Obispo, historiador y escritor
Por: Graciela Cruz Hernández
El 19 de abril de 1837 nació en Izamal, Yucatán, Crescencio Carrillo y Ancona, ingresó al Seminario Conciliar de San Ildefonso en Mérida, donde obtuvo el título de bachiller en filosofía, fue consagrado sacerdote en 1860. Al año siguiente fundó la primera cátedra de literatura abierta en el Seminario.
Después de ocupar varios cargos fue preconizado obispo titular de Lerus por el Papa León III, con sucesión para Yucatán en 1884. Fue obispo de Yucatán, desde 1887 hasta su muerte en 1897. Fundó la Universidad Católica de Mérida; restauró el extinto Seminario Conciliar y fundó el Colegio Católico.
Interesado siempre por la historia de Yucatán, gustaba de coleccionar objetos relacionados con la civilización maya y creó el “Museo Yucateco”, siendo él su primer director.
Hizo importantes contribuciones de ensayos literarios a diversas revistas y periódicos regionales y nacionales de algunos de los cuales fue fundador, como la revista “El Repertorio Pintoresco”, del que era director, destacando de entre ellos su “Ensayo histórico sobre la literatura en Yucatán”.
“El Repertorio Pintoresco” surgió entre los años de 1861-1863; cuando dirigió esa revista contaba con tan sólo 24 años y, a diferencia de otras publicaciones de la época dedicadas exclusivamente a la literatura y la religión (como La guirnalda y El Eco de la Fe), esta también estaba dedicada a la historia del país, la filosofía, la industria y las bellas artes.
“El Repertorio Pintoresco” sobrevivió durante 24 números espaciados en cerca de dos años, y es importante mencionarlo ya que esto fue dentro de durante una época convulsa a causa de la guerra civil del país, la invasión extranjera, y la Guerra de Castas entre los mayas contra los blancos y mestizos que se desarrollaba en gran parte del Estado de Yucatán. La revista incluía estudios históricos y arqueológicos, participaban en ella reconocidas figuras de la literatura yucateca del siglo XIX. Como rasgo característico cada ejemplar incluía litografías donde figuraban monumentos, ciudades, paisajes y retratos, acompañadas de textos alusivos a estas imágenes.
Por ejemplo, Carrillo y Ancona, narra una anécdota de uno de sus viajes al interior del Estado de Yucatán que fue publicada primeramente en “El Repertorio Pintoresco” y posteriormente lo reproduce en su obra: “Historia antigua de Yucatán”. El relato narra de como en unos de sus viajes conoció un Adoratorio maya, que un amigo descubrió por casualidad en sus propios terrenos, el obispo detalla el sitio y lo importante de esto es que él hizo un relato y quizá hasta el dibujo del lugar siendo la única referencia que hoy existe del Adoratorio. Aquí un resumen del relato:
“Tomas Mendiburu, quiso tener la bondad de hacerse nuestro Cicerone (guía); llevándonos a visitar lo que hay más digno de verse en punto de antigüedades dentro del recinto mismo de Motul. Es de advertir que siendo Motul, el asiento de un antiguo pueblo indio, muy conocido en la historia del país, debía ser también uno de los lugares en que con más frecuencia se encontrasen los restos monumentales de los antiguos moradores. Dentro de la población misma no se había descubierto algo que llamase profundamente la atención, hasta que el Sr. Mendiburu, buscando piedras para unas fábricas, se encontró en lo que a primera vista solo parece un brusco o informe cerro, con las ruinas de un antiguo Adoratorio, (Ku), construido con solidez y bien proporcionadas formas.
A estas ruinas, pues, casualmente descubiertas por D. Tomas en el solar de su propiedad, fue a donde nos condujo con mucha benevolencia.
