Por: Graciela Cruz Hernández
Fuera de los ojos de la fe es difícil entender a las personas que teniéndolo todo, riqueza, fama y reconocimiento del mundo, renuncie a todo por una realización mayor y la más de las veces incomprendida: El seguimiento a la llamada de Dios a través de la vida religiosa, tal es el caso y ejemplo del jalisciense José Mojica.
José Mojica nació el 14 de septiembre de 1895 en San Gabriel, Jalisco. Al morir su padre, se fue con su madre hasta la Ciudad de México, en donde estudió, en el Colegio Saint Marie.
Años más tarde se matriculó en la Escuela Nacional de Agricultura; sin embargo, su preparación no llegó a su fin debido a que el colegio fue cerrado a consecuencia del movimiento revolucionario.
Fue entonces que descubre una de sus vocaciones: la ópera. En el aula del maestro José Eduardo Pierson tomó clases de canto al mismo tiempo que en el Conservatorio Nacional de Música.
Luego de varios ensayos pudo mostrar su arte y talento el 5 de octubre de 1916, cuando debutó como tenor en el Teatro Arbeu con «El barbero de Sevilla».
Pero Mojica ambicionaba más, él quería triunfar también en Estados Unidos. Para lograrlo viajó a Nueva York, en donde a la par de realizar audiciones trabajó como lavaplatos en un restaurante para poder subsistir mientras le llegaba la deseada oportunidad
Con el tiempo se le presentó una oportunidad aunque con papeles secundarios en una compañía de ópera, pero para él ya era una ventaja. Fue en una de esas presentaciones que el italiano Enrico Caruso, uno de los mejores tenores de todos los tiempos lo escuchó cantar y entusiasmado por tu talento le ayudó a ingresar a la compañía de Ópera de Chicago. Desde entonces su carrera como tenor y actor solo conoce ascensos. Mojica completó su formación con clases de canto, danza, idiomas y actividades deportivas: gimnasia e hipismo.
Con el paso del tiempo se convirtió en un actor de moda y fue así como trabajó en el Metropolitan Opera House. Cuando cantó a lado de Mary Garden «Pelleas et Melisande», de Claude Debussy, saltó a la fama de manera espectacular.
Actuó después en la gran ópera al lado de Amelita Galli-Cursi, Lilly Pons y otras notables figuras.
Posteriormente fue contratado en exclusiva por la firma Edison, con la que grabó numerosos discos de varias obras operísticas y música tradicional mexicana. El interpretar de manera frecuente estos géneros dio a Mojica celebridad y también nuevas oportunidades en el mundo del espectáculo.
En 1930 comenzó su incursión en el cine hablado siendo en Hollywood donde tuvo su primera oportunidad. La película en la que debutó fue «El precio de un beso», de James Tinling y Marcel Silver.
Actuó en más de 10 películas, sin embargo, sus mejores películas fueron «El rey de los gitanos» (1932); «La cruz y la espada» (1937) en donde curiosamente como de manera profética interpreta a un fraile franciscano y «El capitán aventurero» (1938), estas últimas realizadas en México.
Encasillado en el papel de galán cantante, José Mojica deleitó al público de la época, adelantándose de ese modo a estrellas estadounidenses como Nelson Eddy o Howard Keel.
De las películas que rodó en Los Ángeles se recuerdan «Cuando el amor ríe», «Hay que casar al príncipe», «La ley del harem», «El caballero de la noche».
Participó en la cinta de éxito «La canción del milagro» (1939), de Rolando Aguilar.
El éxito artístico y económico le permitió comprar La Antigua Villa Santa Mónica, en San Miguel de Allende, Guanajuato, para regalársela a su madre quien la habitó desde 1930 hasta 1940, año en que ella muere.
Como figura ya reconocida del cine, continua su carrera de actor. Sin embargo, Dios le tenía preparado un camino nuevo el cual cambiaría radicalmente su vida, a este camino lo llevó sin duda la muerte de su madre en 1940, hecho que le afectó en gran medida y en medio de su tristeza José Mojica busca refugio en Dios. En esta etapa de su vida sus apariciones en los escenarios eran cada vez menores y descubre que Dios lo llamaba a la vida religiosa.
