Por: Gerardo Ortiz Martínez
La larga estadía en el poder del general Porfirio Díaz (más de treinta años) trajo consigo la formación de una gerontocracia política que cerró las puertas a las nuevas generaciones que reclamaban espacios de participación política. Las manifestaciones de los hermanos Flores Magón, Jesús, Ricardo y Enrique, de Camilo Arriaga, Juan Manuel Sarabia, Librado Rivera, Antonio Villareal, Antonio Díaz Soto y Gama y los Madero, entre otros, fueron muestra del empuje de una nueva clase política que no estaba dispuesta a seguir siendo ignorada por un régimen que daba señales de nunca querer abandonar el poder.
En las elecciones de 1910 se consumó nuevamente otro fraude electoral donde resultó ganador nuevamente Porfirio Díaz; no obstante, los grupos políticos relegados por el régimen porfirista ya no estaban dispuestos a seguir soportando indefinidamente la estadía en el poder del general Díaz.
De esta manera, en octubre de 1910 aparece el “Plan de San Luis” en el que Francisco I. Madero denunciaba una serie de irregularidades que caracterizaban al régimen porfirista y en el que se instaba a levantarse en armas en contra del gobierno de Porfirio Díaz. Dichas irregularidades fueron descritas con las siguientes palabras:
“Tanto el poder legislativo como el judicial están completamente supeditados al ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los Ayuntamientos y los derechos del ciudadano sólo existen escritos en nuestra Carta Magna… los jueces, en vez de ser los representantes de la justicia, son agentes del ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente; las Cámaras de la Unión no tienen otra voluntad que la del Dictador; los gobernadores de los Estados son designados por él y ellos a su vez designan e imponen de igual manera las autoridades municipales,,,
En tal virtud y haciéndome eco de la voluntad nacional, declaro ilegales las pasadas elecciones… contra esa usurpación, he designado el domingo 20 del entrante noviembre para que de las seis de la tarde en adelante, en todas las poblaciones de la República se levanten en armas”.

Francisco I. Madero. Cortesía Mediateca/INAH
Meses después, el 7 de junio de 1911, Francisco I. Madero entraba triunfalmente en la ciudad de México, logrando con ello desterrar a Porfirio Díaz y dando término a un régimen que había dominado el escenario político en las últimas décadas del siglo XIX y en la primera del siglo XX.
Pero no fue esto lo único que tiró a don Porfirio, a esto habría que agregar el interés de Estados Unidos en hacer un cambio de régimen que hiciera más fácil imponer las políticas y los intereses norteamericanos en nuestro país, para lo cual la política nacionalista de Díaz se había convertido en un obstáculo. Esta tarea la desempeñó el embajador estadounidense en México Henry Lane Wilson.
Si bien es cierto que los excesos cometidos por Díaz en su larga permanencia en el poder trajeron consigo la anulación de la libertad de prensa, el sometimiento del poder legislativo y judicial a la voluntad del presidente y el control de los poderes estatales a través de la designación que hacía Díaz de los candidatos a gobernadores, también es verdad que el caos político y social que imperaba en el país a la llegada al poder de Porfirio Díaz en 1877 requerían de imponer un férreo control en una sociedad fragmentada, víctima de la inseguridad en caminos y poblados, azolada por cuartelazos y con una economía destrozada después de décadas de guerras civiles internas e intervenciones extranjeras (la norteamericana de 1847 y la francesa de 1862).
En esta grave e incierta situación se sitúa la llegada de Díaz al poder en nuestro país y la posterior implementación de una dictadura que, dadas las circunstancias, se encargó de poner orden, acabando con la inseguridad, y cimentando las bases y la infraestructura necesarias para impulsar el desarrollo de la economía nacional.
A pesar de los hierros del porfiriato, entre los que destacaban la pobreza en el campo y el control político y social, éste mostró aspectos positivos tales como:

Los ferrocarriles impulsaron decididamente el desarrollo del país.
– El decidido desarrollo de la industria y el comercio, derivados del fuerte impulso que se le dio a la construcción de ferrocarriles (casi 20,000 kilómetros al final del porfiriato), lo cual propició la creación de empleos y con ello el ingreso económico para miles de familias;
– La construcción de obras que beneficiaron a la población como el tendido de la red telegráfica y telefónica por todo el país; la construcción de gran canal del desagüe, el hospital general, el teatro general, hoy bellas artes, el palacio de correos, la edificación de obras en los puertos de exportación (Veracruz, Manzanillo, Salina Cruz y Tampico); la inauguración de la Escuela Naval Militar, en la que se preparaban oficiales para la Marina de Guerra, entre otros.
-La pacificación del país mediante un cuerpo de seguridad denominado “Los rurales”, quienes se encargaron de combatir bandoleros, grupos de gavillas y delincuentes que asolaban a los caminos y poblaciones al interior del país, acabando con la delincuencia y propiciando las condiciones de seguridad necesarias para el desarrollo económico y social del país.

