Por: Regina Santiago Núñez*
¿Qué pasa cuando un hombre de más de 60 años alcanza la presidencia de un país pero se comporta como aquel muchacho ocurrente que hace 40 años se ganaba la vida creando frases pegajosas para golpear al gobernante en turno? La pregunta me atormenta, porque ese hombre es Andrés Manuel López Obrador y lo veo convertido en un presidente proclive a la autodestrucción.
Mi mirada recorre las primeras planas de diarios de México y el mundo mientras navego por los portales de noticias. Prensa tradicional y redes sociales, todos hablan del mal manejo que México ha hecho de la crisis creada por el coronavirus; muchos se burlan específicamente de los dichos y hechos del presidente López Obrador y su vocero, Hugo López-Gatell… todos menos las cuentas AMLOvers que operan en automático contra los críticos del presidente.
Quisiera creer que hay posibilidades de que el presidente recapacite y mejore su gobierno, pero conforme ha pasado el tiempo me he dado cuenta de que eso es muy difícil porque el presidente está impregnado del virus de la negación de la realidad. No sólo es su estilo personal de gobernar, sino la relación que ha establecido con sus subordinados, quienes le tienen más miedo a él que al coronavirus y por eso no dudan en convalidar sus ocurrencias. Esto ha creado un nuevo Gran Solitario de Palacio, un término creado por René Avilés Fabila en su libro que analizaba al régimen presidencialista que hizo crisis en 1968, ante aquella otra epidemia mundial que protestó contra el autoritarismo y pidió que la imaginación llegara al poder.
Las fotografías del presidente López Obrador saludando a la gente que se reunió para vitorearlo en su gira por Guerrero (del 13 al 15 de marzo) no dejan de golpear mi conciencia. Hay una imagen en especial: la de una niña de 4 o 5 años a la que obligaron a fotografiarse con Andrés Manuel. La niña sufrió por la aglomeración; sufrió porque la cargaron para acercársela al presidente; sufrió porque no quería besar a un desconocido, como se lo estaba pidiendo su papá. Esta imagen es emblemática de los graves retos que tenemos que resolver como sociedad, porque el presidente López Obrador nunca va a reconocer un error porque no está en su naturaleza y porque quienes lo rodean no están dispuestos a contradecirlo. El fin de semana hubo muchos ejemplos.
Veo que el sábado 14 de marzo su secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, difundió uno de los videos presidenciales en Twitter y comentó: “El presidente más culto, consciente y valiente de la historia contemporánea. ¡Viva Guerrero!”.
El domingo 15 la funcionaria retuiteó la respuesta de su esposo John Ackerman a una crítica de quien fuera su compañera en el programa John y Sabina, en el Canal Once.
Sabina Berman escribió: Debemos separarnos físicamente para aminorar el contagio. Esto es real y mortífero. ¿Por qué lo niega el Presidente? ¿Por qué su núcleo cercano coopera en su negación de la realidad? Lamento este error profundamente.
John Ackerman le respondió: Que no te gane la paranoia chilanga Sabina, ni te asustes con la calidez de los pueblos morenos del sur. No hay ni un solo caso de Coronavirus en Guerrero. #VailNoEsMéxico la última vez que revisé (Ackerman se refirió con sarcasmo a la enfermedad del presidente de la Bolsa Mexicana de Valores que no asistió a la reunión de banqueros con Andrés Manuel porque se contagió de coronavirus en Vail).
Sabina Berman aprendió de esta manera que en esos círculos las críticas las consideran traición de clase, inventos de los corruptos que añoran los antiguos privilegios de los regímenes anteriores. Así se aíslan y aíslan al presidente.
El lunes 17 de marzo Andrés Manuel declaró en la conferencia matutina que no suspendería sus giras hasta que no se lo ordenara su subsecretario de Salud, ahí presente. Lo dijo dándole palmaditas en el hombro a Hugo López-Gatell y el funcionario soltó una carcajada. Luego justificó ampliamente que el presidente efectuara sus giras aunque para ello tuviera que contradecir las indicaciones que se acababan de proyectar en el video producido por Presidencia: limitar el contacto físico. Contradicción instantánea, en vivo y en directo, faltaba más.
Al repasar la trascripción de la conferencia de prensa puedo ver cómo López Gatell se asumió como adalid de la causa presidencial y regañó a la reportera Dalila Escobar (UnoTV) porque con sus preguntas incomodó al anfitrión. López Gatell dijo que ha repetido hasta el cansancio que no hay fundamento científico para decir que los test de coronavirus mejoran en algo el tratamiento de la epidemia.
Conforme avanzaba en la lectura de la versión estenográfica de la mañanera, mi indignación crecía, pues López Gatell soltó una frase que posteriormente le fue muy criticada en medios tradicionales de México y el mundo, así como en redes sociales.
