Fuente: IDIHPES
INTRODUCCIÓN-JUSTIFICACIÓN:
Las elecciones presidenciales en Francia de abril y mayo de 2017 son el acontecimiento político más importante de un año cargado de compromisos electorales en Europa. La posibilidad inédita de que una candidata de lo que prensa mayoritaria denomina extrema derecha pudiera convertirse en la presidenta de la República francesa hubiera sido el mayor terremoto político en Europa desde la caída del muro de Berlín. Hubiese sido la primera vez, después de la Segunda Guerra Mundial, que una formación ajena a los partidos de centro derecha o centro izquierda que llevan repartiéndose el poder desde entonces, logra derrotarles. Las encuestas indicaban que Marine Le Pen podría obtener la victoria en la primera vuelta e, incluso, revalidarla en la segunda, aunque esto se presentaba como un objetivo más difícil por la movilización de todos los partidos en su contra. Aun así, las posibilidades de la líder del Frente Nacional crecieron de día en día y se mantuvieron hasta el final, sobre todo desde que los casos de corrupción del gaullista Fillon, el que parecía su gran rival, le hicieran perder puntos en los sondeos, siendo finalmente el centro-izquierdista Macron su competidor en la segunda vuelta.
En todo caso, con su éxito en la primera vuelta, pasando como uno de los dos candidatos más votados a la segunda, el Frente Nacional se consolida como el primer partido de Francia (Macron carece de partido consolidado siendo su formación una plataforma política personal improvisada) y queda como el máximo referente para obtener el poder tarde o temprano. Con ello, el vuelco político del continente sería total, con el anunciado fin de la Unión Europea tal y como la conocemos, y con una inversión completa de las políticas de inmigración masiva, islamización, desindustrialización, perdida de derechos laborales y austeridad mal entendida que se ceba siempre en los más débiles, que se llevan practicando en el viejo continente las últimas décadas. El cambio de paradigma político sería completo. Los cimientos del consenso ideológico europeo se verían sacudidos, lo que tendría inevitable repercusión en todo el continente, en especial en España, madre patria de la Hispanidad y país vecino de Francia, que no podría seguir mirando para otro lado ante el ascenso de las fuerzas patriotas de todo occidente.
1.- CONDICIONANTES POLÍTICOS DE FRANCIA
Francia es un país singular en el contexto europeo, con una serie de condicionantes políticos especiales que hay que tener en cuenta en cualquier análisis político serio que se pretenda emprender sobre este país.
REVOLUCIÓN FRANCESA
La forja de la identidad nacional francesa está muy unida a la mitificación del periodo revolucionario, hasta el punto de que tanto la bandera nacional, cuyo diseño se atribuye al Marqués de Lafayette, como su famoso himno de La Marsellesa, proceden de ese acontecimiento histórico. La palabra “patriota” en Francia se usaba para designar a los revolucionarios en contraste con los “privilegiados” afectos a la monarquía, el clero y la nobleza. Esto forjará una mentalidad nacional radicalmente opuesta, por ejemplo, a la de la vecina España, donde el patriotismo se interpreta de acuerdo a la fe y a las instituciones tradicionales y no como un arma contra ellas.
El mito de la Revolución Francesa ha influido no solo en el país galo sino en todo occidente. De ahí surge, por ejemplo, la distinción moderna entre izquierdas y derechas. Ante la decisión de si ejecutar o no al rey, los partidarios de mantenerle con vida se situaron a la derecha del monarca, mientras que los partidarios del regicidio se situaron a su izquierda. Es curioso que en el presente se considere a la pena de muerte como de derechas o, incluso, de extrema derecha, cuando el propio nacimiento del concepto de izquierda política se debe a un magnicidio. A partir de ahí se configuró una metáfora según la cual se consideraba de derechas a los monárquicos o a los republicanos moderados y de izquierdas a los radicales.
Entre la conmemoración del primer centenario y la del segundo de la Revolución Francesa (1889 y 1989 respectivamente) se verificó un cambio saludable en las mentalidades y en las actitudes. De los fastos ditirámbicos y triunfalistas de la Tercera República –masónica y rabiosamente anticlerical y antimonárquica– se pasó a las celebraciones más ponderadas de la Francia de Mitterrand, durante las cuales se puso de manifiesto el desgaste del mito revolucionario.
¿Qué había pasado? Simplemente que la historiografía había dejado de acatar los dictados de la propaganda jacobina republicana y comenzaba a estudiarse los hechos despojados de sus disfraces y pudibundas vestimentas, en su implacable desnudez. Un libro –hoy clásico– abrió la brecha en la espesa muralla de la censura ideológica: La Révolution Française de Pierre Gaxotte, que ha conocido múltiples ediciones y traducciones desde su aparición en 1928 y sigue constituyendo un punto de referencia obligado para los estudiosos, incluso para aquellos que no están de acuerdo con su visión crítica del mito fundador del mundo moderno.
La Revolución, en efecto, se divulgaba como un hecho liberador: de la opresión, del despotismo, de la miseria, de la servidumbre a los que tenían sometido al pueblo la monarquía y los que de ella vivían (el clero y la nobleza). La Revolución había proclamado el triple lema de libertad-igualdad-fraternidad, desarrollado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y lo había impuesto no sólo a Francia sino al mundo entero. En lo sucesivo, todos los movimientos subversivos del orden establecido –desde la Insurrección de Julio hasta la Revolución de Octubre– se reconocieron en la gesta cuyo punto de partida simbólico fue la toma de la Bastilla, la “fortaleza del despotismo”. En cuanto al baño de sangre que sobrevino en la Francia revolucionaria, se lo disculpaba como un mal necesario para la regeneración nacional, para la “salvación pública”. Ya algunos autores como Franz Funck-Brentano se habían ocupado en refutar ciertos aspectos de la cuestión (por ejemplo, la verdadera naturaleza y compleja realidad del Antiguo Régimen). El libro de Gaxotte desmontaba todo el andamiaje.
Sin embargo, el dominio tradicional que detentaba la izquierda en el mundo intelectual francés era difícil de contestar. Gaxotte fue acusado de monárquico y contrarrevolucionario, una manera de desacreditar al autor sin tomarse la molestia de refutar sus tesis. La Revolución sólo podía ser contada por los jacobinos (Aulard) y los marxistas (Lefèbvre, Soboul). Habría que esperar todavía a 1965 para que François Furet, con la colaboración de su cuñado Denis Richet, encendiera el polvorín con su libro de casi un millar de páginas también intitulado La Révolution Française, que marcó un antes y un después en la historiografía. Un segundo volumen, Penser la Révolution Française (publicado en 1978), contribuyó decisivamente a desacralizar el mito, incidiendo en la necesidad de liberar al análisis histórico de la Revolución de la leyenda, de la poesía y lo panfletario y de mostrar crudamente los hechos. Esto supone la mayor aportación historiográfica a estos acontecimientos desde los tiempos en los que un Burke (Reflections on the Revolution in France) y un Joseph de Maistre (Considérations sur la France) ofrecían la visión conservadora de la Revolución o en los que un abate Barruel (Mémoires pour servir à l’Histoire du Jacobinisme) y un Crétineau-Joly (L’Église Romaine en face de la Révolution) enarbolaban la interpretación católica de unos hechos que estremecieron la sociedad europea de la época e iban a influir en ella duraderamente.
2ª GUERRA MUNDIAL
Otro mito político de la Francia contemporánea es el supuesto heroísmo de los resistentes en la Segunda Guerra Mundial y la demonización de los colaboracionistas, leyenda que se entrecruza con la mitología general sobre este conflicto, que supone el origen de la legitimación del statu quo político en todo el mundo y en especial en Europa, desde la sobrerrepresentación en la ONU de las naciones vencedoras de Alemania hasta la alternancia en el poder de partidos de centro-derecha y centro-izquierda de políticas prácticamente idénticas y la proscripción del patriotismo social y la derecha alternativa, como sospechosos de identificarse con los derrotados de esa gran guerra.
Hasta la irrupción del Frente Nacional, el panorama político francés estaba reservado en exclusiva a los continuadores morales de los “heroicos” resistentes, desde la izquierda socialista y comunista hasta la derecha “gaullista”, en referencia a Charles De Gaulle, general victorioso sobre los nazis y legitimador, con ello, de la derecha liberal afín a las élites y aceptada por el sistema, frente a cualquier otra derecha, proscrita por sospechosa de continuadora moral de los “colaboracionistas” satanizados.
En realidad, la actuación de la resistencia no fue tan heroica ni tan generalizada entre los franceses ni el colaboracionismo supuso tanto una traición como el intento de evitar males mayores, lo que en gran medida se consiguió: La deportación de judíos de Francia, por ejemplo, apenas llegó al 50% mientras que en otros lugares fue del 100%. A nivel artístico e intelectual tenemos un nuevo ejemplo de ello. El régimen de Pétain contribuyó indudablemente al florecimiento cultural francés. Entre 1940 y 1944 París experimentó el florecimiento de su vida cultural: en pintura, el régimen otorgó subvenciones dedicadas al arte religioso, gracias a las cuales se produjo un renacimiento del arte sagrado (Rouault, Bonnard). En el teatro, los nazis implantaron un corporativismo que condujo a una profesionalización y a un sistema de subvenciones para el teatro público y privado, de la capital y de provincia, adquisición fundamental que continúa hoy en día. El historiador Julian Jackson habla, por su parte, de la paradoja de que la ocupación haya sido un “periodo brillante de la vida cultural francesa”, con más de cien obras de teatro representadas, incluidas piezas de Sartre, Camus, Montherlant, Anouilh, Cocteau, Claudel, Giraudoux.
En esa Francia tomada por la mentalidad nazi, el mito nos dice que cientos de miles de personas se armaron en la clandestinidad para enfrentarse al invasor. Esas gentes formaban la llamada Resistencia (o «Résistence»). Un grupo de dedicado a perpetrar todo tipo de ataques contra los germanos similares a los que -un siglo antes- habían llevado a cabo los españoles en la Península contra el infame Napoleón Bonaparte.
Sin embargo, la idea de que la cantidad de personas que acudió a la llamada del general De Gaulle (que dirigía en el exilio la defensa del país) fue masiva no es más que una leyenda generaliza. Así lo afirma, entre otros, el historiador y escritor Mario Escobar en declaraciones a ABC: «La mayoría de la población fue indiferente o colaboracionista con el régimen de Vichy».
Los alemanes lanzaron su ofensiva contra Europa occidental el 10 de mayo de 1940. Las tropas francesas fueron neutralizadas y los alemanes penetraron sin resistencia. Mientras unos ocho o diez millones de franceses huían hacia el sur, la ocupación de la mitad norte del país –incluida París– tomó escasas semanas (la mitad sur, salvo la costa atlántica, quedó bajo el régimen del mariscal Pétain, con sede en Vichy). Cerca de dos millones de soldados franceses fueron capturados por el ejército alemán. Muchos intelectuales y artistas antinazis, así como los judíos que lograron hacerlo, se escondieron primero en el sur, y después huyeron de Francia. La toma de París se llevó a cabo sin la menor resistencia.
La resistencia en París y en toda Francia fue muy reducida, salvo en los últimos tiempos, cuando la presión alemana aumentó y la victoria aliada parecía posible. Fueron casos aislados. Los escritores Albert Camus, Louis Aragon y Jean Paulhan son reconocidos hoy como los opositores más consistentes a la ocupación nazi, a la vez que lograron mantenerse en aquella sociedad y seguir trabajando. El poeta Paul Éluard fue, con Aragon, otro comunista en la Resistencia, a la que dio su gran himno, el poema “Liberté”. En términos generales, mientras duró el pacto Molotov-Ribbentrop de no agresión entre la URSSy Alemania, los comunistas no actuaron. Pero cuando los alemanes al fin invadieron Rusia en junio de 1941, iniciaron sus acciones con el homicidio de un cadete naval alemán en la estación de metro Barbès-Rochechouart, el 21 de agosto. En represalia, los nazis realizaron ejecuciones en masa: 471 comunistas y judíos en seis meses, 166 más para septiembre de 1942. Mientras tanto, la “resistencia intelectual” publicó algunos panfletos, con mayor frecuencia y cantidad conforme avanzó la guerra.
