Por: Gustavo Novaro García
Las rebeliones suceden; las revoluciones se hacen.
Richard Pipes, La revolución rusa
Desde la década de los 60 y hasta la actualidad grupos guerrilleros de mayor o menor fortaleza han querido implantar en México un gobierno de corte marxista-leninista, basado en una supuesta dictadura del proletariado, sustentado en el dominio de un partido único y en una ideología en la que el individuo queda por completo súbdito de un estado controlado por un pequeño puñado de “intelectuales” que deciden lo que para ellos es correcto o no.
El auge de los grupos guerrilleros en nuestro país se dio entre los años 1960 y 1970, fomentados por el triunfo de la guerrilla encabezada por los hermanos Castro en Cuba en 1959, pero los gobiernos de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez los vencieron a través de detenciones y muertes empleando el legítimo uso de la violencia por parte del Estado. Empero, en la presidencia de José López Portillo, de quien cuando era mandatario electo su hermana Margarita futura directora general de RTC sufrió un atentado en el que perdieron la vida y quedaron heridos cuatro de sus escoltas, se proclamó una amnistía de la que escribió en sus memorias: “hoy firmé la Ley de Amnistía. A muchos empresarios les asusta. Yo creo que es la base de la reconciliación y que así se liquida el 1968”.
Los amnistiados y sus admiradores vieron ese acto del Estado como un triunfo que validaba su accionar de asaltos, secuestros, atentados y homicidios. En años subsecuentes el derrocamiento por la vía armada del régimen de Anastasio Somoza y la toma del poder por el llamado Frente Sandinista de Liberación Nacional en julio de 1979, cuyo principal líder Daniel Ortega recuperó la presidencia de ese país en 2007, tras haberla usufructuado entre 1985 y 1990, y donde la población es sujeta a la represión; las victorias electorales de Evo Morales en Bolivia quien nunca más soltó el poder desde el 2006 y de Hugo Chávez en Venezuela -tras un fracasado intento de golpe de Estado en 1992-, quien se prolongó en el gobierno de Nicolás Maduro desde 1998 hasta la fecha empobreciendo a esa nación abundante en petróleo, y el levantamiento en Chiapas del grupo del autodenominado subcomandante Marcos en enero de 1994 les compensaban el sentimiento de vacío que les ocasionó la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y la desaparición de la Unión Soviética en diciembre de 1991.
El marxismo-leninismo y quienes habían optado por el camino de la violencia permanecían en un espacio incómodo pero marginal de la vida pública mexicana, sin embargo en el mes de septiembre de este 2019 esos fantasmas casi olvidados resucitaron a través de acciones de representantes del gobierno que tomó posesión en diciembre de 2018.
El primero de ellos acaeció el martes 17, al cumplirse 46 años del homicidio del empresario Eugenio Garza Sada, Pedro Salmerón, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, calificó en la cuenta oficial de Facebook del instituto de “jóvenes valientes” a los miembros de la Liga Comunista 23 de septiembre que participaron en el intento de secuestro que ocasionó la muerte del industrial y dos de sus custodios.
El repudio mayoritario a ese calificativo, si quitamos lo de “jóvenes” nos queda llamar valientes a secuestradores, obligó al cese disfrazado de renuncia de Salmerón, el cual nunca ofreció una disculpa, porque no siente que se tuviera que disculpar por pensar como heroicos los actos armados de un grupo que al nacer el 15 de marzo de 1973 priorizó cinco acciones inmediatas: “ajusticiar a policías y militares, realizar actividades militares que apoyaran el movimiento de masas, `recuperar´ y conseguir armas, hacer `expropiaciones´ materiales y monetarias y, a través de secuestros, exigir la liberación de presos políticos”.
Ese grupo guerrillero adoptó el nombre de Liga Comunista 23 de Septiembre para “honrar” el fallido ataque al cuartel del ejército en Madera Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965.
El domingo 22 de septiembre en la que fuera la residencia oficial de Los Pinos el Comité Organizador del Premio Nacional Carlos Montemayor reconoció a dos de los sobrevivientes del ataque al concederles ese premio otorgado desde hace 9 años.
Florencio Lugo Hernández y Francisco Ornelas Gómez, fueron parte de los 13 miembros del Grupo Popular Guerrillero (GPG) que intentaron tomar ese complejo militar. Ocho guerrilleros murieron y cinco lograron escapar. El premio también se dio a las llamadas Mujeres del Alba, cacompañantes, madres, hermanas de esos hombres.
Susana de la Garza, presidenta del Comité Organizador del Premio, dijo: «tenemos la oportunidad de reivindicar justo en este espacio a los participantes de las luchas armadas de nuestro país». Florencio Lugo, uno de los sobrevivientes galardonados, enfatizó que desde las oligarquías, gubernamental y empresarial, se le restaba méritos a la lucha social y armada a fin de que no fueran ejemplo para las nuevas generaciones.
Según la crónica de Emir Olivares Alonso publicada en La jornada: “Durante todo el acto, en varias ocasiones, los asistentes lanzaron gritos y vivas para `los valientes que luchan´”.
Y el 23 de septiembre por la tarde en el Centro Cultural Tlatelolco la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero ofreció una disculpa pública a nombre del Estado mexicano a víctimas de la etiquetada “guerra sucia”. La funcionaria externó: “señora Martha Alicia Camacho Loaiza: señor Miguel Alfonso Millán Camacho: a nombre del Estado mexicano les ofrezco una disculpa pública por la transgresión a sus derechos en el marco de las violaciones graves, generalizadas y sistemáticas a derechos humanos ocurridas en un contexto de violencia política del pasado, en el periodo histórico conocido como “Guerra Sucia” (…) Les ofrezco una disculpa pública por el daño a la imagen, el honor y a la dignidad en agravio de su familia, derivadas de la criminalización realizada en su contra por diversas instituciones del Estado mexicano”.
Al concluir el acto Alicia Camacho “criticó la ausencia de representantes de la Secretaría de la Defensa Nacional: perdió una gran oportunidad para reconocer las atrocidades que cometieron en esa época”.
Por lo expuesto, vemos que hay un intento sistemático por parte de algún sector del gobierno por justificar la violencia marxista-leninista que dejó una estela de sangre; y aprovechar su vuelta a escena para conducir al país hacia un régimen totalitario. Hay que recordar el pasado e impedirlo. La guerrilla no quería el bien del país, ya fue derrotada categóricamente una vez, nunca han aceptado su fracaso y debemos estar alertas para enterrarlos de una vez por todas.