Por: Luis Reed Torres
Como es ampliamente conocido, después de sus victorias iniciales en Guanajuato (28 de septiembre de 1810) y en Monte de las Cruces (30 de octubre siguiente), el cura don Miguel Hidalgo y Costilla y sus huestes fueron derrotados en Aculco (7 de noviembre inmediato), localidad hoy perteneciente al Estado de México, a una hora en automóvil de la capital. Después de eso, Hidalgo marchó rumbo a Valladolid (hoy Morelia) y luego a Guadalajara, ciudades ambas en las que el caudillo insurgente permitió espantosas matanzas de gente inocente; Allende, por su parte, se fue a Guanajuato y, para no desentonar, ordenó igualmente un baño de sangre cuyas víctimas fueron los civiles prisioneros que existían en la Alhóndiga de Granaditas, donde, para no variar, ya se había realizado una ola de asesinatos, que incluyó a mujeres y niños, cuando fue tomada por los insurgentes dos meses antes. Más tarde, Allende se reunió de nuevo con Hidalgo en Guadalajara.
Precisados a poco de enfrentar al ejército realista de don Félix María Calleja del Rey, que ya los había vencido, Hidalgo y Allende decidieron disputar al enemigo el punto llamado Puente de Calderón –a unos cuarenta kilómetros de Guadalajara– el 17 de enero de 1811.
Y así, con 8,000 hombres y sólo diez cañones, Calleja enfrentó a 100,000 insurrectos con deficiente armamento y escasa movilidad, cuestiones éstas que contrastaban con la inmejorable disciplina realista y la certera dirección de sus jefes y oficiales. El combate, empero, resultó sumamente reñido y el resultado parecía dudoso por momentos. De pronto, una granada hizo blanco sobre una carro de municiones de los sublevados y se produjo una ensordecedora explosión que quemó incluso el pasto seco y crecido en una vasta extensión de terreno. La fantasmagórica detonación sembró el pánico general en las filas insurgentes y éstas se desbandaron en todas direcciones completamente derrotadas y con pérdidas humanas y materiales muy considerables. La batalla había durado seis horas.
En el curso de la acción pereció don Manuel Flón, Conde de la Cadena, Intendente de Puebla y segundo al mando después de Calleja, quien temerariamente persiguió a los vencidos y rebasó sus propias líneas de seguridad. Su cadáver se encontró cubierto de múltiples heridas.
En su parte oficial al virrey don Francisco Javier Venegas, fechado el 3 de febrero siguiente y remitido hasta el día 20 del mismo mes luego de que el camino hacia la ciudad de México quedó libre de partidas rebeldes, Calleja realizó un pormenorizado relato de las providencias que se vio obligado a tomar para encarar al numerosísimo ejército de Hidalgo y, entre otras cuestiones, informa lo que sigue:
«Seguí mi marcha hasta acercarme al Puente (de Calderón) desde donde descubrí ya a todo el grueso del ejército enemigo y su respetable posición, a cuya vista, considerando las dificultades que ofrecía el paso del puente, determiné adelantarme con mi Estado Mayor, los cuatro cañones de vanguardia, el batallón ligero de Patriotas, la compañía de Escopeteros de Río Verde, las dos de Voluntarios, y la de mi escolta por la derecha hasta situarme sobre una pequeña altura desde la cual podía observar mejor al enemigo y de donde empecé a hacer fuego a su inmediata batería de la izquierda, disponiendo enseguida que se reuniesen el primer batallón de la columna de Granaderos al mando de su comandante, el señor coronel don José María Jalon y su sargento mayor, don Agustín de la Viña, y la caballería de la derecha del cargo del teniente coronel don Miguel del Campo, compuesta del escuadrón de dragones de España y del regimiento de San Carlos».
Más adelante, y luego de referir las vicisitudes de la cruenta refriega que finalmente culminó con «una victoria que había estado indecisa por seis horas y cuya retardación sólo sirvió para acreditar la invencible firmeza de las valerosas tropas de este ejército», Calleja escribe:
«El aspecto que presentaba el campo cubierto de cadáveres, de cañones, municiones y todos los despojos que en tales casos ofrece la derrota de un ejército tan considerable, llenaba de horror contemplando cuál era el fruto de las maquinaciones del cura Hidalgo, de Allende y demás cabecillas, que siendo los autores de tanto males tuvieron buen cuidado de emprender la fuga anticipadamente, sacrificando a los infelices alucinados que los siguen».
Por otra parte, a pesar de lo rudo del combate que causó un elevado aunque indeterminado número de bajas insurgentes, las de los realistas sólo ascendieron, por increíble que parezca, a cincuenta muertos y 125 heridos, lo que Calleja atribuyó «a la visible protección que el Señor de los Ejércitos dispensa a la más justa de las causas».
