Por: Miguel Ángel Jasso Espinosa
«Subiré al patíbulo sin que se estremezca un solo músculo en mi cara, sin hablar… y no será una violencia ejercida sobre mí mismo, sino el resultado natural de todo lo que he vivido».
Vaniarovsky (revolucionario ruso).
Tras el informe presidencial de Andrés Manuel López Obrador, existen más interrogantes que respuestas respecto ¿hacia dónde vamos con su estilo personal de gobernar? Para comprender las acciones llevadas a cabo por su gobierno, una pregunta indispensable viene a ser: ¿cuáles son las ideas políticas de Andrés Manuel López? Una respuesta definitoria me resulta compleja ante un personaje que ha demostrado ante todo ser el más camaleónico de los camaleones.
Cuando deseamos abundar en torno a las “ideas políticas” de determinado político, o algún revolucionario, los libros de ciencia política nos remiten al turbulento siglo XVIII y en lo particular nos invitan a examinar la Revolución francesa. Así van apareciendo “figuras clave” y los investigadores nos ilustran con la relación entre las “ideas” y las “acciones” de estas figuras esenciales. Naturalmente que un lugar privilegiado de la Revolución francesa lo ocupan Robespierre, Danton y Luis- Antoine Saint Just, entre otros. Para examinar las ideas políticas de otros grandes personajes del siglo XIX, se cita casi siempre a los nihilistas y anarquistas rusos: Nechaief, Bakunin y Herzen, Vaniarovsky, etc. Para el siglo XX existen muchas más celebridades.
Si bien mi selección puede ser arbitraria, no por ello las celebridades mencionadas dejan de ser un referente para comprender lo que llamamos “ideas políticas”.
Pero vayamos por partes. ¿Qué son las ideas políticas?
Diversos autores nos especifican que usamos el término «idea» (entre comillas) como nombre genérico para designar los contenidos mentales conscientes de cada hombre, los que él produce o los que asume de su entorno social. «Idea» es lo mismo que «pensamiento». «Idea» es así un término vago que en su amplitud puede incluir multitud de contenidos categorialmente diversos. El escritor Fernando Prieto nos recuerda que esta amplitud de interpretación, la había utilizado ya Locke:
Recordemos que al comienzo de su Ensayo sobre el entendimiento humano escribía: “Debo excusarme desde ahora con el lector por la frecuente utilización de la palabra idea que encontrará en el tratado que va a continuación. Siendo este término el que, en mi opinión, sirve mejor para nombrar lo que es el objeto del entendimiento cuando un hombre, piensa, lo he empleado para expresar lo que se entiende por fantasma, noción o especie, o aquello en que se ocupa la mente cuando piensa.
Dentro de este género universal para los contenidos de nuestra mente, que designamos con los términos «ideas» o «pensamientos», es fácil hacer una básica, distinción según el grado de elaboración de los mismos: A los contenidos menos precisos, menos definidos y, por lo mismo, más difundidos, más populares, les llamamos ideas (ya sin comillas); a los que ofrecen un cierto grado de elaboración y definición les llamamos conceptos.
Ideas políticas, por tanto, son los contenidos mentales de la acción política generalizada, la compartida por amplias capas de la población. Las ideas que alimentaban la adhesión de los medievales al emperador o las ideas que movían a los sans-culottes durante la Revolución francesa. Son contenidos mentales colectivos, patrimonio común de una época.
En política, las ideas son siempre contenidos mentales de una cierta complejidad porque no se quedan en la pura región intelectual, sino que precisamente toman su eficacia práctica de la carga emotiva que las empapa. El estudio de estos contenidos mentales de lo político no se presenta cómodo, pues, aunque es verdad que los elementos estrictamente intelectuales son simples y poco elaborados, sin embargo, no podemos esperar gran coherencia lógica entre ellos. Pero además hay que detectar los elementos alógicos que frecuentemente son los principales responsables de las acciones colectivas. En resumen, la comprensión colectiva de lo político es confusa en lo intelectual y cargada con un gran peso en lo emocional. Pero estas ideas vigentes en una determinada formación social son parte integrante de la realidad política. Es necesario atreverse con ellas, aunque su captura resulte fatigosa y a veces frustrante porque el tema se escurre apenas creemos tenerlo entre las manos.
Esencialmente podemos decir que las ideas políticas de un determinado personaje, son también aquellas posiciones con respecto al poder, el Estado, la autoridad, etcétera, que pueden ser compartidas por amplias capas de la población porque forman parte de su época. Son preocupaciones centrales.
