Por: Luis Reed Torres
Por estos días se cumplirán ciento cuarenta y seis años del deceso de don Benito Juárez, acaecido la noche del 18 de julio de 1872 en Palacio Nacional. Y aunque mucho se ha escrito ya sobre este tema, así como también de multitud de asuntos que se refieren al hombre de Oaxaca, creo que resultará interesante para el amable lector conocer el contenido de las dos últimas cartas signadas por el Presidente –así como saber quiénes eran los destinatarios de las mismas–, e igualmente tener noticia del relato que, de la muerte de su padre, hizo don Benito Juárez Maza, quien con el tiempo llegaría a ser gobernador de Oaxaca.
Paso, pues, a reproducir primero las misivas antes dichas, con la pertinente aclaración de que las acotaciones aparecidas entre paréntesis me pertenecen:
“México, julio 17 de 1872
“Sr. Gral. don Ramón Corona
“Guadalajara.
“Muy estimado amigo y compadre:
“Oportunamente llegó a mis manos la favorecida de usted, fecha 1o del que cursa, en que contesta a la mía de 19 del pasado y cuyo contenido no exigía inmediata contestación.
“Ya habrá visto usted en el Diario Oficial dos telegramas recibidos últimamente de la frontera del norte. Por ellos hemos sabido que el 8 de este mes salió el Gral. Rocha con sus fuerzas del Saltillo para Monterrey, cuya plaza, según rumores que corrían en el Saltillo, había sido ocupada el día 7 por el Gral. Ceballos. La circunstancia de estar interrumpido el telégrafo en varios puntos nos ha impedido sin duda saber de la capital de Nuevo León, pero indudablemente de un momento a otro recibiremos noticias.
“Tendré a usted al corriente de cuanto vayamos sabiendo y entretanto quedo de usted, como siempre, amigo afectísimo y atento y seguro servidor q.b.s.m. (que besa su mano, usanza de urbanidad y cortesía en esa época)
“Benito Juárez”.
(Esta carta de Juárez a Corona se refiere a la virtual liquidación de la rebelión que en noviembre de 1871 había encabezado el General Porfirio Díaz mediante el Plan de la Noria. En efecto, para mediados de julio de 1872, fecha de la desaparición física de Juárez, el movimiento porfirista se encontraba de hecho aniquilado, y la caída de la ciudad de Monterrey en manos de las tropas leales al gobierno, que Juárez ya columbraba en su misiva a Corona, se confirmó la noche del mismo día 17 de julio. Por lo demás, Ramón Corona fue un distinguido jefe republicano que comandó el Ejército de Occidente en la lucha contra el Imperio de Maximiliano. General de División en 1866, fungió de segundo de Mariano Escobedo en el memorable Sitio de Querétaro. Posteriormente fue ministro de México en España y Portugal, y gobernador de Jalisco. Cuando ocupaba este último puesto fue asesinado a puñaladas por un individuo llamado Primitivo Ron, de quien se dijo estaba loco. En realidad, el crimen nunca quedó aclarado totalmente)
La segunda carta, fechada igualmente el 17 de julio y tomada por mí, al igual que la primera, de la vasta obra “Benito Juárez, Documentos, Discursos y Correspondencia”, Tomo XV, México, 1975, con selección y notas de Jorge L. Tamayo, pp. 784-785, es del tenor siguiente:
“México, julio 17 de 1872
“Sr. Gral. don Rafael Cravioto
“Chignahuapan.
“Estimado amigo:
“Recibí la favorecida de usted fecha 14 del que cursa y mucho le agradezco las noticias que me comunica.
“Las cosas por acá siguen siendo buenas como habrá visto usted por los telegramas de las fronteras y que han publicado últimamente el Diario Oficial, y esperamos saber de un momento a otro la ocupación de Monterrey por las fuerzas unidas de los Grales. Rocha, Ceballos y Revueltas.
“Siga usted teniéndome al corriente de cuanto sepa por ese rumbo, y sin otra cosa por ahora tengo el gusto de repetirme de usted, como siempre, amigo y atento seguro servidor q.b.s.m.
“Benito Juárez”.
(Como se aprecia, el texto de la última carta firmada por Juárez no difiere gran cosa de la penúltima dirigida a su compadre don Ramón Corona. Ambas se refieren, como ya dejé asentado, a la liquidación de la revuelta porfirista comenzada con el Plan de la Noria en noviembre del año anterior. Por lo demás, don Rafael Cravito, hidalguense de nacimiento, fue un dolor de cabeza para los franceses durante la época de la Intervención y el Imperio por sus audaces golpes guerrilleros en los estados de Puebla y Tlaxcala. Reticente a unirse al General Porfirio Díaz durante la sublevación de la Noria contra el régimen juarista, sí lo secundo en cambio, entusiastamente, cuando el héroe del 2 de abril se levantó en armas, Plan de Tuxtepec de por medio, contra el Presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Senador y luego Gobernador de Hidalgo, Cravioto falleció el año de 1903)
Ahora bien, en cuanto al tránsito final de Juárez el 18 de julio de 1872, tenemos también, entre otros, el relato de don Benito Juárez Maza al que ya hice referencia y que fue publicado en el magazine dominical “El Gráfico”, el 17 de julio de 1932, veinte años después de la muerte del hijo de Juárez. Dice así:
“Desde el fallecimiento de mi madre, la señora Margarita Maza, mi padre se abatió profundamente, al grado que no obstante su reconocida energía y su afán por disimular todas esas emociones a sus hijos, no le fue posible cumplir sus propósitos.
“El día 20 de marzo de 1872, al terminar una conversación con el Lic. Emilio Velasco, sufrió mi padre el primer ataque y se desplomó en su sillón.