Pero estos franceses que decidieron combatir frontalmente, por cualquier camino, al ocupante nazi, fueron contados. Así lo muestra Riding en Y siguió la fiesta, a través de la historia de centenares de personajes e instituciones francesas, principalmente parisienses. En los cuatro años de la ocupación alemana (22 de junio de 1940 a 25 de agosto de 1944), salvo excepciones, y a costa siempre de los judíos, el mundo literario y artístico francés se acomodó con notable éxito y rapidez a la presencia nazi. La postura más generalizada se llamó attentisme (esperar a que algo ocurra), lo que no podía ser otra cosa que ayuda venida de fuera, probablemente de los estadounidenses. Por otro lado, los nazis estaban enamorados de la cultura francesa, de modo que en su idea de la “Nueva Europa” hitleriana París debía seguir siendo un centro sofisticado y elegante. La esposa de su embajador, Otto Abetz, era francesa y muy amiga de numerosas actrices, cantantes y bailarines. Gerhard Heller, el encargado de literatura del Propagandastaffel, el aparato nazi de propaganda y censura en la Francia ocupada, logró ser considerado un amigo por los intelectuales y artistas, al grado de que, tras dedicarse en la posguerra a traducir literatura francesa, en 1980 recibió de la Académie Française el Grand Prix du Rayonnement de la Langue Française (Gran Premio del Brillo o de la Influencia de la Lengua Francesa).
De forma generalizada los franceses aceptaron la ocupación nazi. Pero no solo eso. 1940-1944 fue efectivamente un periodo de florecimiento de sus instituciones y expresiones culturales: teatro, danza, literatura, cine, música –desde la clásica hasta los chansonniers–, museos y galerías, la moda, los espectáculos y las muy francesas artes decorativas.
Jean-Paul Sartre sostuvo más tarde que la comunidad intelectual había tenido en la guerra dos opciones claras: colaborar o resistir. Sin embargo, la gran mayoría de artistas y escritores, y Sartre en primer lugar, eligieron las medias tintas en todas sus variantes. André Gide, que después se alejó de París y se arrepintió de haber publicado extractos de sus diarios en la NRF de Drieu La Rochelle, escribió en ellos: “Mi tormento es aun más profundo: viene asimismo del hecho de que no puedo decidir con seguridad que lo correcto está en este lado y lo incorrecto en el otro.”
El embajador alemán Abetz declaró después de la guerra: “No puedo recordar un caso en el que un intelectual francés haya rechazado una invitación a esas recepciones en la embajada alemana en París. Aun aquellos que se declaraban opuestos a la colaboración a nivel político estaban a favor, decían, de una confrontación e intercambio de ideas sobre la cultura.”
Al final, cuando tras el desembarco en Normandía las tropas aliadas –estadounidenses, inglesas, canadienses– rompieron el cerco alemán y penetraron rumbo a París (julio-agosto de 1944), las pasiones contenidas se expresaron de manera reveladora. Tras el avance de los aliados venía el general francés Charles de Gaulle y la segunda división francesa de tanques al mando del general Leclerc. La gran urgencia del general Charles de Gaulle era llegar a París antes que sus aliados.
Ese agosto, Simone de Beauvoir y Sartre –quien ocupó un puesto de maestro en sustitución de un judío deportado– llegaban de sus acostumbradas vacaciones de verano y hasta el final siguieron organizando fiestas, aprovechando el toque de queda. A esas reuniones que duraban hasta el amanecer asistían, entre otros, Camus y su amante, la actriz Maria Casarès, Pablo Picasso y su mujer Dora Maar.
Aunque mantuvo un bajo perfil, Picasso vivió en París durante la ocupación y recibía de vez en cuando a oficiales alemanes en su estudio. Pidió a Vichy la nacionalidad francesa; se la negaron. No obstante, pudo trabajar sin grandes molestias, a pesar de ser el máximo representante del “arte degenerado”. Tras la liberación, se afilió al Partido Comunista y, cuando el general De Gaulle le ofreció al fin la nacionalidad, Picasso la rechazó.
Cuando era ya inminente la liberación, hacia el 19 de agosto, París escenificó un levantamiento, que comenzó con una huelga de la policía capitalina, la misma que había arrestado a judíos y a integrantes de la Resistencia. El 25 los tanques franceses de Leclerc y De Gaulle entraron a la ciudad y así dio inicio la reescritura de la Historia: los franceses eran victoriosos y debían solo a sí mismos su liberación. En su discurso en el Hôtel de Ville el día de su llegada, De Gaulle exultaba:
¡París liberada! ¡Liberada por ella misma; liberada por su pueblo con la ayuda de los ejércitos franceses, con el apoyo y la ayuda de toda Francia, de la Francia eterna! […] Ni siquiera será suficiente para nosotros estar satisfechos de que, con la ayuda de nuestros queridos y admirables aliados, hemos expulsado [al enemigo] de nuestro hogar. Queremos entrar en su territorio como corresponde, como vencedores.
A partir de ahí la represión contra los presuntos colaboracionistas fue brutal y más basada en rencillas personales y en favorecer el ascenso de comunistas a puestos de poder y prestigio que en castigar comportamientos innobles. Muchos de los acusadores comunistas habían sido, en realidad, más colaboracionistas, en la práctica, que los presuntos simpatizantes con los nazis a los que purgaban de la manera más violenta. Muchas mujeres fueron rapadas y violentadas por tener un presunto marido, padre, hijo o hermano colaboracionista, aunque ellas no hubiesen confraternizado con los nazis. El escritor e intelectual Robert Brasillach fue ejecutado aunque no había colaborado en ningún crimen alemán, el también escritor Drieu la Rochelle se adelantó a su destino y se suicidó. Louis Ferdinand Céline, que revolucionó la literatura con su novela «Viaje al fin de la noche» y fue definido como «el profeta de la decadencia europea» fue exiliado, encarcelado en Dinamarca y condenado al ostracismo a su regreso a Francia. Murió ejerciendo su profesión de médico en hospitales para pobres.
DESCOLONIZACIÓN
Francia tuvo varias posesiones coloniales, en varias formas, desde comienzos del siglo XVII hasta los años 1960. En su punto más alto, entre 1919 y 1939, el segundo Imperio colonial francés se extendía por más de 12.898.000 km² de tierra. Incluyendo laFrancia metropolitana, el área total de tierra bajo soberanía francesa alcanzaba 13.000.000 km² en los años veinte y treinta, lo cual es el 8,7% del área terrestre del mundo.
Los remanentes de este gran imperio son cientos de islas y archipiélagos localizados en el Atlántico norte, el Caribe, el océano Índico, el Pacífico Sur, el Pacífico Norte y el océano Antártico, así como también un territorio continental en América del Sur, totalizando juntas 123.150 km², lo cual representa tan solo el 1% del área del Imperio colonial francés anterior a 1939, con 2.543.000 personas viviendo en ellas en 2006. Todas estas gozan de representación política total a nivel nacional, así como también varían los grados de autonomía legislativa y algunas: Guyana Francesa, Guadalupe, Martinica, Mayotte, Reunión, San Martín, San Pedro y Miquelón y San Bartolomé forman parte de la región ultraperiférica de la Unión Europea y tienen como moneda el euro. Nueva Caledonia, la Polinesia francesa y Wallis y Futuna: están fuera de la Unión Europea y del euro. Estas usan como moneda el franco CFP.
El imperio colonial francés comenzó a hundirse durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las diferentes partes de su imperio fueron ocupadas por potencias extranjeras, aunque el control fue restablecido gradualmente por Charles de Gaulle tras su fin con la victoria aliada. La Unión Francesa, incluida en la Constitución de 1946, sustituyó al antiguo imperio colonial. Sin embargo, Francia se enfrentó inmediatamente con los inicios del movimiento de descolonización. En Asia, Viet-Minh de Ho Chi Minh declaró la independencia del Vietnam, a partir de la Guerra franco-vietnamita. En Camerún, la Unión de los Pueblos de la insurrección de Camerún, se inició en 1955 y dirigido por Ruben Um Nyobe, fue violentamente reprimida. Tras la derrota francesa y la retirada del Vietnam en 1954, los franceses casi inmediatamente se involucraron en un nuevo conflicto en Argelia. La guerra de Argelia se inició en 1954. Argelia fue particularmente problemática para los franceses, debido al gran número de colonos europeos (o pieds-noirs) que se habían establecido allí en los 125 años de dominio francés. La independencia de Argelia con los Acuerdos de Evian de 1962. Muchos patriotas franceses se sintieron traicionados y defraudados.
La Unión Francesa fue sustituida en la nueva Constitución de 1958 por la Comunidad Francesa. Solo Guinea rechazó por referéndum en tomar parte en la nueva organización colonial. Sin embargo, la Comunidad Francesa se disolvió en medio de la guerra de Argelia, casi todas las colonias africanas se les concedió la independencia en 1960, a raíz de los referendos locales. En tan sólo unos meses en 1962, 900.000 argelinos franceses salieron de Argelia en el desplazamiento más masivo de la población en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1970, más de 30.000 colonos franceses dejaron Camboya durante el régimen del Jemer Rojo, ya que el gobierno de Pol Pot confiscó sus tierras y propiedades de la tierra. En noviembre de 2004, varios miles de los aproximadamente 14.000 ciudadanos franceses en Costa de Marfil abandonaron el país tras días de violencia antiblanca.
Tras el cambio de política de Charles de Gaulle, mostrándose a favor de la autodeterminación argelina, la oposición a su política fue aumentando entre los ciudadanos argelinos de origen europeo y un sector minoritario de los musulmanes partidarios de seguir siendo franceses. Los grupos que ya estaban actuando en acciones de represalia contra el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia, colectivo independentista argelino que perpetraba acciones terroristas contra intereses franceses, tuvieron un gran impulso y aumentaron su militancia. Todos ellos confluirían en el OAS, “Organización del Ejército Secreto” (Organisation de l’Armée Secrète en francés), dirigida por el general Raoul Salan, que comenzó pues como un grupo antiterrorista, y que gracias a la connivencia de militares, agentes de policía y amplios sectores de la población, consiguieron a partir de ese momento una considerable fuerza. Eran conocidos como los Barbouzes porque originariamente había integrantes de grupos irregulares que utilizaban barbas postizas.
Sus acciones, inicialmente selectivas, fueron derivando en actos de terror cada vez más indiscriminados. Al final, acabó atentando contra instituciones francesas y argelinas, asesinando tanto a ciudadanos europeos como árabes no sólo en África, sino también en Europa. La lucha contra la Policía francesa llegó a ser singularmente violenta, mientras que el Ejército se inhibió de entrar en el conflicto. Sus principales puntos de apoyo fueron Orán, Constantina y Argel, formando tres focos que no siempre estuvieron de acuerdo en la línea de actuación. Según Guy Pervillé, el balance final fue alrededor de 2.200 personas asesinadas, de las que el 85% profesaban el Islam.
Se ha querido presentar al grupo como un simple conglomerado de militantes fascistas. La realidad fue más compleja, ya que junto a sectores nostálgicos de la Francia de Vichy, en Argelia la dirección estaba en manos de militares y políticos que habían estado en la Resistencia y que habían luchado contra el nazismo. La militancia estaba formada por desertores del Ejército, en especial veteranos de las guerras coloniales, y gente generalmente modesta, como comerciantes, artesanos, pequeños empleados, etc. Su principal bastión, el barrio de Bab-el-Oued de Argel, había tenido un mayoritario voto comunista y socialista.
Tras los acuerdos de Evian, la OAS intensificó su campaña violenta atacando a musulmanes, europeos partidarios del general De Gaulle e integrantes de los grupos policiales especiales desplegados para su desarticulación. Durante este periodo, su objetivo fundamental fue impedir el referéndum de autodeterminación, algo en lo que fracasaron completamente, ya que la opinión pública en Francia era abrumadoramente contraria a seguir la guerra y apoyaba la independencia de Argelia. La virulencia de sus ataques, les hizo impopulares tanto a nivel nacional como internacional. En aquellas fechas se produjeron también brutales actos de represalia del FLN, que se plasmaron en una campaña de secuestros. Entre el 19 de marzo y el 31 de diciembre de 1962 más de 3.000 civiles fueron secuestrados y la mayoría torturados, asesinados y hechos desaparecer. Mientras los asesinatos de la OAS tuvieron un gran eco mediático, las desapariciones y actos terroristas de los independentistas argelinos pasaron desapercibidas. En esta labor de ocultación, las autoridades francesas fueron las primeras interesadas en mirar para otro lado, dado el temor del Gobierno francés a que descarrilaran los acuerdos con los independentistas argelinos.
Tras concederse la independencia el 5 de julio de 1962, la OAS dejó de actuar en Argelia y la mayoría de sus miembros se exiliaron en el sur de Francia, mientras sus dirigentes se escaparon al extranjero donde estuvieron hasta la amnistía de 1968. Muchos de ellos, como Pierre Lagaillarde, Jacques Soustelle, Jean Gardés, Alin Sarrien o Raoul Salan se refugiaron en España, así como unos 700 militantes junto con sus familias. Tras la independencia argelina, pequeños grupos intentaron mantener la lucha, centrándola en intentos de asesinato del Charles de Gaulle.
