Por: Voniac Derdritte
Capítulo 3
Cada mañana nos vemos al espejo, por una u otra razón. Sea bien para peinarnos, maquillarnos, etc. Aquello que vemos reflejado es plenamente normal para nuestros ojos: somos nosotros. No hace falta que nos lo digan. Nos vemos, nos conocemos, nos reconocemos. Nada tiene ello de inusual. Si conocemos a alguien nuevo, es normal que se nos pregunte “¿cómo te llamas?”, y nosotros, en automático respondemos. Luego, si ese nuevo conocido prosigue con un “¿de qué país eres?”, nosotros contestamos nuevamente, sin pensarlo dos veces. Dicho de otra forma, el “quién” y el “de dónde” lo tenemos claro. No hace falta reflexionarlo mucho. Como es normal con todo aquello que no necesita reflexión, el “quién” y el “de dónde” son meros esclavos intrascendentes de las circunstancias. Nos llamamos como lo indica nuestra acta de nacimiento. Venimos de donde dice nuestro pasaporte. Nuestra identidad más superficial es un simple capricho burocrático…y una completa irrelevancia fuera del campo legal.
Todo hombre superior, en algún momento de su vida, deberá andar de noche y mirar a las estrellas, observarlas y poner atención al fuego interno de su alma que exige respuesta a la pregunta más profunda de todas: ¿QUÉ soy? Como es normal, cualquier persona inmediatamente pensará: “¿cómo que qué soy? Soy tal persona”. Y es justamente ello la evidencia de su inconsciencia y falta de identidad, pues no es de ninguna importancia para la diosa de la Historia quién se es, sino QUÉ se es. El “quién” puede ser cambiado. Uno puede cambiar su nombre, incluso su nacionalidad. Uno, que antes decía: me llamo X y vengo de A, bien pasados los años y los trámites, podrá si lo quiere, afirmar: soy Y y provengo de B. Ello no tiene la más mínima importancia. Mientras las raíces del “quién” se originan de un tintero y un pedazo de papel, las del “QUÉ” emanan de los senos de la diosa de la Memoria, nos definen por completo, y luego desembocan en el océano inmutable de los genes. No somos lo que dicen los papales. Somos lo que grita la sangre.
Desde una perspectiva académica, la identidad es el conjunto de rasgos y características biológicas, psicológicas y culturales que permiten que un individuo se reconozca a sí mismo como parte de un grupo y pueda diferenciarse de otros individuos o colectivos. Cuanto más desarrollada esté su identidad, más regulará ésta su comportamiento, y éste estará más dirigido a uno u otro objetivo personal o grupal, recurrentemente estando entrelazados ambos, pues sus intereses personales, desde una visión panorámica, no podrán encontrar mayor satisfacción que la de servir directa o indirectamente a su propio grupo, en esperas siempre de la reciprocidad de él, a su vez, ser servido también por éste mismo. Cuando el individuo haya desarrollado por completo su identidad, éste, irremediablemente, manifestará una coducta tribalista, en caso de que sus pares sean cuantitativamente pocos, y nacionalista, en el escenario de que sus iguales sean muy numerosos.
La identidad de cualquier ser humano puede (de forma muy sintetizada) ser estructurada de la forma expuesta a continuación:
¿Qué estamos viendo? Expliquémoslo detenidamente. La identidad se divide en dos grupos principales: los cimientos, o sea lo genético, y la estructura, lo que viene determinado por la cultura y experiencias personales. Comencemos desde lo más fundamental hasta terminar con lo más circunstancial.
- La Especie. Normalmente no pensamos mucho en este rubro, pues no tenemos con quién compararnos como especie. A lo sumo, podríamos paragonarnos con los animales y distinguirnos a nosotros mismos de ellos. No obstante, si existiese una especie extraterrestre, éste rubro de la identidad humana tomaría una fuerza incalculable. Ser humano significaría algo completamente único de frente a otros seres racionales “no-humanos” y es posible que en la práctica se forjasen nuevos vínculos de fraternidad entre el conjunto de razas humanas, sobre todo si éstos seres foráneos resultasen ser hostiles con nosotros. Para bien o para mal, no es el caso, y por lo tanto, identificarnos como “humanos” es una perogrullada, pues en el planeta Tierra nosotros somos los únicos con la capacidad de concebir el concepto de “identidad”. Identificarse sólo como ser humano no tiene sentido, pues todos los seres pensantes somos seres humanos, y aun así, claramente no somos lo mismo.
