Por: Voniac Derdritte
Vivimos en un mundo desordenadamente globalizado, donde algunos pueden migrar ilegalmente sin graves repercusiones, mientras que a otros se les prohíbe la entrada a ciertos países; donde uno puede comunicarse e intercambiar ideas de forma instantánea sin importar su localización en el globo, y al mismo tiempo, menos y menos gente se comunica con sus seres queridos a la hora de la comida; donde existen menos barreras comerciales internacionales, pero paralelamente más riesgo de que cualquier crisis económica arrastre al mundo entero al caos. Vamos, se nos dice que somos más libres que nunca, pero vivimos en un mundo-prisión cada vez más inestable y represor. Sabemos bien que este mundo adolece y agoniza, pero no comprendemos del todo qué pasos tomar para remediar sus males. Cualquier idea nueva debe ajustarse a la globalización, nos dicen, como si dicho fenómeno internacional fuera un dogma o una fase irreversible en la Historia, y peor aún, como si por arte de magia, cualquier receta para la mejora nacional tuviese que ser replicable en todo el globo simultáneamente. ¿Realmente es así? ¿Realmente debe ser así?
No es ningún secreto que la globalización de la economía avanza a pasos constantes uniendo el destino económico de todo el mundo en el proceso, así como tampoco lo es que al hacerlo, el planeta entero, por alguna misteriosa razón, se desestabiliza más y más. ¿No será quizás que existe un vínculo entre las particularidades culturales de cada pueblo y el sistema económico que éstos naturalmente desarrollan para satisfacer sus necesidades, y al mismo tiempo, que la Élite Internacional busca imponer un único sistema económico global, algo imposible sin antes tener una única cultura planetaria, y que ello provoca un choque cultural y consecuente desestabilización económica generalizada? Dicho de otra forma, si la meta es unir a las naciones y que ellas cooperen entre sí para el beneficio de la humanidad entera, ¿no sería lo más lógico fomentar la propia independencia primero, y la libre cooperación después? Y si esto fuese imposible a una escala global, ¿por qué no planear nuestra propia autosuficiencia primero, antes de querer desarrollar la autosustentabilidad planetaria? Algo estamos haciendo mal. Es justo por ello que una de nuestras metas personales, comunitarias y nacionales debe ser una vieja y “caduca” idea que la Élite Internacional teme, y que por ello se omite en las aulas universitarias: la autarquía.
A lo largo de la Historia, los diferentes Estados del mundo han utilizado diversos mecanismos para expandirse, no por mera alegría, sino con diversos propósitos, siendo uno de ellos la adquisición de nuevas reservas naturales que permitan crecer e impulsar sus economías. Para bien o para mal, las clases dirigentes compartían la misma sangre de las dirigidas, y ello facilitaba los acuerdos entre empresarios y trabajadores, la empatía entre jefes y subordinados. Hoy en día, en este raro periodo de la Historia en el que los países ya no se expanden, sino que son las corporaciones las que como imperios antiguos lo invaden todo, los pueblos más pobres quedan a la merced de poderosas fuerzas internacionales explotadoras que tienen en mente sólo sus propios beneficios financieros y nunca el bienestar de sus explotados, simples esclavos tercermundistas que ni la misma lengua de sus jefes hablan, siervos desechables y reemplazables dispuestos a trabajar 12 horas al día o más por una simple propina. Así es el mundo que nos ha tocado vivir y con resignación debemos aceptarlo, nos dicen. ¿Acaso existe alternativa? Sí, la hay, pero no para todos.
La autarquía, vieja aspiración de las naciones, significa que un Estado es capaz de abastecerse a sí mismo y cubrir sus necesidades haciendo uso exclusivo de sus recursos naturales, permitiéndole a éste alcanzar así la independencia económica, y mediante ésta, la libertad política de elegir su destino. A lo largo de la Historia han existido varios ejemplos de autarquías, tales como las ciudades-estado griegas o las comunas medievales, y en tiempos más recientes, el Tercer Reich o Corea del Norte, gozando cada una de ellas de diferente grado de éxito, siendo la Alemania Nacionalsocialista el ejemplo reciente de autarquía más exitosa.
Como mencionábamos anteriormente, el propósito que ha de buscar un Estado mediante la autarquía nacional es el de lograr su independencia con respecto a otros países dueños de intereses internacionales propios potencialmente adversos que busquen manipularlo a través de su dependencia a los recursos naturales importados de éste. Un ejemplo oportuno es el caso de México, país en el que el 50% de sus importaciones provienen de Estados Unidos y al que envía más del 80% de sus exportaciones. Imaginemos, ¿qué sucedería si hubiese una crisis fronteriza y Estados Unidos detuviese el comercio internacional con su vecino al sur? A Estados Unidos no le afectaría mucho, pues de México sólo provienen el 13.5% de sus importaciones, e igualmente, envía a éste sólo el 15.8% de sus exportaciones. Como podemos ver, en dicho escenario hipotético, Estados Unidos resultaría algo incomodado, mientras que para México la situación sería de vida o muerte. Teniendo Trump estas cifras sobre su escritorio, ¿qué le impide llamar a Peña Nieto e imponerle tal o cual consigna? ¿Qué le impide cerrar la frontera hasta que se haga su voluntad? Nada, absolutamente nada. ¿Y qué recurso económico tiene Peña Nieto para defenderse? Únicamente su sonrisa…y sus plegarias. Mientras México no remedie este tipo de cifras, jamás podrá ser un país independiente, por muchas banderas que se enarbolen durante sus fiestas patrias.
