Por: Luis Reed Torres
Cuando poco después de su llegada a la capital de México el 12 de junio de 1864, el Emperador Maximiliano decidió internarse en el centro del país para familiarizarse tanto con su geografía como con el carácter de sus habitantes, visitó varias ciudades y pequeñas poblaciones, como San Juan del Río, Querétaro, Celaya, Irapuato, Salamanca y Guanajuato, entre otras, y en octubre del año citado arribó a la bella y colonial Morelia, donde, al igual que en otras partes, fue atendido y hospedado magníficamente.
Una mañana, al salir de la alcoba en el majestuoso inmueble en que había pernoctado (hoy Museo Regional, pleno centro de aquella urbe), se topó de frente con un joven y gallardo oficial mexicano del Cuerpo de Zapadores, a quien había tocado la guardia de la noche para velar el sueño del soberano: era el capitán Agustín Pradillo, oriundo de Aguascalientes y ferviente partidario del Imperio. Tras cruzar con él algún breve diálogo que ratificó la excelente impresión que en primera instancia le había causado, Maximiliano le informó que a partir de ese momento quedaba integrado a la Guardia Palatina y designado Oficial de Órdenes del Emperador (Fernández Ledesma, Enrique, Nueva Galería de Fantasmas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, 135 p., p. 45).
Egresado del Colegio Militar, Pradillo fue teniente a partir de 1854 y desde siempre sirvió en las filas conservadoras. Así, entre otros combates, participó en la acción de Ocotlán en 1856, en la captura de Puebla en el mismo año y en la batalla de Salamanca en 1858, que fue la primera victoria contra los liberales en la Guerra de Reforma, debida al General Luis Gonzaga Osollo. Asimismo, Pradillo se condujo con competencia y valentía en la defensa de la garita de la Tlaxpana, en la ciudad de México cuando fue atacada por las fuerzas del jefe liberal Santos Degollado en abril de 1859, y en el sitio de Veracruz impuesto por el General Miguel Miramón en 1860 y malogrado por la intervención de la armada estadunidense en Antón Lizardo el 6 de marzo de 1860, cuando los buques de guerra «Wave», «Indianola» y «Saratoga» salvaron de la derrota al gobierno liberal encabezado por Benito Juárez.
Ascendido a comandante (hoy es el equivalente al grado de mayor) y más tarde a teniente coronel, Agustín Pradillo se mantuvo siempre al lado de Maximiliano y fue su inseparable acompañante en todos los desplazamientos del monarca durante el tiempo que duró el Imperio. Como Oficial de Órdenes, fue de hecho el principal edecán militar del Emperador y naturalmente estuvo a su lado en el largo y cruento sitio de Querétaro que, como se sabe, constituyó el episodio final del Segundo Imperio Mexicano.
A la caída de la plaza la madrugada del 15 de mayo de 1867, Maximiliano fue finalmente hecho prisionero en el Cerro de las Campanas junto con todos quienes le rodeaban, entre ellos los generales Severo del Castillo –su Jefe de Estado Mayor–, Tomás Mejía –comandante en jefe de la caballería imperial–, José Luis Blasio –su secretario particular– y el propio teniente coronel Agustín Pradillo, su Oficial de Órdenes y edecán militar, como ya quedó consignado.
Separado del Emperador, Pradillo fue enviado prisionero a Morelia junto con otros jefes imperiales como los coroneles Pedro A. González, Ignacio de la Peza y Pedro J. de Ormaechea, y entre todos redactaron un importante texto para desenmascarar las patrañas del coronel Miguel López, el traidor que entregó la plaza de Querétaro a los republicanos y que pretendía eludir su responsabilidad al argumentar, entre otras cosas, que las municiones y la pólvora elaboradas en Querétaro durante el sitio por el General Manuel Ramírez de Arellano, comandante en jefe de la artillería, eran de mala calidad. Las certeras aseveraciones y desmentidos contra López jamás pudieron ser refutadas por éste, quien quedó para la historia con el estigma de Judas (Refutación al Folleto Publicado por Miguel López con Motivo de la Ocupación de la Plaza de Querétaro en 15 de Mayo de 1867, por los Jefes del Ejército Imperial Prisioneros en Morelia, Morelia, Imprenta de Ignacio Arango, 1867, 24 p., pp. 1-3).
Tres años después del desplome del Imperio, el coronel Ignacio de la Peza, quien se había distinguido durante el sitio de Querétaro en el arma de artillería, y el propio teniente coronel Pradillo publicaron un opúsculo muy interesante en el que afirman que el Emperador Maximiliano decidió trasladarse a Querétaro y ponerse al frente del Ejército por abnegación y sacrificio luego del desastre de San Jacinto –cuando el General Miguel Miramón apenas pudo salvar la vida ante la acometida e ingente superioridad numérica de Mariano Escobedo– y tras la retirada del cuerpo expedicionario francés, «lleno de lodo y de vergüenza y execrado por todos».
Igualmente, ambos jefes defienden al General Miramón de las intrigas de que fue víctima por el General Leonardo Márquez y elogian el manejo eficiente de la artillería del General Manuel Ramírez de Arellano. Sin embargo, el interesantísimo texto –hoy prácticamente inconseguible– se escribió, al igual que el Diario del coronel Carlos Miramón –hermano de Miguel–, para refutar los graves yerros y abundantes ligerezas en que incurrió el príncipe Félix de Salm-Salm al escribir sobre aquellos sucesos (De la Peza, Ignacio, y Pradillo, Agustín, Maximiliano y los Últimos Sucesos del Imperio en Querétaro y en México, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1870, 179 p., pp. 18-19 y siguientes).
Pasado el tiempo, y ya durante la época porfirista, Ignacio de la Peza –primo del famoso literato y poeta don Juan de Dios Peza– se vio favorecido por la política de reconciliación del caudillo oaxaqueño y llegó a ser General de Brigada y Comandante Militar de Veracruz, entre otros cargos.
Por su parte, Agustín Pradillo se vio igualmente agraciado por las circunstancias y también culminó su carrera militar como General de Brigada. Adicionalmente, fue diputado y don Porfirio lo nombró, a partir de 1885, Intendente (Gobernador) de las Residencias Presidenciales, o sea Palacio Nacional y Castillo de Chapultepec.
El 16 de septiembre de 1897, cuando don Porfirio llegaba a la Alameda Central para encabezar la ceremonia de conmemoración por el inicio de la guerra de independencia, fue sorpresivamente atacado por la espalda por un individuo llamado Arnulfo Arroyo, al parecer en estado de ebriedad, quien alcanzó a propinarle un puñetazo en la nuca al Presidente y llegó a tambalearlo. De inmediato, el General Pradillo, uno de los acompañantes del Primer Mandatario, asestó un golpe en la espalda del agresor con su bastón de carey y luego otros guardias lo redujeron a la impotencia. Don Porfirio ordenó que se le entregara a la justicia para deslindar responsabilidades, pero Arroyo murió poco después, supuestamente linchado por una multitud mientras se hallaba detenido. Por último, Eduardo Velázquez, jefe de la policía, también desapareció del mundo de los vivos. Se dijo que se había «suicidado». El caso jamás fue aclarado.
Respetado por todos por sus finas maneras y caballerosidad, el General Agustín Pradillo, devoto de la memoria de Maximiliano, murió el 11 de marzo de 1910.