Por: Voniac Derdritte
Capítulo 2
Una vez que hemos comprendido lo que es el Sistema y de cómo éste da forma a la cultura, surge irremediablemente la siguiente pregunta: ¿qué es la cultura?
Para entender lo que ella es, en términos simples, basta comprender que ésta es el resultado de la suma de características de un pueblo específico, tales como: su historia, su lengua, su religión, su arte, sus tradiciones, la cosmovisión de sus habitantes, la personalidad general de éstos, etc. Dicho con otras palabras, la cultura es la manifestación permanente e ininterrumpida del espíritu de una etnia particular a través de su actuar en la Historia. Los logros o fracasos de un pueblo, su gloria o decadencia, su superioridad o inferioridad con respecto a los demás, son siempre atribuibles casi de forma exclusiva a la cultura de la que éste disfruta o padece. Para que nos quede más claro, hagamos una comparación panorámica entre las culturas europeas de hace un par de milenios con las actuales. ¿Qué diferencias fundamentales vemos? Bien, pues lo primero sería, indubitablemente, el estándar económico de vida del habitante promedio de Europa.
Mientras hace un par de milenios la vida era efímera, dura, cruel y sanguinaria, hoy en día, a pesar de los males del mundo, es cómoda, por lo normal segura, y tecnológicamente muy avanzada. Un habitante europeo en el presente, de clase baja, con el tipo de bienes que ello supone, sería lo equivalente a un pseudoaristócrata de hace dos mil años, mientras que alguien pobre de hace dos milenios, sería para nosotros los europeos del siglo XXI, un pseudoanimal o un salvaje. Es muy probable que para un miembro promedio de la clase baja europea, de hace dos milenios, conceptos como “salario mínimo”, “ayudas sociales del Estado” o “comida congelada de bajísimo precio” hubiesen sido impensables, y al mismo tiempo, un tesoro invaluable caído del cielo. Vamos, pensemos que la persona promedio de hace dos mil años, ya ni decir alguna otra con carencias, probablemente a lo largo de su vida haya tenido que matar con regularidad para defenderse o para alimentarse, mientras que nosotros, hoy en día, basta y sobra con que vayamos al supermercado o a las granjas para hacernos con comida, dicho de paso, sin tener que preocuparnos porque bandidos saqueen nuestras ciudades y violen a nuestras féminas, o un reino vecino invada nuestras tierras, mate a nuestros hermanos y esclavice a nuestras mujeres. No obstante las crisis económicas o las otras calamidades de nuestra era, nunca en la Historia de Occidente se ha vivido con tanta riqueza material, y sólo un ciego podría no darse cuenta de ello. Sin embargo, en ambos casos comparados, a pesar de poder afirmar de forma general que Europa está compuesta del mismo acervo genético, tanto entonces como ahora, algo fundamental ha cambiado en las sociedades occidentales: la cultura. ¿Cómo es eso posible?
Si bien es cierto que la cultura es la manifestación histórica del espíritu de un pueblo, ello no significa que dicho espíritu, entendiéndose éste como la expresión ordinaria y extraordinaria de su personalidad, carácter y cosmovisión, no pueda enfermarse, envenenarse o degenerarse. Al final, toda sociedad, toda cultura, es tan fuerte, en todo sentido, como lo son sus integrantes, aquellos que la componen y que le dan vida día con día.
Pensemos por un momento en los pueblos celtas que vivían en la España de hace más de dos mil años. Evidentemente, el hombre promedio tendría que haber sido una persona lo suficientemente fuerte para cazar y alimentarse a él y a los suyos; para defenderse, ir a la guerra, sobresalir a lo largo de su vida y hacerse de renombre y quizás hasta de moderada riqueza. Intelectualmente es más que posible que no hubiese sido muy culto, pero ello de poco le habría servido en una época tan caótica, violenta e incierta. La fuerza bruta era la llave que conducía a la supervivencia. Hoy en día es completamente lo opuesto. La fuerza física es un lujo, no una necesidad, mientras que el conocimiento oficial, es decir el académico, es un camino casi seguro a una vida de empleos bien retribuidos, económicamente estable, y hasta de opulencia.
La conclusión superficial a la que podríamos llegar, de no tener cuidado, sería la de pensar que es la tecnología y la ciencia las que nos han hecho débiles y comodinos. Nada más lejos de la verdad. Éstas son meras herramientas cuya naturaleza es siempre neutral, al poder ser ellas usadas para fines productivos, destructivos u ociosos. Es, de cierta forma, lo opuesto. Nuestra comodidad excesiva no proviene de nuestra tecnología, sino de nuestra ya inherente debilidad física y de carácter, de nuestro deseo insaciable de utilizar nuestra capacidad intelectual para crearnos una vida cada vez más cómoda, tecnológicamente cada vez más avanzada, descuidando, no obstante, a nuestros cuerpos, entregándolos a las garras de la obesidad o de la endeblez. Dicho de otra forma, creamos tecnología porque hemos perdido ya el interés de ser fuertes. Luego entonces, el alumno inteligente se preguntará, ¿de dónde viene dicha falta de interés por la fuerza? Si dicha ausencia no proviene de la tecnología, ¿de dónde, entonces? Es ella, la respuesta a esa pregunta, la clave fundamental para comprender cómo se moldea una cultural, cómo se le da forma, o deforma, y sobre todo, con qué propósito inmediato, con qué fin último, se ha envenenado a la nuestra.
