Por: Miguel Ángel Jasso Espinosa
Ante el anuncio del presidente de Estados Unidos, Donald Trump de desplegar un promedio de 2 mil a 4 mil elementos de la Guardia Nacional en la frontera de México con EU, y amenazar además con “tener apostados a los efectivos de la Guardia Nacional en la frontera de 3 mil 200 kilómetros con México hasta que se complete la construcción del muro que prometió para detener la inmigración ilegal”, vino la reacción por parte de diversos sectores de la sociedad mexicana. Así por ejemplo, desde el Senado de la república se rechazaron las “expresiones ofensivas e infundadas sobre los mexicanos que lanzó el mandatario estadounidense”, acción que fue seguida de un mensaje grabado desde Los Pinos por el presidente Enrique Peña Nieto, quien respaldó la condena unánime que hiciera el Senado de la República, argumentando además que las declaraciones del presidente de los Estados Unidos “no son propias de la relación entre países vecinos, socios y aliados”.
“Es tiempo de actuar”, dijo la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, argumentando que la drástica medida responde a un informe confidencial recibido por el despacho de la Casa Blanca en el que se alerta sobre el “creciente flujo de inmigración ilegal, drogas y pandilleros violentos de México y Centroamérica que buscan refugio en el territorio estadounidense”. [1]
De acuerdo con la agencia Notimex, los gobernadores republicanos de Texas, Gregg Abbott, y de Arizona, Doug Ducey, celebraron la decisión del presidente Trump de desplegar soldados de la Guardia Nacional a lo largo de la frontera con México para reforzar la seguridad en la zona.
En su cuenta de Twitter, Donald Trump escribió:
“Nuestras Leyes Fronterizas son muy débiles, mientras que las de México y Canadá son muy fuertes. El Congreso debe cambiar estas leyes de la era de Obama, y otras, ¡AHORA MISMO! Los demócratas se interponen en nuestro camino: quieren que la gente ingrese a nuestro país sin control … es un ¡CRIMEN! Tomaremos medidas enérgicas hoy”.[2]
La orden precisa consiste en aclarar que serán únicamente miembros de la Guardia Nacional quienes se coloquen a lo largo de la frontera, ya que el Ejército estadounidense, por ley, no puede intervenir en asuntos internos ni en territorio nacional.
Si bien la mayoría de los internacionalistas y otros especialistas de la ciencia política coinciden en señalar que no debería preocuparnos que la Guardia Nacional estadounidense sea desplegada a lo largo de nuestra frontera común con los Estados Unidos –como ya ha ocurrido en el pasado sin que afecte nuestras relaciones diplomáticas ni económicas– lo que NO debe dejar de ofender a los mexicanos es la vocación disuasiva del gobierno de los Estados Unidos y sus representantes políticos. Una práctica acostumbrada por ese país que antecede a las acciones verdaderamente punitivas.
En el diccionario castellano disuadir significa inducir, mover a alguien con razones a mudar de dictamen o a desistir de un propósito.[3]
Convencer a otra persona para hacerle cambiar de planteamientos es una tarea difícil, ya que normalmente cada uno está firmemente convencido de sus propias ideas. Según el diccionario castellano para disuadir a alguien es conveniente ser persuasivo. Quien persuade debe hacerlo con argumentos sólidos y bien razonados. El arte de persuadir tiene que hacerse con respeto hacia el otro y, al mismo tiempo, alguien será persuadido si considera que los argumentos recibidos tienen buena intención y a la vez son útiles para sus intereses.
De acuerdo con la política exterior estadounidense siempre han privilegiado el arte disuasivo antes de cualquier negociación o incluso la confrontación total.
Lamentablemente para nuestro país, la práctica disuasiva de los estadounidenses casi siempre ha venido acompañada de virulentas amenazas impregnadas de absoluta discriminación hacia los mexicanos y de un velado racismo –que aunque es cada vez más tenue, no deja de serlo– y que, en consecuencia, nada tienen que ver con “argumentos sólidos y bien razonados”.
Una vez más México se encuentra ante la añeja creencia de los estadounidenses de su Destino Manifiesto.