Hasta aquí entonces ¿cuáles son las ideas políticas de Andrés Manuel López?
De mi punto de vista, para comprender sus acciones habrá que remitirse al libro de Barrington Moore: Pureza Moral y Persecución en la Historia. Su libro es esencial para nuestra época y para comprender algo del motor de las acciones del presidente mexicano. Una figura central que está detrás de la conducta del señor López viene a ser el revolucionario francés, Robespierre.
En Pureza moral y persecución en la historia, Moore explica la diligencia de Robespierre para confeccionar un conjunto de objetivos revolucionarios perfectamente definidos. Uno, principal, consistía en aprovechar el entusiasmo revolucionario del “pueblo”. Con ese “pueblo”, entendía a todas aquellas personas, procedentes de cualquier sector social, que compartieran su entusiasmo. Quienes carecían de él, se convertían de inmediato en enemigos de la revolución, en traidores y agentes pagados por las potencias hostiles. Robespierre explicaba cualquier revés de la revolución achacándolo a una “conspiración” contra ella.
Sus discursos escogidos y las intervenciones parlamentarias en la Convención Nacional constituían, sobre todo, diatribas dirigidas contra supuestas conspiraciones. Sólo había una explicación del fracaso de su política revolucionaria o de la oposición a ella: la traición apoyada por Inglaterra y otras potencias hostiles a la revolución. Ante esto no cabía más que una solución: el uso incansable de la guillotina.
En particular en el año de 1794, Robespierre versó muchos de sus escritos sobre la moralidad revolucionaria (absolutamente pura) y sobre la necesidad de su gobierno revolucionario.
En un documento valioso, Robespierre se concentró en la moralidad de Danton. Aquel solía utilizar el recurso de defender a un socio poco antes de pedir su ejecución.
La reputación pública de la moral de Robespierre como “incorruptible” era irreprochable hasta la exageración. Danton se hallaba exactamente en el polo opuesto: además de haber obtenido beneficios personales, se había casado con una mujer muy bonita y mucho más joven, y al menos en una ocasión, había desdeñado de manera obscena la retórica revolucionaria. A pesar de ello, Robespierre podía decir de él ante los jacobinos que “no hay hombre alguno cuya moral familiar sea más sencilla, más pura y, en consecuencia, más republicana”.
Robespierre se refería a Danton como un hombre cuyos principios están para disfrutar de un aire puro y libre. Este juicio público sobre Danton, decía muy poco en favor de la perspicacia de Robespierre. Por otro lado, demuestra la importancia de la pureza para el más sobresaliente líder revolucionario radical.
¿Qué papel desempeñaron sus ideas sobre la pureza y la impureza?
Fueron muy importantes en la concepción que él tenía de la forma de sociedad que la revolución contribuiría a crear, en las vías que conducirían a la consecución de esa sociedad (es decir, la moralidad política durante y después de la revolución) y, finalmente, en la propia imagen que el “Incorruptible” mostraba ante el público. Su pureza moral y su intransigencia revolucionaria, cualidades que probablemente sólo sean atractivas en su momento de intensa agitación, parecen haberse comportado como causas significativas de su influencia. No obstante, la explicación más plausible de su ascensión y caída posterior la constituye el simple hecho de que se las ingenió para guillotinar a todos sus rivales y críticos potenciales, uno tras otro, con la “aclamación popular”.
Sin perder de vista los momentos culminantes de su carrera, podemos rastrear con mayor detalle el significado que para Robespierre tenía el concepto de pureza y lo que trataba de comunicar a su audiencia con ese término.
Aún en la cumbre del poder se refirió a la clase de sociedad que él, y probablemente algunos otros, consideraban el objetivo por el que estaban luchando. El punto más importante lo constituía el disfrute pacífico de la libertad y la igualdad, el reino de la justicia eterna cuyas leyes habían sido canceladas, no en piedra, sino en el corazón de los hombres. Aparecen otros asuntos más específicos, aunque mantenían también un nivel de moralidad muy elevado. Las bajas y crueles pasiones deberían ser cargadas de cadenas: las pasiones benignas y generosas, despertadas por las leyes. Queremos que en nuestro país la moralidad sustituya al egoísmo… -afirmaba Robespierre-, el desdén por el vicio al menosprecio de la desgracia…, el encanto de la felicidad al aburrimiento de la voluptuosidad. En pocas palabras, el objetivo de esta batalla bañada en sangre era, al menos para él, la pureza moral.
