Por: Luis Reed Torres
De reciente tiempo a la fecha algunas personas mucho menores que yo –alrededor de cincuenta años o incluso menos– se han acercado a mí para tratar de aclarar sus dudas sobre el sexenio de Luis Echeverría –y de paso el de José López Portillo– en el que, por obvias razones temporales, o todavía no nacían cuando aquél tuvo efecto o se hallaban en los años de la infancia. Me han dicho que han escuchado a gente que los rodea expresarse positivamente de lo ocurrido en el sexenio 1970-1976 y que el entonces Presidente realizó un buen gobierno, lo que no bastó para que, según esta opinión, fuera después injustamente satanizado por los medios de comunicación.
Nada más lejos de la verdad, les contesté, y les prometí que escribiría algo al respecto.
Es precisamente con el sexenio de Luis Echeverría, en funciones desde el 1 de diciembre de 1970, que se inicia el desastre económico en este país que ha derivado también en crisis política, social, moral, de seguridad, etcétera.
Al hurgar en documentos, recortes periodísticos y libros que forman parte de mi archivo personal, me encuentro con cinco declaraciones vertidas por Luis Echeverría en su malhadada época de fáctotum de este país y que, a primera vista y a estas alturas, podrían parecer antiguallas de las que sería mejor no ocuparse, pero que podría decirse también que mantienen vigencia tanto más cuanto que las prácticas que han desmentido los asertos echeverristas han continuado a lo largo de muchos años en perjuicio de México y de los mexicanos. El repaso de estas aseveraciones, seguido de un breve comentario mío entre paréntesis, moverá al amable lector, por otra parte, a la reflexión propia. Así que aquí voy…
1.- “No podré conciliar el sueño si cada día no hago algo por los campesinos de México”.
(De 1970 a 1976, cuatro millones de campesinos pasaron a formar parte de los cinturones de miseria que se forman alrededor de las ciudades. Escapaban de la demagogia, de la inseguridad en la tenencia de la tierra, de los grupos invasores armados que asolaban al campo, y de las brigadas de la CCI (Central Campesina Independiente), la UGOCM (Unión General de Obreros y Campesinos de México) y otras organizaciones que, con apoyo oficial, les hacía la vida imposible. Por otro lado, cuatro millones más de campesinos emigraron legal o ilegalmente por ese tiempo a Estados Unidos como consecuencia de lo mismo. Por lo demás esos problemas se agudizaron tanto en el sexenio de LEA que, en el siguiente, es decir el de López Portillo, se anunció desde su inicio, oficialmente, que México tendría que importar ocho millones de toneladas de granos para no perecer de inanición. Todo, claro está, sin perjuicio de que, a su vez, López Portillo derramara abundantes lágrimas por la condición de los marginados. Así, teníamos un Presidente que no podía dormir y otro que lloraba. ¡Háganme ustedes el favor!)
2.- “La angustia del ganadero veracruzano, como las del ganadero nacional, es la inseguridad en la tenencia de la tierra, que ha limitado el crecimiento de esta importante actividad económica (…) Creo que la pequeña propiedad debe ser íntegramente respetada, tanto la agrícola como la ganadera. Pienso que los campesinos de mi tierra tienen tanto derecho como el más prominente agricultor, como el más destacado ganadero”.
(Echeverría, no obstante lo anterior, convirtió en míseros ejidos más del setenta por ciento de la superficie de riego, en tanto que merced al llamado Pacto de Ocampo se multiplicaron las invasiones de pequeñas propiedades que supuestamente serían respetadas por el gobierno. Echeverría había recibido un país que importaba cereales por valor de 222 millones de pesos, y resulta que en 1976 –el último año de su administración– la producción se había literalmente desmoronado y se tuvieron que importar cereales por la catastrófica cantidad de 16 mil millones de pesos (de aquellos pesos, aclaro). Cuando Echeverría arribó al poder en 1970 después del gobierno del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, se encontró con que México había producido ese año más de once millones de toneladas de maíz, en tanto que en la última cosecha de su régimen apenas se registraron siete millones de toneladas. En cuanto a frijol, la producción la encontró en casi un millón de toneladas y la dejó en poco más de setecientas mil. La demagogia del llamado “desarrollo compartido”, que vino a sustituir el desarrollo estabilizador de Díaz Ordaz y Antonio Ortiz Mena, su competente Secretario de Hacienda, redujo la cosecha de maíz en más de 30 por ciento y la de frijol en más de 20 por ciento. Hoy, como es perfectamente sabido, el campo mexicano enfrenta graves problemas con extorsiones de funcionarios oficiales, pago de cuotas a grupos de delincuentes armados hasta los dientes y el flagelo incesante del narcotráfico)
3.- “México ha llegado a la etapa en que las improvisaciones no caben, ni debemos permitirlas. Con los recursos de la nación, que no son abundantes, nadie tiene derecho a experimentar”.