Él mismo en alguna ocasión, refirió que santa Teresita del niño Jesús, influyó en su decisión de seguir los pasos de Jesús. En fin, esto, más indudablemente la muerte de su madre operó en él un cambio radical que propició un alejamiento relativo de los escenarios, renunciando a todo y es así que vemos cómo José Mojica siendo una de las principales estrellas del cine hablado de los años 30, que había cautivado al público tanto de este país como de Estados Unidos por su galantería y voz, en el año 1942 ingresó al Seminario Franciscano del Cuzco, en Perú, adoptando el nombre de Fray José Francisco de Guadalupe. El 13 de julio 1947 se ordenó sacerdote en el Templo Máximo de San Francisco de Jesús, en la ciudad de Lima, donde cantó su primera misa 7 días después de su ordenación.
Sus superiores lo comisionaron para fundar un seminario en Arequipa, y para realizar esa encomienda el padre Mojica obtuvo recursos haciendo algo que hacía muy bien, ¡cantar! y lo hizo cantando en Radio Belgrado de Buenos Aires en 1949 y dando conciertos semanales en 7 países durante 2 años 1950-1952.
Pero no sólo recurrió a su don del canto, sino que también aprovechó su talento para actuar llegando a participar en una película española «El pórtico de la Gloria» (1953), producida por Cesáreo González y dirigida por Rafael J. Salvia, quien además escribió el guion inspirado en un argumento del propio Mojica. Pero ya sus cantos, grabaciones y presentaciones no eran para vanagloriarse en una falsa gloria mundana, sino que llevaban un objetivo muy elevado y específico. También se valió de esos grandes dones que Dios le dio cuando en 1958 un terremoto destruyó el inmueble del Colegio Seráfico de San Francisco y para reconstruirlo, Mojica escribió un libro con la historia de su vida y de su conversión, fue titulado Yo Pecador. Se realizaron varias ediciones. El mismo libro sirvió de argumento para una película en la cual el mismo Mojica participó. La película llevó el mismo nombre. Esta fue realizada en México con grandes actores como Libertad Lamarque, Pedro Armendáriz, y muchos otros más.
En 1969 y por última vez, vuelve a México por un motivo muy especial, pues el Instituto Nacional de Bellas Artes le rindió un homenaje en ocasión de sus 50 años como cantante. Ese mismo año es entrevistado por Pedro Vargas, famoso actor y tenor mexicano, parte del audio de esa entrevista se puede encontrar en YouTube, ahí cuenta Mojica que, mientras se encontraba rodando “Melodías de América”, le dice a su amigo Agustín Lara que esa sería su última película porque quería ingresar a un convento franciscano. Ahí le confiesa que era una decisión que tenía muy bien pensada (incluso desde su infancia y su juventud) y esa misma noche Agustín Lara conmovido por la decisión de su amigo compuso la bella melodía que fue la última canción que José Mojica cantó como artista. Y esta canción es. “Solamente una vez”.
Por desconocimiento de este episodio de la vida de José Mojica, muchos creen que la letra habla del amor de una pareja, pero en realidad se trata de la renunciación de Mojica al mundo para entregarse de manera plena y total al amor de Dios.
Una sordera progresiva lo llevó a retirarse de los escenarios y al mismo tiempo de cantar.
Continuó su vida religiosa en Lima Perú, en el convento de San Francisco, donde bajo los cuidados de su comunidad y en la total pobreza, es decir siguiendo los pasos de san Francisco de Asís, muere a los 78 años de edad el 20 de septiembre 1974 a causa de hepatitis. Sus restos reposan en las catacumbas de dicho convento.
Como dice su bellísima y melancólica canción Hojas Muertas: “Hojas muertas que al caer muda imagen sois”, sí, muda imagen de una alegre primavera que pasó, pero que al contemplar esa hoja ya marchita y muerta, nos recuerda que tuvo vida y la de José Mojica fue muy fructífera, un mexicano que con su extraordinario ejemplo de vida, nos hace sentir orgullosos de nuestra Identidad Nacional Mexicana.