Por: Voniac Derdritte
Capítulo 5
Una vez comprendido el proceso de formación de la identidad y el fenómeno de la discriminación individual, podemos finalmente estudiar lo que es el multiculturalismo, su expresión, sus consecuencias y su irremediable conclusión.
No es de genios afirmar que uno disfruta estar con los que son como uno, y por lo tanto, que uno deseará y buscará la compañía de éstos constantemente, sea para platicar, para hacer negocios, para formar una familia, o simplemente, para convivir. Paralelamente, es prudente recordar lo que ya hemos aprendido con respecto a la discriminación, es decir, que uno rechaza permanentemente a los que no son como uno, no por odio, sino para evitar confrontaciones interpersonales, y entre las razas humanas, como instinto natural de preservación de los propios genes. Finalmente, hemos de recordar lo aprendido en capítulos anteriores sobre lo que es la cultura, cómo se forma, cómo se manifiesta, cómo se preserva y cómo cada una de éstas, por razones de evolución histórica, cuenta con un acervo moral particular, independiente, e incluso a veces opuesto al de otros pueblos. Ahora, ya con este aprendizaje adquirido, finalmente podemos analizar el estado actual de las sociedades europeas del siglo XXI, y plantearnos una de las preguntas más importantes: ¿qué sucede cuando en una misma sociedad se da el fenómeno natural de la identidad, más el fenómeno normal de la discriminación, pero a una escala cultural? Un poco de contexto, para comenzar.
Como ya hemos estudiado, toda cultura, por definición es homogénea, pues una “cultura” donde existen diferentes culturas coexistiendo, no es una cultura, sino una creación artificial, cuyas auténticas culturas son mantenidas unidas por una fuerza superior, sea ésta militar, legal, económica o política. De darse este escenario, habrá permanente tensión entre las culturas cohabitantes, y mientras existan suficientes recursos vitales para éstas, habrá tanto expresiones de cooperación, en el mejor de los casos, como de discriminación cultural, en el peor de éstos, siendo la tensa pero tolerante convivencia el estado normal de cohabitación entre ellas. Ejemplos de esto lo podemos ver a lo largo de la Historia, siendo el siglo XX particularmente relevante para entender dicho fenómeno, con casos como el de Yugoslavia, Checoslovaquia o El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. En cada uno de éstos se dio una convivencia tensa, pero posible, hasta que las condiciones sociales, económicas o políticas exacerbaron las identidades de las culturas específicas que cohabitaban dichos Estados. Cuando esto sucedió, en cada uno de dichos países tuvo lugar una violenta fractura con penurias para las diferentes culturas en conflicto. A pesar de ser la misma raza, con algunas variaciones genéticas mínimas, por supuesto, las diferencias culturales fueron suficientemente fuertes para provocar la ruptura de dichas naciones. Al final, cada pueblo creó su propio Estado nuevo, es cierto, y la paz, aunque tensa y rencorosa, volvió a reinar. Ante lo anterior, no podemos evitar pensar en el mundo actual y en la violenta ruptura que se aproxima, habiendo diversas religiones y razas coexistiendo en la misma área geográfica, compitiendo permanentemente por los mismos recursos naturales.
En el mundo natural vemos un fenómeno similar. No es extraño que surjan territorios dominados por alguna manada de carnívoros o algún depredador en particular, evitando así la explotación de los recursos naturales por otros competidores, es decir, la depredación de las presas por otros animales de caza. Lo anterior también se da en el caso de los herbívoros, si bien éstos muchas veces no son violentos, otras tantas son completamente territoriales y agresivos con los foráneos, como es el caso de los gorilas, chimpancés e hipopótamos, sólo por mencionar algunos ejemplos. Como podemos ver, la idea de “territorio” y “discriminación del intruso” no es exclusiva de los seres humanos, sino recurrente en el mundo natural.
Antes de avanzar, cabe mencionar el contraejemplo que algunos críticos tienden a dar, es el de los Estados Unidos, donde muchas culturas convivieron pacíficamente hasta convertirse en una nueva cultura y nación. Sin embargo, lo que dichos intelectuales desviados olvidan mencionar, es que la enorme mayoría de los inmigrantes llegados a la Unión Americana eran de raza blanca, al igual que el resto de la población en dicho Estado. Primero, los hijos y nietos de estos inmigrantes compartieron dos identidades, la ancestral, italiana o germana, por ejemplo, pero siempre supeditada a la nacional, es decir, a la estadounidense. Evidencia de esto son los soldados estadounidenses que durante la Segunda Guerra Mundial lucharon contra el Eje, bajo la bandera de Estados Unidos, a pesar de contar con ascendencia alemana o italiana.