En todas las escuelas de este país, desde la educación elemental y hasta el nivel doctoral no debería nunca de dejar de estudiarse ese conglomerado ideológico que dio lugar a la creencia estadounidense de su pretendido “Destino Manifiesto”.
Me refiero a esa mezcla singular de elementos religiosos y seculares que alimentan la pretendida noción de que Estados Unidos es un pueblo “especialmente favorecido por Dios” y con un “Destino especial”. Dentro de una visión que era común desde tiempos coloniales, pero que incrementa su importancia a partir de la independencia, muchos estadounidenses perciben a América como el primer escenario para la renovación mundial, un lugar donde florecerán la libertad, la virtud, la prosperidad y los más puros ideales cristianos, creando una sociedad que sería ejemplo para el resto del mundo. El establecimiento del gobierno republicano le da una expresión política y secular a esta ideología. Según la interpretación de los propios estadounidenses se trata del gobierno más libre, justo y, para decirlo en una sola palabra, más perfecto que se haya creado en la historia, y su difusión a otros países es un aspecto esencial de la misión redentora que la nueva generación está llamada a desempeñar.[4]
El investigador Reginal Horsman dice que “a partir del siglo XVII la idea del pueblo elegido –derivada del misticismo religioso del puritanismo calvinista– enraizó fuertemente en el pensamiento estadounidense, cuyo auge más notorio se registró en los años de la guerra contra México. Los norteamericanos constituían una raza superior destinada a llevar por el buen camino tanto al continente americano como al mundo entero, y las razas inferiores estaban destinadas a la subordinación o a la extinción. Tal convicción procedía de Europa, concretamente de Inglaterra y es, pues, un trasplante europeo a Norteamérica. La prueba del favoritismo de Dios a los Estados Unidos la constituía el asombroso desarrollo que, en todos los órdenes, había experimentado ese país, originalmente compuesto de las famosas trece colonias, en los sesenta años siguientes tras su independencia de la Gran Bretaña”.[5]
En el siglo XIX los estadounidenses creían firmemente que el secreto del triunfo anglosajón se encontraba no sólo en sus instituciones, sino en su sangre. Raza, nación y lenguaje aparecían como elementos indisolubles en el desarrollo alcanzado y por alcanzar.
“John Adams, segundo presidente estadounidense, declaró en 1875 que su nación se convertiría en la primera potencia mundial, fuera de toda duda. Tal era el decreto de la Providencia. Negros, indios, nativos de tierras estadounidenses y mexicanos serían barridos por esta avasallante concepción”.[6]
Bajo diversos nombres la política de expansión estadounidense fue animada por el mismo espíritu. Después de Jackson aparecieron sucesivamente los continuadores del Destino Manifiesto: Van Buren, Harrison, Tyler, Polk, Taylor, Fillmore, Pierce y Buchanan. En sus biografías, en sus cartas, en sus discursos, en sus informes presidenciales se encuentran, ora la exposición de principios patrióticos, ora la ejecución de planes que si para las víctimas eran el atropello imperialista y la agresión criminal, para ellos representaban el engrandecimiento de un país y el progreso de una nación; bien porque se creían favorecidos por la Providencia que les destinaba tierras de promisión, o bien porque, suponiéndose étnicamente superiores, se sentían obligados a servir de guías y protectores de pueblos que a su juicio jamás progresarían por su propio esfuerzo.[7]
El presidente de los Estados Unidos, Teodoro Roosevelt escribió un epitafio que corona las ideas prevalecientes del Destino Manifiesto entre sus paisanos de la primera mitad del siglo XIX: “Se ha mencionado la esclavitud como la principal, sino como la casi única causa de la rebeldía de los norteamericanos de Texas. En realidad, de verdad no lo fue en ningún sentido. La cuestión esclavista brindó oportunidad para que el conflicto estallase, pero sus causas eran más profundas. Cualquiera que hubiera vivido en la frontera y conociera algo del poderoso, invencible y enconado espíritu de raza de los norteamericanos, hubiera podido darse cuenta inmediatamente de que era cosa fuera de toda discusión que los colonos texanos no continuarían bajo el gobierno de los mexicanos. En ningún sentido podía esperarse de aquéllos que se sometieran a la débil raza que estaban suplantando. Las verdaderas razones, cualesquiera que pudieran ser los pretextos alegados, deben encontrarse en las profundas y acentuadas diferencias raciales. Y en la absoluta incapacidad de los mexicanos para gobernarse a sí mismos y mucho más para gobernar a otros”.[8]
Los Estados Unidos jamás han renunciado a su pretendido Destino Manifiesto. Cualquiera que piense que los estadounidenses han renunciado a ese conglomerado de ideas puede muy bien incluso adaptarlo a conceptos mucho más contemporáneos. Una de las curiosidades del libro de Samuel P. Huntigton, El choque de las civilizaciones es aquella en la que recuerda que el universalismo pretendido por los Estados Unidos es simple y llanamente imperialismo. Comenta que el occidente, específicamente los Estados Unidos (que siempre se ha creído una nación misionera) cree que los pueblos no occidentales deben comprometerse con los valores occidentales de democracia, libre mercado, gobierno acotado, separación entre la iglesia y el estado, derechos humanos, individualismo y que deben incorporar esos valores a sus instituciones.
