Por: Luis Reed Torres
A lo largo de las últimas décadas se ha venido hablando con insistencia de las represiones zaristas en la antigua Rusia; de los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial (sistema por cierto no inventado por ellos sino por los ingleses en la época de la guerra de los boers y más atrás instrumentado por los estadunidenses en la de Secesión); y de la eliminación de los opositores de las llamadas dictaduras de derecha: Franco, Pinochet, etcétera. Bajo ese tenor abundan libros y películas por cientos que en una u otra forma, y matizados en diversos grados, fustigan a los sectores antimarxistas de muchos países. No sólo eso: se percibe en no pocos círculos una especie de añoranza por los tiempos en que el comunismo internacional imperó en buena parte del planeta y se evocan con veneración figuras como Marx, Engels, Lenin y hasta Stalin.
Dígalo si no el denominado Foro de Sao Paulo, punto de reunión de grupos y partidos radicales de izquierda que, fundado en 1990 en Brasil, pretende resucitar y extender el dominio marxista sobre las naciones iberoamericanas e implantar regímenes similares a los que hoy imperan en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por lo que respecta a México, por ejemplo, Morena, el partido gobernante con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, es miembro del citado Foro y ha sido –y es– entusiasta y recurrente asistente a los encuentros anuales del mismo. Naturalmente, uno de los principales postulados del Foro es el combate y la erradicación de la pobreza (lo mismo pregonaba el marxismo como bandera de lucha), si bien en el fondo lo que se pretende es el control político único sobre la población tras la supresión de todos los contrapesos que lo impidan, tales como organismos o instituciones autónomas y, desde luego, la libertad económica.
Ahora bien, las decantadas crueldades a que hice referencia en el primer párrafo, resultan un juego de párvulos frente a las espeluznantes matanzas que el comunismo internacional ejecutó desde 1917, cuando se implantó en Rusia la dictadura bolchevique.
En efecto, según datos revelados tras meticuloso estudio por el periodista francés Jean Pierre Dujardin, el comunismo había liquidado a ¡ciento cuarenta y tres millones de seres humanos hasta el año 1978!, fecha en que aparecieron los datos de que me sirvo para este texto. Tan sólo en el período puramente leninista, de 1917 a 1923, los bolcheviques exterminaron a dos millones de personas en Rusia. ¡Y a pesar de eso se escribe aún contra los zares que en casi cien años –entre 1821 y 1910– ejecutaron a 997 personas! Ni más ni menos que una maniobra parecida a la de la Leyenda Negra urdida contra la Inquisición española, sin que la vergüenza asome al rostro de quienes deforman la verdad histórica y soslayan las brutales atrocidades muchísimo más numerosas y escalofriantes de otros tribunales de aquellos tiempos..
A continuación va el cuadro publicado por Dujardin:
1.- Muertos por el comunismo en la Unión Soviética, de 1917 a 1959: 66. 700, 000
2.- En la URSS desde 1959: 3.000,000
3.- En China: 63. 784,000
4.- Polacos asesinados en el bosque de Katyn por los soviéticos: 10,000
5.- Víctimas en Alemania ocupada por la URSS: 2.973,700
6.- Camboya, 1975-1978: 2.500,000
7.- Represiones en Berlín, Praga, Budapest, etcétera: 500,000
8.- Agresiones o intervenciones directas o indirectas en Grecia, Malasia, Birmania, Corea, Filipinas, Vietnam, Cuba y Africa: 3.500,000
Total: 142. 917,000 (Dujardin, Jean Pierre, Le Figaro Magazine, número correspondiente a la tercera semana del mes de noviembre de 1978).
«La seguridad de que clases enteras tenían que ser asesinadas para dejar paso a los bolcheviques –escribe el abogado, periodista e historiador español César Vidal– era un concepto común entre sus dirigentes que no ocultaban su disposición de asentar su dominio sobre millones de cadáveres. Al respecto, resulta bien reveladora una declaración de Grigori Zinoviev, realizada en septiembre de 1918: ‘Para deshacernos de nuestros enemigos debemos tener nuestro propio terror socialista, Debemos traer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados’ (Zinoviev, llamado en realidad Hirsch Apfelbaum, fue uno de los principales dirigentes rojos cercanos a Lenin. Fue ejecutado en 1936 por orden de Stalin al comienzo de la Gran Purga desatada por éste a partir del asesinato de Serguei Kirov el 1 de diciembre de 1934 y que se extendió hasta 1938. Paréntesis de Luis Reed Torres).