Considerando lo ya leído, no es imposible imaginar que a lo largo de la Historia los grupos humanos se han separado a sí mismos en culturas y naciones diferentes, justamente debido a una incompatibilidad cultural recíproca, lo cual, en épocas de paz, generaba frecuente respeto o desprecio mutuo a lo largo de las fronteras, pero ello también acompañado de redituable comercio transfronterizo y productiva interacción internacional, y en el peor de los casos, guerras fronterizas, con bandos fácilmente identificables. Hoy en día, ya no es así. Para entender por qué las sociedades europeas del presente ya no son homogéneas, debemos remontarnos a 1945 y comprender lo que sucedió en Europa una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
El fin de la guerra no significó solamente el cese de hostilidades entre los Aliados y el Eje, sino el triunfo armado de dos cosmovisiones diferentes, el Liberalismo y el Marxismo, sobre una tercera, el Nacionalismo. Ello, en la práctica implicó el lento pero total desmantelamiento cultural de las naciones europeas, primero, y de las demás naciones eurodescendientes aliadas, después. En el caso de Europa, inmediatamente después de la firma del armisticio comenzó un traumático periodo histórico llamado “desnazificación”, el cual, en pocas palabras, consistió en purgar de la cultura alemana cualquier elemento ideológico emanado del Nacionalsocialismo y su eje central de “Blut und Boden”, o sea, “Sangre y Suelo”, en alemán. Lo anterior, en la práctica, significaba que la sangre de un individuo era la de su familia, y la de ésta, la de la nación entera. Por lo tanto, el individuo estaba arraigado a su casa, pues en ésta él había crecido; su familia, al pueblo donde ellos habían vivido, y la nación entera, a su patria milenaria: Alemania. Dicha unión, entonces, significaba que la sangre del pueblo alemán era la sangre de Alemania; la tierra alemana, era el suelo del pueblo, y el pueblo mismo, era Alemania. La tierra y la sangre, eran lo mismo: la nación. Alemania dejaba de ser una caprichosa región geográfica, para tornarse en un organismo biológico, vivo, y de mantenerse sano…eterno. Dicha idea, poderosísima en su naturaleza y peligrosísima para la Élite Internacional (origen oculto tanto del Liberalismo como del Marxismo), debía ser destruida y erradicada de la mente y alma de los europeos.
Y así fue que durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el periodo de desnazificación del Reich tuvo como consecuencia la detención de cientos de miles de personas y la condena a muerte de centenares de ellas. Paralelamente a lo que sucedía en Alemania, en el resto de Europa era impuesto por los Aliados un fenómeno similar, purgando así de sus diferentes países a los colaboradores nacionalistas que habían estrechado lazos, militares o ideológicos, con Hitler y con el Nacionalsocialismo. Posteriormente, con el pasar de las décadas, la desnazificación de Europa no se detendría, sino que pasaría de ser una imposición violenta y física, a punta de pistola, a ser una forma de manipulación psicológica y mediática; un adoctrinamiento de masas cuyo objetivo no sería más el de purgar el Nacionalsocialismo y sus valores de la mente europea, sino el de “vacunar” al europeo contra éste, y por consiguiente, contra la sana y natural inclinación de sentir amor por sí mismo y por los que son como uno. La manipulación psicológica del europeo fue total y permanente. Haciendo uso de los medios masivos de comunicación, controlados por la Alta Finanza Internacional, y mediante el sistema educativo, en manos de los Aliados, la naturaleza del europeo fue pervertida. Al amor hacia la propia raza se le presentó como odio por los demás pueblos; a la identidad con la cultura propia, como rechazo por lo extranjero; al orgullo por la historia nacional, como desprecio por las demás naciones, y así sucesivamente. Dicho de otra manera, amar a la propia raza, a la propia cultura, a la propia historia, y por consiguiente amarse a sí mismo como europeo se convirtió en sinónimo de ser simpatizante del Nacionalsocialismo, y por lo tanto, de tener como meta el retorno de las tragedias y excesos sufridos durante la Segunda Guerra Mundial. Nada más lejos de la verdad.
Con el paso de las décadas, la mentalidad europea, naturalmente nacionalista, tradicionalista, inclinada a la libertad, al deber y a la familia, fue sustituida por la ideología materialista, consumista, individualista y hedonista exportada desde Estados Unidos a todo el Mundo Occidental. El europeo olvidó quién era, y en el proceso, se convirtió a sí mismo en una imitación estadounidense. La ambición por la gloria y por el honor fue sustituida por el crecimiento económico y por los análisis de mercado; la eternidad, usurpada por los dividendos; el hambre de conquista, reemplazada por la moda material. La cuna de la civilización, otrora el hogar de guerreros y semidioses, había caído enferma, y este mal, no se hacía notar en su cuerpo, sino en su espíritu. A pesar de casi no tener carencias materiales, el europeo comenzó a despreciar la idea de la familia, de los hijos. La muerte se convirtió en la última certeza, y la realidad de la inmortalidad propia en los genes de los hijos, fue coronada con la indiferencia. La degeneración sexual se abrió paso. Los vicios se exacerbaron. El feminismo y el Marxismo Cultural irrumpieron en toda esfera de la sociedad europea, trayendo consigo los obsequios ponzoñosos del etnomasoquismo y del altruismo patológico, y la nueva trinidad, el amor, la igualdad y la tolerancia, fueron deificados. Finalmente se santificó a los derechos humanos y con su práctica y cumplimiento se prometió el Cielo en la Tierra y la Paz Eterna. El europeo, ya sin raíces, y voluntariamente sin frutos, finalmente había sido domesticado y condenado al cautiverio.
