Por: Jerry Gortman
Como es de todos conocido, el pánico desatado por el coronavirus está afectando directamente la actividad económica mundial, provocando la drástica disminución del empleo, el consumo y la producción de bienes y servicios a nivel mundial.
Se calcula que en Estados Unidos la tasa de desempleo podría situarse en un porcentaje del 32%, más alta que el 24.9% alcanzado en1933 durante la Gran Depresión, y llegar a una pavorosa cifra de 42 millones de ciudadanos estadounidenses que podrían quedarse sin trabajo.
El temor al coronavirus ha provocado también la caída de los mercados financieros en todo el mundo.
Informes dados a conocer a principios de marzo de este año, señalan que han desaparecido aproximadamente 6 billones de dólares del valor de los mercados bursátiles mundiales, lo cual se traduce en una disminución en los valores de las bolsas del orden de más del 15 por ciento.
Esta situación ha beneficiado directamente a grupos de grandes especuladores mundiales, quienes han logrado provocar, con este pánico, una cuantiosa transferencia de riqueza monetaria a los bolsillos de un puñado de instituciones financieras.
En este colapso económico provocado por el Covid-19, que ha llevado al mundo al borde de una de las peores crisis económicas y financieras de su historia, las elites financieras mundiales han sabido aprovechar esta situación en su beneficio, enriqueciéndose a costa de la desesperación de millones de personas, al igual que en la Gran Depresión de 1929.
Este actuar de las élites en momentos de crisis financieras mundiales ha sido ampliamente analizado por el economista estadounidense F. William Engdahl, uno de los analistas geoestratégicos más calificados y reconocidos del mundo.
Engdahl nos narra en su artículo denominado “La Última Gran Depresión” la lucha por la supremacía económica que se dio entre J.P Morgan, David Rockeller Jr. y Bernard Baruch a raíz del crack bursátil de la bolsa de valores de Nueva York en 1929 hasta 1937 durante el segundo periodo presidencial del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, durante el cual impulsó el New Deal como su estrategia económica para sacar a los Estados Unidos de la Depresión a través de la construcción de grandes obras como presas, puentes y carreteras, que fue aprovechada por las élites financieras para incrementar su poder económico, prestando dinero al gobierno y monopolizando los contratos para la dotación de infraestructura.
En su análisis, Engdahl nos dice que: “Entre el colapso del mercado de valores de octubre de 1929 y el final de 1932, solo tres meses antes de la inauguración de Franklin Delano Roosevelt en marzo de 1933, la riqueza nacional de Estados Unidos se había evaporado a una escala nunca antes imaginada. El ingreso nacional o PIB cayó de unos $ 88 mil millones a menos de la mitad, o $ 42 mil millones, a fines de 1932. [1]
En medio de la agitación del colapso del mercado de valores de Nueva York de 1929-1933 y el fracaso de los miles de bancos regionales más pequeños en todo Estados Unidos, se estaba produciendo una titánica lucha de poder dentro de las filas más altas de las élites bancarias de Nueva York sobre quién surgiría más fuerte de la crisis”.
Asimismo nos señala que: “En 1930, pocas semanas después del colapso del mercado de valores de Nueva York en octubre de 1929, la deuda pública de los EE. UU. había alcanzado un poco más de $ 16 mil millones, o solo el 22% del ingreso nacional. Al final de la Segunda Guerra Mundial en enero de 1946, la deuda pública era de $ 278 mil millones, o el 170% del ingreso nacional.
El negocio de la banca estadounidense cambió drásticamente de financiar la compra de margen de acciones y préstamos internacionales, a financiar el aumento de una enorme deuda del Gobierno Federal. Los bancos se convirtieron, en efecto, en comerciantes de bonos del gobierno en lugar de prestamistas comerciales. El mercado de valores no recuperaría sus máximos de 1929 durante casi cuatro décadas.
La consecuencia a más largo plazo de las políticas de la era Roosevelt fue un cambio dramático lejos del poder de la banca privada internacional, especialmente la banca de inversión como lo hicieron J.P. Morgan, Kuhn Loeb, Dillon Read y otros”.
Otro golpe mortal para J.P. Morgan, según Engdahl, fue la aprobación de la Ley Glass-Steagall que separaba la banca de depósito de la banca de inversión, a fin de controlar la especulación. Sobre el particular, Engdahl nos comenta que: “Como medida destinada a reducir las futuras acciones y las burbujas de especulación financiera, el nuevo acto prohíbe que una compañía tenedora de bancos sea propietaria de otras compañías financieras, incluidos los seguros y los bancos de inversión”.
Asimismo, nos hace mención que el beneficiario directo de esta acción fue el Chase Bank, cuyo presidente Winthrop Aldrich, hijo del senador Nelson Aldrich, había impulsado en 1912 el Plan Aldrich que dio origen a la creación de la Reserva Federal el 23 de diciembre de 1913, la cual otorgó a un grupo de 10 bancos privados la poderosa facultad de emitir y controlar el dinero del pueblo norteamericano.