«Si se quiere ser honrado con la verdad histórica –continúa Vidal–, hay que señalar que Zinoviev se queda corto en sus cálculos porque el comunismo le costaría a Rusia mucho más de diez millones de muertos» (Vidal, César, Paracuellos-Katyn, un Ensayo Sobre el Genocidio de la Izquierda, Madrid, LibrosLibres, 2005, 419 p., pp. 39-40).
En otro lugar, Vidal señala: «La dictadura de Lenin estaba actuando sin limitaciones y no puede extrañar que Plejánov, el fundador del marxismo ruso, llegara a afirmar que los bolcheviques acababan de instaurar una dictadura pero que no era ‘la del pueblo trabajador, sino la de una pandilla’. El jefe de la ‘pandilla’ estaba dispuesto, desde luego, a mantenerse en el poder y era consciente de que, para conseguirlo, la única salida era el terror de masas y el exterminio de sectores enteros de la sociedad» (pp. 41-42).
Y más adelante: «Los fusilamientos en masa, las enormes fosas comunes para los ejecutados, el establecimiento de una red de campos de concentración, el deseo de exterminar a sectores íntegros de la sociedad… todo resultaba tan obvio en su inmenso horror que no puede extrañar que los bolcheviques se vieran envueltos en lo que habían propugnado desde hacía años: el estallido de una terrible guerra civil que, por supuesto, habían provocado y pensaban ganar» (p. 50)
El autor citado enlista y documenta las primeras matanzas efectuadas por los bolcheviques a partir de la creación de la Checa (que luego tuvo sucesivos nombres hasta llegar al de KGB) y explica que las revoluciones marxistas siempre han girado en torno de cuatro ejes perfectamente delimitados que operan con asombrosa precisión cuando una nación cae bajo el comunismo: 1.- La subversión del orden democrático por una minoría autolegitimada; 2.- La utilización del terror de masas; 3.- La aniquilación de clases enteras, y 4.- La creación de aparatos represivos (pp. 52-54).
De vuelta a las 143 millones de víctimas anotadas en el estudio de Jean Pierre Dujardin, hay que agregar aquí las últimas que se registraron en Afganistán, cuyo número, calculado conservadoramente en medio millón desde la invasión soviética de abril de 1978 hasta abril de 1989, no está contemplado en ese trabajo. Igualmente tampoco se hallan en esa lista los españoles asesinados por los rojos en el curso de la Guerra Civil de 1936-1939 y cuyo número oscila entre ochenta y cinco mil y cien mil. Y hay que retocar, asimismo, la cifra de diez mil polacos asesinados por la NKVD en Katyn, cerca de Smolensk, pues los informes más recientes del caso elevan la cifra a veintidós mil, según aceptó en 1994 Rudolf Pijoya, jefe de los archivos de la Federación Rusa, quien entregó al gobierno polaco la documentación correspondiente. Todo esto sin perjuicio, por lo demás, de añadir aquí los trescientos mil cadáveres hallados en una supertumba colectiva el 24 de marzo de 1990 (mensaje de la agencia oficial soviética TASS) en el bosque de Darnitsa, en Ucrania, que pertenecen a las víctimas de las purgas stalinianas de la década de los treinta del siglo pasado y que tampoco aparecen, por supuesto, en el detallado examen de 1978 ofrecido por Dujardin.
En suma, se calcula en aproximadamente 145 millones el número de seres humanos que perecieron bajo el bolchevismo desde que se inició su sangrienta estela el año 1917.
Ante tan impresionante, aterradora y prácticamente inimaginable cifra de asesinados, resulta de verdad escalofriante la frialdad de témpano que exhiben luego quienes, a regañadientes, reconocen ahora estas verdades y se concreten a asentar, sin perder la compostura, que fue lamentable y desafortunado que el experimento socialista no resultara como se había pensado.
En nombre de tal «ensayo» –la utilización de eufemismos por parte de esos sectores resulta sensacional– la humanidad padeció un descomunal baño de sangre sin precedente en la historia.
Y lo más terrible es que, aunque usted no lo crea, existen gobernantes y organizaciones empeñados en exhumar semejantes prácticas e imponerlas en las distintas naciones.
Ahí está el Foro de Sao Paulo para atestiguarlo…