Por: Luis Reed Torres
Cuando sesenta años atrás Fidel Castro y su guerrilla pululaban por Sierra Maestra en Cuba con la pretensión de derribar al gobierno presidido por Fulgencio Batista, la comunicación, a pesar de sus notables avances, se hallaba en pañales en relación a lo que hoy atestiguamos todos los días. Entonces no existían teléfonos celulares, internet, redes sociales, Twitter, WhatsApp y mil etcéteras más que, como en nuestros días, facilitaran y reprodujeran en segundos y a todos los rincones del orbe las diversas informaciones de toda índole que se iban generando día con día u hora por hora.
Esto viene a cuenta porque, en las circunstancias descritas de aquella época, eran pocas las mentes lúcidas que se percataban del peligro que Castro y sus barbudos representaban para Cuba si es que finalmente se encaramaban al poder. Cierto es que se sabía que Fidel había participado en el llamado «bogotazo» de 1948 en la capital de Colombia, donde fue parte principal (como agitador extranjero) de una turba marxista que protestaba por la naciente Organización de Estados Americanos y pretendía derribar al gobierno del Presidente Mariano Ospina, pero diez años después de estos acontecimientos (1958) esto ya se había prácticamente olvidado y ahora aparecía como pretendido libertador de Cuba.
Así, aunque hubo voces minoritarias que no habían olvidado los antecedentes de Fidel y alertaban sobre el peligro que entrañaba un gobierno encabezado por él una vez derrocado Batista, la verdad es que no fueron escuchadas. No había reproducción inmediata de declaraciones como ahora, ni «memes» que se viralizaran ni nada por el estilo. Es decir, la gran mayoría del pueblo cubano permaneció ignorante del peligro terrible que sobre el país se cernía y muchos apoyaron de diversas maneras a la guerrilla castrista a que asaltara el poder. En otras palabras, miles de cubanos –la enorme mayoría de buena fe– abonaron felices el terreno para que Fidel ascendiera al sitial máximo del nuevo gobierno revolucionario. Y entonces vinieron la decepción y el desencanto.
Pero ya era demasiado tarde…
Huelga aquí reseñar en lo que se convirtió Cuba una vez encaramado Castro al poder. Baste decir que miseria, racionamiento, represión, dictadura marxista unipartidista e interminable, inexistente libertad de prensa, exilio y mil desgracias más flagelaron y aún flagelan aquella desventurada nación que creyó en un supuesto redentor que, en sus días de guerrillero antes de la toma del poder, hablaba de una sociedad amorosa, de democracia plena, de elecciones libres y de progreso y que, a más de eso, aparecía en cientos de fotografías con escapularios en el cuello y hasta con la Virgen de la Caridad del Cobre como muestra de devota religiosidad.
El 2 de diciembre de 1961, en La Habana, Fidel Castro –tan admirado públicamente por Andrés Manuel López Obrador– declaró ya sin máscara ante una multitud:
«¡Somos socialistas, seremos siempre socialistas! ¡Somos marxistas-leninistas, seremos siempre marxistas-leninistas».
(En su primer viaje a Estados Unidos, en abril de 1959, a muy poco tiempo del triunfo de su movimiento, había declarado: «Sé que están preocupados por si somos comunistas. Pero ya lo he dicho muy claramente: no somos comunistas. Que quede bien claro»).
En nuestros tiempos, cuando absolutamente todo, o casi, se sabe de inmediato por la multiplicación y el avance de las comunicaciones, abundan las voces que alertan sobre el peligro que representa un individuo como López Obrador, tan admirador, tanto él como su primer círculo, de personajes como Fidel Castro, Evo Morales, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, es decir individuos que, una vez encaramados en el máximo sitial, no lo abandonan jamás (por no hablar del líder norcoreano Kim Jong-un y sus antecesores, tan elogiados por el PT, aliado de López Obrador), resultaría un error imperdonable no tomarlas en cuenta o, peor aún, desdeñarlas o desacreditarlas como supuestas aliadas de «la mafia del poder», que es la cantaleta y el disco rayado de AMLO y sus feligreses.
La elección que viene no es una elección más, sino una en que se decide el futuro de México.
México corre el peligro real de caer en una trampa mortal.
Si los cubanos de hace sesenta años no se percataron de lo que les acechaba por la falta de información masiva y continua, hoy a los mexicanos nos sucede exactamente lo contrario: es abundantísima la cantidad de fuentes de acceso inmediato que nos permiten darnos cuenta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, incluido, claro está, el cada vez más creciente número de alertas que todos los días contemplamos en cuanto a lo que representaría un eventual triunfo de Morena. Dicho de otro modo, las advertencias están a la orden del día y no cabe a futuro la disculpa de que no nos dimos cuenta de ellas en su momento.
Que nadie se llame sorprendido –sobre advertencia no hay engaño, reza el viejo dicho– si el voto mayoritario favorece finalmente a López Obrador y aplica un programa demagógico y de miseria apoyado en una dictadura de acuerdo a su conocido talante autoritario.
La consecuencia, a no dudarlo, sería la factura exorbitante que habría que pagar para salir de semejante atolladero.
Una factura que, por cierto, continúan sin poder pagar los cubanos desde hace sesenta años, ni ahora en años recientes los venezolanos, bolivianos y nicaragüenses.
¿Qué nos hace pensar que los mexicanos sí podríamos pagarla?