Por: Luis Reed Torres
- Aciertos y Errores en Aquel Largo Régimen
- El General Díaz «Apretaba sin Ahorcar»
- Innegables Logros del Caudillo Oaxaqueño
II y Último
Por cuanto corresponde a represión, Bulnes reconoce la dureza del régimen desde los fusilamientos de 1879 en Veracruz –a través del célebre telegrama «mátalos en caliente»–, hasta diversas ejecuciones de otros opositores, sin dejar de lado la severidad del general Bernardo Reyes, quien gobernó Nuevo León durante veintitrés años, «con mano de hierro siempre ensangrentada» (Hay que tomar aquí en cuenta que Bulnes pertenecía al grupo de los «científicos», enemigos jurados del mandatario neoleonés, a quien se veía como posible sucesor del Presidente Díaz).
En este orden de ideas, el famoso polemista liberal asegura que los muertos por ley fuga durante los treinta y cuatro años del régimen porfirista deben haber ascendido a diez mil (Aquí habrá que contar a los numerosos bandoleros y salteadores de caminos que infestaban el territorio después del triunfo de la República y tras los gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada).
Sin embargo, si bien Bulnes reconoce la rudeza de la guerra contra los yaquis en Sonora, advierte que éstos rechazaron primero tierras de primera clase con agua en cantidad suficiente para que pudieran ser cultivadas, y México, en 1891, aún no producía los cereales suficientes para toda su población. En las tierras yaquis se encontraba lo mejor para tal efecto, y fue inevitable y hasta patriótico –escribe el ingeniero–, que sobreviniera la guerra, dado que de aquellas tierras fértiles los yaquis cultivaban sólo una pequeña parte. A más de eso, apunta que la ferocidad del yaqui contra las tropas federales, así como el odio en general contra el hombre blanco, siempre fueron superiores a los sentires de los efectivos enviados por el gobierno (pp. 67-69 y siguientes).
De cualquier forma la Revolución que siguió a la caída de Díaz no les cumplió sus demandas a los yaquis, lo que demuestra que su lucha fue una «bandera demagógica» utilizada por los opositores de don Porfirio (p.70).
Por otra parte, Bulnes elogia la política de impuestos moderada de José Ives Limantour, pero luego le reprocha a éste una excesiva disminución de las contribuciones, «con detrimento de deberes trascendentes y bien comprendidos por conspicuos estadistas».
El agudo sociólogo y elocuente tribuno, que ya para 1920, fecha de la aparición de El Verdadero Díaz, había publicado tres lustros atrás El Verdadero Juárez y también Juárez y las Revoluciones de Ayutla y de Reforma,afirma sin tapujos lo que sigue, a pesar de haber hecho notar ya el rigor de Díaz: «El Presidente Juárez fue el más sanguinario que ha tenido el país, como lo prueban las víctimas de Atexcal, de Puebla, de Sinaloa, de Charco Escondido, de Tampico, el asesinato del general Máximo Molina en la hacienda de San Gabriel (Morelos) y, sobre todo, los doscientos fusilados en la Ciudadela la noche que el general (Sóstenes) Rocha la asaltó en el mes de octubre de 1871».
Tras enumerar otras ejecuciones, concluye así este punto: «En los cinco años corridos de 1867 a 1872, el Presidente Juárez derramó más sangre a espaldas de la ley que el general Díaz en treinta años (…) El general Díaz gobernó a México con un mínimo de terror y un máximo de benevolencia. Llegó a ser popular la frase: ‘El general Díaz aprieta sin ahorcar'» (pp. 71-72).
Insiste Bulnes en elogiar la expresa política de reconciliación entre todos los sectores pregonada por Díaz, aunque, eso sí, manteniéndose él como árbitro supremo de la nación (Habrá que reflexionar aquí sobre las ventajas o no de una dictadura tolerante frente a los postulados de una democracia asfixiante).
En cuanto al nepotismo practicado por don Porfirio, Bulnes lo considera realmente inocuo, puesto que su hijo, Porfirito, no pasó de teniente coronel y sus negocios no rebasaron el millón de pesos; Félix Díaz, su sobrino, a lo más que llegó en puestos públicos fue a la jefatura de la policía de la ciudad de México.