Durante aquellos años la extrema derecha francesa estuvo caracterizada por el sentimiento de traición contra De Gaulle, por el abandono de los colonos franceses en Argelia a su suerte, así como por la sensación de impunidad por los crímenes y actos terroristas cometidos por los independentistas argelinos, que se acabaron convirtiendo en los nuevos gobernantes de la Argelia independiente, dejando a las víctimas francesas no vengadas. Esto explica la aparición de un fenómeno contra-terrorista como las OAS, a los que los propios franceses acabaron considerando unos terroristas más, y que, incluso, intentaron asesinar a De Gaulle. Subyace el trauma francés por la pérdida de las colonias, una mancha en su orgullo nacional junto a la fácil entrada de los alemanes en París en la 2ª Guerra Mundial.
MAYO DEL 68
La influencia del Mayo del 68 en la izquierda europea en general y en la francesa en particular fue intensa y en gran parte está por explicar. Fue el momento en el que se produjo el punto d inflexión en el que la izquierda abandonó sus preocupaciones de clase para caer en los brazos del marxismo cultural, en que su protagonista principal dejó de ser el trabajador manual preocupado por la prosperidad y la justicia social para ser el estudiante burgués o el cuarentón con problemas de inmadurez más preocupado por el consumo de drogas y las relaciones sexuales.
El 68 se presenta desde el primer instante como una historia de difícil explicación. En menos de un mes, se asiste a una crisis social y política de una extraordinaria fuerza. En pocas semanas parecía disolverse un Estado, el más fuerte y organizado del mundo occidental y a cuya cabeza figuraba uno de los hombres políticos más emblemáticos del siglo xx. Se presencia cómo, uno detrás de otro, los grupos sociales se ponen en movimiento y expresan una multiplicidad de reivindicaciones. Se vio, en fin, una extraordinaria efervescencia cultural: la explosión del verbo y de la utopía.
Hay que distinguir tres fases sucesivas en los sucesos de mayo: la fase estudiantil (2-13 mayo), la fase social (13-27 mayo) y la fase política (27 mayo-23 junio). La primera etapa movilizó a los estudiantes. Ante el asombro del Gobierno un movimiento de activistas de una universidad de las afueras de la capital se transformó en un movimiento de masas, que integra de modo virtual a todos los estudiantes de París, y gozando de un inmenso apoyo popular, que da lugar a una insurrección simbólica del Barrio Latino. El gobierno se replegó ante el movimiento y eso hizo que éste se extendiera a las provincias y, especialmente, a los obreros. La fase social consistió esencialmente en la generalización de una huelga general espontánea de enormes proporciones, y culminó con el rechazo por parte de los huelguistas del acuerdo que en su nombre negociaron los líderes oficiales de los sindicatos y la patronal bajo la tutela del gobierno. Para Hobsbawm sólo la segunda fase creó posibilidades revolucionarias y obligó a reaccionar al Gobierno. La fase política es a menudo la más olvidada y, sin embargo, la dimisión final de De Gaulle en 1969 no puede considerarse al margen del movimiento.
En primer lugar la fase estudiantil. La contestación en la Universidad de Nanterre se remonta a principios de enero de 1968 cuando Cohn Bendit provoca al ministro de Juventud y Deportes, de visita a la Universidad para inspeccionar la piscina, solicitándole que discutiese el problema sexual entre los jóvenes. Estudiante de sociología e hijo de resistentes judíos alemanes Cohn Bendit fue el símbolo del movimiento estudiantil y su dirigente indiscutido. Al día siguiente, L ‘Humanité publicaba un editorial de Georges Marcháis, secretario general del PCF, donde contemplaba con cierto desprecio la agitación estudiantil: esos «pseudorrevolucionarios» pretenden «dar lecciones al movimiento obrero», escribe. Marcháis iba elevando el tono según avanzaba el artículo. Marcháis se detiene a resumir las tesis de Marcuse: «los partidos comunistas han fracasado, la burguesía ha integrado a la clase obrera, que ya no es revolucionaria, la juventud, en las universidades en particular, «es una fuerza nueva, llena de posibilidades revolucionarias, y debe organizarse para la lucha violenta»…». Marcháis cita aquí textualmente al profesor de Berkeley y representante de la Escuela de Francfort.
Cohn Bendit. El 7 de mayo decía: «Nosotros hacemos la revolución… Si la CGT [la central sindical allegada al PCF] y mi abuela vienen con nosotros, pues muybien; si no, nos las apañeremos sin ellas.»
El 6 de mayo los enfrentamientos violentos en el Barrio Latino se saldan con 800 heridos. Los jóvenes habían surgido por todas partes, arrancando adoquines, levantando las primeras barricadas. Eran jovenzuelos, los primeros frutos del baby-boom, bien instalados en las clases medias, sin excesivos problemas en la vida. Apenas tenían unos años menos que aquellos otros allegados al PC, y parecían caídos de otro planeta… Sustituían la acción por el verbo, se creían en la violencia. A las 6 todo había terminado. Son centenares los heridos.
Tras la fase estudiantil, viene la fase social, que transcurre del 13 al 27 de mayo. No se puede afirmar de modo estricto que el movimiento estudiantil haya provocado el movimiento huelguista. La revuelta obrera era una revuelta a la medida de las ilusiones que De Gaulle había sabido suscitar en Francia durante diez años en el mundo del trabajo. Los decretos promulgados en vísperas del mes de mayo, que ponían en peligro algunos de los derechos adquiridos de la Seguridad Social, provocaron una fuerte inquietud. Pero la movilización obrera es evidentemente propiciada y confortada por la acción estudiantil.
Está comúnmente admitido que en la mañana del día 20 había seis millones de trabajadores en huelga. En los dos días siguientes las huelgas con ocupación de locales se extienden a todo el país. Los huelguistas lanzan numerosas reivindicaciones que los sindicatos malamente consiguen articular: aumento de los salarios, modificación profunda de las estructuras sociales. El 22 el Gobierno salva una moción de censura por una docena de votos.
El 24 todo el mundo está atento a la alocución del general De Gaulle anunciada desde el día 13. El presidente plantea la solución a la crisis: un referéndum sobre la participación y hace entender que dimitirá en caso de perderlo. La reacción no se hace esperar. Nuevos disturbios y barricadas. Los anarquistas queman la Bolsa. La Conferencia y Acuerdos de Grenelle, los días 25-27 de mayo, entre sindicatos y patronal bajo el arbitraje del Gobierno, que ha decidido acercar a París algunas unidades del Ejército, recogen el aumento de salarios, la reducción de jornada laboral y la afirmación del derecho sindical en las empresas. Pero el protocolo de Grenelle no fue aceptado por los huelguistas de la Renault. La CGT se vio desbordada por la base y su dirigente, Georges Séguy, fue silbado. Fue la mayor huelga general obrera de la historia, al menos de Francia. Alain Rrivine, en el correr del tiempo, recreó la imagen y el espectáculo: 10 millones de trabajadores ocupando las fábricas, mientras las banderas rojas ondeaban en los tejados durante cerca de tres semanas.
Por último la fase política, del 27 de mayo al 23 de junio. La fase política queda asociada al desbordamiento del poder, cuya sucesión parecía abierta. Las fuerzas contestatarias carecen, sin embargo, de la unidad requerida para hacer fructificar la situación. Los obreros desconfían de los estudiantes. La CGT y el PC, hostiles al gauchisme, apuestan por el mantenimiento del poder establecido antes que por lo desconocido. Por su parte, la población y la opinión pública se cansan de un desorden que comienza a tener consecuencias dramáticas. Los hechos así lo manifestaron.
El 29 se produce la desaparición del general De Gaulle. Se había ausentado de Francia para entrevistarse con el general Massu, comandante de las fuerzas francesas en Alemania. En un momento —entre el 27 y el 29 de mayo— la credibilidad del gaullismo se había desmoronado. Pero el 30 de mayo De Gaulle retoma la iniciativa y anuncia la disolución de la Asamblea Nacional lanzando una llamada a la acción cívica de los franceses. Por la tarde, unos 500.000 gaullistas se manifiestan en los Campos Elíseos. Malraux figura en la cabecera de la manifestación.
De Gaulle pudo recuperarse porque convirtió la situación en una defensa del orden contra la revolución roja. Ante la aparente inminencia de un frente popular encabezado por los comunistas, un régimen conservador podía jugar por fin su baza: el miedo a la revolución. Las huelgas y las ocupaciones irán cesando progresivamente mientras los partidos preparan las elecciones. El movimiento estudiantil, que ya había manifestado signos de fatiga en Charléty, pierde progresivamente su mordiente. Poco a poco las universidades vuelven a la normalidad. El 16 de junio la Sorbona es evacuada. El 18 se vuelve al trabajo en la Renault.
El desenlace de los hechos tuvo dos tiempos: uno inmediato y otro más retardado. Las elecciones del 23 y 30 de junio de 1968 fueron las elecciones del miedo. Los electores espantados por los aspectos revolucionarios de la crisis de mayo votaron masivamente a los candidatos gaullistas de la UDR. (L ‘Union pour la déjense de la République). En la segunda vuelta este partido alcanzó la mayoría absoluta, sobre 487 escaños, a los que todavía había que sumar los 61 escaños de sus aliados republicanos independientes). Una mayoría más fuerte que nunca. En sus discursos De Gaulle se siguió presentando a sí mismo —al igual que en los tiempos de la Resistencia y de la guerra de Argelia— como el único inspirador de la renovación. Y ése fue su error. El propósito de De Gaulle de responder a la crisis relanzando el régimen a través del tema de la participación —la autonomía de las universidades y la reforma regional— resultó insuficiente. La reforma suponía una alteración de la Constitución y la oposición se movilizó para el referéndum convocado para abril de 1969 que debía aprobarla. El miedo al vacío político ya no existía. La conjunción de las oposiciones, incluida la del antiguo aliado Giscard d’Estaing, hizo que el referéndum fuera un fracaso para el Gobierno y que De Gaulle dimitiera al día siguiente, retirándose de la vida política.
CHAUVINISMO
El peculiar nacionalismo exacerbado generalizado entre los franceses que se suele denominar “chauvinismo” es una de sus características políticas más definitorias del carácter galo. El origen de esta palabra parece proceder del soldado francés Nicolas Chauvin, quien satisfecho por los honores militares y la pequeña pensión que le quedó, guardó una devoción ingenua a Napoleón. Este nombre puede encontrarse en la comedia La cocarde tricolore de los hermanos Cogniard de 1831, en donde un actor con el nombre de Chauvin personifica un patriota exagerado.
El histórico nacionalismo francés es mundialmente conocido. Numerosas personalidades galas reconocidas a nivel internacional han mostrado, desde hace siglos, un orgullo patrio muy característico de este país europeo. Podemos abarcar un gran espectro de ejemplos que van desde Napoleón Bonaparte hasta el prestigioso escritor Víctor Hugo, pasando por Robespierre y Voltaire, entre muchos otros. Todos ellos defendían de diversas formas un cierto nacionalismo francés, o imperialismo, o exaltación de la patria, o nacionalismo cultural, etc.
Houellebecq, respondiendo a la pregunta: “¿Cree realmente que Europa, al perder la religión, la reemplazó con el patriotismo, y que terminará por volver a la religión?” formulada por un periodista español con motivo de la publicación de su novela “Sumisión” afirma: “Sí, aunque para mí es absurdo imaginar que el patriotismo pueda reemplazar a la religión. La cristiandad duró más de mil años; el patriotismo, un poco más de cien, desde la Revolución Francesa hasta la Primera Guerra Mundial. También podemos decir las cosas de una manera más siniestra: el patriotismo, para alcanzar la incandescencia, necesita enemigos.”
Pensamos que aquí Houellebecq confunde el patriotismo con el nacionalismo, cosa lógica siendo francés, cuyo patriotismo moderno se edificó en la Revolución Francesa, como reacción contra la Tradición, lo que incluía a la religión. Para nosotros quienes defendemos el legado cultural de la Hispanidad, dado que nuestro patriotismo data de varios siglos antes y, precisamente, se imbrica con la defensa de la cristiandad ante el islam y luego ante la herejía, es más difícil ver esa dicotomía entre religión y patriotismo. Obviamente, el patriotismo bien entendido no solo es compatible con la religión sino que depende de ella y no solo no necesita enemigos sino que, por definición, no los tiene, ya que el patriota, como decía Chesterton del buen soldado, ni aun en las guerras lucha por odio a lo que tiene delante, sino por amor a lo que tiene detrás. Es el nacionalismo (y dentro de él el chauvinismo francés) el que necesita enemigos y el que sustituye a la religión como cohesionador social.