Para darle respuesta a dicha incógnita, continuemos con nuestra comparación cultural del pasado y presente europeos. ¿Por qué era fuerte el hombre celta? Bien, pues porque tenía la necesidad de serlo, por un lado, y porque su cultura fomentaba el deseo de serlo, por el otro, creando estructuras sociales, políticas, religiosas, entre otras, que lo animaban a serlo. No sólo era un hecho innegable que él, de ser débil, moriría rápidamente en combate, sino también lo era que ninguna mujer apetecería unirse en matrimonio con él para luego ser la madre de tímidos debiluchos. ¿Qué pensarían los dioses de un hombre físicamente débil e inepto en combate? Seguramente dicho hombre no contaría con su gracia y apoyo. ¿Podría un hombre quebradizo ascender a rey y guiar a su pueblo a través de los inclementes desafíos del porvenir? Seguramente sus pares jamás lo permitirían. Como podemos ver, no sólo la necesidad, sino la cultura misma fomentaban la fuerza, el coraje, el heroísmo y la brutalidad. Para el hombre celta, la recompensa de ser fiel a su cultura no sólo habría sido una probable supervivencia, desde luego, sino también el prestigio, su reproducción sexual y el poder.
En el caso opuesto, tendríamos a las naciones europeas del siglo XXI, en las que una élite internacional, integrada en su seno por elementos no europeos, desde hace por lo menos setenta años ha tenido la capacidad mediática, política y financiera de influir y modificar las culturas europeas a su antojo, creando así una nueva cultura occidental, pasiva, sin aspiraciones nacionales propias, siempre al servicio de los intereses globalistas de los banqueros internacionales, y cuyos habitantes, como ya mencionamos en el capítulo anterior, no son en la práctica otra cosa que descerebrados consumistas y materialistas al servicio del Sistema, y en definitiva, esclavos sumisos, ignorantes de la Élite Internacional, quien sin oposición alguna desde las sombras los gobierna.
En esta nueva y decadente cultura occidental postmoderna, la fuerza física, la virilidad, la feminidad, la maternidad, y toda otra expresión natural, son rechazadas por la población general. Al no estar cimentada esta cultura en la naturaleza, sino en la ideología antinatural de la Élite, el resultado no puede ser otro que el que vemos a nuestro alrededor, que es el de una sociedad muy avanzada tecnológicamente, rica materialmente, pero al mismo tiempo, físicamente blanda, voluntariamente infértil, sexualmente degenerada, intelectualmente inconsciente y de carácter dócil, conformista y mediocre.
¿Qué propósito tiene para la Élite que seamos una cultura sumisa? Como ya lo estudiamos en el capítulo anterior, el fin último es simple: control. Si la sociedad, en especial los jóvenes, es dócil y conformista, ésta es fácilmente controlable, y si ésta es controlable, entonces se crea una jerarquización social perpetua e inamovible: esclavos a gusto con su esclavitud; amos gustosos de esclavizarnos.
¿Por qué no se da un cambio como en otras épocas históricas? La razón, reducida a su más simple explicación, es que al igual que en el caso del guerrero celta, que de no ser fiel a su cultura no podría desarrollarse y sobresalir dentro de ella, la persona promedio del siglo XXI debe fluir con la cultura postmoderna si es que quiere sobrevivir en ella, aunque ello signifique el voluntario o involuntario fomento de conductas e ideas que en definitiva, de no revertirse y neutralizarse, provocarán el colapso de sus propias naciones y en última instancia de la Civilización Occidental entera. No por algo se llama a este periodo histórico excepcional “el Suicidio de Occidente”. Dicho de forma clara y directa, la persona promedio en el Mundo Occidental de hoy en día tiene más miedo de perder su empleo y de ser rechazado por sus amistades, que al colapso de la civilización. Así de efectiva ha sido la casi centenaria campaña mediática de estultificación de las masas.
Es así, con la anterior explicación en mente, que finalmente podemos comprender el caso histórico específico que nos ha tocado vivir, donde de frente a la total carencia de presiones naturales y las resultantes necesidades emanadas de éstas, aunado al ininterrumpido envenenamiento cultural de las sociedades occidentales por parte de la Élite, se ha logrado un estado de cautiverio y domesticación humana, donde cuales ratones de laboratorio, los occidentales gozamos de todas las mieles materiales imaginables, pero también hemos perdido los deseos de luchar, trascender, conquistar o cambiar al mundo, y en el último de los casos, como las tasas de fertilidad europeas lo demuestran…de vivir.
Podríamos concluir entonces que las necesidades primordiales resultantes del medio en el cual un grupo de individuos nace, se desarrolla y vive, son el motor principal de las varias conductas y reacciones específicas de dicho colectivo humano (que dependerán en determinante medida de la capacidad cognitiva, y en definitiva de la especificidad racial de los integrantes de un grupo), sobre las cuales, será construida con el tiempo la cultura, siendo ésta el sello de identidad colectiva que les permitirá a los integrantes de ésta reconocerse entre sí mismos, así como diferenciarse también de los extranjeros. Consecuentemente, conforme pase el tiempo, la personalidad, lengua, tradiciones, cosmovisión, religión, arte y todas las demás manifestaciones culturales de dicho grupo, ahora culturalmente único, tomarán forma y fuerza con una creciente complejidad y autenticidad.
Por el momento es suficiente. La próxima vez trataremos el tema de la identidad, de lo que ésta es, del impacto que ésta tiene en las relaciones humanas, y de cómo de ella depende la cohesión o división de todo grupo humano, desde la familia, hasta los países.