«En cuanto al azote de la amistosidad, hay que decir que en toda dictadura, y en general en todo gobierno en este mundo, se gobierna más con favores que con leyes», sostiene Bulnes. Y agrega que don Porfirio no favoreció ni enriqueció a los intelectuales.
Según don Francisco, el general Díaz llegó a lo máximo de su popularidad en 1902 y la mantuvo hasta 1908, y adjudica más bien a la casualidad que a la sabiduría económica de Díaz y Limantour el progreso material registrado en la época, si bien fue convenientemente administrado por ambos.
«La minería mexicana durante la época de Limantour –apunta–, se desarrolló asombrosa e inesperadamente por descubrimientos científicos extranjeros, por fenómenos económicos extranjeros, que indicaron al capital extranjero la oportunidad de operar en México».
Otros factores que Bulnes menciona, como una tempestad que arruinó en Brasil los plantíos cafetaleros y la guerra de independencia de Cuba, que arruinó la ganadería de la isla, constituyeron también elementos para la apertura de mercados a la producción de café mexicana y al mercado ganadero mexicano en el exterior.
En otra parte, habla mucho Bulnes de los vicios de la burocracia mexicana y del monopolio económico financiero que Limantour instrumentó, no siempre con buenos resultados porque había materias que don José Ives no dominaba.
Por cuanto corresponde a la Revolución, afirma que ésta triunfó cuando los Estados Unidos, con violación de las leyes de neutralidad, «apoyaron descaradamente la revolución maderista, y gracias a ese apoyo triunfó cuando apenas se hallaba en estado fetal» (p. 267).
Tal intervención la atribuye Bulnes tanto a una deuda inglesa convertida en norteamericana con métodos truculentos, como a la cuestión de El Chamizal, territorio parte de la ciudad de El Paso, Texas, que, por la desviación natural del curso del Río Bravo, quedó ubicada ahora en territorio mexicano, con la consiguiente reclamación de México como legítimo soberano de esta área.
(A lo anterior habría que añadir el auxilio mexicano tiempo atrás al Presidente Zelaya, de Nicaragua, con disgusto de Estados Unidos, y el favorecimiento mayoritario en determinado momento de inversiones inglesas sobre las estadunidenses)
Asegura Bulnes, por otra parte, que el Ejército estaba anquilosado, sin generales competentes, y era una cáscara fácil de romper «aun con el pie diminuto de un pigmeo político y militar como don Francisco I. Madero».
Otra debilidad del porfirismo, según el ingeniero: dejar que las facciones lucharan entre ellas y no apoyarse en ninguna. Eso menguó su propio poder.
Indistintamente, y sólo por momentos, Díaz jugó con las aspiraciones presidenciales tanto de Limantour como del general Reyes, pero en realidad sin la menor pretensión de dejarle a ninguno el poder. Aspirando él mismo a la reelección indefinida, hizo que sus partidarios montaran una campaña de prensa contra Limantour, a quien se calificó de «ladrón», junto con el resto de los «científicos». Empero, esto se volvió contra el propio Díaz, pues entonces la gente se preguntaba si el propio Presidente se hallaba enterado de esto. Si sabía, ¿por qué no tomaba medidas al respecto?; si no, entonces era imperdonable que no se hubiese dado cuenta (pp. 320-324).
(Aquí también cabe la comparación con los regímenes mexicanos de los últimos sexenios, incluido el actual, en los que se han destapado alcantarillas repletas de corrupción, con castigos contados y mínimos para los culpables o con impunidad absoluta en la mayoría de los casos. En otras palabras, muchas de las situaciones que Bulnes presenta a lo largo de su amplio estudio pueden aplicarse sin ninguna dificultad al México de hoy)
Por otra parte, ante la avanzada edad de don Porfirio y la renuencia de la banca extranjera a negociar cuestiones financieras que incluso comprendieran préstamos que de hecho sólo se garantizaban por el tiempo que el propio Díaz durara con vida, el Presidente se vio en la necesidad, muy a su pesar, de designar, por consejo de Limantour, Vicepresidente de México a don Ramón Corral, a quien de inmediato procuró desprestigiar, lo que, sin embargo, redundó en provecho del general Reyes, a quien Díaz tampoco quería que le sucediera en el poder.