2.- RAÍCES IDEOLÓGICAS DEL FN
La actividad filosófico-política de lo que podríamos denominar derecha alternativa o patriótica frente a la derecha liberal aceptada por el sistema ha sido frenética en Francia durante todo el siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI hasta hacer a algunos afirmar que si bien el fascismo como movimiento político nació en Italia de mano de Benito Mussolini, a nivel filosófico y doctrinal nació en Francia. Lo que parece evidente es que el fascismo histórico en Francia, en expresión de Ernesto Milá, fue un gigante intelectual y un enano político. No caeremos en la demagogia de asimilar al Frente Nacional con el fascismo histórico al que no le liga ningún vínculo de parentesco, pero si es innegable que los intelectuales franceses de lo que Paul Sérant llama “romanticismo fascista”, como Pierre Drieu La Rochelle, Louis Ferdinand Céline, Roberto Brasillach, Alphonse Chateaubriand, Abel Bonnard y Lucien Rebatet, suponen un antecedente claro de pensamiento disidente al margen de la dualidad izquierdas-derechas, patriota y preocupado por problemas como la identidad y la justicia social, que sienta las primeras bases ideológicas de lo que luego será, sin ningún vínculo ya con las potencias derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, una de las raíces ideológicas del FN y de la derecha alternativa o identitaria actual. Como dice Sérrant: “La gran lucha de nuestra época no es pues la que contrapone una ideología a otra, las razas y las potenciales rivales entre ellas. Es la de las pequeñas minorías de seres despiertos que, en todos los pueblos de la tierra, preparan en silencio el renacimiento del espíritu tradicional en las formas adaptadas a las exigencias del mundo actual. Las meditaciones sobre grandes aventuras políticas y espirituales de este siglo es una de las armas necesarias para tal lucha, una lucha, en definitiva, contra uno mismo más que la lucha contra todas las presiones externas.”
Otra de las bases filosóficas, posterior en el tiempo al romanticismo fascista, del pensamiento aglutinado en torno al FN, podríamos encontrarla en la Nueva Derecha. La Nueva Derecha o Nouvelle Droite es una escuela de pensamiento político fundado en gran parte sobre los trabajos de Alain de Benoist, Guillaume Faye y el grupo de Investigación y Estudio sobre la Cultura Europea (GRECE). A pesar de su nombre, los argumentos y las posiciones de la Nouvelle Droite no pueden ser colocados fácilmente en la dicotomía tradicional izquierda-derecha. Su influencia se percibe claramente en la retórica de los partidos de la derecha nacional en Europa, como el Frente Nacional en Francia, una parte del Partido de la Libertad de Austria y Vlaams Belang en Flandes (Bélgica).
La Nueva Derecha nació en 1968. No es un movimiento político, sino una escuela de pensamiento. Sus actividades desde hace más de treinta años (publicación de libros y revistas, celebración de coloquios y conferencias, organización de seminarios y universidades de verano, etc.) se sitúan en una perspectiva eminentemente metapolítica. La «Nueva Derecha» parte paradójicamente de un modelo estratégico situado a la izquierda: el discurso de Antonio Gramsci sobre la importancia del poder cultural y su combate en el seno de la Sociedad Civil. Además comparte muchas ideas de tipo social con la izquierda.
Por sus publicaciones y coloquios han desfilado cuestiones como: la causa de los pueblos, la sociedad de consumo, el cristianismo, la juventud, lo político, la condición femenina, el economicismo, el marxismo, el liberalismo, la hegemonía americana, el problema de la técnica, la filosofía… Pero, sobre todo, la contestación al igualitarismo y la cuestión europea. Esto les lleva a defender ocasionalmente postulados “neopaganos” y de rechazo al cristianismo un tanto absurdos. No obstante la reivindicación de ciertos filósofos como Spengler y la constatación de la necesidad de plantar cara en la guerra cultural a la izquierda son hallazgos interesantes de este movimiento.
El movimiento identitario es un movimiento sociopolítico paneuropeo que inició en Francia en el año 2002 como un movimiento juvenil derivado de la Génération Identitaire de la Nueva Derecha francesa. El movimiento identitario defiende los derechos de los miembros de grupos específicos etnoculturales de Europa. El principal movimiento juvenil identitario es Génération Identitaire en Francia, que a la vez conforma al partido de Bloc Identitaire.
En 2013, Markus Willinger, estudiante de historia y ciencias políticas de la Universidad de Stuttgart, escribió un manifiesto titulado «La identidad de la generación: Una declaración de guerra en contra de los ’68ers'», en referencia a lo que Houellebecq llama “momias sesentayochistas”, el cual fue traducido del alemán al inglés y publicado en 2013. El libro es considerado como el manifiesto fundacional del identitarismo.
El Identitarismo es abiertamente etnocentrista, rechazando el racismo primario. En su lugar los identitarios promueven el etno-diferencialismo, un concepto que rechaza el universalismo homogeneizador y que promueve la preservación de los pueblos y de sus respectivas culturas, con vista a un desenvolvimiento basado en el Derecho a las diferencias y en el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Aunque el identitarismo es un movimiento cultural que ocasionalmente rechaza la actividad política partidista, su influencia en las bases de votantes del FN es incuestionable.
3.- TRAYECTORIA DEL FN: DE JEAN MARI A MARINE
El Frente Nacional (FN) (en francés: Front national) fue fundado en octubre de 1972 y presidido desde ese momento hasta enero de 2011 por Jean-Marie Le Pen, cuando fue sustituido por su hija Marine Le Pen. Su nombre completo, en su creación, era Front national pour l’unité française (Frente nacional para la unidad francesa).El partido se presentó el 5 de octubre de 1972 en París. Tras la disolución de Ordre Nouveau en 1973, los miembros de esta organización pasaron a sumarse al Frente Nacional.
En las elecciones a la Asamblea Nacional de Francia el Frente Nacional da su primera sorpresa subiendo de un marginal 0,2% de los votos al 9,8%. Varios factores propiciaron este hecho. Por una parte el cumplimiento de un ciclo político caracterizado por la bipolaridad de la derecha gaullista y la izquierda marxista y, después, “sesentayochista”, que venían turnándose en el poder desde el final de la 2ª Guerra Mundial y que ya daba muestras de agotamiento, por otra la percepción de la inmigración como un problema grave ante el indudable fracaso del multiculturalismo. Además los medios socialistas habían permitido que las campañas del FN tuvieran una cierta difusión para dividir el voto de la derecha y Jean Mari Le Pen había aprovechado sus intervenciones televisivas para llamar la atención con una oratoria brillante. La derecha patriota volvía a un parlamento europeo después de su travesía en el desierto desde la posguerra mundial. Curiosamente en España, excepción en el continente, la derecha patriota había quedado fuera del Congreso desde las elecciones del 82 en que Blas Piñar había perdido su acta de eurodiputado. Esto explica, quizás, que en España no haya surgido aun un partido de esta significación, cuando triunfan en toda Europa: desfase en los ciclos.
En 1998, se escindió del FN una facción liderada por Bruno Mégret, que constituiría el Movimiento Nacional Republicano, que se presentaría de forma independiente a las elecciones al Parlamento Europeo de 1999, cosechando tanto el FN como la nueva formación unos discretos resultados, derivados de la división de fuerzas.
El Frente Nacional es la tercera fuerza en las elecciones legislativas de 2002 y Jean Mari Le Pen causa un terremoto político pasando a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del mismo año superando en 200.000 votos al socialista Lionel Jospin y humillando a la izquierda. El FN adelanta así a otros partidos que habían sido muy poderosos en la Francia de la segunda mitad del siglo XX, como el Partido Comunista Francés o la Unión para la Democracia Francesa, incluso, en las presidenciales, al candidato del todopoderoso partido socialista. Sin embargo, la alegría no es completa, porque ante la movilización de todos los partidos en su contra apoyando al candidato gaullista Jacques Chirac, este logra 25.540.873 votos (82,21%), frente a los 5.525.906 votos (17,79%) de Le Pen, mostrando que el FN tiene un techo electoral difícil de superar, especialmente en el sistema electoral francés a doble vuelta, mientras siga dando una imagen excesivamente radical.
En 2011 Marine Le Pen sucedió a su padre al mando del partido derrotando a su antiguo delfín Bruno Gollnisch. Marine representaba a los jóvenes del partido, a los que pretendían un cambio que normalizase a la formación, frente a Gollnish apoyado por la “vieja guardia”. A partir de ahí marine inició un proceso de “desdiabolización” del FN proponiendo un “modelo” mucho más populista, “obrerista”, nacionalista radical, cuyos caballos de batalla son la inmigración, el islam, el liberalismo, Europa, la UE, el euro y el “capitalismo cosmopolita”.
Este proceso permitió mejorar la imagen del FN y mejorar sus resultados pero dejó en el camino algunas reivindicaciones originales del partido. Especialmente criticables nos parece la asunción de determinados puntos de la ideología de género, en especial en su tolerancia ante la tragedia del aborto, o del sionismo, para hacer olvidar las críticas que recibió su padre por comentarios calificados de antisemitas. No obstante, es innegable que la estrategia resultó exitosa: En las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, el Frente Nacional se consagró como el primer partido de Francia al obtener un 25% de los votos, superando por más de 4 puntos al UMP y por 10 al Partido Socialista. Sus mejores resultados los obtuvo en la región Noroeste (33,61 %).
Es cierto que el Frente Nacional de Marine Le Pen, en su crecimiento exponencial hasta convertirse en el primer partido de Francia, ha ido moderando sus posiciones hasta aceptar algunos postulados del feminismo, como la despenalización del aborto o ponerse de perfil en otros, pero aun así el triunfo de esta formación, difícil, porque el sistema francés ya comentado, a doble vuelta, produce una movilización en su contra en la segunda vuelta, pero no imposible, tal vez, a largo plazo inevitable, ante el divorcio del pueblo francés con sus élites políticas y mediáticas, provocará un cambio de paradigma cultural y de prioridades políticas, que llevarán a considerar la pervivencia de la civilización occidental como el objetivo fundamental.
4.- TEMAS CLAVES DEL FN
INMIGRACIÓN
Sin duda el principal argumento electoral del FN es el rechazo a la inmigración masiva. Pese a que Francia llevaba décadas recibiendo oleadas intermitentes de inmigrantes, es en los años sesenta cuando esta inmigración moderna, hija de la globalización económica, que aspira a forzar los salarios a la baja, llegó a Francia procedente en gran medida de sus antiguas colonias recientemente perdidas. En los años 80 el número de inmigrantes había llegado a su punto crítico lo que tuvo dos consecuencias claras: Las políticas de asimilación e integración de inmigrantes mostraron su rotundo fracaso, formándose en Francia guetos de inmigrantes en los que no se aceptaba la cultura francesa ni, frecuentemente, sus leyes, convirtiéndose en territorios hostiles en los que no se atrevía a adentrarse ni siquiera la policía; y las dificultades económicas de aquellos años hicieron palpable que el mercado laboral francés no podía asimilar a tantos inmigrantes sin manifestar tasas preocupantes de desempleo entre su población autóctona. Al fin y al cabo las élites financieras habían generado el efecto llamada que había traído a los inmigrantes para eso, para elevar la competencia entre obreros y condicionar la bajada de los salarios y la pérdida de derechos de los trabajadores. Fruto de todas estas transformaciones, Jean Mari Le Pen, con un programa anti-inmigracionista tildado de inmediato de racista y xenófobo por los políticos y los medios de comunicación del sistema, llevó al FN a sus primeros resultados significativos.
Nótese el contraste con España, donde la inmigración masiva no llegó hasta los 90 de mano del último gobierno socialista de Felipe González, para dotar de mano de obra barata las obras publicas de los fastos del 92 y, sobre todo, del primer gobierno del partido popular de José María Aznar, para alimentar la burbuja inmobiliaria y producir un falso desarrollo económico que acabaría estallando, dando pie a la crisis actual. Como el problema llegó a España 30 años más tarde que a Francia, es razonable que también la solución en forma de reacción ciudadana, apoyando a fuerzas políticas alternativas, no llegue hasta transcurrido un periodo similar. Esto explicaría que España sea la excepción europea al triunfo de partidos patriotas y, a la vez, preconizaría, que el tiempo de que deje de serlo podría estar próximo.
Como dice José Manuel Bou en su libro “Crisis y Estafa”:
“No se trata, desde luego, de culpar a los inmigrantes de la crisis ni del paro. (…)De lo que se trata es de analizar la incidencia de la inmigración, especialmente la ilegal, en las causas y el desarrollo de la crisis y determinar qué políticas de inmigración serían sensatas.