- La Raza. La primera característica humana que claramente nos distingue los unos de los otros, y que sin embargo hoy en día es irrelevante para aquellos ignorantes de su valor. Obviamente, ésta depende en un 100% de nuestro ADN, pues aunque los medios de comunicación, en manos de la Élite Internacional digan que las razas no existen, claramente si dos personas racialmente orientales, digamos chinas, tienen hijos, ninguno de ellos nacerá negro o nórdico. Lo mismo sucedería en los otros respectivos casos. Es simple sentido común. Cada raza humana tiene atributos particulares, adaptaciones a su medio ambiente que las hace únicas, resultando su abanico de colores y rasgos únicos en el mundo, la verdadera y magnífica diversidad humana. Para más información se recomiendan las obras de N.C. Doyto Soaz.
- El Sexo. Todas las razas humanas tienen dos sexos: el masculino y el femenino. Cada sexo tiene características físicas y psicológicas particulares que los distingue entre sí. No obstante, al igual que como sucede con el tema de las razas, los medios de comunicación controlados nos quieren hacer creer que no existen tales diferencias. A pesar de ello, la ciencia real demuestra que sí existen y que son considerables, tanto física como psicológicamente, afectando ellas en gran parte nuestra conducta y toma de decisiones. Para más información se recomiendan las conferencias del Dr. Jordan Peterson que se pueden ver gratis en YouTube.
- Psicología: Contrario a lo que uno podría pensar, es decir, que la personalidad de un individuo es determinada por sus experiencias y su historia, ésta es, casi en su totalidad, el resultado de su herencia genética. Uno puede, y en muchos sentidos debe, por razones de sana convivencia con sus pares, moderarla o matizarla, quizás hasta reprimirla y controlarla, pero ésta, en definitiva, tiene como origen a nuestros padres, abuelos, etc. No por nada la recurrente expresión familiar (refiriéndose a la personalidad) de “es igualito a su madre/padre/abuelo/abuela, etc.”. Para más información, igualmente una de las fuentes más digeribles son las clases y conferencias del Dr. Peterson.
Aquí terminan las características genéticas de un individuo, aquellas que forman su identidad más fundamental. Por ello la línea roja en la pirámide. Ahora continuemos con los demás atributos, aquellos que son resultado de la cultura. No olvidemos que el tema de la cultura ya lo hemos estudiado en el capítulo anterior.
- Cosmovisión: La forma en la que un individuo ve su propia vida y el rol que ésta tiene dentro de su comunidad; los valores, las virtudes y los defectos que él percibe en sí mismo como en los demás, son dictados por su cosmovisión, y ésta, a su vez, como el resto de los rubros, por la cultura en la que él vive. Vamos a dar unos ejemplos. ¿Por qué un alemán piensa de forma diferente que un español? Sólo responder “porque su cultura es diferente” sería ya para nosotros demasiado básico. Tenemos que ir más allá, ser más profundos. Para que quede claro, lancemos la siguiente pregunta: ¿Por qué un germano de hoy en día no piensa y actúa más como uno del Tercer Reich? Es la misma cultura, y sin embargo, no lo es. La respuesta: porque su cosmovisión es diferente. La genética de dicho alemán podrá ser prácticamente la misma que la de sus abuelos; su cultura, en esencia, la misma; los valores, parecidos, pero su visión propia, la de sí mismos como individuos y por lo tanto como pueblo, ya es otra. Ellos ya no se ven más a sí mismos como seres superiores (sea cierta o no esa autopercepción, es irrelevante). De hecho, sentir la más mínima superioridad, debido a su adoctrinamiento de más de 70 años, les provoca una angustia insoportable. Eso, entre otras cosas, es lo que ha provocado que no sólo un alemán promedio sea diferente a un italiano o a un español, que es lo normal, sino incluso, en muchos sentidos, diametralmente opuesto a otro alemán de hace 100 años, es decir, a sí mismo. Entonces, ¿de qué depende la cosmovisión de un individuo o de un pueblo? En el caso de una persona promedio, de su cultura. Ello está claro. En el caso de un hombre superior, de sí mismo. ¿Por qué? Porque mientras la forma de pensar de la persona promedio es el resultado de la cosmovisión de su sociedad, el hombre superior o Superhombre, desarrolla su visión del mundo a partir de la observación de la naturaleza, del estudio de la sociedad humana (presente y pasada) y de la profunda reflexión. Para él, lo bueno, lo malo, lo que debe ser, cómo debe ser, por qué debe ser y para qué debe ser, no son determinados por su cultura, sino por la ciencia, por la naturaleza, por la Historia, y en el último de los casos, ante la ausencia de las fuentes anteriores, por su propio juicio…y por sí mismo.
