Por: Graciela Cruz Hernández
José Antonio Plancarte, hijo de Francisco Plancarte Arceo y de Gertrudis Labastida y Dávalos, originarios de Zamora, Michoacán. Nació en la Ciudad de México el 23 de diciembre de 1840. José Antonio tuvo 10 hermanos. En Zamora, Mich. pasó los primeros 7 años de su vida. Hizo sus primeros estudios en el Seminario Tridentino de Morelia, Mich. En Guadalajara, también estudió durante algunas breves estancias.
Su padre falleció en 1854, y a los pocos años José Antonio sufrió la pena de estar lejos de su madre cuando ésta también murió en 1859. Su tío y padrino Monseñor Pelagio Labastida, que en 1855 era Obispo de Puebla, vio la oportunidad de sacar del país a su querido sobrino acompañado de su hermano Luis, para educarlos en Europa. En Londres, el tío presentó a sus sobrinos al Arzobispo y Cardenal Wiseman y les recomendó el Colegio de Santa María en Oscott, del que fue Rector. El Colegio Oscott era la cuna del renacimiento del catolicismo inglés.
En mayo de 1862 José Antonio deja el colegio, donde había estudiado Comercio, Ingeniería, Geografía y Física. El 1 de junio ya era recibido por el Papa Pío IX. Días más tarde, estuvo presente en la canonización de los Mártires de Japón, con la asistencia de los cardenales y cientos de obispos, entre ellos estaban todos los de México desterrados por Benito Juárez, orgullosos por la gloria del protomártir mexicano San Felipe de Jesús (primer santo canonizado nativo de México). A él rogó le fuera concedida la gracia del sacerdocio.
Plancarte, recibió el Diaconato el 28 de mayo de 1865. Y el 11 de junio del mismo año, en la Capilla del Seminario de Tívoli, Italia, en una ceremonia litúrgica, que lo conmovió hasta las lágrimas, quedó para siempre hecho sacerdote.
En Zamora, Mich. comenzó su ministerio sacerdotal. Cuando los republicanos liberales sitian Zamora, el 2 de febrero de 1867, el coronel Garrido, Jefe de los defensores imperialistas, cayó herido y llamó al Padre Plancarte para confesarse, el Padre valientemente atraviesa la línea de fuego, una bala le da en el pie sin consecuencias, para confesar al Coronel. Los republicanos, se retiraron vencidos. El Padre Plancarte se va sin tardanza al cuartel y al hospital para auxiliar a los heridos, sin distinción de bandos.
El Párroco de Jacona, Mich. enfermó y el Padre Plancarte prestó sus servicios en la parroquia, al morir el párroco lo designan en el cargo. Él convertiría más tarde a Jacona en el escenario de unas obras apostólicas y sociales de memoria imperecedera.
Antes de su primer año de estancia en Jacona, su sueño y misión de educar a los niños y jóvenes se empieza a convertir en una modesta pero prometedora realidad cuando una señorita llamada Rita Navarrete, prometió, que si catorce niños pagaban un peso cada mes, levantaría una escuela.
El Padre Plancarte al oír eso, comenzó la obra en un edificio medio en ruinas, que había sido Casa de Ejercicios Espirituales. El 8 de septiembre de ese primer año de ministerio, el Padre empieza a hacer arreglos al lugar y el 12 de noviembre se abrían modestamente las clases y daba inicio una obra que llegaría a ser grande. Había nacido el Colegio de la Purísima Concepción, el primer Colegio Guadalupano.
Más tarde, quisieron nombrar al Padre Plancarte Canónigo en la Catedral de Zamora, cargo que él rechazó para no abandonar la obra que estaba con tanto esmero realizando en Jacona. Además pensando también en los niños varones, quería un colegio para ellos. Compró el ruinoso ex convento Agustino. Se trabajó ardua y rápidamente. La inauguración del Colegio de San Luis fue el 8 de septiembre de 1873, desafortunadamente sólo estuvo en funciones tres años.
El Padre Plancarte estuvo 15 años en Jacona, Mich. y con muchos trabajos logró introducir el ferrocarril, trayendo bienestar y prosperidad a su pueblo
El papa Pío IX le había dicho estas palabras: “Anda, hijo, trabaja cuanto puedas en la reforma de los colegios, pues de ellos nacen los males de tu Patria. Haz que vengan jóvenes a educarse en el que he fundado aquí para América Latina. El Señor bendecirá y coronará las obras que piensas emprender en beneficio de la juventud”.
Respondiendo a esa petición, envió a decenas de jóvenes para su formación religiosa a Roma, resultando de ello grandes personas, obispos y arzobispos de diferentes partes de nuestro país.
El 2 de febrero de 1878 nace la Congregación que fundó, las Hijas de María Inmaculada de Guadalupe. En abril de 1879, obtenía el Instituto la aprobación del Obispo diocesano y nacía oficialmente en la Iglesia. Fundó el Asilo de San Antonio y el Padre lo encomendó a la Congregación.
El Padre Plancarte restauró el templo de Nuestra Señora de la Raíz, a la que el Papa Pío IX sugirió cambiarle el nombre por Nuestra Señora de la Esperanza, y que años después fue coronada canónicamente, con una corona bendecida por el papa León XIII. Fue la primera imagen de María que recibió este honor en América. Iniciativa de uno de aquellos chicos llevados a Roma por el Padre: su sobrino el Padre Miguel Plancarte Garibay.