En lo que corresponde a la entrevista Díaz-Creelman, dice Bulnes que él supone que las declaraciones de don Porfirio de no reelegirse más tenían por destinatario al Presidente Teodoro Roosevelt, a quien, por otra parte, elogiaba que se le mencionara como posible candidato para una probable tercera reelección en Estados Unidos si el pueblo se hallaba satisfecho con su gobierno. Semejantes aseveraciones, no obstante, causaron escozor entre los políticos adversarios de Roosevelt y entre quien pudiera ser su potencial sucesor.
La aparición del libro de Madero —La Sucesión Presidencial— la juzga Bulnes como un detonante, pues de hecho amenazaba públicamente con una revolución. Por esos días, la popularidad del general Bernardo Reyes era inmensa, pero cayó como balde de agua fría su renuencia y su renuncia de ser postulado para la Vicepresidencia en las elecciones de 1910. Poco tiempo después, Reyes fue obligado a marcharse a Europa y sus partidarios quedaron consternados.
Y aunque también se hizo campaña periodística contra Ramón Corral, el Vicepresidente no renunció a su postulación para 1910, una vez retirada la candidatura del general Félix Díaz, a la sazón Inspector General de Policía.
Por lo que toca al inicio de la Revolución, Bulnes apunta: «Las clases populares jamás se levantan solas, necesitan de caudillos proporcionados por las clases superiores, y el general Díaz se los proporcionó. Después de su conferencia con Creelman dio permiso a todos los demagogos, a todos los socialistas, anarquistas, laboristas, locos, para su libertinaje de periódico, de libro, de conferencia, de cátedra, de arenga, de taberna, para que abrieran campaña contra el orden social e hicieran todo lo posible por sacudir, despertar, enloquecer a la clase popular» (pp. 425-426).
Muchas aristas más quedan pendientes por comentar, si tomamos en cuenta el espacio disponible, pero basta saber que El Verdadero Díaz es un texto poderoso, penetrante, analítico y lúcidamente escrito. Su redacción se dio durante el largo exilio de seis años que su autor padeció al triunfo de la Revolución.
Al abordar las tres décadas del porfirismo, Bulnes escudriña, hurga y remueve todo lo relacionado con un régimen que conoció desde dentro, incluso, claro, las intrigas palaciegas, los golpes bajos y el predominio de tal o cual personaje o de tal o cual grupo.
Bulnes presentó a la dictadura como un método necesario para el país después de decenas de años de guerras civiles. De hecho justifica al régimen, si bien, como ya he anotado, reconoce sus errores y sus debilidades; y le otorga una especial aprobación a la política de reconciliación, que es, también, la que Bulnes busca después del triunfo de la Revolución.
Tácitamente, Bulnes impelía a los jefes revolucionarios a respetar lo positivo de aquel régimen y no pretender empezar desde cero. Tal es su postura desde las primeras líneas de su obra.
(Nuevamente aquí cabe una comparación de esa idea con lo que hoy constatamos: tratar de destruir todo lo establecido en aras de la llamada Cuarta Transformación)
Bulnes consideró que de 1877 a 1892 el gobierno porfirista no se distinguió mucho de los anteriores regímenes mexicanos en su arista ordinaria y militarista; pero luego la administración pública, con Limantour como Ministro de Hacienda, fue ejemplar. De 1892 a 1900 todo fue bien. Pero Limantour, con su ambición, concentró demasiado poder, que rebasaba sus propias facultades, y se aferró a una política de ahorro público excesivo que desatendió muchos renglones de vital importancia, si bien todo esto fue igualmente debido al declive del propio Díaz.
En síntesis, Bulnes reconoció que hubo «amiguismo» en el régimen, producto inherente de todo gobierno con características como el porfirista, pero a la vez esto favoreció inversiones nacionales y extranjeras que desarrollaron grandemente al país.
En pocas palabras, El Verdadero Díaz es una obra importante, de hecho imprescindible para cualquier historiador, más aún para aquel estudioso del período que trata. Se podrá o no estar de acuerdo con Bulnes, pero es un hecho que sus afirmaciones implican detenida reflexión en virtud de su contenido y agudeza. Lejos de perder vigencia, la obra constituye, además, una herramienta de trabajo para comparar sus tesis con lo que ocurre en el México actual y extraer las conclusiones pertinentes.