Por: Gerardo Ortiz Martínez
“Más vale un buen nombre que las muchas riquezas”
(Don Quijote).
No se sabe exactamente la fecha en que nació Miguel de Cervantes Saavedra; sin embargo, es muy probable que, según opinión de los estudiosos de su vida y obra, haya nacido un 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares, España, por lo que en este mes estaremos conmemorando el 473º aniversario de su nacimiento.
Asimismo, muy pocos saben de una faceta poco conocida de Cervantes, como lo es el hecho de haber sido soldado.
Resulta que a mediados del siglo XVI la civilización cristiana y por ende, toda Europa, se encontraba en peligro de ser invadida y atacada por el impetuoso avance del Imperio turco.
Ante esta situación, el Imperio español cargó sobre sí la responsabilidad de encabezar la defensa.
Se elige a Juan de Austria para el mando supremo de la flota encargada de detener el avance incontenible de la escuadra otomana.
De este modo, el 7 de octubre de 1571, frente a la ciudad griega de Lepanto, estratégico paso entre oriente y occidente, una goleta divisa la primera vela enemiga. De repente el cielo se oscurece por el humo de los cañonazos y se oye en el aire un ensordecedor griterío.
Las escuadras se acercan, la lucha da inicio, voces de triunfo y de dolor se mezclan, la mortandad es terrible; poco más tarde en la nave capitana sólo quedan con vida tres hombres.
Después de encarnizada lucha los turcos emprenden la retirada. La victoria ha sido alcanzada por los españoles.
Los turcos fueron derrotados. Se calcula que murieron entre 25,000 y 30,000 soldados otomanos.
El 7 de octubre de 1571 permanecerá como una de las fechas más grandiosas de la historia universal escrita con sangre española, de cuya estirpe somos orgullosamente herederos los mexicanos.
En este hecho, un soldado desconocido, consumido por la fiebre, recibió, antes de la batalla, la orden de su capitán de retirarse bajo cubierta, a lo cual se negó alegando que prefería pelear en servicio de Dios y de su Rey y morir por ello.
Al terminar la batalla, tenía dos heridas graves, una en el pecho y otra en el brazo izquierdo. Estuvo convaleciente seis meses en Messina, Italia, curándose de la herida del pecho, pero perdiendo para siempre el uso del brazo. Por ello, fue conocido con el apodo de: «el Manco de Lepanto».
Aquel soldado se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra y calificó esta histórica batalla como “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros” (ver prólogo de Novelas Ejemplares).
Miguel de Cervantes es el prototipo del hombre que transita de una época a otra.
En primera instancia, es testigo viviente del paso de la Edad Media al Renacimiento; asimismo, el autor del Quijote presencia el cenit y el ocaso de su patria, ya que vivió en carne propia el máximo poderío y extensión del imperio español (alcanzado durante el reinado de Felipe II, en el cual España dominaba Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Milán, el Rosellón y el Franco Condado, los Países Bajos, Portugal, Ceuta, Melilla, Orán y Túnez, la América Española y Filipinas, además de las posesiones portuguesas de Brasil, África y Oceanía; es decir, tres cuartas partes de la tierra) y posteriormente el inicio de la decadencia de España como primera potencia mundial (en 1588 la Armada Invencible es derrotada en el Canal de la Mancha por la armada inglesa).
Sobre este aspecto, Ramiro de Maeztu, quien estudio el problema de la decadencia española aplicada al Hidalgo de la Mancha, nos dice lo siguiente:
“Los pueblos hispánicos surgidos de la Reconquista y de los descubrimientos combaten por la unidad cristiana en todo el orbe.
Como es una lucha superior a sus fuerzas, no triunfan sino a medias.
Fracasa el sueño de la monarquía universal. Y entonces nuestros pueblos se encierran en sí mismos.
Este final de la epopeya peninsular es lo que de modo simbólico nos describe Cervantes por medio de dos fantasmas, en los que late el corazón desencantado de aquel tiempo”, nos comenta Maeztu.
Esto último nos explica la forma de ser del Quijote, quien encarna el anhelo del caballero medieval que lucha por defender la Patria (como un Cid), es la creencia española (presente a lo largo de los siglos XVI y XVII en que España fue el adalid más importante en la lucha por defender la civilización occidental de corte cristiano-católica) en un ideal humano en el que todos los hombres vivirían unidos en la fe y en la búsqueda del bien al prójimo; sin embargo, Don Quijote estaba demasiado viejo para llevar a cabo sus grandes empresas.
