*Incisivas Observaciones del Poderoso Polemista Liberal
*Todo México Suspiraba por la paz y don Porfirio se la dio
*El General Conoció Bien la Idiosincrasia Nacional
Por: Luis Reed Torres
Nacido en la ciudad de México en 1847 y muerto en la misma urbe el año 1924, Francisco Bulnes, sociólogo y matemático, ingeniero civil y de minas, científico e historiador, profesor y político y, en pocas palabras, posiblemente la más poderosa y seductora personalidad del tiempo que le tocó vivir debido a su pasmosa erudición, asombroso talento y brillante oratoria, dio a la estampa en 1920 una obra titulada El Verdadero Díaz y la Revolución que, como otras suyas anteriores, provocó revuelo en los círculos políticos e intelectuales mexicanos.
En ese texto, Bulnes, polemista de polendas, rechaza de tajo que la forma de gobierno democrática, con Constitución y todo, lleve al pueblo –en este caso al mexicano– al progreso y a la buenaventuranza.
«Hemos hablado cien años –escribe– de que nuestra felicidad depende de que una asamblea que se denomina Congreso Constituyente nos fabrique una Constitución política, procreada en una borrachera de ilusiones y de llamados principios políticos pasados de moda. Esas constituciones no merecen el gasto de una sola gota de sangre, ni el menor dolor de muelas nacional.
«Durante nuestra tremenda y vergonzosa vida pública –añade–, han sido puestas en los altares de la Utopía la Constitución de 1824, la de las Siete Leyes de 1836, la de las Bases Orgánicas de 1842, la de 1857, y todas han fracasado, porque el fracaso de las instituciones se encuentra en la raza mexicana, en su vida, en su historia, en sus vicios, en sus ideales y en sus cualidades. La Constitución de Querétaro (1917) ya fracasó en el concepto de los revolucionarios, y fracasarán todas las que en lo sucesivo se hagan, mientras la ley escrita no sea la ley sociológica que en su triste vida sigue el pueblo»
(Bulnes, Francisco, El Verdadero Díaz y la Revolución, México, Eusebio Gómez de la Fuente Editor, 1920, 434 p., 11 y 17).
Como se aprecia, Bulnes desdeña abiertamente la llamada democracia y, por el contrario, se inclina por la gobernación de una minoría selecta. Así, anota lo que sigue: «No ha habido en el mundo más que una sola forma de gobierno estable y respetable: la soberanía de los más aptos, según el modelo de aptitud política presentada por la época. Esa soberanía de los más aptos se ha practicado y se practica bajo diferentes formas: teocracias, cesarismos, aristocracias, plutocracias y falsas democracias» (p. 12).
Sin embargo, advierte que esto último se pervirtió con la creciente industrialización e irrefrenable auge de las naciones, lo que dio por resultado «el desarrollo de los apetitos, la formación de nuevas pasiones, el desenvolvimiento de la sed de placeres», que han impelido a la clase gobernante a robar sin freno alguno, a la rapiña más escandalosa, sobre todo en países como México.
Bulnes asienta que el largo período porfirista –llamado dictadura– era necesario tras el dilatado tiempo de las guerras civiles en pro de una decantada democracia que nunca existió; pero aclara que es «una imbecilidad» suponer que la forma de gobierno depende, única y exclusivamente, de la voluntad de un hombre. En realidad, la forma de gobierno depende, única y exclusivamente, «de la forma del pueblo».
En otras palabras, «los pueblos tienen los gobiernos que se merecen».
De ahí que Bulnes sostenga lo que sigue:
«Deturpar y condenar al general Díaz por no haber ejecutado lo imposible: ser presidente demócrata en un país de esclavos, sobrepasa a lo permitido en estupidez»
(p.24).
Si trasladamos a nuestra época lo anotado por Bulnes –agudo sociólogo de su época–, apreciamos sin dificultad que si Andrés Manuel López Obrador gobierna ya de manera práctica en una forma unipersonal y virtualmente dictatorial, esto se debe a la casi nula oposición que se registra. En otras palabras, no podría actuar como lo hace sin la lenidad, complicidad y complacencia de quienes podrían representar un poderoso dique. Aquí la diferencia radica –claro está– en que en tanto don Porfirio utilizó su inmenso poder para encauzar a México al progreso (con yerros y todo que se hayan cometido), López Obrador emplea el suyo exactamente en sentido contrario, y es un hecho incontrovertible el grave daño económico que ha causado a la nación en apenas poco tiempo de gestión.
