Por: Graciela Cruz Hernández
Francisco Xavier Clavijero nació en el Puerto de Veracruz el 6 de septiembre de 1731, su padre don Blas de origen leones era un culto funcionario, la madre de Francisco Xavier se llamaba María Isabel Echegaray, criolla de ascendencia vasca.
De Veracruz se mudaron a Teziutlán en la Sierra de Puebla y un tiempo en Jamiltepec, Oaxaca. Don Blas envió a Xavier y sus 10 hermanos, a estudiar a Puebla. Francisco Xavier aprendió latín en el Colegio de San Jerónimo, y filosofía en el Seminario de San Ignacio, demostrando clarísima y aguda inteligencia en el estudio de filosofía, entre otras materias. Gustaba de la lectura de escritores españoles más sobresalientes como Quevedo, Cervantes, etc., de otros importantes escritores internacionales, así como a la mexicana Juana Inés de la Cruz.
A los 16 años de edad ya era bastante avanzado en latines, filosofías, teologías y letras clásicas y modernas, y se le calificaba de niño prodigio, aunque poco sociable. Luego Clavijero pidió entrar a la Compañía de Jesús y en 1748, inicia su noviciado en el convento de Tepotzotlán.
Estudió humanidades y por su cuenta estudió el griego, el hebreo, el náhuatl, el francés, el portugués, el alemán y el inglés; repitió por un año los estudios de filosofía, e hizo otro tanto con los estudios teológicos. En 1754 fue ordenado sacerdote jesuita.
Fue prefecto de estudios en el Seminario de San Ildefonso, en la capital de la Nueva España. Como prefecto trató de introducir métodos pedagógicos originales, pero su superior lo previno: “No es tiempo de hacer novedades”. Clavijero dijo: “el mayor beneficio que me pueden hacer es el de enviarme de operario a un rincón quieto en donde no vuelvan a acordarse de mí para nada”, esto porque sabía que le sería difícil estarse sin realizar las innovaciones que él creía convenientes. Enseguida lo nombraron maestro de retórica.
Recibió la orden de ir al colegio de indios de San Gregorio. Aquí confecciona algunos opúsculos, de los cuales pocos aparecen con su nombre, otros sin firma y varios con el rótulo bautismal de sus amigos. De entonces son las Memorias edificantes del bachiller Manuel Joseph Clavijero, recogidas por su hermano Francisco e impresas en 1761.
El padre Francisco Xavier Clavijero se desempeñó como ministro confesor. Incluso confesando en náhuatl a sus indios educandos de los colegios para nobles de San Gregorio de México y San Javier de Puebla. Apenas ordenado sacerdote, Clavijero entendió que su deseo era la salvación de las almas y para admiración de muchos «se mostró incansable en el confesionario, no excusándose jamás, por sus quehaceres, de la asistencia». De tal suerte era congruente en todos «los ministerios con los prójimos en [el] confesionario», y así se le veía transitando entre «moribundos, cárceles y hospitales, en que haciendo gran fruto en las almas, gozaba [de] gran consolación de espíritu». Con estas sentidas palabras, lo afirmaba su biógrafo el padre Félix de Sebastián.
De Puebla lo mandaron a Valladolid, ahí sienta cátedra desde octubre de 1763 hasta abril de 1766. Desde su llegada a Valladolid, en la “oratio latina” con que inaugura su curso en 1763, Clavijero “manifestó con ingenua sinceridad que él no podía infundir aquella filosofía que fatigaba las mentes de los jóvenes con ninguna utilidad… sino aquella que habían enseñado los griegos y que ensalzaban grandemente los sabios modernos, la que la culta Europa aprobaba y enseñaba públicamente en sus escuelas”. Del trato con los jóvenes de Valladolid, salió el Cursus Philosophicus, perdido en su mayor parte, pues sólo se conoce la última sección: Physica particularis.
En 1766 fue enviado a Guadalajara a impartir un curso de filosofía. Ahí termina los diálogos entre el conservador y el novelero y dirige la Congregación Mariana. El 27 de febrero de 1767 el rey Carlos III expulsa a los jesuitas de España y sus colonias y es ahí en la capital de la Nueva Galicia que recibe la noticia.
Al partir de México a Francisco Xavier Clavijero, lo embarcan hacia los Estados Pontificios. A su paso por Cuba lo tumba una enfermedad grave, y cuando su embarcación estaba a un paso de la Península, estuvo a punto de hundirse, así es que después de un viaje complicado al llegar a Europa el papa Clemente XIII no acepta a los jesuitas en sus Estados Pontificios, Clavijero ancló en Ferrara donde el conde Aquiles Crispi, le concede generosa amistad. Después Clavijero cambia su residencia a Bolonia donde se juntan varios de los jesuitas expulsados.
