Por: Graciela Cruz Hernández
Horacio Ruiz Gaviño nació el 22 de mayo de 1893, en Tacubaya, D.F. hijo de Luis Eulalio Ruiz y Dolores Gaviño. Se casó el día 26 de mayo de 1927, engendró 5 hijos.
Cursó la primaria y secundaria en las escuelas número 1, 3 y 7 de la Ciudad de México. Estudió tres años en la Escuela de Comercio y Administración en la carrera de contador; como supernumerario en la Escuela de Ingenieros, pasó a formar parte de las Cuatro Baterías de Artillería, como apuntador del capitán Jesús Inzunza en el año de 1911.
Fue comisionado para estudiar aviación en la Escuela Moissant, en Nueva York, donde obtuvo el título número 182 de la Federación Aeronáutica Internacional, el 11 de octubre de 1912, con el grado de Capitán 2/o. del Ejército Nacional y el 23 de noviembre de 1912, el título número 2 de Master del Aero Club de América.
1917 fue para Horacio Ruiz Gaviño, el año que le dio un lugar en la historia de México, pues el 6 de julio efectuó el primer correo aéreo en la República Mexicana, el cual se llevó a cabo entre la ruta de Pachuca, Hidalgo, y la Ciudad de México. Este suceso correspondiente a un correo aéreo, se desarrolló en el ámbito militar, formando así parte de los acontecimientos únicos e irrepetibles en la historia nacional.
El teniente Horacio Ruiz Gaviño recibió órdenes de los mandos de la Escuela Militar de Aviación para trasladar a Pachuca el biplano Serie A, número 6, de manufactura nacional, con motor Hispano-Suiza de 150 a 160 caballos de fuerza, el cual embarcó el día 4 de julio de 1917 a bordo de un vagón del Ferrocarril Central, anexo al tren ordinario de pasajeros, junto con los pilotos aviadores capitán 2/o. Benjamín J. Venegas, el teniente Ascencio Jiménez, así como por el mecánico Francisco Santarini, varios aspirantes y técnicos. La Dirección General de Correos realizó los trámites correspondientes ante el Departamento de Aviación a fin de coordinar el transporte de correspondencia de Pachuca a la Ciudad de México. La administración local entregó al teniente Ruiz Gaviño la valija número 449 con las formalidades administrativas de la siguiente acta levantada para ese efecto: Al margen un sello que dice:
Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Estados Unidos Mexicanos. —México, Dirección General de Correos. —Sección Administrativas. —Al centro: “En la ciudad de México, Distrito Federal, siendo las 8:00 am del día 6 de julio de 1917, presentes en el Departamento de Recibo de Correos de la Administración Local de este ramo en esta Capital, los CC. Cosme Hinojosa, director general de Correos; Juan Jacobo Valadez, administrador local; José C. Chávez, jefe auxiliar de la misma y los oficiales Jorge López de Cárdenas, Carlos González Meza y Francisco Clavijo, se procedió a la apertura del saco ordinario de correspondencia número cuatrocientos cuarenta y nueve, procedente de la Administración del Ramo en Pachuca, Hidalgo, el que se recibió a la hora citada, por conducto del primer correo aéreo, que a cargo del capitán aviador Horacio Ruiz, fue transportado de estación de “Hoyos”, Hgo., (diez kilómetros al Oriente de Pachuca) a esta ciudad en cincuenta y tres minutos, habiendo salido de “Hoyos”, hoy a las 06:37 am y llegado al Departamento de Aviación de la Secretaría de Guerra y Marina, en Balbuena, por San Lázaro, a las 07:30 am del día referido; según la factura número ciento noventa y tres que se adjunta, en el saco citado se recibieron diez paquetes de cartas ordinarias, las que presentan un sello en letras rojas que dice: “Estados Unidos Mexicanos. — Escudo de las Armas Nacionales. —Secretaría de Guerra y Marina. —Departamento de Aviación. —México. —El Escudo de este Departamento: una hélice y dos alas. —”Primer Correo Aéreo’’.
