Por: Graciela Cruz Hernández
Eduardo Liceaga, nació en Guanajuato el 13 de octubre de 1839, era sobrino del también médico Casimiro Liceaga.
Liceaga se matriculó en la Escuela de Medicina en enero de 1859, su gran capacidad lo hizo merecer y recibir los premios que se otorgaban cada año escolar. En el cuarto año de medicina ganó la oposición de ayudante de medicina operatoria. Su examen final fue el 9 de enero de 1866 y recibió su título profesional junto con una medalla de oro. El jurado de su examen estuvo formado por excelentes médicos como el Dr. Jiménez, el Dr. Rio de la Loza y el Dr. Lucio.
Después de graduarse, fue triunfador del concurso para ocupar el puesto de profesor adjunto y la cátedra de medicina operatoria de la Facultad de Medicina.
En el año en que se fundó el Instituto Pasteur, el doctor Liceaga fue a Francia y en una visita a la institución, los doctores Roux y Pasteur le dieron un cerebro de conejo inoculado con rabia, el cual trajo a México, cuidándolo esmeradamente para su conservación durante el trayecto en barco, y así lograr la fabricación en nuestro país de vacuna antirrábica y que se aplicó por primera vez el 18 de abril de 1888.
Fue director del Hospital de Maternidad e Infancia, presidente del Congreso Médico Nacional de Higiene.
Fue presidente del Consejo Superior de Salubridad, en su gestión estableció las bases para el Código Sanitario.
Entre 1887 y 1888, visitó hospitales de París, Londres, Roma, Bruselas, Berlín y Viena, y a su regreso a México siendo aún presidente del Consejo Superior de Salubridad, el doctor Liceaga puso todo su interés en la creación de un hospital que reuniera todos los requisitos arquitectónicos y técnicos para ofrecer la mejor atención a los pacientes. Insistiendo en esa necesidad, ideó la construcción del actual Hospital General de México, el cual concibió como un conjunto de hospitales especiales, instalados en un mismo terreno y con una administración común. Este concepto dio principio a lo que ahora conocemos como centros médicos.
Fue hasta el 22 de noviembre de 1895 cuando el Gral. Manuel González Cosío, Secretario de Estado y secretario del Despacho de Gobernación, quien por indicaciones del presidente Gral. Porfirio Díaz, emitió y envió el esperado nombramiento al Dr. Eduardo Liceaga para elaborar un proyecto de construcción de un Hospital General. La obra dio principio el 23 de julio de 1896, fungiendo como director médico de la construcción el Dr. Liceaga y como asociado el ingeniero Roberto Gayol, funciones que desarrollaron hasta el 14 de mayo de 1904. La obra fue terminada el 31 de diciembre de ese mismo año por el arquitecto Manuel Robledo Guerrero. En la ceremonia inaugural del Hospital General, el 5 de febrero de 1905, donde estuvo presente el presidente Don Porfirio Díaz y su esposa, el discurso del Dr. Liceaga, fue y sigue siendo un mensaje vivo para todas las generaciones de médicos. Éstas fueron algunas de sus palabras:
“Señores, no vais a recibir un edificio nuevo sino una Institución; tendréis el deber no sólo de conservarla, sino de perfeccionarla; ella os proporcionará la ocasión de hacer el bien a vuestros semejantes, no sólo con el auxilio de vuestra ciencia, sino con la dulzura de vuestras maneras, la compasión por sus sufrimientos y las palabras de consuelo de espíritu. Os vais a encargar de hacer práctica y fructuosa la enseñanza de la medicina; vais a formar hombres científicos que puedan competir con nuestros vecinos del norte y con los del sur de nuestro continente.
Señores, para reivindicar nuestro puesto en el continente, no necesitamos más que aplicar toda nuestra inteligencia, toda nuestra voluntad, a perfeccionarnos en el ramo que hemos elegido para ejercitar nuestra actividad. Este es el contingente que debemos a nuestra Patria. El país en donde cada hombre se empeña en perfeccionar la ciencia, el arte, la industria a que dedica su energía, ese país será grande, pues la suma de esas unidades activas forma parte de la Nación».