Como mencionábamos anteriormente, en esta época histórica la expansión de los países se encuentra temporalmente interrumpida, y aunque ello ofrece una gran diversidad de naciones en el globo, no todas ellas están capacitadas a aspirar a proyectos autárquicos, como lo es el caso de China, que aunque cuenta con un enorme territorio (9,597 millones de km2) tiene una increíble población de 1,440 millones de personas, cosa que la hace inviable para convertirse en un país autosustentable, independiente del comercio internacional. Un caso diametralmente opuesto es el de Luxemburgo, cuyo tamaño apenas ronda los 2,586 kilómetros cuadrados, y su población alcanza la tímida cifra de 582,000 habitantes. Por supuesto, un territorio tan pequeño no puede ofrecer la vasta variedad de recursos naturales para crear una autarquía, y por lo tanto siempre yacerá a la merced de sus vecinos europeos. Un caso intermedio es el de México, pues aunque cuenta con aproximadamente 130 millones de habitantes, la mayor parte de su territorio (2,000 millones de km2) se encuentra despoblado y desbordante de recursos naturales. Un gobierno nacionalista, realmente preocupado por el bienestar del pueblo mexicano, y con tal cantidad de tierra a su disposición, concentraría todos sus esfuerzos en conseguir una autosuficiencia alimentaria, energética y tecnológico-industrial, primero, y después, ya con el desarrollo tecnológico e industrial llevado a cabo, una autarquía total. De esa manera, los productos extranjeros de lujo aún podrían ser importados, pero lo fundamental para preservar la independencia nacional, sería producido en la nación. Desafortunadamente para el pueblo mexicano, la democracia está diseñada para que este tipo de proyectos históricos no puedan llevarse a cabo, pues para hacerlo, se necesita del intelecto y de la voluntad de superhombres, y no de la apatía de las masas. Considerando esta realidad, es el pueblo mismo el que debe tomar la idea de la autarquía bajo su responsabilidad e individualmente aplicarla lo mejor posible a sus vidas, según lo permitan sus capacidades.
Hoy en día nos enfrentamos a una completa dependencia del pueblo hacia el Estado para que éste vele por nuestra seguridad, por nuestro sustento alimenticio, por nuestra educación e incluso, por nuestra economía personal, siempre reprochándole su incapacidad de crear suficientes empleos, y su incompetencia para remediar la pobreza. Aunque también es cierto que la búsqueda de la independencia total presenta mayores dificultades para un individuo o comunidad que para un Estado, no por ello existe razón alguna para no aspirar a una mayor autosuficiencia individual, sobre todo, en el sentido alimenticio, educativo y energético. Una responsabilidad tan grande como la de poner comida sobre la mesa no debe recaer exclusivamente en el Estado o en las grandes corporaciones, sino en nuestras propias manos, sobre todo si hoy en día el Sistema entero está en nuestra contra. Es imperativo que los jóvenes ahorren dinero y compren tierra de la que se puedan alimentar. Nuestra educación, no la formal, que en general de poco sirve, sino la real, la que se encuentra en los libros, debe depender de nuestra voluntad, disciplina y dedicación, no de buenas o malas políticas educativas del gobierno. Y finalmente, nuestras fuentes energéticas, no deben venir exclusivamente del Estado irresponsable que nos gobierna, mucho menos de empresas privadas extranjeras, sino de nuestros propios medios, que aunque más demandantes de esfuerzos y riquezas, también es posible adquirir haciendo uso de fuentes naturales, como la luz solar.
No es ningún secreto que las civilizaciones nacen, se expanden, detienen su crecimiento, entran en decadencia y finalmente colapsan. Varias veces ha sucedido lo anterior ya. Un caso es el de las civilizaciones de la Era de Bronce y otro más conocido es el del colapso del Imperio Romano. Si observamos a nuestro alrededor, todos los síntomas para prever un nuevo colapso existen ya: desorden social, baja tasa de natalidad, crisis económicas, desempleo, degeneración sexual, falta de identidad cultural, ausencia de valores y roles tradicionales, inmigración descontrolada, desastres medioambientales, entre muchos otros. Nuestra generación, la de los jóvenes, debe ser la que tome las riendas de la economía y haga un giro de vida hacia la autosustentabilidad. De lo contrario, cuando se dé el próximo colapso económico, será nuestra generación, no la de nuestros padres, ni la de nuestros hijos, la que sufra las consecuencias directas de nuestra apatía y de nuestra falta de visión.
No nos equivoquemos. Es demasiado tarde ya para salvar a esta agonizante civilización, pero aún estamos a tiempo de salvarnos a nosotros mismos, y al hacerlo, aprender de nuestros errores y crear un mundo nuevo, más bello, más puro y mejor… el nuestro.