Tesis o afirmaciones de Bulnes al desmenuzar la figura y el gobierno del general Díaz son también las siguientes:
1.- Díaz tuvo la habilidad, tan pronto asumió el poder, de permitir tomas tajadas del mismo –«la gran torta tuxtepecana», le llama– a diferentes caciques o caudillos regionales que, sin embargo, fueron mediatizados paulatinamente a fin de que no constituyeran un peligro para el mando central ejercido por don Porfirio. Díaz instrumentó su política de «pan y palo» ante el temor generalizado a la miseria, no propiamente a la dictadura.
2.- En poco tiempo, sobre todo con la ayuda de la prensa, el general Díaz se convirtió en el hombre indispensable, y cualquier vestigio de oposición quedó desprestigiado, al igual que muchos hombres de fama intelectual o militar (Aquí también puede caber una comparación con la época actual; pero, de nuevo, existe una enorme diferencia entre los propósitos constructores de don Porfirio y los destructores de López Obrador. El problema en sí no es propiamente que exista una dictadura, sino qué intención y qué fin animan a ésta. Tal es también el punto fundamental para Bulnes tras el repaso de la obra de la que hoy me estoy ocupando).
«Por primera vez desde el gobierno colonial –apunta Bulnes–, se supo lo que era obedecer, lo que era gobierno, lo que era orden, lo que era patria mexicana. Digan lo que quieran los enemigos del porfirismo, la dictadura establecida suavemente fue aclamada por todas las clases sociales como un inmenso bien: la paz, siendo cosa nueva y bella en la nación, inspiró al pueblo sentimientos de gratitud y de lealtad para el Caudillo que había pacificado su patria, creyendo que esa paz sería eterna» (p.37).
(En nuestro acontecer actual, con miles y miles de asesinados, secuestrados y desaparecidos a lo largo y a lo ancho de la República, es claro que no podemos decir lo mismo)
Agudo, irónico y mordaz, el ingeniero transcribe unas palabras que, sobre la naturaleza del pueblo mexicano, escuchó decir al general Díaz cuando éste iniciaba apenas su larga trayectoria en el poder:
«Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo, no faltar a las corridas de toros, divertirse sin cesar, casarse muy jóvenes y tener hijos a pasto, gastar más de lo que ganan y endrogarse para hacer posadas y fiestas onomásticas. Los padres de familia que tienen muchos hijos son los más fieles servidores del gobierno por su miedo a la miseria; a eso es a lo que tienen miedo los mexicanos de las clases directivas, a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía; a la falta de pan, de casa y de vestido, y a la dura necesidad de no comer o sacrificar su pereza»
(p. 39).
Se convendrá que, con pocas variantes, las anteriores líneas describen a la gran masa mexicana de nuestros días…
Un acierto de Díaz que Bulnes hace notar es aquel que consistió en tratar con inusual benevolencia a servidores de gobiernos anteriores y aun suministrarles recursos para alejarlos de toda idea de rebelión armada.
En su amplio análisis de un régimen que conoció muy bien, don Francisco destaca el cuidado del Presidente en llevar buenas relaciones con las clases pudientes, a las que favoreció al no cobrarles completas las tasas impositivas correspondientes. Cuidó de no gravar demasiado la agricultura, la industria y el comercio, ramas a las que se trató con «fiscales respetos».
También trató Díaz con respeto la creencia católica de los mexicanos, y las clases ricas mexicanas, que se vieron favorecidas por el régimen pero que también coadyuvaron al progreso del país, le dispensaron a su vez deferencia y lealtad. Esta parte de la sociedad «siempre fue adicta y respetuosa en los tiempos de adversidad, y ha sido noble, leal y decente arrodillándose ante su tumba, calentándola con las preces de su fe en la misericordia de Dios, especial para los conductores de pueblos desgraciados» (pp. 44-45).
De la lectura del libro de Bulnes se desprende que Díaz entendió muy bien, o por lo menos en alto grado, la idiosincrasia del pueblo mexicano y, en consecuencia, actuó con pragmatismo y evitó conflictos innecesarios. Así, arropó a todas las clases sociales, controló el Ejército quitándole fuerza a los caudillos regionales pero favoreciéndoles con otras prebendas, amnistió y dio cobijo a antiguos conservadores y partidarios del Segundo Imperio, fomentó la producción agrícola, el comercio y la industrialización del país, construyó veinte mil kilómetros de vías férreas, con lo que el ferrocarril se convirtió en el principal motor de comercio y comunicación, modernizó puertos y mil etcéteras más. Por lo demás, a sus oponentes no dudó en captarlos o encarcelarlos.
Tal fue la política de «pan y palo» instrumentada por Díaz y tratada ampliamente por Bulnes.
Sin embargo, todo esto contribuyó a que se formara una aureola de santidad laica alrededor de la figura de don Porfirio –auspiciada por él mismo–, sin cuya presencia el país, necesariamente, volvería a las andadas, como dice Bulnes, y se precipitaría de nuevo al caos existente antes de la llegada del general oaxaqueño al poder.