- Religión: No es ningún secreto que la religión de un individuo o de un grupo es determinada por la cultura en la que él vive. Un habitante árabe del Medio Oriente será musulmán, casi inevitablemente; un habitante de la India, practicante del hinduismo con altísima probabilidad; un habitante de Israel, judío, y así sucesivamente. Incluso cuando dicho individuo “escoge” su religión, no lo hace por convicción propia y absoluta certeza, sino porque existe una predisposición cultural. Los Dioses o Dios no se manifiestan abiertamente, y por lo tanto, ante la presencia de milagros o eventos inexplicables, escogemos volvernos practicantes de la religión dominante en nuestra propia cultura. Al menos así sucede en general. También existen las excepciones, claro está. Cabe mencionar, que sin importar si se es practicante o no de una religión, los valores religiosos que hayan moldeado la cultura en la que se vive serán los que ponga en práctica la persona promedio en su día a día. Por otro lado, a falta de valores religiosos, será la cosmovisión y los valores que emanen de ésta los que sustituyan a la religión y su efecto en la identidad de un individuo. Un buen ejemplo de esto es el Marxismo Cultural. Las sociedades “ateas” de hoy en día, en especial en Europa del oeste, no son ateas en realidad, sino que profesan los valores del postmodernismo y del Marxismo Cultural, creando nuevos dioses a los que se les rinde culto fanático, incluso construyéndoseles templos (museos): la igualdad, la tolerancia, la diversidad, etc. No existe tal cosa como una persona atea, y tampoco una cultura atea. Todos tenemos dioses. Para unos es Odin, Thor y Freyr; para otros Cristo; para otros Alá; para otros más Brama, Visnú y Shiva, y finalmente, para los “ateos”, lo sagrado son los valores propios inconscientemente deificados.
- Lengua: la lengua es el último rasgo completamente impuesto (no genéticamente) de nuestra identidad, determinado por las circunstancias (el país donde nacimos o crecimos) y no por nosotros mismos. Nadie escoge su lengua materna, y no obstante, puede aprender a hablar muchos otros idiomas. Incluso puede suceder que uno encuentre más placer, más identidad, hablando otras lenguas que la propia, pues es posible que sienta una mayor inclinación hacia éstas y por las culturas que las hablen.
- Gustos: Finalmente, tenemos los gustos personales, que también dependerán en gran medida de la cultura donde uno nazca, y a pesar de ello, serán los que más moldeados se vean por nuestra propia psicología, experiencias, recuerdos, sentimientos, la influencia de nuestros padres, etc. Por ejemplo, veamos la influencia cultural primero: ¿puede a un mongol gustarle la zumba si jamás la ha escuchado? Evidentemente, no. ¿Puede a un esquimal gustarle el futbol americano si jamás lo ha presenciado? Por supuesto que no. No obstante lo anterior, es posible que por su propia psicología se sienta más o menos atraído a ciertos aspectos de su propia cultura, es decir, a cierto cantante en particular y la música que él compone; a cierto equipo deportivo específico y a sus integrantes; a cierto tipo de ropa más que a otro, sea por su textura, colores o por las razones que sean, etc. Quizás a un individuo le gusten más los automóviles Audi, pero tenga alguna conexión emocional con los BMW y prefiera los segundos a la hora de comprar un vehículo. Quizás ante la falta de capital prefiera hacerse con un Chevrolet, aunque no le agraden tanto. Quizás a dicho individuo le hayan gustado siempre los Audi, pero después de tener experiencias malas con su rendimiento, decida que ya no le caen en gracia, y así respectivamente en muchos sentidos y categorías. No es raro que un niño sea partidario de un equipo de futbol porque su padre lo es, y ya después, en la adolescencia, escoja el suyo propio. Es decir, los gustos personales, comunes y corrientes, son lo más moldeable dentro de la identidad de un ser humano, también lo menos permanente, y sin embargo, como veremos la próxima vez, desafortunadamente, tal vez lo más importante hoy en día para crear vínculos interpersonales.
Después de comprender lo básico de la identidad de cada ser humano, es decir, el QUÉ somos, podrá el lector verse al espejo y no solamente ver su reflejo y responder quién es, sino lo que él es. No obstante, el alumno impaciente podrá preguntarse con algo de ansiedad “y bueno, ¿esto para qué me sirve saberlo?”, y es justamente ello lo que estudiaremos en la siguiente ocasión. La próxima vez, ya con el conocimiento teórico adquirido en esta ocasión, podremos aplicarlo a casos prácticos, desde familiares hasta internacionales, y además, comenzar a estudiar algo que es un fenómeno completamente natural, pero que hoy en día se ha malinterpretado hasta grados demenciales: la discriminación.
“Cuando un hombre despierto se ve al espejo, cada mañana, no ve su simple reflejo, sino el rostro de los miles de sus ancestros. Los ojos, la nariz, la boca, los rasgos, las cualidades, los defectos, la historia, el porvenir. Verse al espejo no es sólo cualquier vistazo al peinado o al correcto delineado de la barba, sino al absoluto historial biológico. Yo me veo al espejo…pero el reflejo de mis ancestros me devuelve la mirada. Ante ellos respondo, y ellos, de mí dependen. Soy ellos y ellos son yo. Soy producto de sus hazañas, y éstas, gloriosas o penosas, son mías, me pertenecen…”
Voniac Derdritte