Aquí un resumen de la narración hecha por el propio Ruiz Gaviño, de la revista Tohtli:
“Mi debut como cartero aéreo Una mañana clara, una esperanza de un vuelo feliz y el deseo de volver en triunfo; nos esperaba ya el aeroplano encerrado en el furgón; a éste estaba ya enganchada la máquina que resoplaba reciamente, nosotros los pilotos (algunos inéditos aún), y los mecánicos, nos subimos, contemplábamos el panorama. Yo aprovecho el hacer el viaje en la caseta para informarme con el maquinista de los nombres de los cerros, cañadas y relieves de este nuestro Valle de México; el camino con la charla parece corto y a duras penas creo que ya han transcurrido las dos horas y cincuenta minutos, cuando el silbato suena anunciando la ciudad de Pachuca. Saltamos del tren y nos dimos a buscar un pedazo de tierra plano para desprendernos del suelo, ¡Pero antes encontraríamos sin linterna el hombre que Diógenes con ella buscaba! Pancho y yo, a paso de hormiga por aquel piso de averno, montados en una motocicleta recorríamos aquella sucesión de barrancas que allí parecen calles, y el alma se nos partía cada vez que pensábamos cómo salir de la barranca en que nos encontrábamos para caer inmediatamente en otra, y como si por abajo no bastara esto, por arriba una maraña de hilos de teléfonos, telégrafos, luz, fuerza y creo que hasta tendederos de hijos de la Celeste República, impedían el vuelo y ante la imposibilidad de vernos aplaudidos por los pachuqueños, nos decidimos a trasladar nuestro aparato a la estación de Hoyos, unos cuantos kilómetros fuera de la barrancuda ciudad, pero ¡oh tremenda empresa! el conseguir la movilización del carro era casi tan difícil como el arranque en Pachuca, era preciso toda la tramitología al fin y al cabo se lograron y aun cuando la salida se fijó a las cuatro de la mañana (esto es verdad rigurosa) tuvimos que despertar al maquinista, al fogonero, al conductor y al despachador, y como no estaba en presión la máquina, esperamos hasta las cinco y cuarto. Ya en Hoyos armamos el aparato, probamos el motor y esperamos el día siguiente, armados de paciencia pues desde las tres de la tarde una lluvia violenta nos caló el aparato y como parte del agua se filtró entre los forros, antes de partir hubo necesidad de perforar las alas para sacar el agua y entonces lo que a la salida de México habían sido esperanzas de un día claro, se convirtieron en desilusiones al ver que el cielo estaba con grandes nubes que descargaban aun una lluvia fina que unida a un viento fresco no alegraba la partida, pero ¿cómo dejar para después el compromiso y volar sólo en los buenos días? y pensando en que las necesidades no conocen los días buenos solamente, y animado de un gran deseo de probar que los mexicanos valemos tanto como el que más para desafiar los elementos, me lancé al aire trayendo a mi espalda el primer saco de correspondencia que se transporta en México por la vía aérea, y ya en pleno vuelo me dirijo a Pachuca a darle mi saludo y volverme a esta Capital; conforme me alejo, y detrás de todos estos cerros el final del vuelo; ¡pero qué mal día! el motor en fuerza de la humedad y la lluvia ambiente empezó a perder velocidad, las revoluciones que normalmente son poco más de mil trescientas por minuto descendían… descendían y llegaron a mil; en estos angustiosos momentos para todo piloto, y con la perspectiva de un aterrizaje en un campo sembrado de magueyes, mi vista no la separaba del contador de revoluciones, pues había la posibilidad de no poder continuar el vuelo, entonces descendí para buscar mejores zonas y tuve la fortuna de encontrar a unos cuatrocientos metros de altura una capa de aire menos húmedo que mejoró la carburación del motor y me permitió ascender nuevamente a unos novecientos metros. Se dibujaba en la planicie la línea del gran canal y al lado de ésta unos puntos blancos para mí bien conocidos, son los Hangares ¡qué alegría! y más adelante al parecer huir hacia atrás la serranía; ¡México! El caserío, las torres y las cúpulas y la Villa de Guadalupe, y por sobre la Villa me dirijo hacía las trancas de Guerrero y cruzando la ciudad volando encima de la maravillosa Catedral de México, ya en San Antonio Abad paré el motor y en un vuelo planeado llegué al campo. ¡Qué satisfacción tan grande la del deber cumplido! ¡El primer correo aéreo mexicano se había hecho! El coronel director Alberto Salinas, a quien se le debe el inmenso adelanto de la Aviación en México y otras personas, me esperaba, entregué el saco de correspondencia, me abrazaron los amigos y vi con una inmensa satisfacción íntima guardar el “Hispano-Suiza”, mi biplano número 6 intacto, parecía que él mismo me saludaba al inclinarse para ser encerrado en un hangar”.
Entre los reconocimientos que obtuvo, están: Diploma conmemorativo del XXV Aniversario del primer Correo Aéreo Mexicano, otorgado por la Dirección General de Correos; el Gran Diploma de Honor concedido por la asociación Venustiano Carranza; Condecoración y Diploma al Mérito Aeronáutico de primera clase por más de 30 años de servicios como piloto de la Fuerza Aérea.
Horacio Ruiz Gaviño, falleció el 22 de abril de 1957.
El Servicio de Correos emitió una estampilla postal conmemorativa al primer correo aéreo en México, efectuado el 6 de julio de 1917, por Horacio Ruiz Gaviño, en el cual trasladó 534 cartas, 67 tarjetas y correspondencia de 2ª clase, lo cual constituyó el primer antecedente de entregas postales vía aérea en nuestro país y abrió el camino al desarrollo de esta actividad.