Editorial
Que un ciudadano común y corriente ignore que Francisco de Montejo y Francisco Hernández Portocarrero fueron los primeros alcaldes de la Villa Rica de la Veracruz –primer ayuntamiento de toda la América continental y primera ciudad fundada por los europeos en toda la América continental– es algo que no debe sorprender a nadie, máxime cuando la enseñanza de la historia en nuestro país todavía se halla en pañales; que un ciudadano común y corriente ignore también que Margarita Maza fue la esposa de Benito Juárez, tampoco llama a asombro por la misma razón y la generalizada indiferencia del mexicano a conocer de su pasado.
Pero que el Presidente de la República –sea quien fuere en el desempeño de tal cargo– se caracterice por una ignorancia enciclopédica en esa materia y en otras muchas más, resulta verdaderamente espeluznante porque su palabra –así también como su silencio en algún tópico– trasciende el mero hecho anecdótico, permea en la sociedad y cotidianamente marca pautas a seguir en el quehacer político.
Y ya ni qué hablar del cotidiano y empeñoso propósito de ahondar la división entre los mexicanos –ora con asuntos de actualidad, ora con sucesos ocurridos hace cientos de años– en lugar de procurar la necesaria y urgente fraternidad colectiva para hacer frente a los ingentes y actuales problemas nacionales, que no son pocos y distan de estar resueltos.
Mala señal que el titular del Poder Ejecutivo — que se supone debe preparar cuidadosamente sus alocuciones diarias y esmerarse en prevenir desatinos y ocurrencias verbales– persista en crearse problemas de toda índole una y otra y otra vez. Peor aún, sin embargo, es que nadie, absolutamente nadie del primer círculo que lo rodea, se atreva a señalarle sus innumerables inconsecuencias…