Hay que contextualizar los fenómenos inmigratorios actuales dentro de los procesos de globalización que vive la economía mundial. Así, la globalización tiene dos consecuencias laborales claras: la deslocalización y la inmigración. En el mundo globalizado, la fuerza de trabajo se considera un elemento económico más, independiente de cuestiones éticas, sometido a los principios de oferta y demanda. Si la mano de obra es más barata en los países del tercer mundo que en los del primero, pueden pasar dos cosas, que los productores trasladen sus actividades allí, a lo que llamamos deslocalización, fabricas que cierran en USA para abrir en Méjico o factorías que se trasladan de España a Marruecos, por ejemplo; o que la mano de obra tercermundista venga aquí, a lo que llamamos inmigración. Es fácil intuir que esto tendrá efectos beneficiosos para la gran empresa y los grandes productores, que bajarán sus costes laborales y con ellos, sus costes de producción, y sustantivamente negativos para todos los demás. Aumento del paro en occidente, retroceso de los derechos laborales, etc.”
Esto conecta con la deslocalización y las desindustrialización forzadas desde instituciones comunitarias, lo que nos lleva al otro gran tema estrella del programa del FN.
UNIÓN EUROPEA
El euro-escepticismo o el rechazo a la Unión Europea ha sido el otro gran tema estrella de la campaña de Marine Le Pen, como lo viene siendo del Frente Nacional, al menos desde que hizo campaña por el NO en el referéndum de la Constitución Europea, el 29 de mayo de 2005, que venció por un 55%, frente al 45% del SÍ. Esto reflejó el hartazgo del electorado francés con las políticas comunitarias impuestas desde Bruselas y abrió un nuevo frente de confrontación política, reavivado en la actual crisis y que ha culminado con la promesa del “frexit”, es decir, de la convocatoria de un referéndum sobre la permanencia de Francia en la UE, en imitación del “Brexit” inglés, si Marine obtiene la victoria y es investida presidenta. ¿Que representa este desapego con el sueño comunitario europeo? Volvemos al libro “Crisis y Estafa” de José Manuel Bou para entenderlo:
“La Unión Europea en sí misma, no es buena ni mala, sino todo lo contrario. En principio la idea de que distintas naciones de Europa inicien un proceso de integración basado en crear solidaridades de hecho que garanticen la paz entre ellas y creen un área comercial, económica y política, que pueda defender mejor sus intereses comunes en el mundo globalizado, no tiene nada de malo. Sin embargo, las buenas intenciones no garantizan buenos resultados y en la práctica, que la Unión Europea resulte beneficiosa o perjudicial para los estados miembros en general, (…) dependerá de las políticas que desarrolle, y éstas, en los últimos años, no han sido particularmente acertadas.
(…)
Los gobiernos de los estados de la UE han estado excusando políticas impopulares y la aplicación de una agenda globalista en exigencias europeas durante años. No es de extrañar pues, que muchos ciudadanos europeos, cuando oyen hablar de las instituciones comunitarias, lejos de producirles un brillo en los ojos (…), se lleven las manos a la cartera o piensen en desindustrialización e inmigración masiva.
Desde el inicio de la crisis, además, ello se ha manifestado en la justificación de las políticas de austeridad, una austeridad bastante mal entendida, que ha fracasado rotundamente y, no sólo no ha sido una estrategia adecuada para luchar contra la crisis, sino que ha producido la pauperización de capas importantes de la sociedad…
(…)
La UE también ha funcionado de garantía de los intereses de las clases dirigentes: políticas, empresariales y bancarias, de los países miembros, dándoles excusa para imponer políticas de una austeridad mal entendida, que recortaba en servicios esenciales antes que en gasto político, que subía los impuestos a las clases medias antes que a las altas y a las grandes fortunas, que congelaba pensiones y reducía salarios de empleados públicos y privados, antes que políticos y ejecutivos de banca y gran empresa bajaran los suyos (…). La Unión Europea supone una superestructura política hiperburocratizada, que aleja el ámbito de decisión de los ciudadanos y de los políticos directamente elegidos por ellos, excusando, por imposición europea, las políticas demenciales que favorecen a las oligarquías nacionales e internacionales y que garantizan su interés como élites extractivas (o casta, como se dice ahora), en otros tiempos más comedidas por considerarlas impopulares, y que ahora no existen reparos en aplicarse, en una orgía de desvergüenza, porque se presentan a la opinión pública como mandatos europeos inevitables. La Europa unida, obviamente, no tiene por qué ser eso.
(…)
En el norte de Europa, las causas del desapego de la ciudadanía con la UE, visiblemente mayor, como demuestra el ‘Brexit’, que en el sur, a pesar de que en principio serían más beneficiados por sus políticas, son diferentes. Ahí lo que se rechaza es la imposición de una hoja de ruta globalizadora que implica deslocalización, desindustrialización, rebaja de salarios e inmigración masiva, especialmente esta última.”
ISLAMIZACIÓN DE FRANCIA
En conexión con las anteriores, especialmente con la inmigración, pero también con la UE, que condiciona políticas de puertas abiertas, como hemos visto en la reciente crisis de los refugiados, por toda Francia se extiende un clamor respecto a la creciente islamización del país, que se muestra en polémicas como la del “burkini”, traje de baño que tapa casi todo el cuerpo y la cabeza, usado por mujeres musulmanas en las playas francesas el pasado verano, o por el terrible azote del terrorismo islamista, que ya se ha cobrado varias víctimas en Francia.
Esta preocupación ha tenido eco intelectual en varios libros publicados sobre el tema, tanto en forma de ensayo como de novela. «Sumisión« de Michel Houellebecq es una novela que narra el ascenso al poder de la Hermandad Musulmana en Francia en un futuro próximo. El suicidio francés, de Éric Zemmour, o El gran reemplazo, de Renaud Camus tratan una materia similar, pero Houellebecq es mucho más famoso que los anteriores y sus novelas son objeto de una atención mediática unánime, de modo que tuvo mucha más repercusión.
Houellebecq defiende su tesis a lo largo de la novela: El islam se impondrá en Francia y en toda Europa porque tiene una ventaja demográfica. Los distintos personajes con los que el protagonista se va encontrando lo explican así:
«La Hermandad Musulmana es un partido especial, como sabe: son indiferentes a muchos de los retos políticos habituales y, ante todo, no sitúan la economía en el centro de todo. Para ellos lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa; a sus ojos es así de fácil, la economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final.»
«Para resumir su tesis, la trascendencia es una ventaja selectiva: las parejas que se reconocen en una de las tres religiones del Libro, las que mantienen los valores patriarcales, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas; las mujeres tienen menos educación, y el hedonismo y el individualismo tienen menor peso. Además, la trascendencia es en buena medida un carácter genéticamente transmisible y las conversiones o el rechazo de los valores familiares sólo tienen una importancia marginal: en la inmensa mayoría de los casos, las personas permanecen fieles al sistema metafísico en el que han sido educadas. El humanismo ateo, sobre el que reposa el «vivir juntos» laico está por lo tanto condenado a corto plazo, pues el porcentaje de la población monoteísta está destinado a aumentar rápidamente y tal es el caso en particular de la población musulmana, sin tener siquiera en cuenta la inmigración, lo que acentuará aún más el fenómeno. Para los identitarios europeos está claro que, tarde o temprano, estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población»
«El individualismo liberal podía llegar a triunfar si se contentaba disolviendo las estructuras intermedias que eran las patrias, las corporaciones y las castas, pero si atacaba a esa estructura última que era la familia, y por lo tanto a la demografía, firmaría su fracaso final; entonces llegaría, lógicamente, el tiempo del islam.»
La civilización occidental está en crisis porque la modernidad políticamente correcta con su feminismo, su ideología de género, etc. ha conseguido minar los valores familiares y reducir la tasa de natalidad por debajo de la de reposición social. Paralelamente, llegan masivamente inmigrantes musulmanes con una concepción tradicional de la sociedad que, por tanto, tienen más hijos. Esto les da ventaja demográfica, de modo que es cuestión de tiempo que acaben conquistando un occidente en retroceso. Europa, por su parte es incapaz de reaccionar, porque la corrección política lo impide, calificando de machista y retrogrado cualquier cuestionamiento del igualitarismo reinante. El islam, en cambio, no tiene ese problema, porque esa misma corrección política impide cualquier crítica hacia él, por lo que tiene “bula” para plantear lo que desee:
«En lo concerniente a la restauración de la familia, de la moral tradicional e implícitamente del patriarcado, se abría ante él (el líder de la Hermandad Musulmana)un amplio camino que la derecha no podía tomar, y tampoco el Frente Nacional, sin ser tildados de reaccionarios o de fascistas por los sesentayochistas, momias progresistas agonizantes, sociológicamente exangües pero refugiados en ciudadelas mediáticas desde las que aún eran capaces de lanzar imprecaciones sobre la desgracia de los tiempos y el ambiente nauseabundo que se abatía sobre el país; sólo él estaba al abrigo de todo peligro. Paralizada por su antirracismo constitutivo, la izquierda había sido incapaz de combatirlo desde el principio, e incluso de mencionarlo.»
Esperemos que en esto se equivoque y el FN sea capaz de plantear batalla. Como explica Fernando Paz:
«Todo esto hoy se traduce en Francia en la permisividad con el islam, fruto genuinamente progresista. La permisividad va creciendo apoyada en una estrategia erigida sobre dos ideas fundamentales: una primera, que subraya el peligro yihadista –peligro, objetivamente, real- con el objetivo de difuminar la razón del propio yihadismo, que es el islam; y una segunda, articulada a partir del discurso de que nuestros valores prevalecerán gracias a la superioridad del laicismo y la democracia.
Ante las evidentes muestras de fatiga del mundo occidental, Muray pedía que volviéramos a ser cruzados, porque no se puede sostener la lucha contra el islam sin un poder espiritual que anime la propia causa. El desafío no es el yihadismo; este terminará, y hasta es posible que dentro de poco, pero el problema –que es la demografía y no el terrorismo- subsistirá. Por esta vía Europa se está suicidando a gran velocidad, y el proceso se culminará en pocos años.»
La mayor parte de los inmigrantes musulmanes que llegan a Europa, están afectados por el desarraigo propio de los migrantes. A eso se suma que casi todos los conocimientos que tienen sobre su fe y su tradición provienen de las predicas de los imanes en las mezquitas y, como mucho, de la lectura directa del Corán y de internet. Como la práctica totalidad de las mezquitas europeas están financiadas por Qatar y Arabia Saudí, y la corriente del islam que predican sus imanes es la wahabita, implantada en estos países, es decir, la que sostiene una interpretación literal del Corán y que es la que sustenta el islamismo, que en sus vertientes más radicales justifica el terrorismo, es obvio que estos musulmanes europeos van a ser wahabitas-islamistas muy mayoritariamente. Esto no significa que todos vayan a cometer atentados terroristas, aunque el peligro para la seguridad nacional de los países occidentales resulte evidente, pero si van a tener, cuanto menos, una “amnesia cultural” inevitable, al interpretar toda su cultura desde el wahabismo integrista.
Al final, nada impide que, por medios democráticos o violentos (o más probablemente por una combinación de ambos) los islamistas conquisten el poder en Francia o en toda Europa, cuando el islam sea la religión mayoritaria. Dado que la población musulmana se reproduce en mayor proporción que la autóctona, cuyas tasas de natalidad, como decimos, no alcanzan las de reposición social y que, por tanto, está en retroceso, y que la continua llegada de inmigración proveniente de países musulmanes acelera el proceso, que eso ocurra es cuestión de tiempo. Las predicciones de Houellebecq, Zemmour, o Renaud Camus pues, no solo son posibles sino, en realidad, inevitables sino se produce un golpe de timón en Francia y en toda Europa.
Como dice José Manuel Bou:
”Aunque fuéramos insensibles a la verdad religiosa y la trascendencia, y nos resultara indiferente una religión u otra, aunque fuéramos insensibles al reemplazo poblacional y étnico, y nos resultara indiferente que nuestra tierra la heredaran nuestros hijos o los hijos de unos extranjeros, aunque fuéramos insensibles a los derechos y el bienestar de las mujeres y nos resultara indiferente que nuestras hijas y nietas tuvieran que llevar burka, a pesar de todo eso, el cristianismo seguiría mejor situado para canalizar el afán de trascendencia de los europeos e insuflar vida a nuestra civilización, que el islam. Si, además, no somos indiferentes a todas las alternativas anteriores, con más fuerza deberemos luchar por salvar nuestra civilización cristiana.
(…)
Es perfectamente posible una sociedad tradicional en la que las tasas de natalidad sean altas y se respete a la familia sin que sea misógina, polígama ni recluya a las mujeres en el ámbito estrictamente doméstico. Lo que sí necesitará, desde luego, será combatir el homosexualismo, la ideología de género, el feminismo radical y otras ramas del marxismo cultural. Las mujeres occidentales tendrán que decidir entre dejar de perseguir las discriminaciones imaginarias de la cultura occidental o prepararse para sufrir las discriminaciones reales de la cultura islámica.