Paralelamente, tanto Alemania como el resto de Europa comenzaron a recibir inmigrantes, primero europeos provenientes de los países menos afectados por la guerra; después, de otras regiones ajenas a Europa. La razón de los gobiernos europeos, simples pretextos en realidad, fue que en el viejo continente existía una escasez de hombres que la pudieran reconstruir y que por lo tanto dicha mano de obra debía arribar del resto del mundo. De cierta manera, era cierto. Europa se encontraba en su mayor parte destruida, sus poblaciones diezmadas y sus gobiernos completamente controlados o por Estados Unidos, en el oeste, o por la Unión Soviética, en el este. Sin embargo, de haberse tenido en mente sólo el objetivo de reconstruir las ciudades y los pueblos, los gobiernos europeos habrían puesto especial atención en importar inmigrantes cuya cultura fuese compatible con la europea y no diametralmente opuesta. Suecia no había sido destruida durante la guerra, Irlanda, Islandia, y Suiza tampoco. Portugal había resultado ileso, al igual que Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda. Australia había sufrido pocos daños. De quererse, habría sido perfectamente posible fomentar la inmigración de trabajadores eurodescendientes y culturalmente occidentales. No fue el caso. Ése no era el verdadero interés. Como siempre, había una agenda internacional, un Plan Kalergi a realizar. Europa había perdido ya su alma e independencia. Ahora debería perder su cultura, y poco a poco, su propia existencia. Los inmigrantes no europeos, provenientes de África, Medio Oriente y Asia central, principalmente, comenzaron a reproducirse a ritmos acelerados. Aunque intelectualmente más limitados, dichos extranjeros jamás habían sido tocados por los venenos de la postmodernidad, preservando así la salud de su espíritu y de sus comunidades. En unos cuantos años, pocos millares de ellos devendrían en millones. Pronto Europa perdería el dominio de los cuneros en los hospitales y los neonatos europeos se convertirían en la minoría. El Gran Reemplazo, premeditado e implementado por los verdaderos vencedores de la Segunda Guerra Mundial, había comenzado.
Fue así que la estrategia de la Élite Internacional contra las naciones europeas se concretó en un ataque con forma de pinza, con la desnazificación, el etnomasoquismo, el individualismo y el materialismo, por un lado, y la inmigración masiva de no europeos por el otro. El resultado de dicha ofensiva sería la lenta desaparición del hombre blanco de sus propias tierras, reemplazado por los nuevos “europeos” y sus descendientes, a quienes el mundo capitalista europeo, en constantes crisis económicas, alegremente acogería como mano de obra barata, detonando así el desempleo entre los nativos, y provocando éste el resurgimiento de fantasmas que hacía mucho habían abandonado Europa: la pobreza, el racismo, el radicalismo religioso, y el terrorismo.
Como cualquier científico social serio y despierto podría haber predicho con tan sólo estudiar superficialmente a la naturaleza, poco a poco, mientras más ha ido en aumento la inmigración a Europa, más se ha exacerbado el racismo y la discriminación religiosa en el Viejo Continente. Por ejemplo, con el pasar de las décadas, desde los 60’s hasta nuestros días, muchos blancos han comenzado a sentir un natural rechazo biológico por los africanos inmigrados, debido a sus diferentes modos y formas culturales de expresarse, mientras que éstos, llenos de rencor por el pasado colonial vivido en África, han visto en los europeos a sus antiguos opresores, muchas veces tomando venganza contra los nativos en las calles. Los grupos cristianos europeos han visto más y más con ojos críticos la apertura de mezquitas en donde antes había iglesias, y los musulmanes, al ver a las mujeres europeas con explícitos atuendos, y conductas liberales, y a muchos hombres tomando alcohol en las avenidas (beber está prohibido según el islam) han radicalizado sus ideas, en muchos casos llegando a acusar públicamente a las mujeres de ser prostitutas y atacarlas, al igual que a los hombres por viciosos y pecadores. Paralelamente, los medios masivos en manos de la Élite Internacional, han atribuido toda la tensión, latente o explicita, al racismo europeo, al odio, a la xenofobia y a la mentalidad de opresores, que según ellos, son inherentes a los pueblos occidentales. Tanta tensión y violencia pasiva y activa, como era de esperarse, poco a poco ha devenido en atentados terroristas por parte de los grupos de inmigrantes más violentos. Ello, como consecuencia, ha exacerbado el rechazo de muchos europeos a la presencia de las nuevas comunidades de extranjeros. Lo anterior, por otro lado, ha confirmado las sospechas de muchos inmigrantes: muchos europeos ven a los extranjeros como parias indeseables. Finalmente, los gobiernos han aprovechado este caos para pasar leyes cada vez más tiránicas, coartando la libertad de expresión y asociación de los europeos para que los inmigrantes no se sientan ofendidos, incrementando así las tensiones y resentimientos de los nativos hacia los extranjeros. Como podemos ver, la Europa occidental de hoy en día es una bomba de tiempo, que cualquiera que tenga ojos, y cerebro, puede prever que en las décadas venideras detonará en la mayor guerra racial que el mundo haya visto jamás. Un conflicto que, debido a las condiciones físicas, intelectuales, morales, espirituales y psicológicas de los nativos, los europeos, al menos en un inicio, habrán de perder éstos catastróficamente.