No se piense que sólo la clase dirigente de los Estados Unidos es la que alimenta entre su élite este particular mesianismo, estas ideas se encuentran en sus universidades, entre los intelectuales, los profesionales deportistas de sus exitosas ligas de todos los deportes, comentaristas de televisión y en gran medida entre sus escritores más representativos.
Tan sólo por citar un ejemplo, tenemos a Jack London. Escritor fecundo en imaginación literaria y autor de grandes novelas que se formó originalmente como periodista en los Estados Unidos.
Inocentemente, directores de escuelas elementales de este país proponen leer a nuestra juventud varios de sus textos narrativos. Es sin duda un autor muy leído en México. Pero de este autor no todo es Colmillo Blanco o La llamada de la Selva.
La alusión a London viene al caso porque es notable su repulsa a lo mexicano, a lo que se encuentra allende al sur del río bravo, es decir, al extranjero, a los otros, a aquellos que no forman parte directa del Destino Manifiesto y mucho menos del “gran sueño americano”.
Existen documentos escritos por este autor que aún hoy no dejan de sorprender por su acrecentado desprecio y discriminación hacia los mexicanos.
Habrá que recordarle al lector que en México, en enero de 1914, Victoriano Huerta entonces amo del poder político en México, decide suspender el servicio de la deuda exterior, aumentar el impuesto al petróleo y otras materias primas de exportación, que más tarde generaran el descontento del gobierno de los Estados Unidos y su posterior intervención en nuestro país. En ese contexto, Jack London firma un contrato por el que se compromete a escribir una serie de reportajes sobre la “guerra en México” para Collier’s Weekly uno de los semanarios de mayor circulación de Estados Unidos en ese tiempo.
El 16 de abril de 1914, London parte rumbo a Veracruz a bordo del Kilpatrick con los hombres de Funston. El 21, el vicealmirante Fletcher atacó Veracruz. En cuatro días llegaron al puerto 65 mil 800 hombres, más de medio centenar de buques de la escuadra norteamericana del Atlántico, acorazados e hidroaviones.
Instalado ya en territorio mexicano, el escritor hace llegar sus primeras entregas para Collier’s Weekly.
London es abundante en sus referencias a las costumbres y al carácter de los mexicanos e incluso se da tiempo para representar minuciosamente las “marcadas diferencias” entre el natural angloamericano y el típico mexicano. Pero la postura de London responde a una estructura de actitud y referencia: la de la experiencia imperial de los norteamericanos.
Recordemos que la narrativa juega un papel muy importante en la tarea imperial. En su extraordinario libro intitulado Cultura e Imperialismo, Edward Said nos dice “no es sorprendente que Francia, y especialmente Inglaterra, poseyesen una tradición novelística continua sin paralelo con otras. Estados Unidos comenzó a ser un imperio durante el siglo XIX, pero sólo en la segunda mitad del siglo XX, tras la descolonización de los imperios británico y francés, siguió directamente el derrotero de sus antecesores”. Con los reportajes de London es bastante evidente su “carácter institucional” o su “literatura comprometida” con el imperialismo yanqui. No hace falta que London lo exprese literalmente; subyace en sus líneas una compleja configuración ideológica de tendencias imperialistas y su creencia del Destino Manifiesto.