Es perfectamente posible una sociedad tradicional con un patriotismo bien entendido, inspirado por un sentido religioso de la vida, en el marco común de la cultura cristiana, como elemento social de cohesión. Los nacionalistas, internacionalistas, ateos y laicistas occidentales deberán decidir si aceptan una sociedad en la que la fe y la patria sean valores significativos o si prefieren terminar absorbidos por unas teocracias religiosas donde la única ley sea el Corán.
Lo que es obvio es que las sociedades abiertas, multuculturalistas, progresistas, igualitaristas y globalizadas modernas han fracasado. Y cuanto antes nos demos cuenta, mejor.”
5.- ANÁLISIS DE LOS PRINCIPALES CANDIDATOS.
MACRON:
Es el candidato «modelo» para la mayor parte de los medios. Rico (muy rico), el más joven de todos (39 años) y uno de los favoritos para llegar el Elíseo, según las encuestas, desde que Fillon quedó en fuera de juego por el caso de corrupción que afectó a su mujer, por su enorme capacidad de agrupar a votantes de todo el espectro ideológico. Fue durante dos años ministro de Economía en el Gobierno de François Hollande, de quien fue asesor, tras ser socio de la Banca Rothschild, donde hizo su fortuna. En agosto dejó el Gobierno y rompió con el Partido Socialista francés para crear ¡En Marcha!, un movimiento independiente y de centro, que podemos considerar afín a Ciudadanos en España. «Ni de derechas ni de izquierdas», asegura en su programa electoral.
Profundamente europeísta. Entre sus propuestas: jornada de trabajo flexible, menos intervencionismo, rebajar la presión fiscal a las empresas y un plan de 50.000 millones en inversiones. Es el candidato favorito de la banca, de la que procede y de Bruselas. Como dice el editorial de La Gaceta:
“Hablemos de Macron: un joven tecnócrata de la Escuela Nacional de la Administración, enriquecido con su trabajo en la Banca Rothschild, y que lleva años subido al puente que conecta a la gran banca mundial con las políticas socialistas; de hecho, ha sido asesor económico, primero, y ministro de Economía después con Hollande. Macron ha sido presentado como un “candidato anti establishment”, pero en realidad es todo lo contrario: es el candidato que el establishment ha construido al constatar la quiebra inevitable del Partido Socialista. Y su candidatura se afianzó cuando Los Republicanos eligieron al demasiado soberanista Fillon en vez de a Juppé, que era el elegido inicialmente por el establishment, precisamente. Con un socialismo hundido y un centroderecha dudoso, no había mejor opción. Macron se ha beneficiado de una cobertura mediática sin precedentes no sólo en la promoción de su candidatura, sino también a la hora de tapar los escándalos que manchan su trayectoria y emborronar el expediente de Fillon. Hoy llega a la segunda vuelta como campeón único del bando mundialista en esta confrontación de nuevos horizontes.”
MARINE LE PEN:
Todas las encuestas colocaron desde el principio a la líder del Frente Nacional como una de las dos opciones para disputar la presidencia en la segunda vuelta, empujada por la victoria de Donald Trump y el auge de la verdadera derecha en la UE. El FN ya se había convertido en el primer partido de Francia en las elecciones europeas anteriores y había revalidado esa condición en las regionales, aunque los pactos entre los demás partidos le habían perjudicado en la segunda vuelta. La gran dificultad de marine para llegar al Eliseo es, precisamente, el sistema electoral francés a dos vueltas que dificulta su victoria en la segunda por la unión de todas las formaciones políticas contra ella.
Su programa está compuesto de 144 propuestas entre las que se incluyen salir del euro, un referéndum sobre la pertenencia a la UE, restablecer las fronteras nacionales y abandonar el espacio Schengen. También quiere rebajar de 62 a 60 la edad de jubilación, más ayudas para los ancianos y necesitados -siempre y cuando sean franceses de nacimiento- y expulsar a criminales y delincuentes extranjeros. Es la candidata más denostada por los poderes económicos, por las élites financieras globalistas y por Bruselas, así como por los medios de comunicación mayoritarios que lanzan auténticas campañas de linchamiento moral contra ella. Siguiendo con el editorial de La Gaceta:
“Y Macron tendrá enfrente a Marine Le Pen, al Frente Nacional, que se ha convertido en campeón único del bando soberanista porque nadie más tiene credibilidad para levantar esa bandera, por muchos guiños que hayan hecho Fillon y Melenchon en ese mismo sentido. El Frente Nacional ha sobrevivido a una hostilidad mediática casi generalizada, a campañas judiciales que en realidad eran maniobras políticas, a la guerra declarada de la banca –ningún banco francés ha querido prestarle dinero para la campaña-, a una presión institucional sin precedentes. Ha sobrevivido a todo eso porque, al cabo, las cosas que el Frente Nacional ha venido denunciando son problemas reales: la desaparición de la soberanía nacional en manos de entidades transnacionales, el colapso de un sistema económico sin destino, la destrucción de la identidad cultural propia… Todo eso no son fantasmas. Son enfermedades bien reales. El Frente Nacional las ha introducido en el debate y, de hecho, todos los demás han terminado recogiendo el guante.”
MÉLENCHON:
Es la gran sorpresa de estas elecciones. Líder de Francia Insumisa, cuenta con el apoyo del Partido Comunista francés y quiere captar el voto de los socialistas desencantados, de la izquierda radical y de los ecologistas. Parece que lo logró en gran medida: fue ascendiendo en las encuestas desde la marginalidad hasta la tercera posición, incluso, en algunas, a la dupla de los dos más votados que pasarían a la segunda vuelta. Su objetivo es lograr una «revolución ciudadana» y no ha ocultado su simpatía por Hugo Chávez.
Este es su segundo intento de llegar al Elíseo. Entre sus propuestas está renegociar los tratados europeos -si no lo logra amenaza con salir de la UE-, abandonar la OTAN, aumentar el gasto público en 250.000 millones de euros al año y subir los salarios del sector público elevando impuestos. También propone una semana laboral de 32 horas, ampliar el cuerpo de policía, una sexta república, «justicia tributaria», poner fin a la austeridad y eliminar la energía nuclear para crear un «nuevo orden ecológico».
Es el candidato de la ultraizquierda clásica, con todos sus tics marxistoides a cuestas.
FILLON:
Es el candidato gaullista (conservador) a la Presidencia tras imponerse sorpresivamente en las primarias a los dos favoritos Nicolás Sarkozy y Alain Juppé. Ex primer ministro de Francia, a sus 63 años era la opción ganadora que estaba cantada, no solo en la primera vuelta, sino para la victoria final. Se daba por sentado que, ante la escasa popularidad del presidente socialista Hollande, el candidato centro-derechista del otro partido que ha gobernado Francia los últimos 50 años llegaría al poder sin dificultades. Sin embargo, todo cambió cuando estalló el ‘Penelopegate’, el caso sobre los supuestos empleos ficticios de su mujer y sus dos hijos. En marzo fue imputado por malversación de fondos públicos y apropiación indebida de bienes sociales en relación a este caso, así como por faltar a su deber de presentar sus declaraciones ante la Alta Autoridad para cumplir con las medidas de transparencia en relación a su patrimonio.
Se trata del primer candidato con opciones de la historia de Francia que llega imputado a las elecciones. Víctima, según él mismo ha declarado, de un «asesinato político», una gran manifestación de apoyo en París puso fin a las voces que pedían otro candidato en la derecha francesa.
Entre sus propuestas para Francia está reducir en 100.000 millones de euros el gasto público y medio millón menos de funcionarios. Quiere eliminar la jornada de 35 horas y que esta tenga un máximo de 48 horas que fija la ley, aumentar la edad de jubilación de 62 a 65 años y facilitar los despidos colectivos. Propone, además, limitar al 2% el incremento anual del gasto en sanidad, cuyo sistema quiere liberalizar, y acercarse a Rusia. Combina conservadurismo moral con ultraliberalismo económico.
HAMON:
A sus 49 años es el candidato oficial del Partido Socialista, del que es militante desde los 19 años. Fue ministro de Educación con Hollande solo durante cuatro meses, derrotó en las primarias a Manuel Valls y prometió llevar al partido más a la izquierda. Sin embargo, no ha convencido a los socialistas ya que desde el principio su posición en las encuestas fue vergonzosa para el partido al que pertenece el presidente saliente.
Entre sus propuestas está instaurar una renta básica universal de un mínimo de 600 euros para los mayores de 25 años, legalizar el cannabis, crear un impuesto a los robots, aumentar el gasto público o que Francia acoja a un mayor número de refugiados. Al igual que Mélenchon, propone una semana laboral de 32 horas y sacar a Francia del acuerdo entre la UE y Canadá.
Muchos socialistas como el ex alcalde de París, Bertrand Delanoë, o su rival en las primarias Valls, le abandonaron y anunciaron su voto a Macron.
DUPONT:
Formó parte del UMP de Nicolas Sarkozy y se presenta a las elecciones desde el movimiento soberanista Debout La France. Afirma situarse entre Marine Le Pen y François Fillon. Entre sus planes para Francia está salir de la Unión Europea y del espacio Schengen, reducir a la mitad el número de inmigrantes y poner fin a la apertura de las fronteras. Considera que la miseria social y el desempleo está motivada por la competencia desleal de países como China o Polonia por sus bajos costes de producción y de mano de obra, por ello, apuesta por una defender el producto ‘made in France’ a través de un proteccionismo «selectivo» y «racional». Se opone a la legalización de la gestación subrogada, la eutanasia, técnicas de reproducción asistida y la adopción homoparental. En el ámbito internacional quiere la salida de Francia del mando integrado de la OTAN, pide el reconocimiento del Estado palestino y afirma que Bashar Al Assad es «el único presidente legítimo de Siria».
Es el candidato más próximo a Marine Le Pen y el que podría romper el “frente republicano” anti-Marine para la segunda vuelta dándole su apoyo, como en efecto ocurrió.
OTROS CANDIDATOS:
Poutou, Mecánico de Ford, donde es sindicalista, es candidato por el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), a través de cual intenta buscar un hueco en la extrema izquierda. Este candidato Trotskista de 50 años propone reducir la jornada laboral a 32 horas, aumentar el salario mínimo a 1700 euros y abandonar la energía nuclear.
Arthaud es la segunda mujer que se presenta a los comicios. Profesora de Economía, es la líder de Lucha Obrera, otro partido de extrema izquierda.
Asselineau: Ex inspector de Hacienda, fundó en 2007 la Unión Popular Republicana. Aboga, al igual que Le Pen, por el ‘Frexit’, es decir, por salir de la Unión Europea y del euro para adoptar el franco como moneda nacional. En materia internacional pretende establecer una política de cooperación con Rusia.
Lassalle: Diputado por los Pirineos y pastor de ovejas, a sus 61 años ha ocupado varios cargos políticos, entre ellos el de alcalde. El movimiento que él representa se llama Resistamos y apuesta por defender lo rural y la ecología.
Cheminade: Es el candidato más mayor, 75 años, y líder de Solidaridad y Progreso. Está último en todas las encuestas. Su proyecto para Francia se basa en salir de la UE, del euro y la OTAN así como colonizar la Luna. No cree en el cambio climático y quiere que se construyan más centrales nucleares en Francia.
6.- ANÁLISIS DE LA CAMPAÑA
Tras una larguísima pre-campaña electoral caracterizada por el terror del establishment a una posible victoria de la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, espoleada por la victoria de Trump en USA y el Brexit en Inglaterra, finalmente la campaña oficial dio inicio el lunes 10 de abril.
La campaña y la designación de los candidatos rompieron con lo que venía siendo habitual en las elecciones presidenciales anteriores, dándole un carácter imprevisible y anunciando una recomposición del paisaje político francés. Por primera vez bajo la Quinta República el presidente saliente François Hollande, escogía no ser candidato a su propia sucesión. El resultado de las elecciones primarias abiertas de los dos grandes partidos fue igualmente una sorpresa: Los favoritos (Alain Juppé, y en una menor medida Nicolas Sarkozy; para Los Republicanos; Manuel Valls y Arnaud Montebourg para el Partido Socialista) viéndose eliminados por candidatos menos esperados (François Fillon y Benoît Hamon). Marcada por varios giros así como de presuntos hechos de favoritismo, de corrupción y de empleos ficticios (para François Fillon y Marine Le Pen, mucho más creíbles y electoralmente costosos para el primero que para la segunda), la campaña manifestó cierta fragilidad en las intenciones de voto de los dos grandes partidos, en provecho de candidatos de partidos que nunca habían estado en el poder (Emmanuel Macron para En Marcha y Marine Le Pen para el Frente Nacional).
