Por: Regina Santiago Núñez*
En tiempos de crisis se necesitan líderes capaces de convocar a la unidad, incluyendo a quienes consideran como sus adversarios personales. Paradójicamente, durante el anuncio de la Emergencia Nacional, Marcelo Ebrard fue lo más cercano que México pudo tener a ese tipo de liderazgo y, una vez más, Andrés Manuel fue víctima de sí mismo.
Ese mismo día, el lunes 30 de marzo por la mañana, el presidente había dicho que en política no hay vacíos, porque los vacíos siempre se llenan, y él no quería que lo llenaran los adversarios. Luego, el presidente que había convocado a los medios a realizar una cadena nacional para estar atentos a sus palabras, lo único sustancial que dijo fue que por la noche Hugo López Gatell anunciaría el resultado de la reunión del Consejo Nacional de Salubridad. Después de eso, el presidente se perdió en nuevas diatribas contra sus adversarios, especialmente contra el periódico Reforma. Se perdió también al tratar de explicar por qué con la madre de El Chapo Guzmán él no puede aplicar la sana distancia, ni física ni emocional.
Esa noche me fui a dormir viendo cómo las «benditas» redes sociales hervían en comentarios que decían que el lunes 30 de marzo de 2020 sería recordado como el día en que Andrés Manuel tuvo que entregar la conducción del país a su canciller, quien se confirmó como vicepresidente de facto.
A la mañana siguiente, en su conferencia de prensa mañanera, el Andrés Manuel presidente cobró venganza contra el efímero vicepresidente de facto, sentándolo a escuchar, sólo escuchar, sus mensajes contradictorios y amplios espacios de divagación. Ebrard, al igual que los secretarios de Sedena, Marina y Salud, pasaron dos horas sentados en un podio sólo para mostrar su capacidad de aguante, su capacidad de obediencia a lo que ordena el presidente.
Andrés Manuel en un principio también trató de mostrarse como estadista e hizo un llamado a la unidad. Pero él siempre ha sido un animal político de choque y confrontación. Esa es su naturaleza. Esa fue la gran fuerza que lo hizo un gran líder opositor. Esa fuerza que se convierte en debilidad cuando tiene que convertirse en el gobernante que marque la ruta en tiempos de crisis.
La historia se encargará de mostrar cómo está operando realmente la delicada correlación de fuerzas en la relación de México con Estados Unidos; qué papel juega realmente el que se le dé y se le quite protagonismo al canciller Ebrard en momentos en que Andrés Manuel también hace malabares con el caso Constellation Brands y presume su cercanía con la madre de Joaquín, El Chapo Guzmán. Todo esto en momentos en que el gobierno de Trump declaraba a Nicolás Maduro como parte de una alianza en la que participaba la guerrilla colombiana de las FARC y el Cártel de Sinaloa.
Esas inquietantes imágenes hicieron que cerrara los ojos en una especie de sueño perturbador. A nadie le conviene que le vaya mal al presidente de México. Desde luego no es nuestro deseo. Pero sí es nuestro deber llamar la atención sobre lo que consideramos graves fallas de carácter y de criterio que afectan su capacidad para la toma de decisiones.
Los molinos de viento de Andrés Manuel
-¿Cómo va la vida en tiempos de encierro por el coronavirus?, preguntó nuestro Quijote, sin mayor rodeo.
-Confundido; con señales encontradas al interior del propio gobierno; con funcionarios dentro del propio entorno presidencial que comentan a periodistas su preocupación ante lo que está haciendo el presidente.
-¿Cómo lo sabes?, preguntó nuestro personaje.
-Me viene a la mente la columna de la periodista Martha Anaya, del pasado lunes 30 de mayo. Ella conversó con algunos miembros del equipo más cercano que le aseguraron que se encontraban bien de salud, incluyendo al presidente.
-Esa es una excelente noticia, me interrumpió nuestro Quijote, para luego decir que no entendía entonces mi preocupación.
-El problema es que le dejaron ver a la periodista que todos se habían hecho la prueba para saber si tenían coronavirus, pero el presidente no quiso.
-¿Y por qué era tan importante que se hiciera la prueba?, preguntó mi interlocutor recordando que en anteriores colaboraciones he señalado que Hugo López-Gatell, el vocero designado para informar sobre el manejo de la crisis, ha dicho que las pruebas no sirven si la gente no muestra síntomas.
— El problema, le dije, es que aparentemente muchos miembros del gabinete entraron en pánico tras de que los gobernadores de Hidalgo y Tabasco informaron que habían dado positivo al aplicarse la prueba del coronavirus.
— Por lo que veo, me dijo nuestro Quijote, el miedo ha hecho que algunos colaboradores quieran tomar distancia en más de un sentido de ese presidente al que has denunciado como falso Quijote y de un López-Gatell que haría una pobre representación del gran Sancho.
— Las crisis ponen a los gobernantes ante lo que nuestros antepasados mexicas identificaban como el efecto del Espejo de Tezcatlipoca, ese momento de la vida que te obliga a enfrentar tus debilidades. Tezcatlipoca obligó a Quetzalcóatl a mirarse al espejo y bajar al inframundo para librar la gran lucha consigo mismo.
— En diferentes culturas, los héroes son obligados a bajar al inframundo, como un ritual de toma de conciencia, me respondió nuestro personaje y me dijo que él tuvo que cumplir con el ritual de pasar una noche en vela, reflexionando en completo silencio, como un ritual antes de solicitar ser armado caballero.
— Un ritual que el filósofo español, Miguel de Unamuno comparó con lo que narra la biografía de Pedro Ribadeneyra que hizo Ignacio de Loyola en la cueva de Monserrat, le respondí.
— Pero un ritual al que tu presidente no se quiere someter, por miedo, por soberbia o por ambas cosas, me dijo nuestro Quijote.
— Sólo las personas sabias comprenden el valor de la crítica y son capaces de escuchar, para tratar de corregir los errores.
— Ojalá, me dijo nuestro personaje, ojalá que su presidente cambie el rumbo y deje de fingir que se apega a los ideales del quijotismo y se convierta realmente en un verdadero creyente.
— Así sea.