Por: Voniac Derdritte
La victoria aliada fue de gran impacto para las Masas durante 1950 y 1970, las cuales, por supuesto, permanecerían siempre emocionales e ignorantes de que la Segunda Guerra Mundial no había sido un triunfo de la libertad y de la justicia, sino una derrota mundial cuyas consecuencias no se sentirían del todo hasta un par de generaciones después. El patriotismo desmedido resultante de haber salido victoriosos del infierno de la Segunda Guerra Mundial, dejó la impresión en la cultura popular estadounidense de que los soldados que regresaban a sus hogares eran héroes, tanto así que fueron denominados culturalmente como “The Greatest Generation”, o sea, “la más Grandiosa Generación”, o “la Mejor Generación”, según se quiera traducir.
Esa aura de grandiosidad fue heredada a sus hijos, los cuales, nacieron y crecieron durante la explosión económica de Estados Unidos, resultante de la nunca antes vista exportación masiva de todo tipo de productos al resto del mundo (USA había resultado prácticamente ileso de la Segunda Guerra Mundial mientras el resto de las principales economías se encontraban literalmente en ruinas). Lo anterior tuvo como consecuencia que estos jóvenes estadounidenses, pertenecientes a la generación nacida aproximadamente entre 1943 y 1964, se desarrollasen con la “impresión de merecer” o “el derecho de tener” (sense of entitlement), lo cual, dándose en una fase de prosperidad económica, fue un medio de cultivo completamente fértil para que la Élite Internacional inoculase a las Masas por primera vez con los virus del materialismo y del consumismo. En 1953, Raymond Saulnier, consejero económico del Presidente estadounidense Dwight Eisenhower, afirmó: “The American economy’s ultimate purpose is to produce more consumer goods.”, o sea, “El propósito máximo de la economía americana es producir más productos de consumo”. Quedaba claro, entonces, que las políticas económicas del naciente Imperio Americano no tendrían como meta prioritaria garantizar el desarrollo integral de sus habitantes, ni el mejoramiento de sus competencias, ni el progreso nacional en materia de educación o salud, sino el crear una sociedad de consumidores cuya identidad colectiva estuviese íntimamente arraigada en la adquisición de nuevos bienes y servicios. El propósito máximo de los individuos no sería más la búsqueda de la trascendencia mediante la lucha por alcanzar ideales, o la creación de nuevas ideas y su puesta al servicio de la propia nación, o la ambición de explorar, descubrir y conquistar nuevos horizontes, sino meramente, cuales simples animales, consumir. Lo mismo habría de suceder en Europa, pues durante esta época Estados Unidos no sólo comenzaría a exportar masivamente sus productos, sino también, su cultura.
Fue en este ambiente de animalización social que un nuevo fenómeno habría de ser promovido por todo Occidente para alcanzar los máximos niveles de consumismo posibles: el feminismo. Hasta esta generación de humanos de mediados del siglo XX, había existido una clara división de roles sociales a lo largo de la Historia, no por capricho de unos pocos, sino como mejor estrategia de supervivencia para las crías, pues mientras el padre iba al campo a cazar, y más adelante en la Historia, a las fábricas a trabajar, la madre permanecía en casa cuidando de los más jóvenes y de los más viejos. Por su falta de fuerza física, la mujer no era de utilidad en la cacería de animales, sino que al contrario, debido a su predisposición natural a desarrollar vínculos afectivos y de protección hacia los más vulnerables, ella fungía formidablemente como protectora del hogar y de sus integrantes. Realmente esa fue la norma durante la mayor parte de la Historia, probablemente con algunos periodos excepcionales como la Segunda Guerra Mundial, en los cuales ella tuvo que abandonar su rol natural para sustituir al hombre en sus funciones proletarias debido a una lógica escasez de varones como consecuencia de las circunstancias excepcionales vigentes. Realmente, no era que una clase de hombres opresores y malévolos hubiese decidido oprimir activamente a las mujeres de todos los países y regiones del planeta durante los miles de años desarrollo social como especie, sino que los roles sociales de cada sexo habían sido determinados de la misma manera que en el resto de los animales, es decir, mediante las fuerzas evolutivas de la adaptación y la puesta en práctica de las mejores estrategias de supervivencia, lo cual, usualmente se manifiesta en la división del trabajo en las especies de animales sociables (roles), como lo es el caso del ser humano. No obstante lo evidente de lo anterior, pues sólo hace falta un poco de observación de la naturaleza para confirmarlo, la Élite Internacional manipuló la mente de las mujeres de Occidente para que éstas luchasen por su “igualdad” con el hombre. Dicha causa era inherentemente absurda, pues no es que no fueran iguales ya, vamos, en ninguna ley occidental se afirmaba que la vida de una mujer fuese menos valiosa que la de un hombre, sino al contrario, en cualquier desastre natural o emergencia se evidenciaba recurrentemente lo opuesto, ya que culturalmente se consideraba a la vida de las féminas