El alumno inteligente, ante cualquier evento histórico, lo primero que siempre debe preguntarse es: ¿quién se beneficia? En este caso, como los discípulos más despiertos se habrán de imaginar, quien saca ventaja es, sin duda, tanto la Élite Internacional como los gobiernos “democráticos” de la Europa occidental. Dichas autoridades nacionales se benefician al tener a una masa de iletrados provocando conflictos raciales y culturales en las calles europeas, así como el ocasional atentado terrorista, pues por un lado, les dan la excusa perfecta para pasar leyes “anti-terroristas”, que no son otra cosa que normas con el objetivo casi declarado de suprimir la libertad de expresión y asociación, evitando así cualquier resistencia organizada a las instituciones a través de las cuales ellos mismos gobiernan, y que los mantienen en el poder, y por otro lado, mediante la magia de la democracia y al ofrecerle a los millones de inmigrantes programas sociales y ayudas económicas “para facilitar su integración y vida digna”, se aseguran a sí mismos millones de votos, especialmente los partidos de izquierda, quienes siendo marxistas “de closet”, son otorgados con la legitimidad electoral de pasar aún más leyes autoritarias que concentren el poder en ellos. La Élite Internacional, por su parte, aprovecha el caos y la distracción para avanzar sus planes de creación de un Gobierno Mundial. Justo es reconocer que su “juego” es perfecto, pues de lo único que éste depende, es de la ignorancia o indiferencia de la gente, algo a lo que los seres humanos promedio son recurrentemente afines.
Y entonces, ¿qué hacer en este periodo de deterioro social, cuando nuestros países son de todos y a la vez de nadie? Lo único que por el momento es posible, es fomentar la discriminación pasiva, que no es otra que la de mostrar cortesía y educación con los grupos ajenos al propio, pero siempre reconociendo que uno pertenece a su propia tribu, y que la supervivencia de ésta depende de nosotros mismos. Ello significa que nuestro amor e interés recae y recaerá primero en los nuestros, antes que en algún otro. Aplicando lo anterior, al menos de forma temporal, la discriminación pasiva hará su labor, promoverá la segregación y evitará el conflicto racial y cultural el mayor tiempo posible. Sin importar las medidas que tomemos, nunca deberemos ceder al juego de la Élite Internacional y fomentar la discriminación activa, que no es otra que la agresión física o verbal hacia los extranjeros, pues justo es eso lo que busca dicha Élite para dominarnos: el conflicto, la tensión y la violencia. Mientras las convivencias interculturales puedan ser pacíficas y mutuamente benéficas, se deberá fomentar la paz, pero si la guerra llega, por mano de los extranjeros o debido simplemente las presiones naturales, será nuestra obligación defender lo que es nuestro, y a aquellos que son una extensión de nuestro propio ser. Nuestra propia supervivencia como pueblo depende y dependerá sólo de nuestra voluntad por sobrevivir.
Concluyamos esta trilogía afirmando que por más leyes que se pasen, por más adoctrinación que provenga de los medios masivos de comunicación y del sistema educativo, siempre habrá grupos de hombres y mujeres sanos mentalmente que sabrán someterse a sus instintos naturales, a sus impulsos identitarios, y que sin importar lo que piense el mundo o las condenas que éstos reciban de sus pares, adormecidos por el Sistema, siempre habrán de contestar con valientes palabras y acciones heroicas: “lo más preciado en este mundo, ¡es el propio pueblo! Y por éste, nuestro pueblo, hemos de pelear, y gustosamente…morir”.
“Europa jamás será un concepto geográfico…sino biológico”
Voniac Derdritte