La época de los héroes y los caballeros en pos de un ideal habían quedado atrás enterrados en una nueva forma de ver la realidad: se pasa de un mundo en que Dios había sido el eje rector de la vida y el pensamiento del hombre (medievo) a otro que abandona la idea de Dios y pone como centro y medida de todas las cosas al hombre (humanismo). Este cambio de pensamiento ha repercutido hasta nuestros días, ya que, amparados en una egoísta civilización antropocéntrica, sin respeto y temor de Dios, hemos permitido los más viles atentados en contra de la vida y dignidad de millones de personas en todo el mundo, que han sido víctimas del hambre, la pobreza, el aborto (verdadero holocausto cometidos contra millones de seres indefensos, justificado por la mujer con el supuesto uso y derecho a decidir sobre “su cuerpo”, cuando sobre lo que decide es “sobre un cuerpo que no es suyo” que no le pertenece, un cuerpo diferente que exige su “derecho a la vida”, el primer y el más importante derecho del ser humano del que se derivan todos los demás), la contaminación, el desempleo, la tortura y la dictadura de sistemas totalitarios que han suprimido derechos fundamentales (derecho a la vida, a la salud, a la seguridad, al empleo), libertades políticas (elegir democráticamente a los representantes del pueblo), económicas (derecho a la propiedad), sociales (libre expresión y manifestación de las ideas) y religiosas (respeto a todos los credos y religiones).
Nuestra civilización materialista y hedonista nos ha hecho egoístas, únicamente preocupados por satisfacer placeres, lujos, comodidades y diversiones, sin importar que con tal de obtenerlas pasemos sobre los demás. Es en este contexto donde se inserta la importancia de la obra de Cervantes y, por ende, la universalidad de que ha gozado y que ha hecho de esta obra la más leída en todo el mundo después de la biblia, ya que Don Quijote representa la lucha por dejar atrás el materialismo que aflora en cada uno de nosotros (representado por Sancho Panza) y nos insta a luchar por una vida llena de altos ideales, en el que el amor a Dios y el bien al prójimo sean las principales metas.
Al respecto, Dámaso Alonso (expresidente de la Real Academia Española de la Lengua) en su prólogo hecho para la obra de Martín de Riquer “Aproximación al Quijote” nos comenta lo siguiente:
“Cervantes ha visto con claridad que todos nosotros somos una mezcla, pero generaliza, universaliza su imagen de esta aleación, y así nos da en los caracteres de Don Quijote y de Sancho una representación del alma humana elevada a plenitud. Don Quijote, loco, disparatado, grotesco, es enterizo sólo en su valor y en su fe (…)
(,,, ) el Quijote, este libro tan español, tan localista, es la más sagaz indagación en el inmutable corazón de la humanidad. El primer análisis del hombre es el de su dualidad constitutiva: carne y espíritu (…) Al indagar así Cervantes el tema esencial y permanente del hombre, lo que le ata a la tierra y lo que le liga a Dios , arrancó o desgajó, sin querer, su libro, de España; y el Quijote ya es, tanto como de España, de Francia, de Inglaterra (…) de Europa, del Universo; y lo mismo lo podemos retrotraer al hombre que cazaba mamuts, pero por primera vez sintió, como un dulce vaho, un amor naciente y oscuros anhelos de divinidad, en el fondo de una caverna, que proyectarlo sobre el que dentro de miles de años -entre complejos tráfagos de inmensa regulación de fríos mecanismos- se mire en unos tiernos ojos de mujer, o contemple, ascensionalmente movido, la profundidad de una noche estrellada”.
Como puede apreciarse, El Quijote no es sólo un libro lleno de humor, que ha hecho reír a millones de personas, es también una obra de profundo valor para el mundo de nuestros días, lleno de afanes y metas meramente materiales.
El Quijote adquiere así una enorme valía para toda la humanidad, necesitada más que nunca de valores y metas trascendentes capaces de darle valor a su existencia.
El tiempo en que vivimos, tiempo de crisis sin lugar a dudas, no puede dejar de cuestionarse en torno al viejo y eterno dilema entre lo “ideal” y lo “real” (¿de qué motivación vive el hombre de hoy?, ¿dónde encontrará su realización?, ¿hasta qué grado le satisface la civilización del bienestar?, ¿persiste en él la necesidad de infinito y eternidad?)
Estas son preguntas de mucha actualidad y sobre las cuales está planteada nuestra existencia. La locura del Quijote es nuestra negativa que se niega a aceptar los límites de lo contingente, mientras que sus diálogos con Sancho Panza son nuestras propias rebeliones, que luchan por no ser encerradas en una realidad puramente material.
El Quijote y Sancho poseen su verdad personal, sólo que ambas verdades parecen ser irreconciliables. Todos los ámbitos de nuestra vida parecen estar contagiados del realismo de Sancho Panza; sin embargo, la sobrevivencia de nuestra especie requerirá de la acción de muchos quijotes que sigan el difícil pero digno camino del “caballero de la triste figura”.