presión ha crecido para reabrir negocios y lugares de reunión, por lo que sus autoridades están evaluando la forma de regresar a lo que era la situación antes de la pandemia.
Sin embargo, todo indica que ese regreso será lento y accidentado. Varias empresas y negocios comenzarán a reactivarse, pero tardarán meses o años en recuperar sus operaciones al nivel que tenían previo a la crisis. Esto obedecerá a que ningún país eliminará totalmente las medidas de aislamiento social durante lo que resta del año y posiblemente las prolonguen hasta entrado 2021.
No hay que olvidar que todavía no hay tratamientos que hayan demostrado su eficacia para atacar la pandemia y menos una vacuna que permita inmunizar a la población o a gran parte de los que padecen riesgo de contagio. Aquí también hay una similitud con la situación en 1918 y 1919 porque la penicilina que ayudó a combatir varias enfermedades contagiosas solo fue descubierta en 1928, aunque ahora es de esperarse que el o los medicamentos para combatir esta pandemia y/o el descubrimiento de una vacuna tarde menos tiempo.
Por otro lado, está latente la posibilidad de que más adelante en el año, con la llegada del otoño y el invierno en el hemisferio norte, se reavive el brote de COVID-19 y tengan que reimplantarse las medidas de confinamiento. En este sentido, pudiera suceder que veamos en el futuro episodios de pare y siga en el combate a la pandemia. No obstante, en países como Alemania, España, EU, Francia y el Reino Unido ya comienzan a relajar las medidas de confinamiento y proyectan un proceso de reactivación ordenado.
En México el gobierno mexicano presentó ya su plan para lo que llama Nueva Normalidad. En una primera etapa, nuestras autoridades han establecido que en 269 municipios en donde el nivel de contagio es mínimo o nulo, las actividades se normalizarán a partir del 18 de mayo. En la segunda etapa, del 18 al 31 de mayo, se preparará la reapertura general de actividades a partir del 1 de junio y comenzar entonces la tercera etapa con un sistema de semáforo semanal por regiones.
Está previsto también que en la segunda etapa las actividades de construcción, minería y fabricación de transporte (donde seguramente ha sido determinante la intervención de EU y Canadá para reactivar las cadenas productivas automotrices) serán consideradas esenciales y se prevé que los centros educativos reanuden labores presenciales en junio. En todos estos casos la normalización sería con medidas precautorias de distanciamiento social. Es probable que se reanuden también algunos espectáculos deportivos, aunque probablemente primero sin asistencia de público.
Un gran signo de interrogación en nuestro caso es conocer cuántas empresas lograrán reincorporarse con daños relativamente aceptables, ya que como sabemos el gobierno de la 4T, a diferencia de lo hecho en la gran mayoría del mundo, ha expresado desdén por las medidas de apoyo a la planta productiva privada, mientras se destinan ingentes recursos a la empresa petrolera paraestatal y a proyectos de inversión pública de escasa rentabilidad social y económica.
Por ello, el impacto negativo de la política económica sobre nuestro crecimiento económico será mayúsculo y agravará lo que ya era un resultado adverso en 2019 y el primer trimestre de este año. El perjuicio de esa política sobre el aparato productivo mexicano será el peor en un siglo, en buena medida por el empecinamiento de nuestras autoridades en negar apoyos al sector productivo privado y es muy probable que la normalización económica en México no regresará sino hasta el año 2022.
Por lo pronto, los datos oficiales ya indican que, al mes de abril, cuando apenas comenzaban los primeros efectos de la paralización de actividades, se habían perdido más de 500 mil puestos de trabajo respecto a diciembre previo, cuando ya la política económica había debilitado la creación de empleos. Está por verse qué tan profunda será la pérdida futura sin apoyos del gobierno. Una de las actividades que será más golpeada será la del turismo. Por lo pronto, estimo que el primer semestre de este año registrará un desplome sin comparación con las experiencias de 1995 y 2009, cuando nuestra economía registró caídas severas.
Los daños irreversibles para las empresas privadas serán una herencia que reducirá todavía más las perspectivas de lograr un crecimiento económico alto y sostenido en los años siguientes. Paradójicamente, esto repercutirá en acentuar más las condiciones de pobreza de una gran parte de la población y cuya responsabilidad será única y exclusiva de nuestras autoridades actuales.