La líder del Frente Nacional Marine Le Pen era la única candidata de los grandes partidos que tenía asegurada la nominación de su partido, de modo que, en cierta forma, su campaña no oficial comenzó mucho antes que la de sus rivales. De igual modo, la brutal campaña anti-Marine de los mass media y de toda la clase política francesa y europea, especialmente desde Bruselas, también había comenzado mucho antes de saber quiénes serían los rivales de la candidata del FN. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, por ejemplo, prometió «vestir ropa de luto» en caso de victoria de Le Pen. Marine escogió para su campaña el logotipo de la rosa azul, relegando el tradicional símbolo del FN de la llama con los colores de la bandera de Francia. Los socialistas criticaron esta elección por ser el puño y la rosa roja su logotipo habitual. De este modo Marine pretende resaltar su condición de mujer y su política social. De igual modo, utiliza en los cárteles y material de campaña su nombre, Marine, sin el apellido Le Pen, para mostrarse más cercana.
Viernes 24 de febrero. Una mujer con los pechos al aire gritaba «Marine feminista ficticia» mientras era retirada por el personal de seguridad del Frente Nacional. Esta militante de las Femen pensaba, como el resto de sus compañeras, que los derechos de las mujeres se defienden mejor semi-desnuda y su protesta llegó sólo unos días después del gesto de Le Pen frente al gran muftí de Líbano de negarse a cubrirse la cabeza con un pañuelo.
Lo que parecía un intento de boicot aislado del grupo feminista se convirtió en una campaña contra Le Pen por «xenófoba» a través de las redes sociales. Diversos colectivos organizaron actos de protesta contra la candidata para «defender» a los musulmanes que viven en el país.
Si la precampaña se caracterizó por las primarias de los partidos tradicionales y el escándalo de corrupción que afectó a Fillon, la campaña electoral tuvo hitos como el apoyo de líderes socialistas a Macron, traicionando a su propio candidato, la subida en las encuestas de Melenchon, cuando comenzó a imitar la retórica anti-Bruselas de Marine y la medio resurrección de Fillon que mantuvieron la emoción hasta el final.
Después de anunciarse los resultados de la primera vuelta que eliminaban a todos los candidatos de izquierdas, la ultraizquierda protagonizó vergonzosos actos de violencia y vandalismo incapaz de aceptar el veredicto de las urnas.
La campaña de la segunda vuelta, ya entre Macron y Marine, comenzó con las encuestas muy favorables al primero y el paulatino acercamiento de la candidata del Frente Nacional, que ha puesto nerviosos a los representantes del establishment. La inmensa mayoría de líderes políticos apoyaron, como era de esperar, a Macron, pero por primera vez vimos disidencias en el “Frente Republicano” anti-Le Pen, con la llamada a la abstención del izquierdista Melenchon y el apoyo a Marine de Dupont y su movimiento soberanista Debout La France. También pudimos ver llamamientos a votar a Marine a título personal en las filas gaullistas, aunque tanto Fillon como el partido a nivel oficial apoyaron a Macron, y en asociaciones ciudadanas como los católicos de “La manif pour tous”, grupo que ha convocado las manifestaciones contra el matrimonio gay y la ideología de género en Francia (y que contó entre sus oradoras con Marion Le Pen, sobrina de Marine y nieta de Jean Mari) y que llamó a “votar contra Macron” después de coquetear con Fillon en la primera vuelta, haciendo así explicito su apoyo al FN en la segunda.
El ‘todos contra Marine’ comenzó minutos después del cierre de las urnas de la primera vuelta, cuando el socialista Benoit Hamon confirmaba su estrepitosa derrota. No dudó en llamar a Marine Le Pen “enemiga de la República” justo antes de pedir, claro, el voto para el centroizquierdista Emmanuel Macron. Lo mismo, pero con adjetivos menos graves, hacía después el conservador -y presunto enemigo del proyecto político de la izquierda- François Fillon.
El lunes siguiente, el índice de simpatía del establishment hacia el candidato de En Marcha crecía de forma directamente proporcional al euro en la Bolsa. “El IBEX 35 ha subido hoy el 3,76 % en su mejor sesión en más de año y medio, hasta los 10.766,8 puntos, en máximos de agosto de 2015, por el optimismo del mercado ante la posibilidad de que el europeísta Emmanuel Macron gane las elecciones francesas en segunda vuelta”, informaba la Agencia EFE. El comisario de Asuntos Económicos de la UE, Pierre Moscovici, se refería a Macron como “el candidato de todos los demócratas y proeuropeos. No debe faltarle ningún voto y tendrá el mío el 7 de mayo», decía. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se felicitaba en una inusual valoración de las presidenciales. Desde Bruselas lo explicaban así: “Era una elección entre la defensa de lo que Europa encarna y la opción que busca la destrucción de Europa. Así que nuestro presidente ha pensado que era útil llamar al candidato que había defendido la opción a favor de Europa». Igual en el ala teóricamente conservadora de la Eurocámara: Manfred Weber, líder del Partido Popular europeo, pedía unidad de los demócratas “contra los radicales y populistas».
También el otrora pro-soviético Partido Comunista Francés llamó a apoyar al candidato ultracapitalista. En un comunicado emitido tras las elecciones, los comunistas señalan que «la primera ronda ha puesto a Francia en una situación extremadamente grave». «Marine Le Pen quiere un mundo peligroso donde todas las aventuras militares se hacen posibles, donde todas las rivalidades nacionales serían animadas (…) Conscientes de las enormes batallas que están llegando y de las responsabilidades que incumben a nuestro partido, llamamos el 7 de mayo, durante la segunda vuelta de la elección presidencial, a cortar el paso a la presidencia de la República a Marine Le Pen, a su clan y a la amenaza que constituye el Frente Nacional para la democracia, la república y la paz, utilizando el único voto que por desgracia se le opone para hacerlo». Por si estos apoyos eran pocos, la jornada post-electoral sumó un espaldarazo más para Macron, esta vez desde la Gran Mezquita de París, que señalaba en un comunicado que Macron “encarna la vía de la esperanza y de la confianza en las fuerzas espirituales y ciudadanas de la nación, dentro del respeto de los valores republicanos y de la aplicación estricta de los principios del laicismo”. Pedía, por supuesto, el voto para el centrista y definía la cita electoral como una ronda “decisiva para el destino de Francia y sus minorías religiosas”.
También hay quien no ha tomado partido por el centrista Macron. Desde el Kremlin, que apoyó primero el proyecto conservador de Fillon y recibió a Marine Le Pen después, resumen su postura con un escueto “los franceses son los deben decidir quién será su presidente». Desde el otro lado del Atlántico, Donald Trump ha estado haciendo campaña clara por Marine Le Pen, la única, dice, capaz de defender las fronteras. En Francia de nuevo, el ultraizquierdista Jean-Luc Mèlenchon espera a la consulta de su electorado para decidir su postura ante la segunda ronda pero describe la situación con un contundente ‘Ni patria, ni patrón, ni Le Pen ni Macron’.
Marine Le Pen ganó el primer combate de la campaña al acudir a la fábrica de Whirpool en Amiens que será deslocalizada, es decir: cerrada para trasladarla a otro país donde la mano de obra sea más barata mientas que casi 300 empleos directos se perderán en una zona ya muy castigada por el paro. La líder del Frente Nacional fue recibida al grito de “¡Marine Presidenta!” por los empleados congregados ante las instalaciones de la fábrica, ante quienes la candidata explicó que si es presidenta de Francia no consentirá el cierre de fábricas y la amortización de puestos de trabajo. Calificó este fenómeno como una consecuencia del “mundialismo salvaje” y se comprometió a ser la defensora de los trabajadores franceses.
Muy al contrario, Emmanuel Macron se reunió con una pequeña representación de los delegados sindicales, y lo tuvo que hacer a puerta cerrada tras ser recibido con abucheos por unos trabajadores que se sienten traicionados por el candidato y exministro de Economía en el Gobierno de François Hollande. Las palabras de Macron distaron mucho de convencer a los trabajadores al explicar que consideraba que las promesas de Le Pen no son sino una “utilización política de un conflicto laboral”. Además explicó que no puede “prohibir a una empresa cerrar una fábrica, porque eso no es posible. Si no, ninguna empresa más vendría a invertir en Francia».
Tras reunirse con los representantes del comité intersindical de la planta, Macron quiso copiar el gesto de Le Pen y acudió a visitar a los huelguistas que le recibieron al grito de “¡Traidor!” y volvió a escuchar abucheos por parte de los congregados a las puertas de la factoría. Frente a las afirmaciones de Macron, Le Pen se ha comprometido a introducir una tasa del 35% a los productos que se fabriquen en una factoría deslocalizada y que quieran ser comercializados en Francia.
Los analistas franceses consideraron este choque como el arranque de la campaña y coincidieron en señalar que la primera victoria social y mediática había sido para Le Pen, que consiguió dejar a Macron como un representante de los intereses empresariales frente a los intereses de los trabajadores.
En el debate electoral decisivo entre Marine y Macron el terrorismo yihadista, -Le Pen advirtió de la ‘complacencia’ de Macron con el fundamentalismo islámico-, así como la soberanía de Francia frente a las injerencias de la Unión Europea, -“Francia será dirigida por una mujer. O yo o Merkel”-, se convirtieron en los dos ejes de discrepancia. En un debate muy duro la líder del Frente Nacional tomaba la palabra demostrando que el encuentro iba a estar marcado por el enfrentamiento de dos modelos completamente diferentes. “Los franceses serán capaces de hacer una elección clara entre el Señor Macron, quien representa la globalización salvaje y que está controlado por François Hollande, y entre mi candidatura. Soy la candidata del pueblo, la candidata de todos los franceses que fueron capaces de ver la verdadera naturaleza de Macron”.
El mismo día del debate televisivo entre los dos candidatos a la presidencia francesa, Disobedient Media se hacía eco de la friltración online de dos documentos que vinculan a Emmanuel Macron, a quien los medios ya daban por seguro ganador, con un entramado societario en paraísos fiscales del Caribe. Varios medios se hicieron eco de la información. En Francia el popular portal de información económica Zerohedge publicaba la filtración del documento y, fuera de las fronteras francesas, el digital Independent de Gran Bretaña también ha reproducido el texto. No obstante los mass media del sistema ocultaron completamente esta información o, incluso la presentaron victimizando a Macron, como un caso de hackeo de su información de campaña por “potencias extranjeras”. La parcialidad de los mismos medios que trataron de involucrar a Marine (sin éxito) en el caso de los “papeles de Panama”, destapado asimismo por una filtración de hackers informáticos internacionales, resulta vergonzosa.
El ambiente de campaña de perfil bajo de Macron, dispuesto a gestionar su ventaja, y la contundencia de Marine, dispuesta a arrebatársela se plasman perfectamente en el editorial de La Gaceta:
“Hoy todo el mundo da por hecho que Macron se llevará el gato al agua porque tanto los líderes socialistas como los del centroderecha –sorprendente coalición- han llamado a votarle el próximo día 7. Es muy posible que así sea. Pero no va a ser fácil que los votantes de clase obrera de Melenchon apuesten por el hombre de la Rothschild, como no es previsible que los católicos, que ahora habían votado a Fillon, vayan a respaldar al primer propagandista de los vientres de alquiler, que eso es Macron. No, no está todo el pescado vendido. La gran pugna entre mundialismo y soberanismo sigue en pie. Y pase lo que pase el día 7, ese va a continuar siendo el debate de nuestro tiempo. El nuevo paradigma de la política europea.”
7.- ANALISIS DE LOS RESULTADOS
El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas fue el siguiente: Emmanuel Macron candidato de ¡En Marcha! (EM!) logró 8.657.326 votos, un 24.01%. Marine Le Pen del Frente Nacional, 7.679.493, un 21.30%. Estos fueron los dos candidatos en pasar a la segunda vuelta. Por detrás François Fillon de Los Republicanos con un 20.01%, Jean-Luc Mélenchon de Francia Insumisa 19.58%, Benoît Hamon del Partido Socialista 6.36%, Nicolas Dupont-Aignan 4.70%. El resto de candidatos quedaron en posiciones marginales por debajo del 2%.
El resultado fue incierto hasta el final, porque, aunque los sondeos a pie de urna dieron como ganador a Macron desde el principio, con el 70% escrutado Marine iba en cabeza y con ese porcentaje el ganador no suele variar. Esto recordó al fraude electoral vivido en Austria. Lo cierto, de todas formas, es que ese punto arriba o abajo y ese “honor” de ser el más votado en la primera vuelta no cambia mucho el panorama para la segunda vuelta en el que destaca el hundimiento de los partidos tradicionales y el éxito del FN pasando a la segunda vuelta, que difícilmente podía revalidarse en esta, ante la unión de todos los partidos en su contra. Sin embargo hay notas muy positivas: Gaullistas y, sobre todo, socialistas han sido humillados, Marine es quien marca el debate en Francia y ya nada volverá a ser igual en su política. El nuevo paradigma es globalización contra patriotismo, mundialización frente a identidad, los candidatos de la banca frente a los candidatos del pueblo.