más valiosa que la de los varones, y es por ello, que en ese entonces como ahora, antes de auxiliar a los hombres se ha buscado siempre proteger prioritariamente a las mujeres y a los niños, las primeras por ser las dadoras de vida, y los segundos por ser la mismísima encarnación del futuro. La mujer occidental, en tiempos modernos, y sociopolíticamente habiendo superado ya el oscurantismo cristiano, nunca más había sido vista de nuevo como un ser inferior al hombre, sino simplemente, como un ser diferente, complementario al varón. Entonces, ¿cuál era el verdadero interés de la Élite Internacional para que la mujer occidental se convirtiese a la religión del feminismo? La respuesta es variada, pues cada Factor Real de Poder tenía sus propios intereses. Las Élites Nacionales, compuestas por el sector público y privado de los países occidentales, veían dos suculentas oportunidades de ganancia: por un lado, los gobiernos se habían percatado de que la mitad de sus poblaciones nacionales no pagaba impuestos, pues usualmente las mujeres no trabajaban, y que lo hiciesen, sería de suma utilidad para la expansión de la burocracia y por lo tanto de su poder e injerencia en el tejido social del interior del país, y a su vez significaría una mayor cantidad de recursos financieros para solventar sus proyectos en el plano internacional. Para las empresas privadas, que las mujeres laborasen y tuvieran sus propios ingresos se traduciría en decenas de millones de nuevos consumidores, lo cual, aunado a la inclinación femenina por la vanidad y el consumismo, significaría miles de millones en nuevas ventas, y a su vez, la oportunidad de una enorme expansión económica. Y por último, los intereses de la Élite Internacional, que no eran de naturaleza mundana, como el tema de las ventas o el de los impuestos, sino de mucha mayor importancia, complejidad, y proyección a futuro: la expansión del Marxismo Cultural. Su verdadera meta, no era otra que el colapso de la Civilización Occidental con miras a imponer su tan deseada revolución marxista, pero para poder hacerlo en Occidente, habían llegado a la conclusión de que primero sería necesario destruir las culturas mismas que la comprendían, cuyo centro fundamental había sido desde siempre la natural y complementaria dinámica social entre el hombre y la mujer.
Si las féminas se independizaban del “yugo paternalista” de los hombres y se liberaban de la mentalidad tradicional, sucedería entonces que la institución de la familia rápidamente comenzaría a debilitarse. Los niños pasarían más tiempo en guarderías y escuelas, y por lo tanto serían más fácilmente adoctrinados por el sistema educativo, controlado por ellos, y a su vez, por las tardes, ambos padres terminarían exhaustos de su jornada laboral y los infantes pasarían más tiempo viendo la televisión, cuyos contenidos, igualmente, yacían bajo su control. Paralelamente, el hombre y la mujer comenzarían a verse como competidores, no como complementos, y al no haber tanto tiempo libre para criarlos habría menos hijos por pareja (la invención de la píldora anticonceptiva en los 50’s, financiada y creada por cierta tribu etnoreligiosa, y su uso masivo durante los 60’s en adelante, garantizaría lo anterior), y al no haber ya una dependencia económica de la esposa al esposo, aumentarían alarmantemente los casos de divorcio y orfandad, provocando, a su vez, un mayor deterioro psicológico en la siguiente generación de individuos. Fue así que la Revolución de la Contracultura continuó su desarrolló durante toda la década de los 60’s y principio de los 70’s en abierta oposición a todo lo arbitrariamente denominado por ella como “tradicional”, facilitando y promoviendo así, sobre todo entre los jóvenes, el consumo cotidiano de drogas y la práctica de la promiscuidad, de la homosexualidad y del libertinaje moral, vicios y conductas que al no haber ya dique tradicional que los enfrentase, prosiguieron a emerger fluidamente de las cloacas de lo prohibido. Paralelamente, la ideología de la igualdad, aunada al fenómeno de la descolonización en África y Asia, comenzarían a demoler las jerarquías raciales tradicionales en Estados Unidos y en Europa, dando inicio a la inmigración masiva de individuos racial y culturalmente ajenos a Occidente, que al no poder adaptarse a la menguante Cultura Occidental, comenzarían a aglutinarse en guetos y barrios, alienándose y lentamente dando inicio a choques interculturales. De más está decir ya, que al no haber una cosmovisión cultural única y homogénea, cimentada en la tradición, en los valores históricos y en las ambiciones naturales de Occidente, sino en el materialismo, el consumismo y en la contracultura, la Cultura Occidental comenzaría a quebrantarse rápidamente, surgiendo de dichas grietas aberraciones culturales como el movimiento hippie, los grupos punks, los skinheads, etc. En su momento, por supuesto, hubo visionarios que advirtieron lo que sucedería de continuar lo descrito, pero como siempre, éstos fueron recibidos por las Masas con burlas, incredulidad e insultos. Sin embargo, hoy en día comprobamos que sus advertencias y profecías estaban llenas de verdad. Ante los ojos de todos los ciegos, Occidente, comenzaba a morir.