Por: Luis Reed Torres
John Barron, celebrado autor de la monumental obra KGB (siglas de la Policía Secreta Soviética en tiempos del yugo comunista en Rusia), en la que puso al descubierto las maniobras de infiltración y espionaje que realizaba el Kremlin en los países occidentales con el propósito de debilitar y hasta paralizar sus defensas, publicó hace años un libro, junto con el periodista Anthony Paul, denominado El Exterminio de un País Noble. Lo que no se ha Dicho del Genocidio en Camboya, en el cual ambos escritores reseñaron dramáticamente el martirio de esa nación a raíz de su caída en manos del marxismo en 1975.
Vale hoy recoger de nuevo ese importante testimonio, tanto más cuanto que aún existen personas –y en número mucho más amplio del que pudiera suponerse– que justifican la historia y el desarrollo del marxismo, y hasta tienden a añorar éste nostálgicamente como si la humanidad se hubiera visto beneficiada y luego tristemente privada de su tétrico reinado.
Con acopio de gran número de documentos y tras largas entrevistas personales con miles de aterrorizados refugiados camboyanos que huyeron a la vecina Tailandia –a su vez invadida en aquellos años por el Vietnam ya comunizado–, Barron y Paul demuestran de manera incontestable que la llamada “liberación” que siguió luego del desplome del régimen del general Lon Nol en abril de 1975, degeneró en una inimaginable orgía de sangre que elevó el número de víctimas a dos millones y medio.
A través del Khmer Rojo, integrado por fanáticos guerrilleros adoctrinados en Corea del Norte y en Vietnam del Norte, la célula cúpula Angka Loeu –traducida literalmente como la Organización Superior– desató el terror contra la inerme población civil cuando la capital, Phnom Penh, capituló ante los comunistas.
Angka Loeu ordenó la completa evacuación de todas las ciudades de Camboya –incluso las aldeas más pequeñas– y una marcha de sus habitantes a los campos. Así, tres millones de personas de Phnom Penh fueron obligadas a dejar todas sus pertenencias en la capital y, formadas en interminables columnas de hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos, marcharon hacia el campo raso rumbo a un destino incierto y amenazante.
Este proceso, típicamente de corte marxista, recibe el nombre de “ingeniería social” y se ejecuta con el máximo rigor con el propósito de desarraigar a la población organizada. Es más, hasta los hospitales repletos de enfermos graves fueron desalojados de forma inclemente por las hordas comunistas. Miles de pacientes fueron rematados a tiros y a bayonetazos en su mismo lecho de dolor, y los médicos fusilados.
Sin compasión fueron igualmente asesinados a sangre fría todos aquellos que se resistieron a abandonar sus ciudades y sus hogares, o los que se retrasaban en la marcha. Phnom Penh y otras urbes tornáronse pronto en ciudades fantasmas.
Cientos de testigos presenciales refirieron luego a Barron y a Paul la matanza de mujeres embarazadas y de bebés por los comunistas del Khmer Rojo. La carencia absoluta de medicinas provocó fulminantes epidemias que diezmaron también, por otra parte, a la población civil.
Con las ciudades virtualmente vacías, las hordas rojas se dedicaron entonces a arrasar museos, universidades, teatros y ricas bibliotecas con el propósito de erradicar las normas tradicionales de vida del pueblo camboyano –fiel creyente del budismo theravada y heredero de una cultura cuyas antiguas grandezas rivalizaban con las de Grecia, Roma o Egipto– y edificar de manera acelerada “la nueva sociedad comunista”.
La sola mención de un tópico relativo a épocas anteriores al triunfo comunista acarreaba la pena de muerte. Igual suerte corrían los poseedores de algún artículo extranjero, prendas de vestir extranjeras o los que se peinaban a la usanza occidental.
Angka Loeu, a cuya sola referencia temblaban de terror los camboyanos, decidió asimismo la ejecución en masa de la élite intelectual de la nación. Profesores y estudiantes principalmente, y en general todo aquel que gozaba de cierta cultura superior fueron asesinados a lo largo y a lo ancho de todo el país. Lo sarcástico del asunto radica en que este segmento social integraba mayoritariamente a la población que tiempo atrás había prodigado la bienvenida a los rojos en medio de vítores y aplausos.
Otra esfera que fue enteramente liquidada por los comunistas del Khmer Rojo en aquel país del sudeste asiático fue la gubernamental. Angka Loeu, el minúsculo grupo de teóricos marxistas que tiranizaba a la nación, fue la encargada, como siempre, de liquidar a empleados públicos y militares del ejército que habían servido a administraciones anteriores a la marxista.
Así, los caminos de Camboya se vieron repletos de camiones atestados de militares que habían depuesto las armas ante los rojos y que marchaban a lugares apartados para consumar las matanzas en masa. Altos jefes, oficiales y hasta simples soldados fueron acribillados con fuego de ametralladora, o muertos a palos y cuchilladas. Puede decirse, en consecuencia, que el antiguo ejército regular camboyano desapareció ante la magnitud del genocidio. En este caso, por supuesto, los comunistas camboyanos no fueron innovadores y, por el contrario, siguieron los tradicionales cánones marxistas que implican la destrucción de las fuerzas armadas –tradicionalmente nacionalistas y anticomunistas– y su sustitución por milicianos al servicio de la Revolución Mundial.
Tras acuciosos estudios, Barron y Paul llegaron a la conclusión de que, hasta el momento de la aparición de su libro (edición original en inglés en 1977 y en español en 1979), dos y medio millones de personas habían sido asesinadas en Camboya por los comunistas. Coincidieron así con el dato que el periodista francés Jean Pierre Dujardin publicó por ese mismo tiempo en “Le Figaro Magazine”, dentro del marco de un estudio que arrojó la anonadante cifra de CIENTO CUARENTA Y CUATRO MILLONES DE SERES HUMANOS como víctimas del bolchevismo en todo el mundo desde 1917. Cabe decir aquí que la población de Camboya no rebasaba en esos días los siete millones de habitantes.
Por otra parte, cuando el 20 de julio de 1976 el premier comunista Pol Not –prominente miembro de Angka Loeu un tiempo y luego purgado por el dictador Khieu Samphan– concedió una entrevista de prensa a un diario extranjero y fue inquirido por éste acerca de las realizaciones del nuevo régimen maexista en Camboya, respondió textualmente:
“En concreto no hemos logrado ninguna realización notable, excepto el movimiento revolucionario de las masas” (Barron, John y Paul, Anthony, El Exterminio de un País Noble, Editorial Diana, 239 p., p. 206).
¡En esto quedaron resumidos los logros del comunismo en Camboya tras la desaparición física de más de dos y medio millones de seres humanos, entre hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos!
¡Y pensar que muchos intelectuales o pseudointelectuales justifican y defienden el comunismo!