El subsecretario de Salud dijo: El señor presidente tiene dos connotaciones (sic)… la primera es que es una persona y como persona hay que respetarla igual que a todos, y todos sus derechos de privacidad. Nadie tiene por qué estar acosando al señor licenciado Andrés Manuel López Obrador como persona, esa es su privacidad y también él tiene todo ese derecho, aunque sea una figura pública… En segundo lugar, hay una connotación también técnica, que va un poco más allá de lo médico, pero es parte de la salud pública… (hay que) cuidar al jefe del Estado igual que a otro personal estratégico y eso también es responsabilidad nuestra, pero los mecanismos no son el andar haciendo recomendaciones generales para que aterricen en el presidente (recontra sic)…afortunadamente él goza de buena salud y aunque pasa de los 60 años no quiere decir que sea una persona de especial riesgo… y le voy a decir una cosa muy pragmática: casi sería mejor que padeciera coronavirus (archi recontra ultra sic), porque lo más probable es que él en lo individual, como la mayoría de las personas, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune, y entonces ya nadie tendría esta inquietud sobre él…
Ante semejante respuesta que presenta a Andrés Manuel como una especie de superhéroe con blindaje moral, la regañada reportera quiso precisar que su preocupación no era porque los besos de la gente pudieran contagiar al presidente, sino porque él pudiera contagiar a las personas de escasos recursos que asistían a las concentraciones multitudinarias.
Eso destapó la ira mal contenida del funcionario, quien declaró entonces con vehemencia que «la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio en términos de una persona (nuevo sic), no es un individuo que pudiera contagiar a otros… El presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo, (porque) usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El presidente no es una fuerza de contagio. Entonces no, no tiene por qué ser la persona que contagia a las masas, o al revés, como lo dije antes, o al revés (sic a la onceava potencia).
Horas después de las declaraciones del escudero de Andrés Manuel en contra de la realización de pruebas de coronavirus, el director general de la Organización Mundial de la Salud pidió a los países afectados que hagan «una prueba por cada caso sospechoso», porque (la prueba) es la columna vertebral de la respuesta contra el Covid19.
Las imágenes del mal manejo de crisis se agolpan en la mente. El rostro de la niña obligada a besar a Andrés Manuel; la carcajada del subsecretario y sus palabras: «El presidente está lleno de autoridad moral y por eso no es una fuerza de contagio»… «Autoridad moral»… «No es una fuerza de contagio»…” Autoridad moral” …” No es una fuerza de contagio” … Me invade la indignación hasta que poco a poco voy entrando a un sueño profundo.
Los molinos de viento de Andrés Manuel…
—Bienvenida nuevamente a este espacio que hemos creado junto con tus lectores, me dijo nuestro Quijote, entrando al tema sin más preámbulo. Preguntó: ¿Qué te tiene tan llena de congoja?
—Mi país sufre la angustia por una enfermedad sin cura conocida, que aqueja al mundo entero. Pero lo peor es que muchos consideran que los dirigentes mundiales han preferido pensar en la próxima elección en vez de cuidar las miles de vidas amenazadas por la pandemia.
—Recuerda, mi querida Regina, que la gente suele ser mucho más sabia que sus gobernantes, me dijo nuestro Quijote con voz pausada. Ustedes habrán de salir adelante, agregó enfatizando cada palabra para luego agregar: Saldrán adelante aunque tengan que dejar atrás a los malos políticos, atrapados por sus propios virus y sus propios fantasmas.
—Tienes razón, respondí tratando de aferrarme a ese hilo de esperanza. Sin embargo, no puedo dejar de desesperarme al observar esos liderazgos atrofiados.
—Los verdaderos liderazgos los vas a encontrar en otra parte: entre los vecinos que organizan una fiesta a distancia y se ponen a cantar para aliviar no sólo sus penas, sino las de la gente que tienen cerca; los descubrirás en los verdaderos maestros, que serán capaces de encontrar palabras precisas para convocar a los niños y niñas a la solidaridad y a la calma. Los encontrarás también en las sonrisas para agradecer a los verdaderos trabajadores de la salud que encontrarán la manera de reconfortar a los enfermos para ayudarlos a sanar o a bien morir.
—Me gusta escucharte porque siempre tienes palabras para sacarme del desaliento, dije conmovida. Por eso me indigna que Andrés Manuel pretenda invocar un falso quijotismo para explicar sus ocurrencias irresponsables, le dije sin poder contener mi enojo.
—El quijotismo no es algo que se pueda inventar de la noche a la mañana, me respondió y fijó en mí su mirada. El quijotismo es, como decía Miguel de Unamuno, una filosofía de vida. No se trata de recitar al Quijote como hacen los malos predicadores con la Biblia. Hay que interiorizar el quijotismo y convertirlo en una forma de vida. No todos pueden, Regina, aferrarse a un ideal y luchar por el con todas sus fuerzas, hasta el final.
Tras escuchar esas palabras fui cayendo en un sueño cada vez más profundo, un sueño del que quisiera no despertar hasta que se aleje la amenaza y el mal.