Por: Graciela Cruz Hernández
En esta ocasión hablaremos de la mujer más importante de la época colonial en México: Sor Juana Inés de la Cruz, considerada la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII.
Su nombre original era Juana Ramírez de Asbaje y es una gloria para México y un ejemplo y orgullo que exaltan nuestra identidad nacional. Nació un 12 de noviembre de 1651, hija de padre español y madre mexicana, fue una niña prodigio, una genio y dio muestra de su increíble cualidad intelectual desde los 3 años cuando a escondidas de sus padres, aprendió a leer acompañando a su hermana mayor a sus clases y a los ocho años, ya publicaba sus primeras obras.
La pequeña Juana aprendió rápidamente y su madre, al reconocer su talento y facilidad para aprender, envió a Juana Inés a la capital a vivir a la casa de su hermana, casada con un hombre muy rico, ahí, aprendió labores femeninas y estudió latín, lengua que aprendió en solo 20 lecciones, lo cual es una muestra de su increíble capacidad.
También aprendió a hablar náhuatl, de tanto que le agradaba platicar con los indígenas. Gracias a su conocimiento del latín pudo leer libros de filosofía y ciencia.
Cuando tenía apenas trece años, Juana Inés fue llamada a la corte virreinal para servir como dama de la virreina doña Leonor Carreto, Marquesa de Mancera, quien era una dama muy culta y sentía un gran amor por las letras. El ambiente de la corte influyó mucho en Juana Inés, pues los virreyes la protegieron de manera decidida.
Un día, el virrey, admirado por la variedad de conocimientos que Juana tenía, mandó que fuera examinada en público por cuarenta sabios de muy diversas disciplinas, dejándolos a todos absolutamente sorprendidos por la claridad, certeza y profundidad de sus respuestas. Fue en ese momento en el que llegó a la mayor gloria y fama intelectual, cuando ella, en plena conciencia y convicción, decidió consagrase a Dios y al conocimiento entrando al Convento, no como nos han hecho creer, que fue para “huir del mundo y refugiarse en los estudios” pues ese ambiente y privilegio ya lo tenía en la corte, sino porque precisamente sus conocimientos y sabiduría la impulsaron a ascender al siguiente nivel de conocimiento que ella entendió perfectamente que sólo alcanzaría a través de una profunda vida espiritual que enriqueciera sus vastísimos conocimientos.
Muchos historiadores han distorsionado la figura de Sor Juana presentándola como un ejemplo y símbolo del feminismo, pero Sor Juana fue todo lo contrario al feminismo, ella representó y encarnó la feminidad en su punto más sublime, al conjuntar espiritualidad e intelectualidad. Ella se escribió con los personajes más importantes de su tiempo, pero acató la autoridad masculina, lo cual echa por tierra el mito de su feminismo. Su fama se extendió por toda España y por toda América.
Al final de su vida hacia 1693 renunció a las letras y donó su biblioteca y aparatos científicos para dedicarse por completo a la oración y a la vida espiritual.