POR: GERARDO ORTIZ MARTÍNEZ
El 15 de septiembre de 1810 es una fecha que recordamos todos los mexicanos para celebrar el inicio del movimiento de Independencia en nuestro país, encabezado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla.
Todos celebramos el comienzo de nuestra independencia; sin embargo, nadie celebra su consumación, llevada a cabo once años después, el 27 de septiembre de 1821, por Agustín de Iturbide.
La masonería liberal, con sede en los Estados Unidos, coludidos con los grupos políticos antimexicanos, han querido borrar de nuestra memoria a Iturbide, por haber constituido a México en un Imperio Católico y con ello concebir la idea de un país unido en lo espiritual, con una misma religión, que concibió la grandeza iberoamericana a través de su plan de unir dos grandes naciones semejantes en lo racial, en lo cultural y en lo religioso: El Imperio Mexicano y la Gran Colombia, que, de haberse concretado, hubiera sido un bloque poderoso con el tamaño geográfico (desde la Alta California, Texas, Nuevo México y Arizona hasta los territorios que actualmente ocupan Panamá, Ecuador, Colombia y Venezuela), y la capacidad económica y militar que, en su momento, hubieran podido enfrentar el creciente poderío estadounidense en la región. Disgustó además a los yanquis el Plan de Iguala de Iturbide, proyecto que concebía la unión de todos los grupos sociales que habitaban México: peninsulares blancos, criollos, mestizos, indígenas, negros, etc.; con ello, Iturbide reconocía la necesidad de unir a la población del país que nacía a la vida independiente, ya que sin esa unidad sería presa fácil de las ambiciones estadounidenses, como después quedó demostrado.
Cabe señalar, que el significado de la palabra “independencia” hace alusión a la situación de un territorio que no se encuentra subordinado; por ende, la independencia es una cualidad de “independiente” cuyo significado, según el Diccionario Práctico de la Lengua Española, se define como “Que no depende de otro, autónomo: un estado independiente”.
Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿es México en realidad un estado independiente que determina su vida política, económica, social, cultural, sin depender de las decisiones que le impone otro país?
Es un hecho que, después de la muerte de Iturbide, nuestro país se enfiló en un despeñadero de guerras fratricidas, intervenciones extranjeras, pérdida de territorio nacional, luchas intestinas, división religiosa, entrega de nuestros recursos naturales al extranjero y muchos males más que no han cejado hasta nuestros días.
Pareciera que México sufre de una maldición histórica por haber fusilado a su libertador Agustín de Iturbide.
Al respecto, José María Vigil, historiador liberal mexicano, comenta la situación de incertidumbre, división y zozobra que vivía el país a mediados del siglo XIX con las siguientes palabras:
“El gobierno no tenía confianza ni en sus mismos servidores, tan extraordinariamente había cundido el espíritu de defección. Casi no había día en que no se tuviese noticia de algún nuevo pronunciamiento, de la repetición escandalosa de motines que por todas partes estallaban, de guardias que desamparaban el puesto, de fugas de presos políticos, de prisiones, de destierros, viviendo la sociedad en una perpetua excitación, que hacía aguardar a cada instante los acontecimientos más graves y extraordinarios”.
El origen de nuestros males como nación radica en que nacimos a la vida independiente enfrentados con nosotros mismos. En lugar de seguir la idea iturbidista de unidad de todas las clases sociales, se impuso el control de intereses extranjeros norteamericanos, coludidos con políticos antimexicanos, todos ellos adeptos a la masonería, que concibieron, difundieron y fomentaron un falso nacionalismo que exalta al indígena, enfrentándolo con nuestra raíz española, sembrando con ello la eterna división entre los mexicanos.
Prueba de ello, es la filiación masónica del actual presidente de México, quien, respondiendo a interese extranjeros, promueve el falso nacionalismo indigenista, atacando nuestra raíz española; traiciona a nuestro país sometiéndolo a los intereses extranjeros de corte marxista del Foro de Sao Paulo que persigue la instauración de una dictadura comunista en México; y agrava deliberadamente los problemas de nuestro país buscando el colapso económico y social que le permita crear las condiciones de pobreza, desempleo e inseguridad para implementar dicha dictadura y además lo hagan convertirse en el “salvador” que ofrece limosnas y dádivas a la empobrecida gente que “agradecida” se convertirá en la fiel seguidora de él y su partido MORENA, lo cual le permitiría perpetuarse en el poder indefinidamente. Como dato adicional, resulta que López ha convertido a Juárez, devoto masón, en un personaje de nuestra independencia, adornando el zócalo con el águila juarista y el triángulo masónico, a fin de no dejar dudas de los compromisos internacionales de López en contra de México.