“La familia lo atendió esmeradamente, y cuando volvió en sí, debido a los oportunos auxilios que le administramos, mi padre no se daba cuenta absolutamente de lo que había pasado.
“Después de ese primer ataque continuó siendo víctima de otros producidos, hasta el 17 de julio del mismo año, por la noche, en que comenzó a agravarse.
“Yo dormía en la misma recámara, precisamente junto a su cama. La noche del 17 al 18 de julio, mi señor padre comenzó a agravarse; esa noche la pasó con intermitencias varias, y era tal la fatiga, que me incorporé varias veces alarmado. Sólo por no contrariar la orden de mi padre permanecí en silencio, sin poder conciliar el sueño.
“Al amanecer me levanté con cautela, avisé a mi hermana Manuela lo que pasaba para que fuera a ocupar mi sitio al lado del enfermo.
“Mandé ensillar mi caballo y me dirigí a escape al rancho de San Fernando, contiguo a Popotla, en busca del doctor don Ignacio Alvarado, que era el médico de cabecera de nuestra familia.
“Entre ocho y media y nueve de la mañana del día 18 llegamos a mi casa el doctor y yo; éste reconoció a mi padre, recetó e indicó lo conveniente que sería para el restablecimiento de su salud que no concurriera ese día al despacho presidencial.
“Mi padre atendió la prescripción facultativa y permaneció en su escritorio toda la mañana rodeado de todos sus hijos, exceptuando a mi hermana Felícitas que estaba ausente del país.
“No obstante su enfermedad recibió a varias personas de su estimación, entre ellas a los señores generales don Ignacio Mejía, Ignacio M. Alatorre y Pedro Baranda.
“Tomó alimento como de costumbre, y a las cuatro de la tarde manifestó deseo de recostarse porque sentía gran opresión en el pecho, como si sobre él le pasara un carro, y dolor agudo en el corazón. Se recostó, efectivamente, y con el ansia que parecía sofocarle se llevó la mano al pecho, diciendo: ‘Siento que me aplastan’.
“Continuaba mi padre recostado cuando se presentó nuevamente el señor Gral. Mejía, secretario de la Guerra, le dio cuenta de los asuntos pendientes con gran urgencia, y con este general fue con el último que habló.
“El doctor Alvarado permaneció en la cabecera del enfermo, y notando que la angustia continuaba con más fuerza, resolvió, de acuerdo con la familia, citar una junta de médicos, a la que concurrieron el doctor Gabino Barreda, el doctor don Miguel Jiménez y otro médico distinguido. Instalados los facultativos, reconocieron con escrupulosidad al paciente, dieron su pronóstico: ‘muy grave’, y formularon con cierto desaliento.
“Al oscurecer de ese día fue atacado de síncopes frecuentes, y lo hacíamos volver en sí aplicándole violentos revulsivos en el pecho y en el vientre.
“Desde que los síncopes se iniciaron con tal frecuencia, ni nosotros ni los médicos nos separamos del lado de mi padre; mis hermanas y yo estábamos profundamente conmovidos en aquellos momentos de terrible angustia.
“Acababa yo de retirarme de la cabecera del señor mi padre cuando vino el síncope fatal, y entonces el señor don Pedro Santacilia, que estaba presente, me hizo volver a la que pronto sería cámara fúnebre.
“Como inspirado por una intuición suprema, me incliné hacia mi padre y deposité en su frente un ósculo postrero. Mi padre abrió los ojos, que había tenido cerrados, me dirigió la última tierna mirada y aquellos párpados se cerraron para siempre.
“En aquellos instantes supremos de dolor para nosotros, el reloj de la basílica marcaba las once y media de la noche”.
(Benito Juárez Maza, nacido en la ciudad de Oaxaca en 1852 y muerto en la misma urbe en 1912, casó con la francesa María Klerian y fue, según la investigadora Esther Acevedo, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia –INAH–, “un junior, como los que podemos ver ahora, sin oficio ni beneficio más que usar el nombre del padre, pues no le salió nada en la vida. No fue un buen gobernador de Oaxaca y quedó totalmente endeudado. Era un hombre que vivía de las apariencias (…) Es un claro ejemplo de una figura menor que llega a ser gobernador de Oaxaca; pierde las elecciones como todos los que iban con Madero las perdieron; después las gana pero no entendía lo que pasaba. Quería reelegirse y que hubiera nuevas personas, pero con el sistema del porfiriato”. La experta investigó arduamente en archivos y publicó en 2012 el fruto de su trabajo: “Por ser Hijo del Benemérito: una Historia Fragmentada”. A pesar de que don Porfirio le nombró en puestos diplomáticos a desempeñar en Francia, Italia y Alemania, Juárez Maza se distinguió por su poca disposición para ese trabajo y, al decir, de la historiadora, era una persona colérica que retaba a duelo a todo aquel que osara cuestionar la figura de su padre. De regreso en México, creó una agencia de negocios que operaba más o menos así: “El pide a Díaz un favor, ya sea que le donde treinta hectáreas de tierra en Guerrero; entonces consigue un socio con dinero, con quien pone un negocio. Luego consigue comprar, por ejemplo, caballos que vende al Ejército Mexicano. Son negocios en los que nada más pone su nombre e influencia”, revela la doctora Acevedo. Inquirida finalmente sobre si alguien ha estudiado a los hijos de otros expresidentes, la investigadora respondió: “Que yo sepa, no. Sería bueno ver qué han hecho los niños Salinas, los jóvenes Zedillo, los Fox. Creo que lo mismo: valerse del nombre del padre y conseguir negocios”. Declaraciones de la doctora Esther Acevedo al periódico La Jornada, 22 de marzo de 2012)