Al respecto, nos señala que: “Winthrop Aldrich presionó enérgicamente al Congreso para que aprobara Glass-Steagall, a pesar de la fuerte oposición de Morgan y otros bancos de Nueva York. A diferencia de J.P.Morgan, el Chase Bank se había convertido en el banco de depósitos más grande del mundo en gran medida a través de la extensión de préstamos tradicionales al círculo de compañías Rockefeller como Standard Oil”.
El predominio de J.P. Morgan fue sustituido por otro magnate norteamericano: Nelson D. Rockefeller Jr. dueño del Chase Bank.
De esta manera, nos dice que: “La fatídica consecuencia del declive de la Casa de Morgan dentro del establishment bancario fue que la familia Rockefeller y sus intereses alcanzaron una posición de dominio en la política económica y política de Estados Unidos nunca antes vista en Estados Unidos.
El grupo Rockefeller había estado más o menos en segundo plano durante la década de 1920 en términos de los esfuerzos del grupo Morgan para construir su poder global en dólares.
Rockefeller, mientras tanto, se había concentrado en desarrollar el poder de Standard Oil en el Medio Oriente, América Latina, en Europa y en otros lugares, y en construir una industria química y militar internacional, la predecesora del complejo militar industrial de la era de la Guerra Fría en Estados Unidos”. [2]
Asimismo, nos hace mención que: “(,,,) los hermanos Rockefeller se dieron cuenta de que podían usar la crisis de depresión y el papel emergente del estado para obtener una gran ventaja en la construcción de su imperio global.
Tenían pocas razones para temer cualquier política del gabinete de Roosevelt. Sus propios miembros del personal dominaron el famoso «Brain Trust» del presidente, cinco hombres que guiaron las decisiones políticas del presidente, pero que no tenían cargos ni títulos oficiales. Incluían, además de Baruch, A. A. Berle; James Warburg, banquero de Wall Street (e hijo del arquitecto de la Reserva Federal, Paul Warburg); el profesor Rexford Guy Tugwell; y Raymond Moley.
Los Rockefeller tenían a uno de sus mejores hombres, un ex empleado de Rockefeller, al lado del presidente Roosevelt, el confidente de FDR, Harry Hopkins. Se aseguraría de que Roosevelt hiciera lo que fuera útil para los vastos intereses de Rockefeller. Hopkins había sido financiado por la Fundación Rockefeller durante más de una década, cuando dirigió su Servicio Social Organizado. Hopkins pronto se convirtió en el alter ego de Franklin D. Roosevelt, incluso hasta el punto de vivir en la Casa Blanca”.
La manipulación del grupo político de Rockefeller para influir en la política económica del presidente Roosevelt hizo que sus decisiones en esta materia afectaran gravemente los intereses de los ciudadanos estadounidenses, quienes se vieron sometidos a una segunda depresión que ocasionó la pérdida de millones de empleos, mientras que el grupo Rockefeller aumentó descomunalmente su riqueza.
Sobre esto, Engdahl nos comenta que: “Poco después de su reelección a un segundo mandato en 1937, Roosevelt, conocido por la falta de comprensión de la economía, aceptó la opinión de su secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, de que la depresión estaba terminando y que el mayor peligro era la inflación potencial de un gasto gubernamental excesivo.
Como consecuencia, FDR redujo drásticamente el gasto federal y redujo drásticamente los presupuestos de las agencias del New Deal, como la Administración de Progreso de Obras. La Reserva Federal apretó debidamente la oferta monetaria, frenando el gasto del consumidor. El mercado bursátil sufrió su caída más severa en la historia de los Estados Unidos cuando dos millones de estadounidenses fueron despedidos del trabajo. La prensa lo llamó «la depresión de Roosevelt». Poco después de la segunda caída de la economía en depresión, FDR recurrió nuevamente a personas como A.A. Berle y Rockefeller (…).
En ese clima de depresión en el mercado de valores, los Rockefeller pudieron extender en gran medida su vasta red de participaciones industriales y financieras entrelazadas a medida que arrastraban activos corporativos clave a su vasto imperio industrial. En contraste con su impacto en la mayoría de las pequeñas y medianas industrias, el New Deal se ocupó muy amablemente de los intereses de Rockefeller y la mayoría de las corporaciones del estrato Fortune 500 es decir los 500 más ricos del país que eran por tanto cercanas a ellos, incluidas las compañías de Rockefeller Standard Oil y el grupo de compañías químicas vinculadas a ellos”. [3].
De esta forma, Rockefeller se alió con un poderoso círculo de grandes empresas encabezadas por Bernard Baruch, magnate del cobre, especulador, financista y poderoso influyente en la política de Washington, desde el presidente Wilson hasta Hoover y Roosevelt, a través de sus grandes contribuciones financieras, para llevar a cabo la reorganización de la economía norteamericana basada en un modelo de carácter corporativo centralizado. Sobre el particular, Engdahl señala que: “En mayo de 1933, durante sus primeras semanas en el cargo, FDR propuso al Congreso la creación de una Administración Nacional de Recuperación (NRA). Pasó con un mínimo de debate en medio de la crisis de depresión. Su primer jefe fue Hugh S. Johnson, asociado y asesor de Bernard Baruch.
