Por: Luis Reed Torres
(Segunda de dos partes)
Como quedó asentado en la entrega anterior –de la que paso revista en una apretada síntesis–, una versión enteramente desconocida sobre el doble crimen cuyas víctimas fueron don Francisco Ignacio Madero y don José María Pino Suárez la noche del 22 de febrero de 1913, la ofrece el periodista Guillermo Mellado, contemporáneo de aquellos acontecimientos, en su libro Crímenes del Huertismo (páginas 28 a 37), aparecido muy poco tiempo después de los sucesos que aborda. En tal texto, Mellado da cuenta de cómo pudo entrevistar casualmente al mayor de rurales Francisco Cárdenas (quien se hallaba en estado de ebriedad), asesino material del Presidente, a menos de una semana de registrado el magnicidio, y de cómo, a despecho de la versión plasmada para la posteridad de que Madero y Pino Suárez fueron abatidos a tiros a espaldas de la penitenciaria de Lecumberri, en realidad fueron victimados en pleno Palacio Nacional, concretamente en una de las caballerizas allí ubicadas.
Igualmente se anotó que tal decisión obedeció a que las estentóreas exclamaciones de protesta de Madero revestían un riesgo muy grande de asumir en caso de salir a la calle en medio de un escándalo para dirigirse con los presos a Lecumberri –como contemplaba el plan inicial– y, advertido de tal situación por voz del propio Francisco Cárdenas, el general Manuel Mondragón, quien se hallaba en ese momento reunido con el general Victoriano Huerta y con otros personajes desconocidos para Cárdenas, dispuso entonces que se ejecutara a Madero y Pino Suárez en el mismísimo Palacio Nacional –con la anuencia de Huerta–, lo que de inmediato acataron Cárdenas y un grupo suyo de confianza. El propio Cárdenas narró al periodista Mellado que Pino Suárez quiso correr, pero fue rápidamente muerto a balazos; luego, Cárdenas tomó del cuello a don Francisco y le disparó en la cara. Madero se desplomó pesadamente y salpicó de sangre el uniforme de su verdugo.
Concluido este resumen de lo ya publicado, continúo ahora con el texto de Mellado:
«Muertos ya los dos –aseveró Cárdenas al periodista–, así lo participé al general Mondragón, quien metió la mano a la bolsa del pantalón y me dio un rollo de billetes agregando: ‘Esto es para usted y su gente’.
«Después los pusimos en el automóvil, y al llegar a las calles de Lecumberri bajé a mis hombres y les dije que dispararan sobre el automóvil. Los muchachos así lo hicieron y poco después entregué los cadáveres al director de la penitenciaria» (Ibidem).
Hasta aquí la plática confidencial de Cárdenas con Mellado. Líneas más adelante, el periodista refiere que la autopsia de los dos cuerpos fue realizada por el mayor médico cirujano Virgilio Villanueva, quien asimismo extendió los certificados de defunción respectivos.
«El cadáver del señor Presidente de la República –informa Mellado– presentaba una lesión cuyo orificio de entrada estaba señalado al lado derecho de la nariz, con orificio de salida en la parte trasera del cráneo, pudiéndose notar que era demasiado grande, presumiéndose que el disparo fue hecho con un proyectil expansivo».
Más adelante, el periodista Mellado se pregunta si el general Félix Díaz –sobrino de don Porfirio y uno de los sublevados contra el régimen maderista– aprobó los asesinatos del Presidente y del Vicepresidente.
Y de inmediato se contesta que está comprobado que Félix Díaz no se encontraba presente (se hallaba enfermo de paludismo) cuando se dispuso la muerte de Madero y Pino Suárez, pero que, al saberla, «desaprobó ese modo de proceder, pero más tarde el general Mondragón lo persuadió de que se hacía necesario. Félix Díaz nada dijo y sus comentarios han sido ignorados».
Sin embargo, el propio Mellado torna a preguntarse si Díaz estuvo realmente aquejado de paludismo o fue un ardid para no verse comprometido en tan espinoso asunto.
Y de nuevo se responde: «La verdad sobre esta pregunta no es posible conocerla».
Empero, Mellado aborda de nuevo el asunto y da cuenta de las declaraciones que Francisco Cárdenas hizo en Guatemala a fines del año 1915, en las cuales cambió algunos conceptos pero insistió que el general Manuel Mondragón fue «el autor principal del crimen» . Y Mellado remite a su plática con Cárdenas y agrega: «Al hacerme la relación, me decía que estaban otras personas en la junta. Bien por el estado de ebriedad en que iba, o bien porque entonces no quiso revelarme esos nombres, calló que estaban allí Cecilio Ocón y Félix Díaz»
(Cecilio Ocón había sido uno de los principales instigadores del asesinato de Gustavo A. Madero en la Ciudadela poco antes de la aprehensión de su hermano don Francisco en Palacio Nacional, apostilla de Luis Reed Torres)
Ya para finalizar su papel en este asunto, el periodista Guillermo Mellado hace también referencia a cierta declaración cambiada de Cárdenas en Guatemala con respecto a lo del asalto en Lecumberri, pero asienta –con buen juicio a mi parecer– que «la que me hizo a raíz de los acontecimientos parece ser más verdadera, toda vez que estaba más fresco el delito. Después del tiempo que ha transcurrido ha cambiado algunos puntos para quitarse la tremenda responsabilidad que tiene; en cambio, el día veintiocho de febrero de mil novecientos trece hizo gala de su delito. Y por ello creo que fue en las caballerizas donde se cometió el más grande de los crímenes que registra la historia contemporánea».
COLOFÓN: Francisco Cárdenas, asesino material de Madero, escapó a Guatemala al caer el régimen huertista. En el vecino país enfrentó algunas dificultades de índole amorosa, luego se halló en peligro de ser extraditado a México y optó por esconderse; pero descubierto y detenido por las autoridades, fue conducido a la capital y en plena Plaza de Armas, tras herir gravemente a un soldado guatemalteco con una pistola que llevaba oculta, se suicidó de un disparo en la boca. Era el 29 de noviembre de 1920…