(Si algo caracterizó a la administración echeverrista fue precisamente el dispendio incontrolado de los recursos de México y los experimentos de toda índole. De 1970 a 1976 se crearon más de doscientos fideicomisos oficiales, así como una enorme cantidad de subsecretarías, departamentos, comisiones, institutos, etcétera, que debilitaron rápidamente las finanzas nacionales. Es de sobra conocido, además, que en el curso de infinidad de reuniones y juntas, Echeverría gustaba de crear, en ese momento, costosos organismos dizque para resolver problemas. Era la apoteosis de la improvisación. Que semejantes prácticas, con variantes desde luego, se multiplicaron durante el sexenio lopezportillista y los que le siguieron –incluido el actual– es del dominio público. Es axioma)
4.- “La carrera del funcionario es incompatible con la del negociante. Aquel que emplea en su propio beneficio los bienes o la autoridad que se le ha conferido, traiciona al país. Aquel que no se entrega hasta el límite mismo de su capacidad y de energía, defrauda al pueblo”.
(El régimen de Echeverría fue pródigo para hacer carrera de negociante amparado en el poder público. Personajes de todas las confianzas de aquel que a sí mismo se consideraba prócer tercermundista –varios de los cuales sirvieron luego de chivos expiatorios, como en los tiempos que corren, para medio tranquilizar a la opinión pública– pueden testimoniar lo anterior. Asimismo, se llegaron después a escuchar voces que demandaban una exhaustiva investigación en torno de la fortuna del propio Echeverría, que le permitió entonces, según se comentó, adquirir periódicos y vastas propiedades, particularmente en Cancún, Quintana Roo; una fábrica de cemento en Morelos, diversos fraccionamientos y una notaría. Naturalmente, como ahora, nada se investigó. ¿Y qué decir de lo que ocurrió después, cuando los setenta y cuatro millones de mexicanos de aquel entonces contemplamos azorados el más devastador e impune saqueo del erario público registrado hasta ese momento? ¿Qué agregar al repudio general a que se hizo acreedor José López Portillo, acusado oficialmente del delito de peculado, junto con su grupo, por aquel afamado jurista que fue el doctor Ignacio Burgoa Orihuela? ¿Qué más comentar a la exigencia de aquella Asociación Nacional Cívica Mexicana, A.C. de que se recuperasen –cosa que desde luego no ocurrió– ¡trece billones, 607 mil 600 millones de aquellos pesos!, cantidad considerada entonces la cuantificación de la corrupción? A aquellos dos titanes de la demagogia y de la corrupción jamás se les molestó ni con el pétalo de una simulada investigación. Por lo demás, las prácticas aquí citadas continúan a la orden del día en el México actual. Otro axioma. Todo esto sin sonrojos ni preocupaciones, aunque se haya informado apenas unos cuantos días atrás que una madre mató a sus hijos por carecer de un mendrugo que llevarles)
5.- “Muchos países atraviesan en esta época serias crisis. Sin embargo, el peso ha mantenido su firmeza durante los últimos diecisiete años”.
(Esto lo decía Luis Echeverría el año 1971, cuando iniciaba su gobierno; pero al término del mismo, concretamente el 31 de agosto de 1976, nuestro peso empezaba a caer por el tobogán de la devaluación –del que nunca más se recuperó– como consecuencia del desbarajuste económico promovido desde las más altas esferas oficiales. Al día siguiente, en el curso del último informe de Echeverría, los diputados integrantes de la quincuagésima legislatura aplaudieron entusiastamente la devaluación como si hubiera sido un gran logro. Esa misma legislatura, dicho sea de paso, ovacionó también, con particular calidez, a Goyo Cárdenas, “El Estrangulador de Tacuba”, cuando por esos días, recién salido de presidio, hizo acto de presencia en el recinto legislativo, ubicado a la sazón en Donceles y Allende. La quincuagesimaprimera legislatura, o sea la siguiente, siempre se deshizo también en calurosos elogios a la política de José López Portillo, que finalmente nos llevó a la devaluación del 17 de febrero de 1982 y a otra más el 5 de agosto del mismo año. López Portillo concluyó su sexenio de pesadilla con la estatización de la banca mexicana, que al paso de los años quedó finalmente en manos de extranjeros que operan con prácticas leoninas como jamás se vio cuando era operada por mexicanos)