Por: Mnemea de Olimpia
En mi entrega anterior dimos un pequeño vistazo a la desafortunada pandemia que es la obesidad, y cómo en México ella se ha convertido en un enorme problema de salud para millones de mexicanos. Pero, más allá de las razones que mencionamos en el artículo anterior, ¿será acaso que las causas originales de este fenómeno radican en la degeneración de nuestra cultura? Averigüémoslo.
No es ningún secreto que hace un siglo nuestra sociedad mexicana distaba mucho de ser la economía industrializada que en buena parte es nuestra nación hoy en día. Por lo tanto, por pura lógica hemos de concluir que muchísimos de los alimentos que nuestras comunidades agrícolas consumían, eran producidos localmente, con técnicas tradicionales, y con escasos o nulos ingredientes artificiales traídos desde el extranjero. Comparando esa realidad con nuestro presente, donde las masas tienen un vasto acceso a “alimentos” congelados y comida rápida, no es difícil imaginarnos que en ese entonces la vida era más sana en diversos sentidos, y ello se veía reflejado en que en ese entonces mucha gente, aunque pobre, llegaba a vieja sin desarrollar patologías como las que abundan hoy en día. Incluso, no es de sorprendernos que muchos de nuestros parientes más viejos, aún gocen de salud a sus casi 100 años. Y no es algo inimaginable, pues si alguien consume comida de buena calidad durante la mayor parte de su vida, seguramente gozará de una longeva vida, contrario a quien ingiere aditivos cancerígenos. Es sentido común. Eso no significa que la alimentación de antes fuese perfecta, pues al no haber avanzados métodos de refrigeración, era más sencillo que las bacterias proliferasen en los alimentos, o bien, que debido a la escasa variedad de los mismos, no toda la gente tuviese acceso a una dieta que cubriese todas sus necesidades alimentarias. Sin embargo, ¿acaso hoy lo que tenemos es una dieta balanceada? Por supuesto que no. Si ese fuera el caso, nuestro país no sería el segundo lugar en el índice de obesidad global.
Otra causa de la pandemia que tanto nos afecta, es la enorme influencia cultural de Estados Unidos. A donde vayamos nos encontramos con cadenas norteamericanas, prestas a ofrecernos sus productos llenos de azúcar y grasas modificadas, e incluso repletos de toxinas (como lo es el caso de la “comida” de McDonald’s). Lo anterior no significa que nuestra comida tradicional haya sido sustituida por la extranjera, al contrario, la cocina mexicana poco a poco conquista los Estados Unidos, pero ello poco importa, pues no olvidemos que nuestra comida es de por sí alta en grasas y calorías, lo cual, aumenta las probabilidades de que cualquier persona desayune una torta de tamal y un atole por la mañana, en su hora de comida compre una hamburguesa de McDonald’s acompañada de una Coca-Cola, luego pase por un café de Starbucks como postre, y finalmente remate con unos buenos tacos de garnacha y de nuevo una coca como cena. ¡Todas esas miles de calorías y grasas en un solo día! Y al día siguiente, lo mismo. Antes, hace unos 70 años, ya por no decir un siglo, esa alimentación habría sido simplemente imposible.
A todo lo anterior, sumémosle el ritmo de vida actual de millones de mexicanos: sentados en una oficina 8 horas diarias, para luego sentarse otras tantas en el automóvil, hasta llegar a casa, y ahí, acomodarse nuevamente frente al televisor, sin realizar casi ningún tipo de deporte o actividad física demandante durante todo el día, excepto, quizás el “gran esfuerzo” que es el llevarse la comida a la boca, o caminar unos cuantos metros de la calle a la oficina. Antes, hace un siglo aproximadamente, los desplazamientos habrían sido a pie, en bicicleta o sobre animales, pero definitivamente, no en automóvil para millones de personas. La gente tenía tiempos para trabajar, para comer, para disfrutar de una siesta, para jugar con los hijos, y un sinfín de actividades más. Todo ello, de una u otra forma solía ser actividad física mil veces más valiosa que estar hora tras hora frente a un ordenador, o como es mi caso, parada al frente de un salón de clases.
Es así que nuestra triste realidad física, al igual que nuestra moral, nuestra espiritualidad, nuestro intelecto y nuestro carácter, como civilización, se encuentran completamente podridas, por unas razones o por otras. Ésa es la realidad. Pero, ¿qué hacer entonces? ¿Simplemente resignarnos y conformarnos, cuales seres pasivos y mediocres? No. Lo que debe ocuparnos es el mañana. Lo que vale la pena es el porvenir. Lo único salvable son nuestros descendientes, y al final ellos son lo único que importa, pues ellos, y sólo ellos, son el futuro, tanto de nuestros ancestros, como de nosotros mismos.