El concepto de la NRA se basó en gran medida en la movilización de emergencia militar nacional de la industria que Baruch y Johnson administraron durante la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, las grandes empresas y Wall Street habían estado salivando ante la posibilidad de volver a tener ese poder sobre la economía en sus manos.
La NRA de Johnson organizó miles de negocios bajo códigos elaborados por asociaciones comerciales e industrias (. . .)
Las políticas orientadoras en la NRA eran una troika de tres magnates industriales extremadamente poderosos: Walter C. Teagle, presidente de Rockefeller’s Standard Oil de Nueva Jersey; Gerard Swope (…) presidente de General Electric; y Louis Kirstein, vicepresidente de los grandes almacenes Filene & Sons de Boston. [4]
El grupo Rockefeller, trabajando a través de Teagle, pudo usar su influencia sobre la NRA de Johnson para volver a centralizar las 33 compañías independientes que habían formado el Standard Oil Trust anterior, la combinación que la Corte Suprema había roto bajo la ley Sherman antimonopolio de 1911. [5]
Fue solo una de una serie de movimientos de la facción Rockefeller, ya que consolidó su papel decisivo en la política interna y externa de los Estados Unidos durante el curso de la depresión y la Presidencia Roosevelt”.
Por último, nos dice que: “El grupo Rockefeller también consolidó un control dominante sobre las principales industrias químicas y relacionadas con la defensa, incluidas Allied Chemical, Anaconda Copper, DuPont, Monsanto Chemicals, Olin Industries (Winchester Arms), Shell, Gulf Oil, Union Oil, Dow Chemicals, Celanese, Pittsburgh Plate Glass, Cities Service, Stauffer Chemical, Continental Oil, Union Carbide, American Cyanamid, American Motors, Bendix Electric y Chrysler. [6]
Los Rockefeller también compraron grandes bloques de acciones en General Motors, General Electric e IBM, entonces una nueva compañía.
A fines de la década de 1930, las tenencias industriales y los bancos del grupo Rockefeller estaban en una posición única para cosechar ganancias atractivas de cualquier guerra futura. No tuvieron que esperar mucho”, concluye Engdahl.
Ante las evidencias que muestran la codicia que las élites financieras mundiales han mostrado en el pasado y en el presente para beneficiarse en momentos de crisis económicas, como lo pudimos ver en el análisis de F. William Engdahl y ante el impacto negativo de la crisis generada por el Covid-19 sobre la economía mundial, considerada como la peor que ha vivido el mundo en su historia, es pertinente reflexionar que no son sólo las élites financieras quienes pueden provocar la debacle económica de un país, sino que además la ineptitud, la traición, la corrupción y la irresponsabilidad de las élites políticas también pueden contribuir a crear esta situación, como en el caso de México.
Por ende, ante esto también debemos preguntarnos: ¿qué haremos ante una clase política, encabezada por el gobierno de López, que ha provocado problemas tales como la sangría de recursos que se pierden diariamente en PEMEX y que son cubiertos con miles de millones de dólares del presupuesto del Gobierno Federal, el mal manejo económico, la pérdida de millones de empleos, la salida de miles de millones de dólares de capitales nacionales y extranjeros de nuestro país, la devaluación de nuestra moneda, la recesión económica por la que ya atraviesa nuestra nación, entre muchos otros?
Al momento, no hay capitán que dirija y salve del hundimiento a este barco llamado México, sólo los marineros que somos millones de mexicanos podremos salvarlo con nuestro trabajo, dedicación y toma de conciencia sobre la verdadera realidad que vive nuestra patria, amenazada por una élite política de corte comunista, totalitaria y corrupta encabezada por López, que quiere esclavizarnos y dejarnos sin futuro.
Los tiempos actuales son de grandes acciones y decisiones que afectarán nuestra libertad y nuestro futuro. Actuemos desde nuestra trinchera para rescatar nuestra pisoteada dignidad nacional.
Notas del Autor:
[1] Paul Studenski y H. E. Krooss, Historia financiera de los Estados Unidos (Nueva York: McGraw-Hill Book Co., 1963), pág. 353.
[2] F. William Engdahl, Un siglo de guerra: la política petrolera angloamericana y el nuevo orden mundial, op. cit., ver especialmente el Capítulo 5.
[3] Anthony C. Sutton, Roosevelt und die internationale Hochfinanz (Tuebingen: Grabert-Verlag, 1990), págs. 149-150.
[4] Anthony C. Sutton, op. cit., p. 153
[5] Ibíd. pag. 167.
[6] Gary Allen, The Rockefeller File, Capítulo Tres, accedido en:
https://www.mega.nu:8080/ampp/gary_allen_rocker/ch1-4.html#ch3