De esta forma, una sociedad organizada en torno a la pureza moral parece aquí el objetivo para un futuro sin determinar y sólo alcanzable después de llevar a cabo una limpieza moral e intelectual -para no hablar del derramamiento de sangre- a la que en la actualidad denominaríamos, lavado de cerebro. A este respecto, la versión secular de la pureza constituía otro objetivo mundial, lo mismo que había sucedido con sus variantes religiosas en la tradición del Antiguo testamento y durante las Guerras de Religión en Francia.
Si el resultado de la revolución consistía en conseguir un nivel mucho más elevado de igualdad social y política como parte de la pureza moral, ello exigiría un gran apoyo popular. Según Robespierre, el pueblo era el vehículo de los ideales revolucionarios: “El pueblo es naturalmente justo (droit) y pacífico; siempre le guía una intención pura”. En un debate que tuvo lugar ante el gobierno de los representantes el 10 de mayo de 1793, insistió en que “la virtud y la soberanía del pueblo” constituían la mejor “defensa contra los vicios y el despotismo del gobierno”. En un largo discurso pronunciado a finales de su carrera, sobre los principios de moral política que deben guiar a la administración de la República francesa, consideraba como objetivo de la revolución “la pureza de las bases de la revolución. Su carácter puro y sublime, seguía diciendo, era a un tiempo fuente de fuerza y de debilidad: de fuerza porque constituía la fuente del entusiasmo revolucionario, y de debilidad porque atraía la hostilidad de todos los elementos malvados de la oposición. Su exposición mostraba que el pueblo constituía una categoría política exclusiva, con la que designaba a todos sus apoyos. Quienes no le ofrecían ese respaldo eran, ya por definición, enemigos de la revolución.
Al mismo tiempo que Robespierre consideraba la pureza uno de los más importantes objetivos revolucionarios, objetivo que se conseguiría mediante la confianza en el pueblo en tanto que principal depositario de ésa y otras virtudes, de vez en cuando hablaba de ella en un sentido mucho más instrumental. Insistía en la importancia de las votaciones puras, en el sentido de libres de corrupción, en la elección de funcionarios bajo un régimen de representantes. En general, Robespierre sospechaba de casi todos los funcionarios del gobierno, incluidos claramente hasta los del suyo propio. Cuanto más elevado fuera el rango del funcionario, más puro debía ser, es decir, más debía preocuparse por el interés público en lugar de por los intereses privados. Robespierre recomendaba con insistencia que el cuerpo supremo electo de la República se debería mantener siempre con el ojo avizor (surveiller) y reprimir de continuo a los funcionarios públicos, lo que parecía una postura muy poco perspicaz. A continuación, sostenía que el carácter del gobierno popular debía ser confiado con el pueblo y severo consigo mismo.
Una vez más aparece el pueblo como panacea revolucionaria indispensable. A menudo, en sus discursos enfatizaba que “los males de la sociedad nunca proceden del pueblo sino del gobierno. ¿Cómo podría ser de otra manera? El interés del pueblo es el bien público. El del hombre que ocupa un cargo oficial es un interés privado”.
Hasta aquí con las ideas de Robespierre.
Aprovechar el entusiasmo del “pueblo sabio” como lo pensó Robespierre, ¿acaso no nos recuerda al señor López?
Construirse una imagen de “incorruptible” ante la opinión pública e “irreprochable hasta la exageración”, ¿habrán sido ideas viejas y en desuso para el señor López?
¿Quién en este país ha utilizado con mayor frecuencia la idea de la conspiración contra sus propuestas de gobierno? Solo hay una explicación para el estancamiento de la construcción del aeropuerto de Santa Lucía. Según el señor López, se debe a la “traición” apoyada por todos aquellos agentes “hostiles” a su 4ª transformación.
¿Quién sino los “gobiernos corruptos”, heredados del pasado han sido los que ha mancillado al pueblo sabio?
La pureza moral y la intransigencia revolucionaria del señor López ¿acaso no son las cualidades indispensables para que la sociedad decida a mano alzada?
¿El señor López no piensa en una sociedad organizada en torno a la pureza moral de la que él mismo como incorruptible, es ejemplo?
La hostilidad de los elementos malvados y retardatarios de la oposición, le han dado medios para reiterarle al pueblo sabio que, la transformación de cuarta debe estar alerta ante los enemigos de la revolución.
Por lo anterior, quienes no le ofrecen su respaldo, por ejemplo, los fifís o los conservadores, merecen el ostracismo y ser exhibidos públicamente en tanto que ya no es posible enviarlos a la guillotina.
Pero en fin, según López Obrador, en este país, “todos son felices” y vamos “re que te bien”.