En sus textos encapsula dos aspectos del imperialismo íntimamente relacionados: una idea basada en el poder bélico para hacerse de territorios, una idea abiertamente clara de la superioridad guerrera en su fuerza y en sus inconfundibles consecuencias de la superioridad tecnológica. Y al mismo tiempo una práctica velada que por esencia está dedicada a disfrazar u oscurecer esa evidencia de superioridad bélica, desarrollando un régimen de justificaciones a través de una autoridad originada y engrandecida por sí misma pero que se presenta como una fuerza de interposición entre la víctima del imperialismo y su perpetrador: la idea de que la democracia es la solución a todos los males de los países dominados por unos cuantos bárbaros.
No se debe pasar por alto que la intervención en México, la de 1914, fue un eslabón de una larga cadena. Los estadounidenses tenían experiencia en semejante tipo de ocupación. Desde 1900 habían intervenido en Panamá, Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Filipinas y Hawai. Eran dueños desde entonces de Pearl Harbor y de Guantánamo. De manera menos ostentosa, habían tenido acciones bélicas en Nicaragua, Haití, Argentina y Chile. Controlaban el caribe y el golfo; y para llevar a cabo todas estas incursiones habían creado, con las tropas licenciadas tras la guerra civil, la infantería de Marina, los marines. En toda América pronto fueron conocidos como tropas de ocupación, responsables de los primeros enfrentamientos con civiles.
Está por demás decir que los textos de Jack London son sólo una página de un gran libro de la historia insuperable de no aceptación hacia lo otro, hacia el extraño, al diferente que ha sido México para los estadounidenses.
No me resulta ilógico pensar que Jack London alimentó las lecturas de juventud de Donald Trump.
He preferido copiar algunos de los textos de dicho autor donde se refiere a los mexicanos para que el lector saque sus propias conclusiones.
Selección de textos del libro México Intervenido (reportajes desde Tampico y Veracruz, 1914) de Jack London.[9]
CON LOS HOMBRES DE FUNSTON
23 DE MAYO DE 1914
Bajo una carpa de tela portada por un marinero, el teniente Fletcher se reunió y conferenció con el teniente mexicano destacado en el lugar. Era un hombre pequeño, idiotizado de cansancio; parecía enormemente mortificado. El contraste entre ambos comandantes era notorio. El teniente mexicano, en su afán por ganar unas pulgadas de estatura, se paró en la vía de acero. En vano. El americano lo sobrepasaba, como torre. El americano era, bueno, americano. Había poco de mexicano o de español en el otro. Era patente que, primordialmente, era un indio. Más indios todavía eran los soldados que los seguían, harapientos y huarachudos. Chaparros, acuclillados, con ojos pacientes, aguantadores, así han sido los peones durante los largos siglos previos a Cortés, cuando aztecas y toltecas los esclavizaron para que llevaran sus cargas.
Realmente eran pesarosos indios-soldados. Al pensar en nuestros muchachos de la flota y en los que permanecían en Veracruz, me pareció que esto no sería una guerra, sino un asesinato. ¿Qué oportunidad tenían estas criaturas bajas y bovinas, sin entrenamiento y sin jefes adiestrados frente a nuestros jóvenes óptimamente equipados y comandados? Estos soldados peones son dignos descendientes de los millones de estúpidos que no pudieron resistir a unos cuantos pelagatos encabezados por Cortés y que, estúpidamente, cambiaron el yugo de los Moctezumas por el no menos rudo yugo de los españoles y de los mexicanos que siguieron a éstos.
Las opiniones de los americanos residentes en México deben tomarse en cuenta en tiempos como estos, y las transcribo sin comentarios para mostrar qué piensan aquéllos cuyos intereses están en juego.