General Porfirio Díaz. Cortesía Mediateca/INAH
Por ello, es justo reconocer los aspectos positivos de un régimen que posibilitó la reconstrucción e industrialización de México, recuperando el tiempo que se había perdido en luchas fratricidas, acabando con la inseguridad y propiciando la paz y el desarrollo del país.
Su dictadura la empleó para reconstruir un país que carecía de oportunidades de desarrollo, sumido en el caos y la inseguridad.
Sin embargo, hoy en día los mexicanos somos testigos del surgimiento de un nuevo dictador, López, autoritario, megalómano, mentiroso, inepto y ambicioso, que ha ido controlando paulatinamente los sectores más importantes de la vida política y social de nuestro país, además de haber dañado la economía nacional hasta los huesos.
López, al contrario de Porfirio Díaz, es un dictador que está utilizando su poder para destruir el país. Es importante señalar que mientras Díaz utilizó su poder dictatorial para reconstruir el país, López los está utilizando para destruir todo el andamiaje político (a través de la anulación de la división de poderes y los contrapesos constitucionales y la destrucción de instituciones y órganos autónomos); económico (en el primer año de su gobierno, mucho antes de la pandemia, hizo que el crecimiento del país fuera negativo, del orden del -0.1%; ha negado apoyo financiero a miles de empresas que daban empleo a millones de mexicanos y que con el confinamiento, provocado por el coronavirus, pararon sus actividades y quedaron descapitalizadas, provocando la pérdida de millones de empleos; está tirando a la basura miles de millones de dólares en obras inútiles tales como el Tren maya, la refinería de Dos Bocas o el tren transístmico, que debería utilizar para ayudar a la población y a las empresas afectadas por la pandemia y a combatir con más recursos el combate al coronavirus mediante la compra de más equipo y brindando ayuda económica a los hospitales) y social (mediante la destrucción de fideicomisos para que López haga uso discrecional de 67 mil 400 millones de pesos y deje desamparadas actividades científicas, artísticas, deportivas, cinematográficas, de protección al medio ambiente, de protección a periodistas, de atención a desastres naturales, etc.; fomentando la polarización interna entre quienes apoyan al gobierno de López y los que no, siendo considerados automáticamente estos últimos como enemigos “conservadores”; utilizando ataques a la prensa y a la libertad de expresión y difundiendo un falso indigenismo que niega el real elemento de nuestra nacionalidad: el mestizaje indoespañol).
Las voces de alarma se han encendido no sólo entre los mexicanos, han llegado hasta el extranjero. Como ejemplo de ello, el diario británico Financial Times señaló lo siguiente:
“Cuando un presidente exige “lealtad ciega” de los funcionarios, deberían sonar las alarmas. Cuando pide un voto popular para enjuiciar a sus predecesores, lanza una andanada contra el organismo electoral independiente y avergüenza públicamente a quienes lo critican, hay buenas razones para sentir miedo”, se lee en el texto titulado “López Obrador se convierte en el nuevo hombre autoritario de América Latina”.
También mencionó que “Los que no están de acuerdo con el presidente pueden esperar ser nombrados, acusados de estar ‘al servicio de regímenes autoritarios y corruptos’ que lo precedieron y requeridos de dar una disculpa”.
Y destacó que “A menos que el presidente cambie de rumbo rápidamente, la segunda economía más grande de Latinoamérica se arriesga a regresar a un pasado más pobre, más oscuro y represivo, uno habitado por los caudillos autoritarios que la región esperaba haber dejado atrás”.

López el nuevo caudillo autoritario.
Porfirio Díaz tardo más de treinta años en reconstruir un país, posteriormente el México posrevolucionario había tardado casi cien años, a partir de los primeros regímenes posrevolucionarios de los años veinte del siglo pasado hasta nuestros días, en ir construyendo la vida política, económica y social de México, sin dejar de reconocer que todavía existían y siguen existiendo graves carencias y problemas, mientras que a López le han bastado dos años para destruir todo lo que lo que se había construido en este mismo periodo.
Al parecer una dictadura se vuelve a presentar en la historia de nuestro país con el gobierno de López, la pregunta sería: ¿Cuánto tiempo tolerará el pueblo esta nueva dictadura corrupta, inepta y totalitaria de corte comunista?