Representó a México en numerosas reuniones y congresos internacionales, fue vicepresidente del Congreso de la Asociación Americana de Salud Pública cuyo propósito fue fortalecer las acciones sanitarias entre México y los EUA, fue miembro de la junta ejecutiva de la Oficina Sanitaria Internacional creada en 1902 que en 1911 pasó a ser la Oficina Sanitaria Panamericana y más tarde fue uno de los siete miembros originales de lo que hoy se conoce como Organización Panamericana de la Salud. En dos ocasiones ocupó la Presidencia de la Academia de Medicina.
Otra de las obras que se le deben al doctor Liceaga es la traza y urbanización de la actual colonia de los Doctores, que fue la primera en la ciudad que se hizo introduciendo el drenaje y el alumbrado previos a la construcción de las casas, de donde se derivó la ley para que se hicieran las demás colonias de esta forma.
Como patriota y hombre de estado que era aprovechó inteligentemente sus relaciones y las ocasiones que se le presentaron para transformar las condiciones de salubridad de México a cuyo bienestar dedicó su esfuerzo durante la mayor parte de su vida. La Ciudad de México en los tiempos del Doctor Liceaga dejaba mucho que desear en cuanto a higiene y salud pública. Eran comunes las epidemias de tifo, el agua potable llegaba a la ciudad por viejos acueductos a las fuentes públicas, era difícil deshacerse adecuadamente de los desechos, las fuertes lluvias hacían de la ciudad un pantano, y en tiempos de sequía, las aguas estancadas originaban insoportables olores. Por eso la importancia de las iniciativas y las transformaciones que logró el Doctor Liceaga. Consiguió que se activaran y se diera fin a las obras de desagüe del valle; logró la introducción del agua potable de los manantiales de Xochimilco; impidió que se establecieran nuevas colonias en la ciudad, si no tenían servicios de agua, drenaje, luz, espacios para jardines y espacios para sembrar árboles en las calles.
Fue director de la Escuela de Medicina y logró elevar el nivel de la enseñanza, incluyó a las especialidades en el plan de estudios entre ellas la pediatría (1889-1911).
Asistió y defendió el nombre y prestigio de México en numerosas reuniones y congresos internacionales; su labor en las reuniones interamericanas fue precursora de los actuales organismos de cooperación intercontinental, en dos ocasiones ocupó la Presidencia de la Academia de Medicina (1879 y 1906) y por primera vez en México, por su iniciativa, se patrocinó la investigación científica a fin de averiguar la etiología y modo de transmisión de la fiebre amarilla. Gracias a eso se desterró de las costas mexicanas esa enfermedad. Creó un premio para quien descubriera el germen del tifo y su mecanismo de propagación. Personalmente, seleccionó e importó de Europa los más modernos equipos de desinfección.
Preocupado por la niñez, creó un servicio para atender problemas médico-quirúrgicos a niños pobres, formó una sociedad que no tuvo reglamentos ni nombre, la única regla era atender a los enfermos con suma caridad. Destinó los cuarenta pesos de sus honorarios mensuales a la adquisición de equipos quirúrgicos.
Con un grupo de amigos fundó la sociedad familiar de medicina en la que se reunirían semanalmente; él sabía que los lazos de amistad eran el vínculo de unión y que se debía procurar corregir suavemente los defectos de cada uno de los integrantes, los cuales después de las reuniones científicas tomaban una hora más de distracción para conversar tomando un té y jugando ajedrez, dominó, damas, compartiendo como si fueran una familia de verdad.
Curiosamente fue secretario de la Sociedad Filarmónica de México y profesor de acústica y fonografía, pero declinó a estas funciones por las tareas que le demandaba su profesión.
El doctor Eduardo Liceaga ocupó hasta 1914 los puestos más altos que un médico puede desempeñar, este gran mexicano que tanto trabajó por la salud de sus compatriotas, falleció a la edad de 80 años, el 14 de enero de 1920.