Como dijo un hombre que vive aquí hace 20 años:
-Vivo aquí desde que alcancé la edad adulta. Sé de qué estoy hablando. Humpty Dumpty tuvo una gran caída y Chile, Brasil y Argentina no podrán juntar de nuevo sus trozos. Sólo nuestra marina y armada pueden reinstalarnos y garantizar un trato justo. Y al hablar en plural me refiero a la gente que ha hecho de México lo que es hoy, o mejor dicho, lo que era un día antes del incidente de la bandera en Tampico. Hemos invertido más que ningún otro país, más que todos los demás países juntos: capital, cerebros y habilidades técnicas. Hemos mandado ingenieros mecánicos y de minas, químicos agrícolas, granjeros, científicos. Tenemos derechos en México por lo que hemos hecho y debemos protegerlo; sobre todo ahora, que nuestro gobierno ha puesto tal derecho.
EL EJERCITO DE MÉXICO Y EL NUESTRO
30 DE MAYO DE 1914
Nuestra ocupación de Veracruz fue completamente distinta. Para sorpresa de los mexicanos, no hubo carnicería generalizada ante los muros.
Los conquistadores americanos optaron por un tradicional orden, que lograron en la ciudad, y comenzaron los castigos obligando a los transgresores menores a barrer las calles.
Nunca había sido la propiedad tan productiva ni estuvo tan segura.
Al contrario nunca en su historia Veracruz estuvo tan limpio ni tan desinfectado.
En resumen, la ocupación americana dio a Veracruz el máximo de salud, orden y ganancia. El dinero se revaluó, subieron los precios, abundaron las ganancias. Ciertamente, los veracruzanos recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos y añorarán el bendito día en que los americanos los conquisten nuevamente. No pondrían objeción a ser conquistados, hasta el fin de los tiempos, si es de esta manera.
El peón-soldado no es un cobarde. Estúpido sí, al igual que mal estrenado y absurdamente comandado; pero es demasiado fatalista y salvaje para tener ante la muerte un temor digno de tomarse en consideración.
El peón es lo que es hoy, y lo que ha sido durante tanto tiempo porque en eso lo ha convertido una selección cruel e inexorable.
Toda vez que nacía un peón con sueños y pasión, visión y voluntad, era eliminado. Los patrones querían esclavos sobajados, dóciles, estúpidos y desconfiaban de estas variantes. Tarde o temprano el espíritu de tal peón se manifestaba y entonces lo fusilaban o mataban a latigazos. No persistió su desviación, terminaba con él, cuanta vez aparecía.
Y no podemos ni llamar remotamente civilizados a los descendientes mezclados de españoles y aztecas. Han regido a lo largo de cuatro siglos en México y no han hecho nada por construir una civilización.
La posibilidad de interferir entre un hombre y su caballo es un derecho reconocido por la sociedad, pero se considera todavía una aberración el que una nación interceda entre unos cuantos dirigentes y sus millones de súbditos mal administrados y maltratados. Tal interferencia es, sin embargo, el deber lógico de Estados Unidos, en su calidad de hermano mayor de los países del Nuevo Mundo.
El hermano mayor puede vigilar, organizar y arreglárselas en México. Los llamados líderes de México no. Las vidas y la felicidad de varios millones de peones, y de muchos más en el futuro, están en juego.
Un policía impide que un hombre golpee a su mujer. Un oficial humanitario impide que un hombre azote a su caballo. ¿Por qué una nación poderosa y que se considera ilustrada no ha de impedir que un puñado de dirigentes ineficaces para tener una civilización feliz y elevada, un matadero y un desierto?
AL ACECHO DE LA PESTILENCIA
6 DE JUNIO DE 1914
La principal causa de los malentendidos actuales con los mexicanos proceden de que los hemos creado de acuerdo a nuestra imagen americana. Nos hemos enfrentado a los mexicanos con nuestro sentido de equidad, con nuestra moralidad, nuestra democracia y el resto de puntos de vista propios y hemos aceptado, de antemano, que los mexicanos deben pensar, sentir y actuar como lo haríamos nosotros en circunstancias similares, y nos sorprende que no lo hagan, para nada. En vez de abrir los ojos ante el garrafal error, procedemos a pensar que su conducta debe transformarse hasta parecerse a la nuestra y que debemos tratarlos y negociar con ellos como si fueran exactamente iguales a nosotros, con una historia similar a la nuestra, con instituciones similares a las nuestras y con una ética similar a la nuestra.