Desafortunadamente, desde su nacimiento, el destino de nuestro país ha sido y sigue estando marcado por la ruta de intereses extranjeros que han impedido obtener una plena y real independencia nacional en la que los mexicanos seamos capaces de unirnos en un nacionalismo verdadero que integre nuestra doble herencia indoespañola y nos permita algún día convertirnos verdaderamente en una nación libre y soberana.
En el 210º aniversario del inicio y el 199º de la consumación de nuestra independencia, es pertinente reflexionar en las palabras del historiador nayarita Luis Castillo Ledón, quien en su obra “Hidalgo” nos dice lo siguiente:
“(,,,) los aztecas lograron tras largas peregrinaciones fijar su asiento, y sojuzgando a la mayor parte de los núcleos pobladores de este territorio, constituyeron un pueblo admirable. Los españoles sojuzgaron, a su vez, a ese pueblo; trataron de que rompiese toda relación con el pasado; mezclaron su sangre con la de la raza indígena, produciendo un tipo étnico distinto; acrecentaron el territorio del que fuera el Imperio azteca y le dieron mayor unidad; transmitieron a la Nueva España su religión, su lengua, sus costumbres; le ofrendaron sus artes, las luces del adelanto europeo, y, tal vez sin pensarlo, en el transcurso de tres siglos, fueron incubando una nueva raza, procrearon una hija que, creciendo, desarrollándose, había de llegar a mayoría de edad, para reclamar un puesto independiente y emanciparse de la patria potestad. En el seno de ese pueblo los años hicieron germinar la aspiración a la existencia propia, independiente; el ideal, nacido en germen, cobró fuerza poco a poco; fue penetrando en las conciencias; quería tomar forma, encarnar en una alma grande, y esa alma surgió, vino al llamado de su raza, y a su voz y a su conjunto, nació otro pueblo: ¡el Pueblo Mexicano!”.
Asumamos que ya no somos indígenas, que tampoco somos españoles, pero que somos hijos de esas dos grandes culturas, de cuya unión nacimos nosotros los mexicanos, un pueblo mestizo que no ha tomado conciencia de su grandeza cultural, de su capacidad de lucha y de trabajo, y de su espíritu de sacrificio por los demás. Por eso los traidores a la patria y los intereses extranjeros tienen miedo de nosotros, por ello quieren mantenernos siempre divididos y enfrentados con nuestras raíces indohispanas, saben que en el momento que despertemos del engaño nada ni nadie podrá detener nuestra lucha por hacer de México una nación orgullosa, libre y pujante, que aspira a ocupar un lugar decoroso dentro del concierto internacional.
La verdadera libertad (política, económica, social, cultural, etc.,) se consigue luchando todos los días, ya que como decía el pensador alemán Goethe: “sólo es digno de la vida y de la libertad quien cada día se lanza al combate por ella”.
Por esta razón, debemos pensar cada uno de nosotros, como mexicanos, sobre lo que realmente hacemos en nuestra labor diaria para que nuestra patria sea verdaderamente libre. En la medida en que todos asumamos las tareas que realizamos de manera responsable y honesta, podremos aspirar a ser un pueblo que goce de una verdadera libertad.
Dejemos atrás ese vulgar “patrioterismo” simple y ramplón del mexicano, reflejo de un sentimentalismo hueco, carente de fraternidad hacia los demás, que aflora cada 15 de septiembre cuando se desgañita gritando vivas a México.
Transformemos ese “patrioterismo” en un “verdadero nacionalismo integrador”, donde cada uno de nosotros demuestre su amor por México con hechos, asumiendo sus responsabilidades ante sí mismo y ante los demás, y siendo un individuo honrado, trabajador, disciplinado, bien hecho, que esté dispuesto a unirse en cuerpo y alma al destino de millones de mexicanos.
En la medida que aceptemos nuestro mestizaje, y cambiemos positivamente nuestra actitud hacia nosotros y hacia los demás, nuestro país empezará verdaderamente a ser un país libre y soberano, con conciencia de sí mismo, dispuesto a luchar contra los intereses extranjeros de quienes nos quieren ver eternamente divididos y esclavizados a fin de seguir haciendo de nuestro país tierra de botín.