El fervoroso sacerdote inglés Kenel Vanham, recorrió nuestro país, acompañado a veces por el Padre Plancarte, recogiendo limosnas para levantar en Londres, un templo expiatorio con carácter universal. El Padre Plancarte le expuso a su tío Pelagio, la idea de hacer lo mismo en México, un templo expiatorio en honor de San Felipe de Jesús, primer santo mexicano. Su tío le ayudó y tras muchas dificultades, el 2 de agosto de 1886, el arzobispo Labastida bendecía la primera piedra. Una de las madrinas fue Doña Carmen Rubio de Díaz, esposa del Presidente, el General Don Porfirio Díaz.
En el tercer centenario del martirio de San Felipe se celebró la Misa Pontifical. A las diez de la noche se expuso el Santísimo y fue velado hasta las cinco de la mañana. Aquello constituía la primera adoración al Santísimo Sacramento en su Templo Expiatorio con carácter nacional. Esta obra de la que fue fundador y promotor en México, se convertiría en 1900 en la Adoración Nocturna Mexicana.
También amplió, restauró y embelleció la Colegiata de Guadalupe para la Coronación Pontificia de la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe (1886-1895). Para lograrlo recorrió gran parte del país predicando como misionero y reuniendo limosnas, la gente lo seguía y llenaban los templos y auditorios a donde fuera.
Con la humildad que lo caracterizaba, nadie se enteró de los títulos que le otorgaron: Socio de las Clases Productoras de Guadalajara, de la Sociedad Agrícola Jalisciense, de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, de la Sociedad de Geografía y Estadística de México, Miembro de la Sociedad de Abogados de San Pedro de Roma. Recibía el título, lo agradecía, lo enrollaba y guardaba. Rechazó el nombramiento de Canónigo de Zamora y de Guadalupe y no aceptó las veces que le incluyeron en las ternas de Obispos. Sólo aceptó por motivos superiores la de Obispo Titular de Constancia, lamentando su promesa de no admitir alguna dignidad. Ni el Presidente de la Academia Eclesiástica para Nobles, ni el mismo Papa Pío IX, consiguieron que aceptara un título con derecho al tratamiento de “Monseñor”. Se quedó siempre con el “Padre Plancarte” a secas.
Rehusó siempre todo honor y aun así, continuaban las difamaciones y el querer echar abajo su trabajo. El canónigo Don Basilio Soto, reconociendo por error el haber firmado un documento que se les había presentado como una trampa, escribió a Monseñor Alarcón una carta pública, retractándose con valentía heroica del mal que había hecho medio inconscientemente. Resumo sus palabras:
–Señor Arzobispo, ahí está mi firma, ahí está mi nombre calzando un documento que no debió escribirse jamás. Yo a voz en grito declaro, que no votos de censura, sino de plenísima confianza, deberíamos dar todos los católicos mexicanos al Presbítero Sr. Plancarte, pues son notorias las extraordinarias cualidades en el cumplimiento de su encargo, y aquilatadas en el crisol de la contrariedad, de las aflicciones, de la vil y artera calumnia, del sufrimiento, en fin, con que Dios Nuestro Señor ha puesto a prueba su constancia y sus esfuerzos.
Después de este incidente, estaba vacante el cargo de Abad de Guadalupe y todos los Obispos le aconsejaban a Mons. Alarcón que designara a Plancarte. Sabiendo de la renuencia del Padre para aceptar cargos, el Arzobispo Alarcón se valió del sobrino Mons. Francisco Plancarte, para que aceptara el cargo, así como por su consejo, él había aceptado ser obispo de Campeche. El Padre José Antonio Plancarte aceptó después de meditarlo. El Papa León XIII mandó la designación del “Reverendo señor don Antonio Plancarte Abad de la dicha iglesia de Guadalupe y Obispo Titular”. Así rezaba el documento papal recibido en México el 27 de junio de 1895. La toma de posesión como Abad de la Colegiata de Guadalupe se realizó el 8 de septiembre.
Aquejado por una enfermedad del estómago que sufría hacía tiempo, dormía unas cuantas horas si es que podía, pasando la noche en el dolor. En la gravedad de la enfermedad, pidió que la sagrada unción se la administraran los Canónigos de la Colegiata. Uno de sus pupilos de Roma y futuro obispo, le dio la Comunión por Viático, y mientras le rezaban con las palabras: Jesucristo te reciba con rostro benigno, entregó su alma a Dios a las 06:05 am el 26 de abril de 1898.
En México dejaba como recuerdo perenne de su devoción y patriotismo el Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús, Centro Nacional de la Adoración Nocturna Mexicana. Por su labor con los jóvenes ofreció a la Iglesia mexicana Arzobispos, Obispos, Canónigos y Doctores formados en el Pío Latinoamericano de Roma. Y su bendecida Congregación de Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, entre otras obras. De él la ahora beata mexicana Concepción Cabrera de Armida recibió los primeros ejercicios espirituales donde ella recibió la misión divina de salvar almas.
El sepulcro del Abad XVI de Guadalupe, está en la Cripta de los Abades y Cabildo, a los pies de la estatua orante del gran Arzobispo, su tío Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, en la Basílica de Guadalupe.