Los americanos cometen el error de considerar a tales líderes de acuerdo a su imagen, y de pensar que «libertad», «justicia» y «trato justo» significan lo mismo para unos y otros.
Nada de eso. En los cuatro siglos pasados de regímenes españoles y mexicanos no ha existido ni libertad ni justicia ni trato justo. México es una república donde nadie vota. Su libertad ha sido siempre traducida en licencia. Su justicia ha consistido en un esfuerzo de división equitativa de las ganancias arrebatadas a la gente explotada.
El americano es anglosajón. El peón es indio; y pero aún, indio mexicano. Para no ir más lejos, los indios mexicanos no tenían propiedad individual sobre la tierra, la poseían colectivamente.
Los mexicanos, en su totalidad, son tan incapaces de gobernarse que un puñado de mestizos desordenados e incapaces pueden jugarse a los dados el país entero. El pobre México está hoy en tal situación que, sin ayuda externa, la jugada puede resultar interminable.
Los españoles, a pesar de la grandeza de su imperio, nunca tuvieron talento para gobernar. Los descendientes de los españoles en México, mezclados con los indios nativos, han mostrado que carecen de talento para gobernar. Los hechos son los hechos. Lo que ni los españoles ni sus descendientes han logrado hacer, en los últimos años 400 años en México, es una historia harto elocuente.
México debe ser salvado de sí mismo. Lo que México realmente necesita es que se le salve de una porción insignificante de mestizos que causa todos los problemas. No deben, en absoluto, formar un gobierno. Y sin embargo, son quienes insisten en formarlo y no pueden ser eliminados por quienes deberían formarlo: los 12 millones de peones y los casi 3 millones de mestizos con inclinaciones pacíficas.
BIBLIOGRAFÍA
Gran Espasa Ilustrado, Editorial Espasa, Madrid, 1997.
Guerra y Sánchez, Ramiro: La Expansión Territorial de los Estados Unidos (a expensas de España y de los países hispanoamericanos), La Habana Cultural, 1935.
Horsman Reginald: La raza y el destino manifiesto, orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, México, FCE, 1985.
Huntington, S P: El choque de las civilizaciones, Barcelona, editorial Paidós, 1997.
London, Jack: México Intervenido, México, Editorial Toledo, 1990.
Reed, Luis: Al servicio del enemigo de México, México, edición del autor, segunda edición, 2011.
Said, Edward: Cultura e Imperialismo, Barcelona, editorial Anagrama, 1996.
Terrazas y Basante, Marcela; Gurza Lavalle, Gerardo: Las relaciones México- Estados Unidos 1756 – 2010, Imperios, repúblicas y pueblos en pugna por el territorio 1756 -1867, México, coedición UNAM y Secretaría de Relaciones Exteriores (SER), Volumen 1, 2014.
Trujillo, Rafael: Olvídate de El Álamo, México, Populibros de la Prensa, 1965.
REFERENCIAS ELECTRÓNICAS
[3] Gran Espasa Ilustrado, Editorial Espasa, Madrid, 1997.
[4] Terrazas y Basante, Marcela; Gurza Lavalle, Gerardo: Las relaciones México- Estados Unidos 1756 – 2010, Imperios, repúblicas y pueblos en pugna por el territorio 1756 -1867, México, coedición UNAM y Secretaría de Relaciones Exteriores (SER), Volumen 1, 2014.
[5] Horsman Reginald: La raza y el destino manifiesto, orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, México, FCE, 1985.
[6] Luis Reed: Al servicio del enemigo de México, México, edición del autor, segunda edición, 2011.
[7] Rafael Trujillo: Olvídate de El Álamo, México, Populibros de la Prensa, 1965, p. 98.
[8] Ramiro Guerra y Sánchez: La Expansión Territorial de los Estados Unidos (a expensas de España y de los países hispanoamericanos), La Habana Cultural, 1935. P. 194.
[9] Jack London: México Intervenido, México: editorial Toledo, 1990.