Por: Justo Mirón
Estimados lectores, les mando un saludo cordial desde la extraña cotidianidad de la Ciudad de México, donde hoy te encuentras con calles sin tráfico, sin aglomeraciones y sin las acostumbradas manifestaciones que son el pan nuestro de cada día.
No sé si a ustedes les pase, pero en ocasiones uno se despierta con un ánimo positivo, lleno de alegría y de entusiasmo, con el afán de portarse bien, no decir improperios, no criticar a la gente, ayudar a la viejecita que cruza la calle, no pasarse ningún alto, en pocas palabras, tener una actitud positiva ante la vida y ante los demás.
Sin embargo, siempre existen acciones o actitudes de gente que nos sacan de nuestro estado de paz y armonía con el que nos habíamos levantado, desafortunadamente la realidad se encarga de bajarnos de nuestra nube.
Pues bien, les cuento que uno de estos días me encontraba viendo la televisión, cuando se me ocurrió cambiarle de canal y me encontré con la conferencia mañanera de López; dije, a ver si dice alguna noticia buena o esperanzadora que nos dé alicientes para, en medio de tantos males producidos por el maligno virus, seguir con nuestra vida diaria.
Les comento que no sólo no escuché ninguna noticia buena por parte de López, sino lo mismo a lo que nos tiene acostumbrados: necedades, humor negro, echarle la culpa de los males del país a los “conservadores” y sobre todo el ataque y la descalificación de todos aquello que para él significan una piedra en su afán de controlar y gobernar de manera absoluta y autoritaria nuestro país.
La lengua viperina de López siempre suelta veneno, sus palabras son, invariablemente, de división, descalificación y confrontación con la sociedad mexicana.
Para no variar, en esta ocasión la caricatura de presidente que tenemos dijo que “…así como a los ingenieros les cuesta trabajo aceptar de que la gente puede hacer un camino sin ellos o a los arquitectos también les cuesta, el que la gente, una familia puede hacer una casa sin ellos, así a los periodistas, o a los columnistas, a los expertos les cuesta muchísimo aceptar que la gente tiene un instinto certero y que es más inteligente que nosotros…“.
#NuevaNormalidad
No se requieren arquitectos ni ingenieros para que el pueblo haga casas y caminos.
Tampoco periodistas ni columnistas.
Menos economistas, pues ni que fuera algo tan complejo, que le pregunten a las mujeres como hacen rendir el gasto…— Martha Tagle (@MarthaTagle) May 14, 2020
Estas son las sabias palabras de López, descalificando las dignas profesiones que ejercen ingenieros, arquitectos y periodistas. Nos está diciendo que este país se puede construir sin la preparación y el trabajo de nuestros mejores hombres y mujeres, improvisando, como él lo hace; sólo que esta idea, de que cualquiera puede hacer el trabajo que realizan profesionistas especializados, de hacerse realidad tendría altos costos económicos y sociales que se traducirían en puentes que se caerían, carreteras mal diseñadas que provocarían accidentes, enfermos que se morirían por un mal diagnóstico o una mala operación, casas y edificios que se derrumbarían por su mal diseño y construcción y muchas otras situaciones más que podrían presentarse si se dejase el desarrollo del país en manos de gente sin preparación.
López exalta la improvisación y falta de preparación porque él es producto de ella, lo cual nos ha costado a los mexicanos la llegada al poder de un presidente que fue fósil en la universidad, en la cual se la pasó catorce años; de un mantenido que se la ha pasado por décadas viviendo del dinero del erario público; un inepto que no sabe ni siquiera expresarse y que no sabe gobernar; un misógino que prefiere seguir con sus “prioridades”, como es el engaño de la venta de un avión, en lugar de escuchar la violencia que a diario sufren las mujeres; de un acomplejado social que odia a la gente que hace su patrimonio con años de trabajo y esfuerzo, como empresarios, profesionistas y gente que diariamente suda la gota gorda para llevar el sustento a sus hogares; en fin, un hombre cuyas limitaciones, aunadas a sus ambiciones, nos ha llevado a la peor crisis económica y social que haya vivido nuestro país en toda su existencia.
Este es el costo de haber elegido a un hombre que le tiene sin cuidado el haberse preparado, un inepto, inculto, soberbio y acomplejado, que se cree historiador siendo en realidad un ignorante de la historia de nuestro país, tal y como lo evidenció cuando señaló, el 18 de noviembre del 2019, que Benito Juárez se había casado con Carmelita Romero Rubio, que fue esposa de Porfirio Díaz, y no con Margarita Maza, con quien contrajo nupcias el 31 de julio de 1843.
Y eso que López se dice juarista, ¡confundió el nombre de la esposa con la que se casó Juárez!, un pecado de excomunión para un masón como López que se dice admirador y fiel seguidor del masón y político oaxaqueño Benito Juárez.
Todo lo anterior me trae a la memoria una anécdota de mi niñez, ¡uuuuuy! ya llovió, dirán muchos de ustedes; que se relaciona con el niño burro que hay en todos los salones de clase de las escuelas primarias.
Recuerdo que, en una ocasión cuando cursaba cuarto grado de primaria, la maestra regañó a mi compañero más atrasado de clase, éste, a la salida de la escuela, nos decía altaneramente que no le importaba ser burro, que al cabo sus papás siempre lo iban a ayudar y que le tenían sin cuidado los regaños de la maestra.
Pues bien, este niño burro, disculpándome con los burros por la comparación, es igualito al peje, tiene la misma actitud soberbia que caracteriza al ganso tabasqueño, a quien no le importa en lo absoluto demostrar su incultura y su falta de preparación en las conferencias dormideras; no le preocupan las críticas a los errores que comete y la desaprobación de sus gobernados; siempre ha vivido y vivirá del erario público y, desde luego, de lo que se robe (quien diga lo contrario que me explique la riqueza y opulencia con la que viven sus hijitos que hasta empresarios resultaron) y de las transas que hace y ha hecho con socios corruptos como Manuel Bartlett.