Por: Graciela Cruz Hernández
El personaje del que ahora hacemos mención no nació en México, pero la mayor parte de su vida la vivió en nuestro país, dejándonos un legado que es digno de admirar y reconocer; pero antes de hablar de su legado veamos un poco de la historia biográfica de este insigne benefactor de Querétaro.
El 30 de noviembre de 1670 nació Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, en el Valle de Llantero de Álava. Sus padres fueron Domingo de Urrutia e Inoriza y María Antonia Arana. Sucedió en el título a su abuela paterna María Pérez de Inoriza y Ochoa y ésta a su vez de su hijo el marqués I Juan Gerónimo de Urrutia.
Se embarcó hacia la Nueva España cuando contaba con aproximadamente 18 años de edad, se le nombró capitán de Caballos de Corazas cuando intervino en la rebelión de los indígenas que tuvo lugar en la ciudad de México el año de 1692.
En el siguiente año 1693 recibió el oficio de alcaide de la Alameda y en 1694 obtuvo el cargo de regidor perpetuo de la ciudad de México, desempeñando el cargo sólo hasta 1697.
En el año de 1696 lo nombraron obrero mayor y diputado de Propios. Caballero de la Orden de Alcántara en 1698.
Contrajo matrimonio el 9 de febrero de 1699 con María Josefa Paula Guerrero Dávila Moctezuma y Fernández del Corral, dama de importante y acaudalada familia. No tuvieron hijos propios pero adoptaron a cuatro quienes fueron tomados muy en cuenta dejándolo ver así en sus últimas disposiciones. Al parecer su convivencia matrimonial no fue del todo satisfactoria pues Íñigo Laviada menciona en sus obras, que el marqués dejó en unos apuntes secretos, que su convivencia fue difícil y llena de sinsabores.
En 1713 lo nombraron corregidor o justicia mayor de la Ciudad de México.
Existe una leyenda donde se cuenta que el marqués se enamoró de una sobrina de su esposa llamada Marcela, pero el caso era que esta sobrina era religiosa y que fue ella sor Marcela quien fiel a su vocación le pidió que construyera un acueducto que condujera el agua que tanta falta hacía en la ciudad. Verdad o ficción, no se sabe a ciencia cierta pues las ciudades coloniales están llenas de estas leyendas románticas o de terror que son parte del encanto y atractivo turístico de las antiguas ciudades de nuestro país.
La otra historia, más real al parecer de muchos, es que a finales del siglo XVII el servicio potable en la ciudad de Santiago de Querétaro era poco eficiente y era causa de diversos problemas en la salud de sus habitantes. Fue por el año 1721 que llegaron procedentes del convento de San Felipe de México unas monjas capuchinas a fundar el convento de san José de Querétaro, y ellas al ver la mala calidad del agua y los problemas que ésta causaba en la salud de los pobladores, acudieron con el marqués del Villar del Águila, que ya residía en Santiago de Querétaro, quejándose de esa situación y éste que se había declarado su protector y bienhechor quiso a bien atender su queja beneficiando de esta manera no solo a las religiosas sino a todos los habitantes de la población.
Obtuvo una ayuda económica del Ayuntamiento, aunque la mayoría del gasto la asumió él mismo. Así pues, buscaron por los alrededores la fuente de agua más viable que les proporcionaría el vital líquido y encontraron el llamado “Ojo de Agua del Capulín” en el cercano pueblo de San Pedro de la Cañada.
Gracias a las obras que emprendió el Marqués, la corriente que al principio era débil llegó a ser más o menos treinta litros por segundo.
Mandó construir una gran alberca para captar en ella el agua y de allí conducirla en atarjea hasta Querétaro. El 15 de enero de 1726, se comenzó este vasto depósito de forma muy irregular, en el lado opuesto se estableció la “toma de agua”. Una vez terminada la alberca se construyó una barda alrededor de ella de bastante altura para protegerla. Del punto de la toma, arranca la atarjea de cal y canto, hasta llegar a donde empieza el acueducto propiamente dicho, que domina la ciudad, puesto que salva la extensa hondonada entre la loma occidental de La Cañada y la del convento de la Cruz.
Mide la arquería del acueducto 1,280 metros de longitud y corre el caño sobre 74 arcos de cantería, cuya altura máxima es de 23 metros con una latitud de 13, sostenidos por pilares de mampostería de más de 3 metros y medio en cuadro. Grande fue el trabajo y el esfuerzo para formar los arcos de piedra y sillería, así como el material que se necesitó para la monumental y necesaria obra.
En el año de 1733 llegó por fin el agua a las goteras de la población y dos años más tarde, a la caja de agua en la plazuela de la Cruz, de donde había de distribuirse a numerosas fuentes públicas en distintos rumbos de la ciudad, (muchas de estas fuentes públicas aún se pueden apreciar hoy día) La caja de agua de la Cruz quedó terminada el 22 de octubre de 1735. La obra completa se dio por terminada el día 17 de octubre de 1738; con un costo cerca de $ 125,000.00 de ese entonces, de los cuales el Marqués de la Villa del Villar del Águila sufragó de su peculio más de $ 88,000.00 esto gracias a que contaba con grandes riquezas tanto personales como de las que obtuvo de su matrimonio con María Josefa.
Para celebrar el gran acontecimiento de la dotación de agua a Querétaro se cantó una solemne misa de acción de gracias, el 19 de octubre de 1738. Y el pueblo hizo festejos durante no menos de quince días. El funcionamiento del acueducto duró aproximadamente hasta el año 1903.
Don Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués de la Villa del Villar del Águila, mandó construir también un puente para unir las dos partes de la ciudad entre otras obras; legó gran parte de su fortuna a obras benéficas, así como a sus hijas expósitas.
Testó en la Ciudad de México el 28 de noviembre de 1742 y falleció el 29 de agosto de 1743, fue sepultado en la Iglesia de Santo Domingo en la Ciudad de México.
En el siglo XVIII se erigió un monumento para honrar su memoria en la ciudad de Querétaro. Se trataba de una estatua de piedra colocada en el centro de una alberca o pileta a la que llegó por primera vez el agua de acueducto.
Fue así que este hombre de origen español pero que vivió la mayor parte de su vida en México, dejó su huella en esta nuestra patria, dejando no solo su nombre para recordarlo sino varias obras y un acueducto que no deja de maravillar a quien lo contempla y que ahora es una orgullosa y monumental obra que aún permanece en pie como mudo testigo del bien que los grandes hombres pueden hacer al servicio de un pueblo o nación.