Como dice el editorial de La Gaceta:
“Emanuel Macron y Marine Le Pen se disputarán en segunda vuelta la presidencia de Francia. Los resultados electorales confirman ante todo el brutal descalabro de las dos grandes fuerzas que venían presidiendo la política francesa desde la retirada de De Gaulle: el espacio de centroderecha con sus bases liberales y neogaullistas y el espacio de centroizquierda que pivotaba en torno al Partido Socialista. La candidatura de centroderecha, la de Los Republicanos encabezada por Fillon, queda en tercer lugar, por debajo del 20% de los votos. Peor es lo de los socialistas, representados por Benoit Hamon, que se hunden hasta un 6,4%. Los socialistas tienen hoy en sus manos la presidencia, el gobierno y la mayoría parlamentaria, pero sus principales líderes no han apostado por el candidato socialista, Hamon, sino que lo han hecho públicamente por Macron. Esto da una idea de lo profundo de su crisis. Mejores resultados ha obtenido la candidatura de la izquierda radical, la de Melenchon, que prácticamente iguala las cifras del centroderecha de Fillon.
Primera conclusión: el socialismo ha explotado. La experiencia de gobierno de Hollande-Valls ha sido calamitosa. Francia acumulaba problemas objetivos de estructura económica y desmantelamiento social agravados, además, por la amenaza yihadista. Las fórmulas socialistas no han hecho otra cosa que empeorarlos. Ya no hay, tampoco en Francia, un proyecto socialdemócrata para las sociedades europeas. La izquierda institucional ha quedado destruida.
Segunda conclusión: el centroderecha ya no es percibido como una alternativa real a las políticas socialistas. Sencillamente, porque las políticas de unos y otros son sustancialmente las mismas, tanto en los aspectos económicos y sociales –dependientes siempre del criterio superior de Bruselas- como en la proyección de la nación en el mundo. Los Republicanos trataron de salir del callejón sin salida eligiendo a un hombre, Fillon, que al menos recordaba a la derecha tradicional, pero ya se ha visto que el recurso a los viejos eslóganes tiene corto recorrido.
Tercera conclusión: el socialismo explota y el centroderecha se colapsa porque el gran debate ya no está entre izquierda y derecha, sino entre otras dos perspectivas completamente transversales a las viejas etiquetas, a saber, el mundialismo, es decir, la disolución de las soberanías y las identidades nacionales en un orden nuevo de alcance transnacional, y el soberanismo, o sea, la permanencia de la nación como instancia elemental de lo político y lo económico. Acabamos de asistir a un cambio de paradigma en la política europea. Y por eso los dos candidatos que se disputarán la presidencia no serán Fillon y Hamon, sino Macron y Le Pen.”
Observando los datos de los votantes del FN se pueden realizar algunas valoraciones. Marine es la candidata más apoyada por los jóvenes y los obreros y la favorita en los entornos rurales. Las clases altas y las grandes ciudades, entre ellas destacadamente la capital París, apoyan a Macron, los jubilados a Fillon y los socialistas ya solo recogen votos entre los funcionarios. Sectores tradicionalmente enfrentados al FN como los homosexuales o entre los que recogía menos votos como las mujeres o los universitarios empiezan a apoyar a este partido en porcentajes crecientes. Muchos homosexuales, por ejemplo, se dan cuenta de que entre políticos que no aplauden el matrimonio gay y otros que son extremadamente tolerantes con regímenes en los que los homosexuales son perseguidos, incluso ejecutados o lanzados desde azoteas, los primeros podrían ser una opción más razonable. Muchas mujeres ven en Marine, pese a la hostilidad de las feministas, a la mujer valiente capaz de defender sus derechos frente a la llegada masiva de inmigrantes de entornos culturales en los que la mujer es poco más que un objeto.
En la segunda vuelta, como era de esperar, se impuso Macron con 20.753.704 votos, lo que representa el 66,10% del electorado. Marine se tuvo que conformar con 10.643.937 de votos y el 63,90%. Algunos analistas consideraron estos resultados como negativos para el FN por no haber llegado al 40%, que se fijaba como límite para hablar de éxito o fracaso de Marine. Otros, en cambio, advirtieron de que el “peligro” de la extrema derecha y los “populismos” no estaba exorcizado y que Marine Le Pen había obtenido unos resultados históricos, superando la barrera del tercio de los votantes, subiendo 13 puntos porcentuales de sus resultados en la primera vuelta y doblando a su padre en 2002. Además la abstención ha obtenido un récor histórico del 25% y los votos en blanco han superado la también cifra record del 6%, lo que da a entender que a muchos franceses que no han votado al FN en la primera vuelta, la posibilidad de que Marine llegue a la presidencia no les asusta tanto como para movilizarlos a las urnas en la segunda. El FN parece haberse “normalizado”.
En realidad eso de fijar la frontera entre el éxito y el fracaso de Marine Le Pen en el 40% de los votos es una arbitrariedad. ¿Por qué el 41% es mucho mejor que el 39% (o que el 35%)? ¿Hubiese cambiado algo? Estos resultados demuestran que la euforia de los simpatizantes de la derecha alternativa por el Brexit y la victoria de Trump era prematura y que Francia y la Europa continental aun no están maduras para darle la espalda al sistema, pero se van acercando. Para 2022 el FN (con la denominación que adopte a partir de ahora, pues Marine anunció cambios importantes para las legislativas de junio) tendrá ya una fuerte representación en la Asamblea legislativa francesa (solo trasladando estos resultados ya obtendría más de 100 diputados frente a los solo 2 actuales), gobernará muchos más ayuntamientos y algunas regiones del noreste. El tabú de que no puede ganar o gobernar se habrá roto y Macron, posiblemente, habrá fracasado, porque es una marca blanca de socialistas y republicanos, de los que no se diferencia en nada y cuyas políticas vienen despertando el rechazo de los franceses desde, al menos, el comienzo de la crisis. ¿Qué pasará entonces en la política francesa? ¿Quién se enfrentará a Marine en la segunda vuelta y será capaz de frenarla cuando Macron esté amortizado? ¿Un socialista que en estas presidenciales no han pasado del 6% de los votos? ¿Otro gaullista más como Juppe o Sarkozy, humillados por Fillon antes de su hundimiento con el “penelopegate”? ¿Un “Macron” republicano? ¿Otro desconocido surgido de la nada?
CONCLUSIONES:
Dice Fernando Sánchez Dragó:
“Mélenchon es un jacobino, un Robespierre, un Danton, un pablista, un sablista, un administrador de la miseria económica y un virtuoso de la guillotina ideológica. Ni caso. No pasará. Hamon tampoco cuenta, porque el socialismo ha muerto y lo de la derecha y la izquierda suena ya a güelfos y gibelinos, a troyanos y aqueos, a bolcheviques y mencheviques, apolillados todos en el museo de figuras de cera de la historia. Fillon es un girondino, un representante de la bourgeoisie y del bon sens, un político que ha sobrevivido a las sospechas de corrupción porque ésta -en España lo sabemos bien- importa poco a los electores, que la dan por descontada y aplican el sabio, aunque cínico criterio del más vale malo conocido. Macron es un flatus vocis, un bo-bo sietemesino del mayo francés, una moneda tan falsa como el euro, una musaraña, una pompa de jabón que se deshará en el aire del déjà vu si llega a gobernar (Montaigne, Voltaire y De Gaulle no lo votarían). Excluidos de la Galia, por su condición de momias, Mélenchon y Hamon, e incluidos en ella Fillon y Macron, que por la docilidad de su europeísmo se superponen, nos falta la tercera región del mapa trazado por Julio César: Marine Le Pen, que es, nos guste o no, un arma cargada de futuro, como de la poesía dijese Gabriel Celaya. Si en la segunda vuelta, unidos sus adversarios en la usual alianza contra natura, le cierran el paso, la candidata del Frente Nacional llegará al Elíseo en 2022. Para entonces, el identitarismo ya será el máximo denominador común del mundo que se avecina, la Unión Europea, si no ha echado el cierre, estará en las últimas, se habrán erigido diques frente al oleaje de la inmigración y mano dura frente al yihadismo, el continente seguirá aislado de la Gran Bretaña y nadie seguirá llamando ultraderechista, como ahora lo hacen con rebañega unanimidad todos los chicos del coro, a una política escorada -así lo atestiguan sus propuestas y la extracción de sus votantes- mucho más a la izquierda que a la derecha.”
Estamos de acuerdo, Marine Le Pen es un arma cargada de futuro y está condenada a llegar antes o después al Eliseo. La Unión Europea vive un proceso de declive prácticamente imparable. Esta reflexión, realizada por el premio Nobel de Economía, Oliver Hart, viene a constatar lo que los últimos comicios estaban demostrando: los ciudadanos están hartos de la socialdemocracia, de las decisiones personalistas de Bruselas y de las políticas de los principales líderes europeos.
La victoria del brexit en Reino Unido, el ‘no’ a la reforma constitucional de Matteo Renzi en Italia y la «casi» victoria de Norbert Hofer en Austria evidencian el proceso de cambio en el que se ha sumido la Unión Europea. Desde Bruselas, sin embargo, prefieren hacer oídos sordos y tachar al movimiento de la derecha alternativa como «formaciones de ultra-derecha» sin pararse a reflexionar en sus principales medidas.
Como ocurrió con Donald Trump en Estados Unidos, la maquinaria mediática se ha encendido para tratar de detener a Marine Le Pen, Geert Wilders o Frauke Petry en los comicios de Francia, Holanda y Alemania el próximo año.
El sistema electoral francés a dos vueltas y el “Frente Republicano” anti-Le Pen que se forma en la segunda ponen las cosas muy difíciles a Marine, pero démonos cuenta de las cosas que están cambiando. Cuando su padre pasó a la segunda vuelta en 2002 apenas subió de un 17 a un 18% de los votos. Marine ascendió de un 21 a casi un 40%, prácticamente el doble. Entonces todos los líderes políticos y sociales apoyaron a Chirac, ahora también apoyan a Macron la mayoría, pero con alguna disidencia, como el izquierdista Melenchon, que no se ha querido pronunciar, una colaboradora de campaña de Fillon y algunos alcaldes gaullistas, que ha confesado su voto a Marine, La Manif pour Tous, que representa a los católicos, o, finalmente, Nicolas Dupont-Aignan de Debout la France (Francia en pie) que sumó 1,7 millones de votos (el 4,70 %) en la primera vuelta. El «Frente Republicano» anti-Le Pen se está resquebrajando. Si ahora no lo ha conseguido, en 2022 nada podrá detenerla.
Como dice Mathieu Slama:
“El electorado de Macron aglutina la Francia a la que le van bien las cosas, la Francia optimista, la Francia que gana bien su vida, esos viejos faros del antiguo mundo: esa Francia ‘abierta’, generosa porque tiene los medios de serlo. La Francia de Marine Le Pen es la Francia que sufre, la que se inquieta. Se inquieta de su futuro, de sus fines de mes, sufre viendo cómo los grandes empresarios ganan enormidades de dinero, protesta frente a la increíble arrogancia de esa burguesía que le da lecciones de humanismo y de progresismo desde lo alto de sus 5.000 euros mensuales.”
Por decirlo así, Macron no existe, no es nadie. Macron simplemente es no-Marine. Quienes votaron al FN lo hicieron con ilusión, para que ganase Marine. Quienes votaron a Macron lo hicieron con miedo, para que no ganase Le Pen. Los políticos mayoritarios y los medios de comunicación con unanimidad soviética han demonizado al FN para que nada cambie, porque son conscientes de que Marine es la única líder capaz de ofrecer alternativas viables a la demencial situación que padece el mundo y de la que ellos se benefician. Macron no es nadie, es el hombre de paja, el hombre de Soros, de Rothschild, de Rockefeller, de Bruselas, del FMI. Es el “pringadillo” sin pasado, que no ha robado aun, porque no ha tenido tiempo, que el sistema ha encontrado para frenar a Marine, ante el desprestigio de los partidos tradicionales. Macron solo representa a un pasado que no termina de morir. Macron no existe: son los bancos. La pregunta es: ¿Cuándo Macron fracase, que le quedará al sistema? ¿Se sacarán a otro Macron de la manga? ¿Cuantas veces colará el mismo truco? Marine, como dice Sanchez Dragó y decía Celaya de la poesía, es un arma cargada de futuro y es inevitable que, antes o después, se dispare.
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