Por: Luis Reed Torres
Cuando en 1829 la situación internacional parecía favorable para que España intentara la reconquista de México –en nuestro país gobernaba desde abril el General Vicente Guerrero y dos años antes se había registrado una masiva expulsión de españoles– en virtud de la inestabilidad política que campeaba en la nación sobre todo a raíz de la extinción del Imperio encabezado por don Agustín de Iturbide, se concentraron en La Habana diversos cuerpos militares al mando del brigadier don Isidro Barradas, un individuo nacido en las Islas Canarias en 1782 y que, equivocadamente al igual que su rey Fernando VII, se hallaba convencido de la viabilidad de semejante empresa. Para tal efecto, Barradas reunió poco más de 3,500 hombres –número por lo demás claramente insuficiente a ese propósito– y se embarcó rumbo a las costas mexicanas con esa firme decisión en la mente.
Así, la llamada División de Vanguardia –integrada por tres batallones del regimiento de infantería de la Corona– desembarcó el 26 de julio aproximadamente a ochenta kilómetros de Tampico, puerto a que la postre fue tomado por la fuerza expedicionaria. Como segundo de Barradas se hallaba el coronel Miguel Salomón, en tanto que el teniente coronel Fulgencio Salas fungía como jefe del Estado Mayor.
Apercibido el gobierno mexicano de la intentona peninsular, designó para la defensa al General Antonio López de Santa Anna, quien tuvo como segundo al mando al General Manuel Mier Terán. A ambos se les unieron diversas corporaciones que enfrentaron al invasor en algunas escaramuzas.
Tras apoderarse de Tampico y evacuarlo luego para dirigirse a Altamira en busca de víveres, la expedición se encontró con que esta última población había sido arrasada por sus habitantes y no había comida.
Aunque inicialmente las fuerzas de Santa Anna ascendían a 1,500 hombres, el número aumentó después significativamente tras recibirse refuerzos del interior, y los enfrentamientos se registraron de hecho desde el 26 de julio hasta el 11 de septiembre.
En el curso de las operaciones, el jalapeño atacó Tampico por sorpresa — defendida por el coronel Salomón–, pero luego se vio en desventaja cuando Barradas y sus hombres retornaron de Altamira y comprometieron la posición de Santa Anna. Empero, favorecieron a éste tanto la escasez de víveres y municiones en las filas españolas como las torrenciales lluvias que se desataron en el área, así como una epidemia de fiebre amarilla (también llamada vómito negro) que diezmó sus huestes.
Para colmo, un inesperado y devastador ciclón tropical hizo acto de presencia y anegó las posiciones de ambos bandos. Santa Anna ordenó atacar con mil hombres el fortín español y, aunque no pudo ser capturado por los mexicanos, las desventajosas condiciones de lucha fueron demasiado para el cuerpo expedicionario peninsular. Y tras solicitar una tregua para atender a sus heridos, a las tres de la tarde del 11 de septiembre de 1829 el coronel Salomón y el teniente coronel Salas firmaron la rendición, ratificada asimismo por el propio brigadier Barradas. Según el convenio de Pueblo Viejo, Barradas se comprometió a no tomar de nuevo las armas contra México.
En su autobiografía, Santa Anna, ascendido por el gobierno a General de División a raíz de la victoria, dice que Barradas supuso que el contingente mexicano era mucho más numeroso de lo que en realidad se hallaba constituido –no pasaban de tres mil los hombres del jalapeño– y que se mantuvo inactivo en su cuartel general en momentos decisivos.
«El fuego atronante de toda la noche –escribe– y los veinte mil hombres que suponía enfrente lo impresionaron tanto que me envió al brigadier Salomón para hacerme saber que estaba rendido a discreción. Un anuncio tan plausible y sorprendente me hizo exclamar ¡ah!, bien se ha dicho que cuando la fortuna da, da a manos llenas».
Y más adelante: «Como es de costumbre, aplausos en México al vencedor, ovaciones por todas partes. El Congreso General se sirvió darme el dictado de ‘Benemérito de la Patria’; el gobierno me ascendió a General de División enviándome las divisas para que me fueran puestas, las que me puso con sus propias manos mi segundo, el General Manuel Mier y Terán, en el lugar donde los invasores rindieron sus armas; algunas legislaturas me acordaron espadas de honor, y el pueblo me apellidó ‘El Vencedor de Tampico’ « (Santa Anna, Antonio López de, Mi Historia Militar y Política, 1810-1874, en Documentos Inéditos o muy Raros Para la Historia de México, Publicados por Genaro García y Carlos Pereyra, Tomo II, México, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, Cinco de Mayo 14, 1905, 287 p., pp. 22-23).
Sin perjuicio de que, por fortuna, se evitó la reconquista de México de parte de la antigua metrópoli, lo cierto es que Isidro Barradas era un militar de talento menos que mediano, y cuando se halló en condiciones de atacar a Santa Anna porque éste quedó en determinado momento de espaldas al río, prefirió parlamentar y luego rendirse de manera incondicional, según exigencia del jalapeño. Sobre el particular, el historiador José Fuentes Mares puntualiza de este modo el asunto de la victoria de don Antonio:
«Triunfaba sobre un incapaz, como luego sería su costumbre. El mundo es de los audaces, pudo decir entonces, sobre todo cuando los audaces actúan en medio de la tontería de los demás. La gloria del audaz Antonio, por ejemplo, será sobre todo el producto de la imbecilidad de los demás (…) El jalapeño había dado el jalón decisivo en la carrera de la gloria. Las legislaturas de Veracruz, Puebla, Jalisco y Zacatecas lo declararon Benemérito o lo titularon Ciudadano de Honor. Guanajuato decretó el obsequio de una espada, con empuñadura de oro, en memoria de su triunfo a las orillas del Pánuco» (Fuentes Mares, José, Santa Anna, Aurora y Ocaso de un Comediante, México, Editorial Jus, S.A., segunda edición, 1959, 335 p., pp. 65-68).
Más tarde, en el transcurso de los años, el inefable don Antonio seguiría apurando indistintamente cálices de miel y cálices de hiel hasta las heces…