A continuación, el jefe vencedor daba cuenta, «con mucho sentimiento», de la muerte de su segundo en el mando, el ya citado Conde de la Cadena, y recomendaba al Virrey la protección de su viuda y de sus hijos, de los cuales dos de ellos, Antonio y Manuel, servían en el propio ejército de Calleja como capitanes de milicias.
Casi al final de su informe, don Félix aseveraba que al día siguiente de la acción había levantado el campo para dirigirse a Guadalajara, donde fue recibido triunfalmente.
No dejó de hacer notar, por otra parte, que las acciones de Hidalgo entrañaban «un odio implacable hacia todo europeo y criollo honrado, cuyo exterminio había jurado y de los cuales sacrificó, en sólo esta ciudad, hasta el número de seiscientos a setecientos, haciéndolos sacar entre las sombras de la noche en partidas de cincuenta individuos para ser degollados, como lo fueron inhumanamente en las barrancas inmediatas a esta capital, y cuyos restos mutilados y dispersos se han trasladado a las iglesias para darles sepultura y para hacer pública la ferocidad de este tigre que sólo nació para la ruina de su país».
Por lo que corresponde al extracto de las relaciones de los jefes realistas comandantes de los distintos cuerpos que participaron en la batalla, se informa, entre otras muchas cuestiones, que el regimiento de Dragones de San Carlos «se apoderó de una bandera azul con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe»
(Detall de la Acción Gloriosa de las Tropas del Rey en el Puente de Calderón, con los Extractos y Relaciones Generales Deducidos de los Partes que Remitieron los Jefes de Infantería, Caballería y Artillería al Señor General en Jefe, Brigadier don Félix Calleja, México, Impreso en Casa de Arizpe, año de 1811, 38 pp., pp. 8-12-13-16-29-32).
Sobre la observación de Calleja de la guerra fratricida llevada a efecto por Hidalgo, cabe hacer notar aquí que, en concordancia con casi todos los criollos y no pocos peninsulares, el mismo don Félix, ampliamente conocido como flagelo de los insurgentes, se hallaba convencido de la inevitabilidad de la independencia, pero bajo otras premisas muy diferentes a las observadas por el cura de Dolores. Así, el 29 de enero de 1811, es decir poco después de su multicitada victoria en Puente de Calderón, escribió lo que sigue al Virrey Venegas:
«(…) voy a hablarle castellanamente con toda la franqueza de mi carácter (…) Este vasto reino pesa demasiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vacila: sus naturales, y aun los mismos europeos, están convencidos de las ventajas que les resultarían de un gobierno independiente, y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiese apegado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición»
(Bustamante, Carlos María de, Campañas del General D. Félix María Calleja, Comandante en Jefe del Ejército Real de Operaciones Llamado del Centro, México, Imprenta del Aguila dirigida por José Ximeno, Calle de Medinas número 6, 1828, 200 p., más un suplemento de 18 páginas, p. 87. Resaltado en el original).
Finalmente, es conveniente incluir aquí el testimonio y la descripción que sobre las acciones y la figura de Calleja nos ofrece don Lucas Alamán, quien conoció y trató personalmente al implacable jefe realista y luego Virrey de la Nueva España:
«Era de buen semblante, modales corteses y cultos, aire majestuoso y a veces severo, conversación amena y agradable, pues además de la instrucción propia de su profesión era hombre de mucha lectura, especialmente de historia».
Y al hablar de él como cabeza del Ejército del Centro, creado por el propio don Félix, el insigne historiador guanajuatense redondea así sus características: «Supo transformar en pocos días en jefes, oficiales y soldados a unos hombres campesinos enteramente extraños al oficio de la guerra; inspiróles espíritu marcial, hízolos a los hábitos de la obediencia y la disciplina; revistiéndose de todo el poder que las circunstancias en que se hallaba colocado exigían que ejerciese, se hizo de recursos, de armas y de cuanto era necesario para la guerra, y mientras el presidente de Guadalajara, Abarca, en posición más ventajosa desperdiciaba los mismos o mejores elementos; mientras que Hidalgo no sabía sacar de ellos más que confusión y desorden, Calleja se presentaba en campaña con un ejército con el que hizo frente a la revolución, detuvo la anarquía e impidió que se consumase la ruina del país, para que cuando la independencia hubiese de hacerse, se hiciese sobre mejores bases»
(Alamán, Lucas, Semblanzas e Ideario, prólogo y selección de Arturo Arnáiz y Freg, México, Segunda Edición, UNAM, 1963, 174 p., pp. 66-67).