Figuraos un cuadro pintoresco en que el sol naciente lanza sus primeros rayos a través de un boscaje extenso de ramonales y palmas, surgiendo sobre aquel bello fondo y bajo un cielo de azul limpio y sereno, un piramidal cuyo o hacinamiento de misteriosas ruinas; y habréis tenido idea de lo que aquella mañana estuvimos contemplando por largo rato con excitación vehemente. -La vista que se acompaña a este artículo acaso no será tan fiel como era de desearse; pero esto fue por falta de tiempo y de los aparatos necesarios para tomarla con la exactitud debida, de modo que apenas pudo tomarse con lápiz un diseño con el fin de dar por lo menos una idea aproximativa-.
El Adoratorio no parece en lo exterior mas que un informe y común cerro, sin duda porque allí en los remotos tiempos, el edificio superior una vez desplomado, vino a cubrir con sus despojos toda la base; a que habiéndose añadido la vegetación, y el abandono a la intemperie, redújose todo el conjunto a un rudo montón de piedras. Pero situado el espectador dentro del solar por el frente que se ha excavado, ostentase a su vista súbitamente una construcción maciza como de cuarenta pies de latitud sobre cincuenta de altura, con una subida de veintidós escalones abrazados entre dos alas, cuyos grandes y bruscos adornos consisten en cuatro colosales caras de piedra saliente, con la expresión maligna de la sonrisa irónica de una caricatura.
Cuando fijábamos la vista en aquellas gigantescas caras, agolpábase a nuestra imaginación el inmenso pueblo que ante aquellos monstruosos ídolos subía por la escalinata cargado de sus víctimas, quemando copal y cantando sus himnos al son de los estrepitosos tunkules. A semejante idea, nos inclinábamos a ver el suelo que ocupaban nuestras plantas, como esperando sorprender allí las huellas ensangrentadas de un pueblo que fue”.
Hubo historias entre la gente que contaban que dicho Adoratorio fue desmontado y se usaron sus piedras en la fabricación de grandes edificios como pudo ser el Palacio Municipal. A pesar de que ese Adoratorio pueda que no exista ya físicamente, pasó a la historia gracias al interés arqueológico y a la pluma de Carrillo y Ancona.
Debido a la calidad de sus estudios etnológicos, el obispo Carrillo y Ancona perteneció a varias sociedades científicas tanto nacionales como extranjeras, entre ellas Liceo de Mérida, American Ethnological Society de Nueva York, Societé Americaine de France, American Philosophical society de Filadelfia. Participó con sus trabajos en algunos congresos de historia. En la segunda mitad del siglo XIX su influencia tanto cultural como política y social estuvo presente en la vida cotidiana de la región.
La obra del obispo Carrillo y Ancona consta de más de sesenta títulos que versan sobre historia regional, historia antigua, filología, apologías eclesiásticas, arqueología, novelas, etcétera.
Por mencionar algunas encontramos: “Catecismo de Historia y Geografía de Yucatán”, “Estudio histórico sobre la raza indígena de Yucatán” (1865), “Diccionario de la lengua maya” (1886), “Compendio de la Historia de Yucatán” (1871) “Petén ltzá, derechos de Yucatán y de México” (1875), “El origen de Belice” (1878) “Estudio filológico sobre el nombre de América y el de Yucatán” (1890), “El Obispado de Yucatán”, Historia de su fundación y de sus obispos, desde el siglo XVI hasta el XIX, seguida de las Constituciones sinodales de la Diócesis y otros documentos relativos, (1892), La novela “Historia de Welina y otras leyendas” entre otros.
A su muerte se publicó un libro titulado “Homenajes fúnebres tributados a la memoria del Ilmo. doctor don Crescencio Carrillo y Ancona, con motivo de su muerte acaecida (en Mérida, su sede episcopal), el 19 de marzo de 1897”.
Sin duda el obispo Crescencio Carrillo y Ancona, sumó a su importante vocación religiosa, el trabajo de la investigación y la escritura, dejando un legado muy importante para la historia de Yucatán y de México.
Fuentes:
https://www.bibliotecavirtualdeyucatan.com.mx
https://www.historicas.unam.mx
https://yucatanliterario.blogspot.com/2015/05/carrillo-y-ancona-crescencio.html