El Papa suprime la orden de los jesuitas y cada uno de éstos se convierte en un cura cualquiera o abate. El abate Clavijero, ya en su libre condición, quiso formar una Academia de Ciencias con sus compañeros de exilio, una especie de club de americanistas desde el cual pelearían, en favor de su distante tierra, Francisco Xavier Alegre, Diego José Abad, Agustín Castro, Julián Parreño, Andrés de Guevara, Raymundo Cerdán, Juan Luis Maneiro y otros. Desde la Nueva España numerosos jóvenes le harían segunda a los desterrados: José Pérez, José Antonio de Alzate, Juan Benito Díaz de Gamarra e Ignacio Bartolache, quienes anidaban en su corazón la idea de que debían producirse cambios, y tuvieron que ver con las novísimas instituciones llamadas Academia de San Carlos, Colegio de Minería, Jardín Botánico.
Beristáin dijo que Clavijero nunca perdió de vista el estudio de lo americano, “y había hecho un acopio de materiales exquisitos, mas no se determinaba todavía de escribir una obra, hasta que llegaron a su conocimiento las reflexiones de Corneille de Pauw”, (totalmente antiamericano, quien consideraba como una desgracia el descubrimiento del nuevo continente). Clavijero decide dedicar por años dedicar tiempo exclusivo a la revisión de los paisajes de su mundo y a la historia antigua de México. En las Disertaciones Clavijero se propone ser el abogado de la naturaleza americana tan mal vista por algunos sabios europeos, que sin saber (como el naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon que escribía sobre la inferioridad de los animales americanos) “se ponían a escribir sobre la tierra, los animales y los hombres de América” desde Europa.
A través de las nueve Disertaciones que escribióClavijero, éste declara a los naturales del Nuevo Mundo tan inteligentes como los del Viejo, tan capaces como los europeos, decía: “de todas las ciencias, aun de las más abstractas”. Si se les impartiera una mejor educación, dice, «se verían entre ellos filósofos, matemáticos y teólogos que podrían rivalizar con los más famosos de Europa”.
Reunió
gran cantidad de informes. No conoció la obra de fray Bernardino de Sahagún,
pero sí las cartas de Cortés, la relación de Bernal, las historias de los
cronistas oficiales de Indias, noticias acerca de los indios de Olmos,
Benavente, Zorita, Acosta, Torquemada e Ixtlilxóchitl, y los papeles
conservados en las colecciones Vaticana, Mendocina, de Viena y de Sigüenza. La
Historia antigua de México publicada en 1780 se hizo sobre una base sólida de
documentos. Primero fue publicada en italiano y pocos años después traducida al
castellano, al inglés y al alemán.
No deja lugar a dudas su nacionalismo y patriotismo. Clavijero, hace ver a las
culturas prehispánicas dignas de imitación de manera semejante a las culturas
clásicas del viejo continente. Se convierte de alguna manera en abogado del
México indígena.
Clavijero, devoto de la Virgen de Guadalupe publicó, dos años después de su obra máxima, un libro corto sobre la imagen del Tepeyac, un Breve ragguaglio della prodigiosa e rinomata immagene della Madona de Guadalupe del Messico, impreso por Biasini en Cesena en 1782.
En 1783 a su pobreza le sobrevino la enfermedad de la vesícula que soportó con gran fortaleza. Aunque, según Maneiro, “vivía feliz… con recursos apenas suficientes a las necesidades de la vida”. Con las famas de “varón sólidamente cristiano”, jamás movido por el deseo del lucro, siempre probo, “sincero y veraz por naturaleza y fidelísimo en la amistad”.
Y dijo de él su compañero Félix de Sebastián haciendo el siguiente retrato de sus últimos instantes: “Ya en su lecho de muerte Clavijero recurría con gran fervor a la Santísima Virgen a quien tiernamente veneraba; a nuestro padre san Ignacio de quien se honraba ser hijo, al santo de su nombre san Francisco Xavier que amó entrañablemente; y a su protector y abogado san Juan Nepomuceno, cuya devoción procuró promover en cuantas partes estuvo”.
Francisco Xavier Clavijero murió en Bolonia el 2 de abril de 1787. En 1970 sus restos fueron trasladados a México y colocados en la Rotonda de las personas ilustres, en el Panteón Civil de Dolores en la Ciudad de México.
Casi todos los manuscritos de Clavijero (cursos, cartas, estudios terminados y a medio hacer, apuntes) pararon en la Biblioteca del Archiginnasio de Bolonia.